“Manipulación y uso político de Bolívar”, denuncia directora de la Academia Nacional de Historia de Venezuela
Inés Quintero Montiel visitó Colombia para asistir a actos de celebración del Bicentenario del Congreso de Angostura. Intelectual respetada en su país y en otros de la región latinoamericana, la doctora Quintero rechaza el uso político del nombre de Bolívar, tanto en su país como en Colombia, y el intento de acomodar los relatos del pasado a los intereses ideológicos de los gobiernos del presente.
Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador
Además de ser dos veces directora de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, usted fue aceptada como miembro de la Academia Mexicana después de la presentación de uno de sus libros de investigación cuyo título llama la atención: “La historia al servicio del poder. Venezuela, de República a Bolivariana”. ¿A qué se refiere cuando menciona “la historia al servicio del poder”?
Mi ingreso como académica corresponsal a la Academia Mexicana de la Historia ocurrió hace un año, en el mes de febrero de 2018. Se trata de una distinción que se hace a historiadores que no son mexicanos. Mi discurso de ingreso se centró en el estudio crítico del proceso que condujo al cambio de nombre de mi país por el de República Bolivariana de Venezuela. El propósito de ese estudio era explicar de qué manera la figura de Simón Bolívar fue utilizada políticamente por el presidente Hugo Chávez para justificar la ruptura histórica que se iniciaba con la que denominó “Revolución bolivariana”.
Justamente, le iba a pedir su concepto sobre el uso del nombre, la figura y la historia del Libertador, Simón Bolívar, en Venezuela y en Colombia, según los grupos políticos dominantes en ambas naciones.
La figura de Bolívar ha sido utilizada en Venezuela y en Colombia con los más diversos sentidos, tanto en el pasado como en los tiempos actuales. Se trata de una práctica que ha sido estudiada por los historiadores de los dos países y en la cual se evidencia la manipulación y el uso político que se le ha dado a Bolívar para justificar las más disímiles y contrarias posiciones: desde su incorporación como figura tutelar de los conservadores colombianos, pasando por su instrumentalización para justificar la dictadura del venezolano Juan Vicente Gómez por los positivistas de mi país, hasta su idealización por las izquierdas de las dos naciones con el objeto de convertirlo en referente de la “revolución”. En todos los casos se trata de un ejercicio caracterizado por el uso anacrónico de sus postulados para ponerlos al servicio de causas políticas que no tienen ninguna relación con las circunstancias históricas de su tiempo.
Entonces, ¿la denominada República Bolivariana de Venezuela debe recuperar el nombre de República de Venezuela, el cual, irónicamente, fue adoptado por un dictador, Marcos Pérez Jiménez, en 1953, hasta cuando Chávez lo modificó en 1999?
El nombre República de Venezuela se estableció, efectivamente, en 1953, y se mantuvo después de la caída de la dictadura de Jiménez porque no tenía connotación política. Hay una diferencia sustancial entre el título que se limita a nominar el país y el calificativo “bolivariana” porque adjetiva el nombre. No solo es un anacronismo, reitero, sino que fuerza una etiqueta para que sea adoptada por todos los venezolanos. También desconoce otros personajes y situaciones importantes de nuestra historia. El único referente de nuestro pasado no es solo el que remite a Simón Bolívar.
También en Colombia, diferentes grupos políticos legales e ilegales han utilizado la imagen de Bolívar con diversos fines. ¿Cree que también ha sido desfigurada aquí?
Recuerdo un trabajo muy bueno del profesor Jorge Orlando Melo sobre el uso de la figura de Bolívar en la historiografía colombiana. Leyéndolo se concluye que no ha sido tan extendida como en Venezuela, en donde ha tenido una connotación mucho más profunda. Melo relata cómo Bolívar ha sido invocado, en Colombia, por el Partido Conservador y también, cómo en años más recientes, el uso de su nombre se ha ampliado a corrientes de izquierda que transformaron el pensamiento bolivariano en orientador de movimientos revolucionarios. Pero, reitero, su instrumentalización política no ha tenido la intensidad que se ha visto en Venezuela.
