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Las primeras damas y los recuerdos del poder

Algunas de las esposas de los exmandatarios, con excepción de Lina Moreno, decidieron contarle a El Espectador cuál ha sido el recuerdo más feliz y el más duro de los cuatro años de las presidencias de sus parejas.

Alejandro Villegas / Especial para El Espectador
08 de mayo de 2016 - 01:45 a. m.
Las primeras damas y los recuerdos del poder
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Si alguien conoce como nadie las intimidades y los secretos del poder presidencial, esas son las primeras damas. Ellas con la discreción propia de ser un poder a la sombra, han vivido en carne y alma los momentos de satisfacción que permite el gobierno, pero sobre todo,  han padecido al lado de sus esposos los episodios más difíciles al interior de la Casa de Nariño. Quizá la más combativa de todas a lo largo de la historia, haya sido doña Bertha Hernández de Ospina, quien asumió un papel activo en la política, en especial el 9 de abril de 1948 cuando pronunció la famosa frase: "Para la democracia colombiana vale más un presidente muerto que un presidente fugitivo".
  
Nidia Quintero, 7 de agosto de 1978 al 7 de agosto de 1982
 
Nidia Quintero fue la primera dama en el gobierno de Julio César Turbay.  En su mandato arreciaron las acciones del M-19, como la toma de la Embajada Dominicana y fue él quien lideró el polémico “Estatuto de Seguridad” para combatir al “enemigo interno”. Estas medidas llevaron al exilio forzoso de varios intelectuales, incluido Gabriel García Márquez. 
 
Nidia Quintero, la entonces esposa del presidente Turbay, se había ganado el cariño de los colombianos, incluso antes de llegar a la Casa de Nariño, a través de sus programas sociales y su Fundación Solidaridad por Colombia. Por eso era la llamada a atender el momento más difícil que recuerda de su papel como primera dama, como fue el tsunami que sacudió a Tumaco el 12 de diciembre de 1979. Al terremoto de 7, 9 grados, le siguió un maremoto que devastó gran parte de los caseríos de la costa Pacífica nariñense y caucana.
 
Con las primeras luces del día, doña Nidia viajó a Tumaco y empezó la dolorosa tarea de “recoger niños, muchos de ellos muertos y heridos”, hasta cuando llegaron las noticias que daban cuenta de la desaparición de un caserío llamado San Juan de la Costa. “La gente lloraba y yo lloraba con ellos”. Desde ese momento se apersonó del proceso de reconstrucción que la llevó cada 8 días a visitar este punto remoto sobre el Pacífico, “hasta que me terminaron diciendo mamá Nidia”.
 
Después de 8 meses de trabajo, la Fundación Solidaridad por Colombia abrió una cuenta, con el dinero se compró un terreno adentro de la costa y se creó una nueva población que se llamó Sebastián de Belalcázar y no “Villa Nidia” como ellos deseaban, “ya que no quería dármelas”.
 
El nuevo caserío nació con 156 casas y “el Estado habilitó correo, plantas eléctricas, un centro médico, escuela, telégrafo y casa cural”.
 
La gente de Sebastián de Belalcázar se logró meter en el corazón de “mamá Nidia”, incluso “había momentos en que nos sentábamos en las noches a cantar triples con la gente”. 
Esa circunstancia trágica para el país, la llevó a vivir el momento más feliz de su paso por la Presidencia. 
 
“En los viajes a Tumaco, cada semana, habían niños en el aeropuerto y los invitaba a desayunar. En esas visitas había un niño de 10 años y otro de 8 años. Ellos se la pasaban en el aeropuerto y les decía: ¿qué quieren que les traiga? El más grandecito me sorprendió cuando me dijo: yo quiero que le ayude  a los niños de mi escuela. Lo abracé y le respondí: ¡claro!, vamos a estar con los niños de tu escuela”.
 
Al ver la satisfacción dibujada en los rostros de estos niños, ella les propuso viajar a Bogotá y vivir en la Casa de Nariño. “Yo les dije emocionada, ¿no quisieran estudiar y vivir conmigo?, y el mayor respondió que sí”.
 
