Los rostros juveniles de la derecha
El Espectador contactó a tres grupos con diferentes matices de radicalismo político que existen hoy en Colombia.
Redacción Política
“La juventud dejó de ser tan poeta y está poniendo los pies en la tierra. Sabe que si no hay seguridad y orden, tampoco hay trabajo”. Como Jonhatan Delgado, vocero del movimiento Juventudes Alzatistas Conservadoras, piensan cada vez más jóvenes colombianos de los que proliferan en las recientes movilizaciones sociales y grupos de Facebook. Unos reconocen con altivez que son de derecha, otros tantos se autodenominan de derecha radical, pero otro sector se cree independiente de las tendencias políticas.
Tienen entre 15 y 30 años de edad. Comulgan con las costumbres religiosas —en su mayoría católicas—, creen en la familia, en los valores, en el orden y en las Fuerzas Militares. Unos prefieren traje y corbata, otros jeans y camisetas, como cualquier estudiante.
A los del grupo de la inmaculada corbata pertenecen los Jóvenes Alzatistas. Su vocero, Jonhatan Delgado, es serio y contundente como sus respuestas: “No a la eutanasia, no al aborto, no al matrimonio entre homosexuales; sí a la integridad de la familia, sí a la protección de la propiedad”, dice con firmeza.
Su pensamiento hace honor a un movimiento concebido en 2003, en cabeza de Andrés Felipe Díaz, un estudiante de la Universidad Militar. En ese entonces, el Partido Conservador vivía una intensa actividad de cara a la elecciones de autoridades regionales y los ‘alzatistas’ surgieron como una opción radical independiente de derecha, “cansados por la falta de contundencia” del partido más tradicionalista del país.
Hoy, sin tener nada que ver con la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, dicen seguir los lineamientos del líder conservador de los años 40, brillante orador, admirador del dictador italiano Benito Mussolini, opositor de Laureano Gómez y de quien dicen que si no hubiese sido por su repentina muerte, habría sido presidente de Colombia.
La institucionalidad del Estado, la ley y el orden natural son prioridades innegociables para el movimiento de los jóvenes alzatistas. Delgado dice que no están para conciliar, sino para fijar posiciones. Y aceptarlo abiertamente, con todo y los problemas que eso pueda acarrear con gente de otras ideologías, “no importa”, porque sencillamente “los principios no se concilian”.
Y otra cosa: está convencido de que la juventud se está conservatizando: “Tras 60 años de recibir los martirios de la revolución mamerta de este país, la juventud despertó”, agrega. Para él, las cifras son dicientes: el año pasado tenían 70 integrantes y hoy son 700.
Delgado tiene 29 años y piensa también que cada causa tiene una justificación. Por ejemplo, con respecto a la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 en 1985, dice que “sin toma, no hay retoma”, en defensa de la acción militar del Estado. Y sobre el escándalo de los llamados “falsos positivos” que recientemente escandalizaron el país, asevera: “Mientras un juez no lo diga, no existen”.
En defensa de Plazas Vega
Muy parecido a los alzatistas piensa Vanguardia Nacional, un movimiento presente en Bogotá, Cali, Medellín, Santander y Boyacá. En las recientes marchas contra las Farc y el presidente venezolano Hugo Chávez, fueron los que enarbolaron banderas negras que llevan un hacha rojinegra en la mitad como su símbolo de lucha.
Su líder es Fernando Aizgorri, el mismo que en los años 60 participó en el movimiento Nuevo Orden, integrado en su mayoría por jóvenes universitarios con énfasis en la defensa del Estado y las Fuerzas Militares. No obstante, ante la presión de la izquierda, Aizgorri se vio obligado a salir del país.
Estando en el exterior fue contactado desde Colombia por Armando Valenzuela, uno de los fundadores del desaparecido movimiento Morena (Movimiento de Restauración Nacional) —fundado por un grupo de dirigentes políticos de Puerto Boyacá para combatir políticamente a la guerrilla—, quien lo invitó a participar en el proyecto de Vanguardia Nacional y otros movimientos “de defensa nacional”, según asegura Eduardo Romano, uno de los actuales voceros del movimiento.