A un historiador le corresponde analizar los acontecimientos de un país desde un punto de vista diferente al de los políticos. Pero en los tiempos que corren en los dos países, las funciones del primero parecen estar confundiéndose con las del segundo. ¿Historiadores y políticos deben guardar distancia en sus tareas o estas pueden confluir según los intereses de coyuntura?
Los límites entre política e historia son frágiles, pero existen. Les corresponde a los historiadores estar atentos al uso y abuso que se hace de la historia por parte de los políticos. De manera muy especial, deben estar advertidos de los peligros que entraña que sus ideas y convicciones políticas condicionen su análisis sobre el pasado o, peor aún, que su trabajo como historiadores esté sujeto a las solicitaciones del poder. Si ceden a ellas, dejan de ser historiadores para convertirse en militantes o propagandistas, una función totalmente ajena a la perspectiva crítica y plural que exige el ejercicio historiográfico.
¿Ha ocurrido en Venezuela que algunos intelectuales, profesores o académicos de historia se hayan puesto al servicio de la causa política del chavismo, por ejemplo, y que hayan intentado, con ese impulso gubernamental, cambiar la verdad histórica?
Efectivamente. Hay un grupo de historiadores que integran una entidad creada por el Gobierno: el Centro Nacional de Historia. Ellos han sido los voceros del discurso oficial, como seguramente ha habido otros académicos que han tomado partido en contra del Gobierno. Pero la diferencia entre unos y otros es que la posición de los primeros se soporta en interpretaciones amañadas del pasado. La de los segundos nace de su visión crítica sobre el momento presente (sin incidencia en su trabajo profesional).
En Colombia hay un debate alrededor del papel y la dirección del Centro de Memoria Histórica, una nueva institución que nació con el proceso de paz y cuyo fin es recuperar el material escrito u oral de las víctimas de la guerra: el actual partido de Gobierno, y este mismo, de posición contraria al Acuerdo, pretenden convertir ese centro en una herramienta política, empezando por negar la existencia del conflicto armado. En general, ¿qué opina de la instrumentalización de la historia con fines ideológicos?
En Venezuela, la instrumentalización de la historia con fines políticos se ha visto exacerbada en los últimos años, al punto no solo de cambiarle el nombre al país sino de crear el Centro Nacional de Historia (2007), que le acabo de mencionar, cuya función ha sido elaborar un discurso que se ajuste a los propósitos políticos del Gobierno. El problema es que cada vez resulta más complicado pretender uniformar o elaborar una narrativa única sobre el pasado. Mucho menos si se hace desde el Estado, con el fin de establecer una historia uniforme y monolítica, todo lo contrario de la amplitud de miradas que demanda la práctica historiográfica.
Aunque solo alude a Venezuela, su respuesta se aplica a los dos países. La pretensión de instrumentalizar la historia parece ser común a las manifestaciones políticas del extremismo. ¿Se puede afirmar que tanto la extrema izquierda como la extrema derecha irrespetan la historia cuando la ponen al servicio de intereses subalternos?
Ni siquiera es necesaria la calidad del extremismo: desde cualquier posición política que sea, el uso de la historia con fines ideológicos desvirtúa la perspectiva profesional e investigativa que deben tener sus análisis para cumplir sus fines.
Según una frase repetida muchas veces, la historia la cuentan —como les interese— los vencedores de las guerras, físicas o políticas. Tal afirmación implica que la narración histórica no es objetiva sino que la verdad “verdadera” se rinde ante el poder dominante. ¿Esto es cierto o falso?
Como bien dice usted, se trata de un lugar común que se ha repetido hasta la saciedad. Sin embargo, el fortalecimiento y la extensión de la historiografía profesional han dejado atrás esa premisa en la medida en que su objeto no es justificar, reivindicar o condenar hechos, procesos o personajes del pasado sino analizarlos, explicarlos y comprenderlos. Siempre resulta útil, en este sentido, recordar al historiador francés Marc Bloch (1886-1946), quien sostenía que “el historiador debe poseer la pasión de comprender, lo que implica que renuncia, tanto como sea posible, al juicio de valor”.