Ahora necesitaba el permiso de los padres, “por eso les pedí que fueran al aeropuerto. Uno llegó con la mamá y los otros con sus dos papás. Les dije a ellos: quisiera ayudarles y si ustedes les parece, los llevo a vivir a Palacio y los pongo a estudiar”.
 

“Me traje a Bogotá a los dos niños, les hice arreglar una alcoba en la casa privada y ahí cerca les hice una habitación. Hablé con los militares de la Guardia Presidencial y les di una orden: yo quiero que estos niños sean organizados y cuidadosos, y quiero que ustedes se encarguen de que hagan lo correcto”. Los juegos con los niños de Tumaco incluían paseos en moto a lo largo de la Plaza de Bolívar.
 
Doña Nidia los matriculó en un colegio del centro y los niños cambiaron los juegos de balón en la arenosa costa, por las travesuras palaciegas. “Los niños corrían como Pedro por su casa en Palacio”.
 
El despacho de la primera dama era el escritorio para hacer las tareas y los funcionarios de la primera dama fungían como improvisados profesores.
 
En los consejos de ministros todos preguntaban por los niños y el presidente Turbay les respondía con gracia: “Son los hermanitos de Diana”. 
 
Pero al poco tiempo empezaron los problemas. “El más pequeño era insoportable ya que se robaba cosas, entonces le pedí al padre Javier de Nicoló que se quedara con el pequeño y yo  asumí el cuidado del grande. El menor alcanzó a estar un año más con el padre hasta que lo devolvieron a Tumaco”.
 
El mayor estuvo viviendo en la casa presidencial hasta terminar el gobierno de Turbay y luego “lo mandamos a Tumaco, pero yo le seguía pagando el colegio para que terminara su bachillerato. Al terminar el bachillerato me llamó y me dijo: “Mamá Nidia quiero estudiar en la universidad. En el centro me lo recibieron en una pensión y la Fundación Solidaridad le pagó la universidad. El muchacho regresó a Cali y allí se casó”.  
 
Pasados unos años, Doña Nidia viajó a Pasto como parte de los programas de ayuda de su fundación y al llegar al aeropuerto el entonces gobernador de Nariño la recibió le dijo: “Puse como secretario a su hijo”. Ella se sorprendió sin saber a qué se refería, cuando al lado del gobernador la esperaba el joven. “El muchachito se botó al piso a besarme y abrazarme, me hizo pasar a la sala de espera y me presentó a su hija y me dijo: le puse Nidia como usted”.  
 
Sobre el otro niño que ayudó, “ese se volvió un sinvergüenza y lo mataron”.
 
Ana Milena Muñoz, 7 de agosto de 1990 al 7 de agosto de 1994
 
Ana Milena Muñoz, acompañó a su esposo, el presidente César Gaviria, como primera dama en momentos en que el país se debatía entre la violencia del narcotráfico, la güerilla y los paramilitares, y la esperanza de paz, en medio de un nuevo tratado político. Pablo Escobar era el enemigo número uno de la sociedad colombiana, luego que estremeciera de la peor forma al país con carros bomba y el asesinato de sus dirigentes más destacados a través de jóvenes sicarios. 
 
Por eso fueron muchos los momentos de profunda tristeza que la acompañaron como primera dama. “Los dolores de cabeza pueden ser variados como la injusticia y calumnia de decir que la plata de Colfuturo era para mí. Pero en este sentido hay hechos complejos y momentos difíciles como la volada de Pablo Escobar de la Catedral, la muerte de Diana Turbay, las bombas de la 93 e ir hablar con las víctimas. En estos momentos de recogimiento, yo le explicaba a los niños la situación que se vivía, tratando de ser un pilar en la familia apoyando”.
 
Pero hay un momento que se quedó en su mente por considerar que las críticas fueron “terribles e injustas”, como fue el día de la entrega de Pablo Escobar, lo que paradójicamente había significado un alivio para el país. Doña Ana Milena compartió con El Espectador su diario personal con las memorias de lo que fueron esos episodios. Estos son algunos apartes de lo que escribió en esos días de turbulencia.