Se trata de un politólogo que viste de jeans, prevenido, cortante y calculador en sus respuestas. Dice que por su tendencia política las amenazas son constantes y excusa su predisposición con que no quiere que le “cuelguen una lápida al cuello”.
Vanguardia Nacional no es de derecha ni de izquierda, dice Romano con absoluto convencimiento. Del candidato del Polo Gustavo Petro piensa que “está campante como aspirante presidencial, mientras la gente olvida que fue un guerrillero y un criminal”. A Alfonso Plazas Vega —acusado de desaparición forzada de varias personas en la retoma del Palacio de Justicia en noviembre de 1985— lo cataloga como un “preso político”.
Su caso se convirtió en una causa del movimiento, convencidos de que por ningún motivo un militar puede ser juzgado por un civil: “Después de estudiar la situación concluimos que no hay una real prueba para las acusaciones contra el general. Incluso la Procuraduría pidió su libertad. Plazas Vega cometió el error de decir: ‘A defender la democracia, maestro’. Pero evidentemente es víctima de una injusticia”, recalca.
A pesar de sus ideas, el joven insiste en que no es de derecha, tendencia política que concibe como la que le da prioridad al mercado, convierte la vida en algo material, le pone un precio a la educación y pasa por encima de los principios y de las sociedades. Reitera también que no es uribista, aunque dice que “prefiere a Uribe, otra vez, a que suba al poder alguien de izquierda. De lo peor, lo mejor”.
Con la donación de $5.000 por militante, el grupo difunde en las universidades los postulados que llevan consignados en sus símbolos: “Estamos en guerra moral, física y psicológica, porque los valores están siendo pisoteados. La familia y la libertad se encuentran amenazadas”.
Básicamente tienen dos métodos de trabajo: las concentraciones y la presión a través de demandas y tutelas con los casos que consideran injustos. Claro que contra un sector de la Rama Judicial también tienen sus reparos. Concretamente, a la Corte Suprema, Romano la describe como “el obstáculo más grande para que realmente funcione la democracia en este país”.
Lo cierto es que la acogida de su polémica y radical propuesta va ganando adeptos. Según el joven politólogo, tienen 120 militantes en las universidades, pero en las movilizaciones los acompañan unas 600 personas sólo en Bogotá. Eso sí, los seguidores de estas ideas deben cumplir ciertos requisitos: “tener valores, no consumir drogas y no abusar del alcohol”.
Generaciones azules
Al preguntarles a los jóvenes de Nuevas Generaciones —los únicos que cuentan con el respaldo del Partido Conservador— cuáles son sus principios, no suenan nada distinto a los ya mencionados: “Respetar la familia, las leyes y el orden”.
Claro que Juan Pablo Tovar, su secretario, dice que a diferencia de otros, su grupo sí busca canales de comunicación con otros movimientos: “Algunos sectores manejan posiciones demasiado radicales y llevar las cosas al extremo puede ser perjudicial”, afirma.
Tovar estudió en un colegio del Opus Dei y toda su familia es conservadora. Hoy, como profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales, cree que lo que está sucediendo en el país tiene una explicación geopolítica: “Es una reacción contra los gobiernos de izquierda y la intromisión de otros en nuestro asuntos internos. Ha sido una reacción al ver que los partidos de izquierda mantienen un concubinato con los de la izquierda de afuera”.
Nuevas Generaciones surgió en el año 2000, pero se formalizó en los estatutos del Partido Conservador en mayo de 2009, para “promover y garantizar la activa participación política de los jóvenes”, que por primera vez ocuparon cuatro puestos en la Dirección Nacional con sus respectivos suplentes. La acogida ha sido tal que de 6.000 integrantes el año pasado, pasaron a 11.000 en los últimos meses.
La polémica de “Azul Clarito”
En medio de la defensa de las tradiciones de estas nuevas tendencias, nació en Facebook un grupo denominado “Azul Clarito”. Un movimiento gay que dice ser conservador.
Jorge Leyva —el hijo del dirigente conservador Álvaro Leyva—, quien le ha propuesto al partido “ponerse al día ideológicamente y que no se quede atrapado en el tiempo”, recibió un mensaje de “Azul Clarito” en el que le pedían apoyo; sin embargo, la noticia escandalizó a los dirigentes del conservatismo, quienes consideraron lo ocurrido como una burla.