La presión política venezolana ha derivado en censura a las libertades de expresión y pensamiento. ¿Esta situación ha afectado a los miembros de la Academia Nacional de Historia?
El problema no es tanto que haya una pretensión de imponerse sobre el pensamiento libre: nosotros seguimos trabajando y produciendo investigaciones. Pero hay limitaciones de orden práctico, por ejemplo, en materia de presupuesto para viajes, publicación de obras, difusión de trabajos de investigación. Sin embargo, nos las ingeniamos utilizando recursos electrónicos y otros mecanismos, dentro y fuera del país, para divulgar lo que producimos.
Entonces, ¿cómo han sido afectadas las instituciones académicas y científicas como la suya con la situación de Venezuela?
El impacto de la crisis política en mi país ha tenido un efecto dramático, no solo en el campo de la historia, sino, en general, en la investigación científica; un aspecto esencial ha sido, como le contaba antes, el que deriva de las fuertes restricciones presupuestarias que se han impuesto, especialmente, a las instituciones que han mantenido independencia de criterios. No obstante, los historiadores hemos seguido investigando y produciendo a pesar del cerco económico y del intento sostenido de promover una lectura única sobre el pasado.
¿Cómo ha hecho la Academia Nacional de Historia para mantenerse al margen de la convulsión política? ¿O interviene?
La academia no ha sido indiferente ante la realidad venezolana en el pasado ni tampoco en el presente, especialmente en cuanto a la protección de la institucionalidad republicana y la defensa de la Constitución y el Estado de derecho. En este sentido, sigue manteniendo una actitud vigilante y responsable frente a la coyuntura actual, con el fin de contribuir y apoyar los mecanismos que permitan una solución pacífica.
Ahora, cuando los gobiernos de Colombia y Venezuela se encuentran prácticamente en pie de guerra, es pertinente recordar que en los años 80 y 90 hubo una masiva migración colombiana hacia su país. Y que ahora se da el fenómeno a la inversa: migración venezolana hacia Colombia. ¿Derivará la situación política en mayor tensión de los pueblos o en más acercamiento?
Venezuela fue históricamente un país receptor de inmigrantes, entre los cuales tuvieron un importante peso los colombianos. La emigración venezolana actual es, por tanto, un hecho inédito. Para nadie es desconocido que lo que ha ocurrido en estos últimos años obedece a la crítica situación que vive nuestro país y, naturalmente, los vecinos son los que reciben el mayor impacto. Se trata de un proceso que, por su velocidad y magnitud, está apenas siendo estudiado con mucha preocupación y frente al cual corresponde ofrecer respuestas serias.
En la actualidad, ¿en qué consiste el intercambio de investigaciones y trabajos académicos entre Colombia y Venezuela?
Historiadores y profesionales de otras disciplinas mantenemos contacto permanente en las dos naciones. Por ejemplo, varios académicos venezolanos participaremos en el XIX Congreso Colombiano de Historia, que se celebrará en octubre, en el marco de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia.
¿Cuáles proyectos concretos adelantan conjuntamente las dos academias de historia en estos tiempos turbulentos?
Desde hace varios años existe una estrecha relación entre ambas academias y seguimos trabajando aliadas, en especial durante estos años de conmemoraciones tan relevantes como las que atañen a los bicentenarios de un proceso que nos vincula históricamente. No veo turbulencias en este esfuerzo sino todo lo contrario. Tenemos por delante la preparación de actividades conjuntas por la conmemoración de la Batalla de Boyacá, la sanción de la Ley Fundamental de Colombia, el bicentenario del Congreso de Cúcuta y mucho más.