 
“Son las 9 y 30 de la noche.  Pablo Escobar Gaviria se entregó hoy en Medellín a las 5 y 11 de la tarde y hay todo un alboroto por su entrega. El país está contento pero la prensa internacional está terrible y además todo lo distorsiona. Es increíble porque yo creo que  en la entrega de Pablo Escobar hay cosas importantes y la justicia colombiana debe tener una oportunidad. Ahora la prensa es terrible y es injusta, yo creo que Colombia ha hecho un gran esfuerzo en el logro de la paz. Los países que tienen problemas de consumo deben trabajar mirando el problema como un problema multilateral. 
 
Bueno yo he estado con César pero hace un rato me subí para la casa privado. Él ha estado hablando para la prensa nacional y la internacional. De alguna manera, César ha querido presentar y afrontar la prensa, así que ha dado todo tipo de noticias. El gran problema es que la Asamblea Nacional Constituyente hoy aprobó la prohibición de extradición de colombianos al exterior, y han hecho una gran cosa de todo esto.
 
Estoy contenta pero también tengo algo de angustia. Realmente todo está saliendo bien: la Constituyente, el diálogo con la guerrilla en Venezuela, la entrega de Pablo Escobar, pero en el fondo tengo algo de miedo. De todas maneras me siento muy orgullosa de mi marido y de la Presidencia que está realizando, asume los problemas y realmente los resuelve.
 
Los periódicos especialmente El Espectador han estado muy duros y críticos con lo de la entrega de Pablo Escobar. Plantean lo sucedido como una rendición del gobierno en la lucha contra las drogas, y  es duro recibir esas críticas cuando se ha actuado de buena fe y en la búsqueda del bienestar y la paz para el país. Entiende uno que, especialmente a los del El Espectador les duela, pero finalmente hay que buscar una solución de paz en Colombia. Si supusiéramos que Pablo Escobar lo hubieran cogido y que lo hubieran mandado a los Estados Unidos, es casi lo mismo, pues aquí será juzgado de acuerdo a la ley.  Ahora una de las críticas ha sido por su dinero, pero si él estuviera allá (Estados Unidos) sería lo mismo. Lo otro es que va a  continuar manejando el negocio. Si eso sucediera, sería lo mismo aquí que allá. Realmente lo que está gente ha hecho al entregarse es un acto de fe en sus gobernantes y un acto de paz en Colombia. 
 
Son muchos los riesgos, pero tanto seguir en la guerra como para buscar la paz hay que asumir riesgos, nada es gratuito. Me parece injusto lo que pasa, pero eso es parte de la vida. No es fácil todo esto. Lo único importante es que hay un respaldo popular que se siente y lo vivimos en cada una de nuestras salidas al mundo exterior. Las encuestas muestran una popularidad de César Gaviria del 90 por ciento, demasiado, y eso es la que ayuda. Hasta la persona más humilde manifiesta su contento. Ayer un niño se le acercó a César y le dijo: presidente lo felicito por lo que ha hecho por la paz. Eso es quizás lo que compensa las otras cosas que pasan”.
 
Los momentos de felicidad pueden ser muchos para esta exprimera dama. “El periodo de la Presidencia fue una vivencia intensa, por eso hablar de uno solo es difícil”, sin embargo hay instantes que trascendieron y otros que recuerda como esposa y madre. “Un logro como fue la Constituyente, conformar un legado en educación como Colfuturo, una pilatuna de María Paz, el juego de fútbol de Simón en los corredores de Palacio, una visita a una comunidad indígena y unas gracias por el trabajo hecho, son momentos que producen felicidad”.
 
Pero esa visita a las comunidades indígenas de Araracuara, en la selva entre Caquetá y Amazonas, la marcaria por el cariño que encontró en esas horas, la pletórica belleza que despliega el cañón del mismo nombre y el verde intenso en una joya inexplorable. Estos son algunos apartes de su diario narrando esa experiencia.
 