“La juventud dejó de ser tan poeta y está poniendo los pies en la tierra. Sabe que si no hay seguridad y orden, tampoco hay trabajo”. Como Jonhatan Delgado, vocero del movimiento Juventudes Alzatistas Conservadoras, piensan cada vez más jóvenes colombianos de los que proliferan en las recientes movilizaciones sociales y grupos de Facebook. Unos reconocen con altivez que son de derecha, otros tantos se autodenominan de derecha radical, pero otro sector se cree independiente de las tendencias políticas.
Tienen entre 15 y 30 años de edad. Comulgan con las costumbres religiosas —en su mayoría católicas—, creen en la familia, en los valores, en el orden y en las Fuerzas Militares. Unos prefieren traje y corbata, otros jeans y camisetas, como cualquier estudiante.
A los del grupo de la inmaculada corbata pertenecen los Jóvenes Alzatistas. Su vocero, Jonhatan Delgado, es serio y contundente como sus respuestas: “No a la eutanasia, no al aborto, no al matrimonio entre homosexuales; sí a la integridad de la familia, sí a la protección de la propiedad”, dice con firmeza.
Su pensamiento hace honor a un movimiento concebido en 2003, en cabeza de Andrés Felipe Díaz, un estudiante de la Universidad Militar. En ese entonces, el Partido Conservador vivía una intensa actividad de cara a la elecciones de autoridades regionales y los ‘alzatistas’ surgieron como una opción radical independiente de derecha, “cansados por la falta de contundencia” del partido más tradicionalista del país.
Hoy, sin tener nada que ver con la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, dicen seguir los lineamientos del líder conservador de los años 40, brillante orador, admirador del dictador italiano Benito Mussolini, opositor de Laureano Gómez y de quien dicen que si no hubiese sido por su repentina muerte, habría sido presidente de Colombia.
La institucionalidad del Estado, la ley y el orden natural son prioridades innegociables para el movimiento de los jóvenes alzatistas. Delgado dice que no están para conciliar, sino para fijar posiciones. Y aceptarlo abiertamente, con todo y los problemas que eso pueda acarrear con gente de otras ideologías, “no importa”, porque sencillamente “los principios no se concilian”.
Y otra cosa: está convencido de que la juventud se está conservatizando: “Tras 60 años de recibir los martirios de la revolución mamerta de este país, la juventud despertó”, agrega. Para él, las cifras son dicientes: el año pasado tenían 70 integrantes y hoy son 700.
Delgado tiene 29 años y piensa también que cada causa tiene una justificación. Por ejemplo, con respecto a la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 en 1985, dice que “sin toma, no hay retoma”, en defensa de la acción militar del Estado. Y sobre el escándalo de los llamados “falsos positivos” que recientemente escandalizaron el país, asevera: “Mientras un juez no lo diga, no existen”.
En defensa de Plazas Vega
Muy parecido a los alzatistas piensa Vanguardia Nacional, un movimiento presente en Bogotá, Cali, Medellín, Santander y Boyacá. En las recientes marchas contra las Farc y el presidente venezolano Hugo Chávez, fueron los que enarbolaron banderas negras que llevan un hacha rojinegra en la mitad como su símbolo de lucha.
Su líder es Fernando Aizgorri, el mismo que en los años 60 participó en el movimiento Nuevo Orden, integrado en su mayoría por jóvenes universitarios con énfasis en la defensa del Estado y las Fuerzas Militares. No obstante, ante la presión de la izquierda, Aizgorri se vio obligado a salir del país.
Estando en el exterior fue contactado desde Colombia por Armando Valenzuela, uno de los fundadores del desaparecido movimiento Morena (Movimiento de Restauración Nacional) —fundado por un grupo de dirigentes políticos de Puerto Boyacá para combatir políticamente a la guerrilla—, quien lo invitó a participar en el proyecto de Vanguardia Nacional y otros movimientos “de defensa nacional”, según asegura Eduardo Romano, uno de los actuales voceros del movimiento.
Se trata de un politólogo que viste de jeans, prevenido, cortante y calculador en sus respuestas. Dice que por su tendencia política las amenazas son constantes y excusa su predisposición con que no quiere que le “cuelguen una lápida al cuello”.