“Chávez bajó a Bolívar de las estatuas”: Maduro
Cuando en la mañana del viernes pasado, 15 de febrero, la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez y la directora de la Academia Nacional de Historia de Venezuela, Inés Quintero, presidían uno de los actos de conmemoración del bicentenario del Congreso de Angostura acompañadas del Batallón Guardia Presidencial, en Bogotá, el presidente Nicolás Maduro realizaba un acto similar en su país, también en memoria de los héroes de la Independencia con toda la pompa del caso, seguido por su vicepresidenta Delcy Rodríguez, su esposa Cilia Flórez, varios ministros y la cúpula militar. En un discurso de más de una hora en que aludió, con símbolos históricos, a la grave crisis que enfrenta su gobierno, rememoró el nombre del libertador Simón Bolívar y lo unió al de Hugo Chávez en un intento de ligar las luchas independentistas con su batalla del presente. Precisamente, acudió al uso político de la historia que rechaza, en la entrevista de estas páginas, la doctora Inés Quintero, destacada académica de su país. Las palabras de Maduro no podían ser más ideologizadas: “Recuerdo a nuestro comandante supremo Hugo Chávez que fue el que trajo a Bolívar, lo bajó de las estatuas y lo convirtió en pueblo libertador. Honor y gloria a nuestro comandante Hugo Chávez, el más grande bolivariano de 200 años en estas tierras”.
Dos veces directora de la Academia de Historia de Venezuela
¿Cuántas mujeres han sido miembros de la academia venezolana de historia y cuántas la han dirigido?
Desde su fundación, en 1888, no hubo ninguna mujer miembro de la Academia hasta 1940, cuando fue incorporada, como numeraria, la señora Lucila Luciani de Pérez Díaz. Transcurrieron varias décadas hasta el año 1978, cuando fue nombrada Individuo de Número Ermila Troconis de Veracoechea quien, además, fue la primera mujer en presidir la Academia entre los años 2003 y 2007. En la actualidad seis historiadoras hacemos parte de la corporación y me ha correspondido ser la segunda mujer en ocupar la dirección.
También ha dirigido la academia dos veces ¿Es la primera mujer repitente en ese cargo, en la historia de esa institución?
No. Ermila Troconis también dirigió la corporación durante dos periodos. Es usual que haya reelección si todo marcha bien, pero por una vez. Yo concluyo mi segundo periodo hacia mitad de este año.
¿Algún historiador de peso intelectual en Venezuela, ha tenido que abandonar el país e instalarse en otro por la presión política contra su trabajo científico?
No. No hay historiadores que hayan tenido que salir de Venezuela por razón de su producción intelectual. Eso sí ha ocurrido, en cambio, con periodistas y políticos.
Además de ser dos veces directora de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, usted fue aceptada como miembro de la Academia Mexicana después de la presentación de uno de sus libros de investigación cuyo título llama la atención: “La historia al servicio del poder. Venezuela, de República a Bolivariana”. ¿A qué se refiere cuando menciona “la historia al servicio del poder”?
Mi ingreso como académica corresponsal a la Academia Mexicana de la Historia ocurrió hace un año, en el mes de febrero de 2018. Se trata de una distinción que se hace a historiadores que no son mexicanos. Mi discurso de ingreso se centró en el estudio crítico del proceso que condujo al cambio de nombre de mi país por el de República Bolivariana de Venezuela. El propósito de ese estudio era explicar de qué manera la figura de Simón Bolívar fue utilizada políticamente por el presidente Hugo Chávez para justificar la ruptura histórica que se iniciaba con la que denominó “Revolución bolivariana”.
Justamente, le iba a pedir su concepto sobre el uso del nombre, la figura y la historia del Libertador, Simón Bolívar, en Venezuela y en Colombia, según los grupos políticos dominantes en ambas naciones.
La figura de Bolívar ha sido utilizada en Venezuela y en Colombia con los más diversos sentidos, tanto en el pasado como en los tiempos actuales. Se trata de una práctica que ha sido estudiada por los historiadores de los dos países y en la cual se evidencia la manipulación y el uso político que se le ha dado a Bolívar para justificar las más disímiles y contrarias posiciones: desde su incorporación como figura tutelar de los conservadores colombianos, pasando por su instrumentalización para justificar la dictadura del venezolano Juan Vicente Gómez por los positivistas de mi país, hasta su idealización por las izquierdas de las dos naciones con el objeto de convertirlo en referente de la “revolución”. En todos los casos se trata de un ejercicio caracterizado por el uso anacrónico de sus postulados para ponerlos al servicio de causas políticas que no tienen ninguna relación con las circunstancias históricas de su tiempo.