“Acabamos de llegar de un viaje que calificaríamos de maravilloso en Araracuara. Este ha sido un viaje que tenía pendiente desde hace más de una año, y cuando hace una semana Nohra (una amiga) me habló de que una persona del Araracuara había estado conversando con ella sobre las necesidades de las comunidades indígenas, no dude en decirle que el próximo viaje seria a esa región. Fue así como se decidió que el jueves 5 de noviembre viajaríamos. 
 
Tomamos el avión hacia las 7 y 15 de la mañana. Volamos aproximadamente hora y media. Fue un vuelo tranquilo, donde conversamos, leímos poesía de Pessoa, y oímos música.  Llegamos hacia las 9 de la mañana. Nos esperaba una línea de honor encabezada por el mayor que maneja el batallón, luego el capitán Moreno, el comandante de la policía, el cura Luis Alberto Criollo, quien nos invitó; el cacique indígena y unas señoras que no conocíamos.
 
 El mayor nos invitó al campamento y fuimos a conocerlo. Estaba construido todo en madera, incluidos los caminos y las casas. Tenían iglesia, gimnasio, cocina y teatro, era una pequeña ciudad. Otros podrían pensar que era una ciudad de juguete, como las que construimos cuando niños en los patios. Los soldados viven en un mundo ficticio, en un mundo que tienen que construir para poder sobrevivir en un mundo inhóspito en medio de la selva. Nuestra visita de alguna manera alivia la monotonía en la que se ven obligados a vivir. 
 
De ahí salimos a la pista y nos montamos en una camioneta para llegar al ancho y grande río Caquetá. Tomamos una lancha descubierta y navegamos hacia la comunidad indígena. Oímos música mientras navegamos y tuve ese sentimiento sublime que me da la música y la naturaleza, y muy especialmente el río y los árboles verdes de la selva.
 
 Llegamos a la comunidad. Como siempre, cuando se inicia una visita, saludaron con algo de frialdad, sin saber con claridad cuál era la esposa del presidente, la primera dama, la doctora, la señora Ana Milena, que son los nombre que la gente usa. Subimos un barranco y estaba el resto de la comunidad, las mujeres y los niños esperándonos. Allí se encontraban alrededor de una bandera, e iniciamos el programa que tenía como primer punto el himno nacional. Cantamos con gran sentimiento por hacerlo en medio de estos indígenas. 
 
 El programa continuó en la maloca. Allí tenían un puesto especial para mí y para las personas de la comitiva. Iniciamos esta segunda parte con un saludo del cacique que contesté yo, luego una presentación de cada uno de los representantes de las distintas comunidades, y después hubo una presentación de un baile indígena.
 
Seguimos con la presentación de propuestas por parte de cada una de las comunidades, que fueron muy unificadas en torno a un proyecto de educación secundaria que tuviera en cuenta los principios emanados de la Constitución sobre pluralidad,  educación multiétnica y bilingüe, acorde a la cultura. Un proyecto sobre salud que contenga ambas medicinas y el hospital. Programas de Bienestar para los niños, especialmente en el tema de la nutrición, y programas para mujeres. 
 
Todos los temas fueron abordados después por los distintos funcionarios en cada una de las áreas y vendrá una comisión de Bogotá en 15 días para que armen los proyectos y se puedan empezar a tramitar.
 
 Fue una linda visita en la maloca, de manera simple, pero sabía que ellos veían mi llegada como una madre que viene a ver cómo están sus hijos. Fueron expresiones que me llenaban de emoción y de estímulo para seguir en mi tarea. Otro dijo que este era un día inolvidable, que ellos nunca borrarían de su memoria y que sería memorable hasta para los niños que estaban por nacer.
 
Después de despedidas, partimos y tomamos las lanchas y nos dirigimos a Puerto Santander, donde nos esperaban los niños y la gente del pueblo.
 
El recibimiento fue bello. Los niños cantaron el himno nacional y se acercaban a veces a mí. Me regalaron artesanías y pasamos luego por entre los niños que nos tiraban flores, fue muy lindo. Recorrimos el pueblo y luego, después que el padre leyera una carta de la comunidad  y que una indígena leyera otra, hablé yo. La verdad nunca había estado una primera dama en esa región y se sentían felices”. 
 
