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Manuela Beltrán, de carne y hueso

Que existió, existió; expuso su pellejo y puso su coraje, tal vez sin pensarlo mucho y sin pretensiones de hacer historia. Pero la hizo.

Víctor Solano Franco, especial para El Espectador
16 de marzo de 2023 - 04:13 p. m.
Manuela Beltrán, de carne y hueso
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Muy recientemente, a Manuela Beltrán la quisieron borrar de la historia, de un brochazo como quien corrige un texto en el papel con Liquid Paper, esa sustancia viscosa de color blanco que esconde las miserias de los errores humanos. Se dijo de pronto que simplemente había sido una viejecilla producto de la imaginación febril de algún novelista.

Por supuesto, no dudo que muy seguramente los intelectuales colombianos entre 1810 y mediados del siglo XX hayan podido romantizar la imagen y convertirla en una joven, altiva y hasta bella campesina que, desafiante y con gestos grandilocuentes, habría rasgado el Edicto con la tarifa para el cobro del impuesto de la Armada de Barlovento. Pero esa idealización para lograr inspirar ilustraciones en los textos escolares que todos tenemos tatuadas en la memoria no significa que Manuela Beltrán no haya existido y participado en el que es considerado el primero o uno de los primeros y más importantes episodios en el camino a la emancipación en toda América Latina.

Según han recogido varios investigadores, entre ellos Wilman Amaya León, autor entre otras obras de ‘Las capitulaciones de Zipaquirá’, Manuela Beltrán vivió en la Villa de Nuestra Señora del Socorro a finales del siglo XVIII, como consta en el folio 76 del ‘Libro Dos de bautismos’ de esa parroquia en el que se certifica que el 2 de julio de 1724 “fue bautizada una niña con el nombre de María Manuela, hija legítima de Juan Beltrán y Ángela de Archila”, quien a la fecha del levantamiento de las villas de San Gil y Socorro el 16 de marzo de 1781 estaría cercana cumplir 57 años. Así que tan joven no era y de su belleza no hay pistas, pero de que existió, existió.

Pero a esta altura los lectores podrían decir que no basta con haber existido para formar parte de la historia que nuestro país escribe con bronces en los parques y con letras de molde. Sin embargo, el mismo Amaya en ‘Las capitulaciones de Zipaquirá’ cita documentos de fuentes primarias escritas en la época de los sucesos y que reposan en el Archivo General de la Nación que dicen literalmente: “El día 16 de marzo, fue cuando una mujer guiada de pocos hombres hizo pedazos la tabla que contenía el reglamento para el establecimiento de la ‘Sisa’ (cantidad de dinero estipulada)”. Fue el entonces Alcalde de la Villa de Nuestra Señora del Socorro quien desde el balcón de su casa pudo identificar a la mujer y por ello en su informe señaló: “… Solo conocí a Manuela Beltrán que rompió el edicto, no distinguí más sujetos, porque todos los que se aparecieron se precavían con sus sombreros gachos”.

Así las cosas, la responsable del acto de rasgar el Edicto fue plenamente identificada por la principal autoridad de la ciudad en su informe a la Corona, sobre los sucesos acaecidos ese día. Cabe recordar que después de la afrenta de Manuela Beltrán vino una cadena de acciones de hecho que presionaron aún más a las autoridades, como los que reconoce Mario Aguilera Peña en su investigación sobre el movimiento comunero en los siguientes 30 días, como los saqueos a las casas administradoras de tabaco en Simacota, Pinchote, Confines, Barichara, Chima, Guadalupe, Gámbita, Páramo, Vélez, Mogotes, Onzaga y Zapatoca.

Tenemos una Manuela Beltrán que sin necesidad de idealizarla o ponerle capa y espada, expuso su pellejo y puso su coraje tal vez sin pensarlo mucho y sin pretensiones de hacer historia. Pero la hizo.

Por Víctor Solano Franco, especial para El Espectador

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