Entonces, ¿la denominada República Bolivariana de Venezuela debe recuperar el nombre de República de Venezuela, el cual, irónicamente, fue adoptado por un dictador, Marcos Pérez Jiménez, en 1953, hasta cuando Chávez lo modificó en 1999?
El nombre República de Venezuela se estableció, efectivamente, en 1953, y se mantuvo después de la caída de la dictadura de Jiménez porque no tenía connotación política. Hay una diferencia sustancial entre el título que se limita a nominar el país y el calificativo “bolivariana” porque adjetiva el nombre. No solo es un anacronismo, reitero, sino que fuerza una etiqueta para que sea adoptada por todos los venezolanos. También desconoce otros personajes y situaciones importantes de nuestra historia. El único referente de nuestro pasado no es solo el que remite a Simón Bolívar.
También en Colombia, diferentes grupos políticos legales e ilegales han utilizado la imagen de Bolívar con diversos fines. ¿Cree que también ha sido desfigurada aquí?
Recuerdo un trabajo muy bueno del profesor Jorge Orlando Melo sobre el uso de la figura de Bolívar en la historiografía colombiana. Leyéndolo se concluye que no ha sido tan extendida como en Venezuela, en donde ha tenido una connotación mucho más profunda. Melo relata cómo Bolívar ha sido invocado, en Colombia, por el Partido Conservador y también, cómo en años más recientes, el uso de su nombre se ha ampliado a corrientes de izquierda que transformaron el pensamiento bolivariano en orientador de movimientos revolucionarios. Pero, reitero, su instrumentalización política no ha tenido la intensidad que se ha visto en Venezuela.
A un historiador le corresponde analizar los acontecimientos de un país desde un punto de vista diferente al de los políticos. Pero en los tiempos que corren en los dos países, las funciones del primero parecen estar confundiéndose con las del segundo. ¿Historiadores y políticos deben guardar distancia en sus tareas o estas pueden confluir según los intereses de coyuntura?
Los límites entre política e historia son frágiles, pero existen. Les corresponde a los historiadores estar atentos al uso y abuso que se hace de la historia por parte de los políticos. De manera muy especial, deben estar advertidos de los peligros que entraña que sus ideas y convicciones políticas condicionen su análisis sobre el pasado o, peor aún, que su trabajo como historiadores esté sujeto a las solicitaciones del poder. Si ceden a ellas, dejan de ser historiadores para convertirse en militantes o propagandistas, una función totalmente ajena a la perspectiva crítica y plural que exige el ejercicio historiográfico.
¿Ha ocurrido en Venezuela que algunos intelectuales, profesores o académicos de historia se hayan puesto al servicio de la causa política del chavismo, por ejemplo, y que hayan intentado, con ese impulso gubernamental, cambiar la verdad histórica?
Efectivamente. Hay un grupo de historiadores que integran una entidad creada por el Gobierno: el Centro Nacional de Historia. Ellos han sido los voceros del discurso oficial, como seguramente ha habido otros académicos que han tomado partido en contra del Gobierno. Pero la diferencia entre unos y otros es que la posición de los primeros se soporta en interpretaciones amañadas del pasado. La de los segundos nace de su visión crítica sobre el momento presente (sin incidencia en su trabajo profesional).
En Colombia hay un debate alrededor del papel y la dirección del Centro de Memoria Histórica, una nueva institución que nació con el proceso de paz y cuyo fin es recuperar el material escrito u oral de las víctimas de la guerra: el actual partido de Gobierno, y este mismo, de posición contraria al Acuerdo, pretenden convertir ese centro en una herramienta política, empezando por negar la existencia del conflicto armado. En general, ¿qué opina de la instrumentalización de la historia con fines ideológicos?