Jacquie Strouss de Samper, 7 de agosto de 1994 al 7 de agosto de 1998
 
Jacquie Strouss, tuvo que enfrentar el escándalo judicial y político más difícil en la historia de Colombia como fue el proceso 8 mil. Ella se mantuvo estoica al lado de su esposo, Ernesto Samper, en los embates que significó la encarcelación del círculo próximo al presidente y el juicio político en su contra.
 
Son recuerdos dolorosos y muchos de ellos prefiere mantenerlos guardados para sí, sin embargo reconoce que “el momento más difícil fue cuando me llama a declarar el Fiscal Valdivieso por el proceso que se le seguía a mi esposo”. 
 
“Ernesto me decía que tuviera mucha fuerza y que contestara toda la verdad. Esos fueron momentos muy difíciles, pero con mucha fuerza, mucho amor y comprensión lo superamos. Esas son las bases, no solo de una familia presidencial, sino también  lo que mantiene unida una pareja en general. Se requieren unas convicciones férreas frente a lo que hay que hacer y apoyarse mutuamente”.
 
Por eso su principal propósito en esos momentos de polarización nacional, era proteger a sus hijos pequeños, Miguel y Felipe, quienes veían a diario en la televisión el bombardeo de noticias sobre lo que ocurría con su padre y lo que padecían en silencio en la Casa de Nariño, epicentro de la información nacional. 
“Yo creo que lo enfrentamos con fuerza, valentía y unión. Los niños, aunque estaban pequeños comprendían la dimensión de lo que estaba pasando.  Lo que me hacía tomar fortaleza era cuidar a mi familia. Eso no quisiera volverlo a vivir”.
 
El camino pedregoso de la política y la justicia se atravesó también en los intentos de doña Jacquie por dejar un legado como fue la creación del Ministerio de Cultura. Eran momentos en los que Gabriel García Márquez se distanció de Samper, del que guardaba hasta entonces profundos cariños familiares, y empezó a escribir comunicados y a dar declaraciones para que cayera el gobierno.
 

“Ernesto me entregó la iniciativa. Yo la trabajé y la caminé desde la campaña, porque sabía que era una propuesta válida para darle a la cultura una identidad”. Pero los problemas también pasaban por el perturbado Congreso que para entonces, debatía la continuidad o no del presidente. “Nos devolvieron la Ley de la Cultura, a pesar de que con Ramiro Osorio y otra gente se hizo una ley muy extensa”.  Al final, “fue votada y fue aprobada con mucha dificultad después de dos legislaturas”.
 
Una de esas dificultades pasaba por las críticas de Gabo, que era un referente político con peso en el país. “Él no estaba de acuerdo con la creación del Ministerio de Cultura, sino que él quería un Consejo Nacional de las Artes, a la manera de México, donde personas muy destacadas manejaban cada uno de los campos culturales, también se pensaba que el Ministerio se iba a volver otra cuota política. Creo que todo lo que se dijo en contra no salió y al contrario, salieron grandes beneficios como los programas culturales”. 
Al final el presidente Samper decidió no renovar el avión presidencial y “ese presupuesto decidió pasarlos, para generarle recursos al Ministerio de Cultura en el tiempo que quedaba de gobierno”. 
 
Nohra Puyana de Pastrana, 7 de agosto de 1998 al 7 de agosto del 2002
 
Nohra Puyana fue testigo excepcional de los esfuerzos de paz de su esposo, Andrés Pastrana. Por eso es la primera en enterarse de la decisión del presidente de suspender los diálogos de El Caguán con las Farc que llevaron al despeje de 42 mil kilómetros en la llamada “zona de distensión”. Ese fue el momento más triste que recuerda de sus 4 años en la Casa de Nariño.
 
“Desde un comienzo se había puesto toda nuestra esperanza en tener una Colombia en paz. Recuerdo como si fuera ayer, cuando minutos antes de su alocución, Andrés me cuenta que ha tomado la decisión de terminar el proceso por la falta de voluntad de las Farc.  Él sube a la casa privada, reúne a la familia y nos cuenta que ha tomado la decisión. Nos dice que el hecho de haber secuestrado  un avión, que es un delito internacional,  con el presidente de la Comisión de Paz del Senado y varios civiles, es una clara demostración de su poco interés en la paz. Se cambia de camisa y de corbata para hacer la alocución y nos pide que recemos a Dios pidiéndole lo mejor para el país al tener que enfrentar a una decisión tan difícil”. 
 