Vanguardia Nacional no es de derecha ni de izquierda, dice Romano con absoluto convencimiento. Del candidato del Polo Gustavo Petro piensa que “está campante como aspirante presidencial, mientras la gente olvida que fue un guerrillero y un criminal”. A Alfonso Plazas Vega —acusado de desaparición forzada de varias personas en la retoma del Palacio de Justicia en noviembre de 1985— lo cataloga como un “preso político”.
Su caso se convirtió en una causa del movimiento, convencidos de que por ningún motivo un militar puede ser juzgado por un civil: “Después de estudiar la situación concluimos que no hay una real prueba para las acusaciones contra el general. Incluso la Procuraduría pidió su libertad. Plazas Vega cometió el error de decir: ‘A defender la democracia, maestro’. Pero evidentemente es víctima de una injusticia”, recalca.
A pesar de sus ideas, el joven insiste en que no es de derecha, tendencia política que concibe como la que le da prioridad al mercado, convierte la vida en algo material, le pone un precio a la educación y pasa por encima de los principios y de las sociedades. Reitera también que no es uribista, aunque dice que “prefiere a Uribe, otra vez, a que suba al poder alguien de izquierda. De lo peor, lo mejor”.
Con la donación de $5.000 por militante, el grupo difunde en las universidades los postulados que llevan consignados en sus símbolos: “Estamos en guerra moral, física y psicológica, porque los valores están siendo pisoteados. La familia y la libertad se encuentran amenazadas”.
Básicamente tienen dos métodos de trabajo: las concentraciones y la presión a través de demandas y tutelas con los casos que consideran injustos. Claro que contra un sector de la Rama Judicial también tienen sus reparos. Concretamente, a la Corte Suprema, Romano la describe como “el obstáculo más grande para que realmente funcione la democracia en este país”.
Lo cierto es que la acogida de su polémica y radical propuesta va ganando adeptos. Según el joven politólogo, tienen 120 militantes en las universidades, pero en las movilizaciones los acompañan unas 600 personas sólo en Bogotá. Eso sí, los seguidores de estas ideas deben cumplir ciertos requisitos: “tener valores, no consumir drogas y no abusar del alcohol”.
Generaciones azules
Al preguntarles a los jóvenes de Nuevas Generaciones —los únicos que cuentan con el respaldo del Partido Conservador— cuáles son sus principios, no suenan nada distinto a los ya mencionados: “Respetar la familia, las leyes y el orden”.
Claro que Juan Pablo Tovar, su secretario, dice que a diferencia de otros, su grupo sí busca canales de comunicación con otros movimientos: “Algunos sectores manejan posiciones demasiado radicales y llevar las cosas al extremo puede ser perjudicial”, afirma.
Tovar estudió en un colegio del Opus Dei y toda su familia es conservadora. Hoy, como profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales, cree que lo que está sucediendo en el país tiene una explicación geopolítica: “Es una reacción contra los gobiernos de izquierda y la intromisión de otros en nuestro asuntos internos. Ha sido una reacción al ver que los partidos de izquierda mantienen un concubinato con los de la izquierda de afuera”.
Nuevas Generaciones surgió en el año 2000, pero se formalizó en los estatutos del Partido Conservador en mayo de 2009, para “promover y garantizar la activa participación política de los jóvenes”, que por primera vez ocuparon cuatro puestos en la Dirección Nacional con sus respectivos suplentes. La acogida ha sido tal que de 6.000 integrantes el año pasado, pasaron a 11.000 en los últimos meses.
La polémica de “Azul Clarito”
En medio de la defensa de las tradiciones de estas nuevas tendencias, nació en Facebook un grupo denominado “Azul Clarito”. Un movimiento gay que dice ser conservador.
Jorge Leyva —el hijo del dirigente conservador Álvaro Leyva—, quien le ha propuesto al partido “ponerse al día ideológicamente y que no se quede atrapado en el tiempo”, recibió un mensaje de “Azul Clarito” en el que le pedían apoyo; sin embargo, la noticia escandalizó a los dirigentes del conservatismo, quienes consideraron lo ocurrido como una burla.