En Venezuela, la instrumentalización de la historia con fines políticos se ha visto exacerbada en los últimos años, al punto no solo de cambiarle el nombre al país sino de crear el Centro Nacional de Historia (2007), que le acabo de mencionar, cuya función ha sido elaborar un discurso que se ajuste a los propósitos políticos del Gobierno. El problema es que cada vez resulta más complicado pretender uniformar o elaborar una narrativa única sobre el pasado. Mucho menos si se hace desde el Estado, con el fin de establecer una historia uniforme y monolítica, todo lo contrario de la amplitud de miradas que demanda la práctica historiográfica.
Aunque solo alude a Venezuela, su respuesta se aplica a los dos países. La pretensión de instrumentalizar la historia parece ser común a las manifestaciones políticas del extremismo. ¿Se puede afirmar que tanto la extrema izquierda como la extrema derecha irrespetan la historia cuando la ponen al servicio de intereses subalternos?
Ni siquiera es necesaria la calidad del extremismo: desde cualquier posición política que sea, el uso de la historia con fines ideológicos desvirtúa la perspectiva profesional e investigativa que deben tener sus análisis para cumplir sus fines.
Según una frase repetida muchas veces, la historia la cuentan —como les interese— los vencedores de las guerras, físicas o políticas. Tal afirmación implica que la narración histórica no es objetiva sino que la verdad “verdadera” se rinde ante el poder dominante. ¿Esto es cierto o falso?
Como bien dice usted, se trata de un lugar común que se ha repetido hasta la saciedad. Sin embargo, el fortalecimiento y la extensión de la historiografía profesional han dejado atrás esa premisa en la medida en que su objeto no es justificar, reivindicar o condenar hechos, procesos o personajes del pasado sino analizarlos, explicarlos y comprenderlos. Siempre resulta útil, en este sentido, recordar al historiador francés Marc Bloch (1886-1946), quien sostenía que “el historiador debe poseer la pasión de comprender, lo que implica que renuncia, tanto como sea posible, al juicio de valor”.
La presión política venezolana ha derivado en censura a las libertades de expresión y pensamiento. ¿Esta situación ha afectado a los miembros de la Academia Nacional de Historia?
El problema no es tanto que haya una pretensión de imponerse sobre el pensamiento libre: nosotros seguimos trabajando y produciendo investigaciones. Pero hay limitaciones de orden práctico, por ejemplo, en materia de presupuesto para viajes, publicación de obras, difusión de trabajos de investigación. Sin embargo, nos las ingeniamos utilizando recursos electrónicos y otros mecanismos, dentro y fuera del país, para divulgar lo que producimos.
Entonces, ¿cómo han sido afectadas las instituciones académicas y científicas como la suya con la situación de Venezuela?
El impacto de la crisis política en mi país ha tenido un efecto dramático, no solo en el campo de la historia, sino, en general, en la investigación científica; un aspecto esencial ha sido, como le contaba antes, el que deriva de las fuertes restricciones presupuestarias que se han impuesto, especialmente, a las instituciones que han mantenido independencia de criterios. No obstante, los historiadores hemos seguido investigando y produciendo a pesar del cerco económico y del intento sostenido de promover una lectura única sobre el pasado.
¿Cómo ha hecho la Academia Nacional de Historia para mantenerse al margen de la convulsión política? ¿O interviene?
La academia no ha sido indiferente ante la realidad venezolana en el pasado ni tampoco en el presente, especialmente en cuanto a la protección de la institucionalidad republicana y la defensa de la Constitución y el Estado de derecho. En este sentido, sigue manteniendo una actitud vigilante y responsable frente a la coyuntura actual, con el fin de contribuir y apoyar los mecanismos que permitan una solución pacífica.
Ahora, cuando los gobiernos de Colombia y Venezuela se encuentran prácticamente en pie de guerra, es pertinente recordar que en los años 80 y 90 hubo una masiva migración colombiana hacia su país. Y que ahora se da el fenómeno a la inversa: migración venezolana hacia Colombia. ¿Derivará la situación política en mayor tensión de los pueblos o en más acercamiento?