Las horas posteriores fueron de mucha tensión al interior de la casa presidencial. “Andrés les dio tres horas a las Farc  para retirarse de la “zona de distensión” porque después entraría el ejército por tierra y la Fuerza Aérea iniciaría bombardeos a la media noche. Fue una noche en que Andrés no durmió porque estaba pendiente minuto a minuto de la operación militar de recuperación de la zona. Vale la pena recordar que dos días después, él ya estaba en el Batallón Cazadores. Si se hubiese firmado la paz en ese momento, cuántas  muertes, secuestros y  atentados se hubieran evitado en el país”.
 

También en la memoria de Doña Nohra está el recuerdo doloroso del terremoto del Eje Cafetero, el 25 de enero de 1999. Hacia la una de la tarde el temblor de 6.4 grados Ritcher estremeció a los departamentos de Quindío,  Risaralda y Caldas, aunque se sintió en gran parte de la región andina. Casi 2 mil personas, especialmente en Quindío perdieron la vida. Ese hecho trágico se convirtió en una oportunidad para reconstruir, no solo las viviendas, sino la vida de muchos damnificados. 
 
“Estábamos en Bogotá trabajando esa tarde porque Andrés viajaba a Davos para asistir al Foro Económico Mundial cuando de repente vimos en el despacho las lámparas moviéndose de un lado al otro e inmediatamente dijimos: "Ha temblado fuertemente en algún lugar de Colombia.  La primera información obtenida era que había sido en Pereira. Andrés canceló su viaje a Suiza y viajó inmediatamente a Pereira, pero al llegar le comentaron  que los mayores daños habían sido en Armenia.  En el momento que llegaba a Armenia, vio cómo durante la segunda réplica se desploma el edificio de la Gobernación”.
 
De inmediato doña Nohra empieza las acciones para repartir ayudas humanitarias. “Montamos en Corferias un operativo para recolección de alimentos no perecederos. Necesitábamos mercados, agua, frazadas, ropa, elementos de aseo e higiene personal, leche en polvo, alimentos para bebés, pañales, palas, picas, en fin, un sinnúmero de cosas que en ese momento se necesitaron”.
Pero la urgencia era también garantizar que los niños empezaran las clases, a pesar de los colapsos de gran parte de las escuelas y colegios. Por eso su despacho creó un “plan padrino” para reconstruir las instalaciones. 
 
“En febrero cuando las clases escolares comenzaban, empezamos a pedir donación de kits escolares, pues de  490 establecimientos educativos, el 80 por ciento tuvieron que ser demolidos y 110 mil niños se vieron obligados a reiniciar sus actividades escolares en carpas y construcciones temporales. Ante esta calamidad, se suman la empresa privada, los donantes nacionales e internacionales, quienes se movilizaron  rápidamente aportando recursos para la reconstrucción y dotación de la infraestructura”.
 
Durante ese tiempo nació el Fondo para la Reconstrucción del Eje Cafetero (Forec) que fue elogiado internacionalmente. 
 
“Creo que la mayor satisfacción que tuve durante esa etapa de mi vida, fue la de dedicar gran parte de mi tiempo en la reconstrucción. En solo tres años de esfuerzos incansables, por parte de todos los que participamos en esa enorme tarea, la totalidad de los municipios afectados fueron dotados de escuelas, hospitales, colegios, iglesias y viviendas para los damnificados y hay un detalle que no olvidaré nunca, porque conmovió todas las fibras de mi corazón. Poco antes de dejar la Presidencia, Andrés y yo fuimos a Armenia. Una multitud nos recibió con gritos de agradecimiento, y pancartas que decían: “Armenia tuvo terremoto, pero también tuvo presidente”. Y “Tuvimos papá y mamá”. 
 

Por Alejandro Villegas / Especial para El Espectador

 

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