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Desde antes de todo, María Teresa Garcés ya estaba trabajando, escuchando a todas las voces del país en el tema que, más que nada, ha dedicado su vida profesional y su convicción como ciudadana: la justicia. Sin la mínima esperanza de ser candidata a la Constituyente, se entregó por completo a la misión que le encomendó el entonces presidente César Gaviria de coordinar una de las mesas preconstituyentes, la de la ampliación de la democracia, que instaló para trazar un camino que sirviera de punto de partida cuando comenzaran las discusiones alrededor de los proyectos que se convertirían más tarde en artículos de la nueva carta política, que demandó el país a través del movimiento estudiantil de la Séptima Papeleta.
“De estas mesas se recogieron muchas iniciativas y se nutrieron las que llevaban los constituyentes. Como coordinadora, recibí propuestas que llegaron desde La Guajira hasta el Putumayo, de concejos municipales, universidades, colegios, juntas de acción comunal. Fue una gran movilización en la que la gente aportó lo que creía que la Constitución debía reformar. En ese marco, yo no tenía posibilidades de ir a la Asamblea Nacional”, recuerda María Teresa Garcés.
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Pero estaba equivocada. No solo fue candidata, sino que resultó electa por la Alianza Democrática M-19, a la que llegó por invitación de la cabeza de lista, el recién desmovilizado Antonio Navarro Wolff, quien estaba buscando avalar una persona con conocimientos en derecho constitucional, y el nombre de María Teresa apareció en medio, por su trayectoria en el Tribunal Contencioso Administrativo del Valle y la Corte Suprema de Justicia. “Obviamente acepté. Me interesaba mucho hacer parte, contribuir y veía la necesidad de que hubiese mujeres”.
Ella junto a otras tres mujeres fueron la cuota femenina en la Asamblea Nacional Constituyente y, además de que las organizaciones feministas la reconociesen como una de las integrantes más receptiva y cercana a escuchar sus propuestas, su papel y su trabajo, con relación a la justicia, fue silencioso y remarcable para la posterioridad de la democracia en el país.
Hay otro aporte que han quedado escondido para la historia y es el trabajo anterior al 5 de febrero de aquel 1991, cuando un grupo pequeño de constituyentes electos, entre ellos María Teresa, se reunieron en enero para crear el reglamento que guiaría a la Asamblea, un tiempo que pasa desapercibido cuando se habla del proceso. Por eso, sus primeros proyectos radicados no fueron los que presentó su bancada, sino los que hizo a título personal: reforma a la justicia y ampliación a la democracia. Eso sí, con la asesoría de sus coequiperas María Marcela Romero y María Isabel Aramburu.
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Hizo parte de la Comisión Cuarta, la de asuntos de justicia, por sus conocimientos en la materia y desde ahí fue determinante para que nacieran dos entidades que hoy son baluartes de la Constitución: la Corte Constitucional y la Defensoría del Pueblo, que ella la planteó desde un inicio como la Defensoría de Derechos Humanos. A ambas ella las considera como su principal sello.
“Muchos no estaban convencidos con la Corte, creían que el control lo debía seguir haciendo la Corte Suprema de Justicia. Entre ellos, Álvaro Gómez Hurtado, quien después acompañó su creación”, rememora Garcés. Para ella, en estos 30 años, la Corte ha defendido la Constitución y, a la vez, ha permitido que se desarrollen mejor los derechos y las libertades de los y las colombianas.
Sin embargo, la Corte y la Defensoría no fue lo único a lo que, como dice, se echó al hombro. Fue muy activa durante el proceso, participando de comisiones accidentales que se reunían posteriormente a los debates para concertar la redacción de algún artículo. Entre los que recuerda, está el artículo que reglamentó el estado de sitio y de conmoción interior, y el de los derechos ambientales. Y ahí tampoco terminaba de echarse más tareas a cuestas. En la reglamentación de la Asamblea, la cual hizo parte del grupo que la diseñó, crearon la figura de la Comisión Codificadora, encargada de organizar unificar y armonizar los artículos que provenían de comisiones y estaban con nomenclaturas diferentes.
En esa misión, que tuvo más incidencia al finalizar la Constituyente, también estuvo la marca de María Teresa Garcés. Ese trabajo, puntualmente, fue complejo debido a una tecnología precaria que obligó a sus integrantes a acudir a la recursividad. “El computador donde estábamos organizando la información para que todos entendieran qué artículos, por unificación de temas, quedaban en uno solo, se nos dañó. Y desde plenaria nos estaban apurando para que fuéramos enviando y agilizando las votaciones, pues la propuesta que hacíamos final era la definitiva. Fueron técnicos de Presidencia y de empresas de tecnología y no pudieron hacer nada. A Rodrigo Lloreda le tocó llevar en moto cada artículo desde el Hotel Tequendama hasta el Centro de Convenciones para que la plenaria pudiera votar sin ningún retraso. Él iba y volvía hasta que terminamos”.
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Así como el principio de la Asamblea para María Teresa representó un trabajo anticipado, el final tampoco le dio un poco de respiro. “Yo no iba a dormir a mi casa, terminaba la jornada y casi volvía para bañarme, cambiarme de ropa y regresarme para seguir”. Es más, el 4 de julio, cuando se promulgó la Constitución y todos daban por terminado el proceso más democrático de la historia del país, fue el día de más estrés para ella y el que le recordó que su misión en la Asamblea, a diferencia de la de los otros, todavía le restaba tiempo para ponerle un punto final.
“Ese día fue dramático porque después de la promulgación en el Capitolio, César Gaviria nos invitó a tomar algo en el Palacio de Nariño. Y estando allá se me acercó el presidente de la Corte Suprema de Justicia y me dijo que, si antes de las 12 de la noche de ese día no teníamos el texto íntegro de la Constitución, más o menos, declararía que la Constitución de 1886 seguía en vigencia. Reuní a los que estábamos encargado de la revisión final para que nos fuéramos inmediatamente al Tequendama a dejar eso listo. No regresamos a nuestras casas”.
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Y, aun así, con el ejemplar verificado, concluida la Asamblea, María Teresa no dejó de trabajar, y, sin siquiera ser una tarea impuesta, ella misma se cargó la nueva revisión de todo. “Después de ese susto y de haber dejado un texto organizado y revisado, el secretario de la Asamblea publicó un documento del que muchos decían que no estaba lo que habían aprobado. Entonces con él nos sentamos varios días a revisar artículo por artículo, para que nada de lo consignado quedara por fuera. Eso nos implicó revisar sesión por sesión, oír las grabaciones, mirar las actas, ver qué había radicado cada uno. Esto para poder sustentar bien lo que quedaba y que nadie estuviera inconforme. No podía desconectarme porque no quería que hubiera algún problema o un malentendido”.
Esas últimas palabras son María Teresa Garcés: un compromiso de principio a fin, una entrega por el bien público, una ciudadana apoderada de sus derechos, deberes y sus capacidades para hacer del país uno más justo, garante de los derechos humanos y protector de la diversidad.