Venezuela fue históricamente un país receptor de inmigrantes, entre los cuales tuvieron un importante peso los colombianos. La emigración venezolana actual es, por tanto, un hecho inédito. Para nadie es desconocido que lo que ha ocurrido en estos últimos años obedece a la crítica situación que vive nuestro país y, naturalmente, los vecinos son los que reciben el mayor impacto. Se trata de un proceso que, por su velocidad y magnitud, está apenas siendo estudiado con mucha preocupación y frente al cual corresponde ofrecer respuestas serias.
En la actualidad, ¿en qué consiste el intercambio de investigaciones y trabajos académicos entre Colombia y Venezuela?
Historiadores y profesionales de otras disciplinas mantenemos contacto permanente en las dos naciones. Por ejemplo, varios académicos venezolanos participaremos en el XIX Congreso Colombiano de Historia, que se celebrará en octubre, en el marco de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia.
¿Cuáles proyectos concretos adelantan conjuntamente las dos academias de historia en estos tiempos turbulentos?
Desde hace varios años existe una estrecha relación entre ambas academias y seguimos trabajando aliadas, en especial durante estos años de conmemoraciones tan relevantes como las que atañen a los bicentenarios de un proceso que nos vincula históricamente. No veo turbulencias en este esfuerzo sino todo lo contrario. Tenemos por delante la preparación de actividades conjuntas por la conmemoración de la Batalla de Boyacá, la sanción de la Ley Fundamental de Colombia, el bicentenario del Congreso de Cúcuta y mucho más.
“Chávez bajó a Bolívar de las estatuas”: Maduro
Cuando en la mañana del viernes pasado, 15 de febrero, la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez y la directora de la Academia Nacional de Historia de Venezuela, Inés Quintero, presidían uno de los actos de conmemoración del bicentenario del Congreso de Angostura acompañadas del Batallón Guardia Presidencial, en Bogotá, el presidente Nicolás Maduro realizaba un acto similar en su país, también en memoria de los héroes de la Independencia con toda la pompa del caso, seguido por su vicepresidenta Delcy Rodríguez, su esposa Cilia Flórez, varios ministros y la cúpula militar. En un discurso de más de una hora en que aludió, con símbolos históricos, a la grave crisis que enfrenta su gobierno, rememoró el nombre del libertador Simón Bolívar y lo unió al de Hugo Chávez en un intento de ligar las luchas independentistas con su batalla del presente. Precisamente, acudió al uso político de la historia que rechaza, en la entrevista de estas páginas, la doctora Inés Quintero, destacada académica de su país. Las palabras de Maduro no podían ser más ideologizadas: “Recuerdo a nuestro comandante supremo Hugo Chávez que fue el que trajo a Bolívar, lo bajó de las estatuas y lo convirtió en pueblo libertador. Honor y gloria a nuestro comandante Hugo Chávez, el más grande bolivariano de 200 años en estas tierras”.
Dos veces directora de la Academia de Historia de Venezuela
¿Cuántas mujeres han sido miembros de la academia venezolana de historia y cuántas la han dirigido?
Desde su fundación, en 1888, no hubo ninguna mujer miembro de la Academia hasta 1940, cuando fue incorporada, como numeraria, la señora Lucila Luciani de Pérez Díaz. Transcurrieron varias décadas hasta el año 1978, cuando fue nombrada Individuo de Número Ermila Troconis de Veracoechea quien, además, fue la primera mujer en presidir la Academia entre los años 2003 y 2007. En la actualidad seis historiadoras hacemos parte de la corporación y me ha correspondido ser la segunda mujer en ocupar la dirección.
También ha dirigido la academia dos veces ¿Es la primera mujer repitente en ese cargo, en la historia de esa institución?
No. Ermila Troconis también dirigió la corporación durante dos periodos. Es usual que haya reelección si todo marcha bien, pero por una vez. Yo concluyo mi segundo periodo hacia mitad de este año.
¿Algún historiador de peso intelectual en Venezuela, ha tenido que abandonar el país e instalarse en otro por la presión política contra su trabajo científico?
No. No hay historiadores que hayan tenido que salir de Venezuela por razón de su producción intelectual. Eso sí ha ocurrido, en cambio, con periodistas y políticos.