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Este domingo se conoció una entrevista en la que el historiador Armando Martínez Garnica, que fue director del Archivo General, ponía en duda la existencia de Manuela Beltrán como heroína y el papel que habría jugado en la revolución de los comuneros. La premisa fue polémica en muchos sentidos.
En un primer momento, la historiadora Judith González salió al ruedo a decir que dicha tesis no era original de Martínez Garnica, sino que ella ya la había dicho y hasta el académico fue un par evaluador de un texto relacionado. En segundo lugar, la academia santandereana de historia salió en defensa de la Manuel Beltrán histórica y encontró actas de nacimiento y otros documentos que darían fe del nacimiento de dicha mujer y de la ocurrencia de la acción por la que es conocida: la ruptura del edicto que anunciaba nuevos impuestos en el Socorro, en el actual Santander.
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Más allá del debate sobre si una de las primeras heroínas de la historia colombiana existió, esta controversia encierra una discusión más importante y que llega hasta la raíz: ¿Por qué esa tendencia de la historia colombiana en exaltar próceres y figuras casi heroicas y con condiciones que rayan en la leyenda?
Para la historiadora Margarita Garrido, este tema no es solo propio del relato histórico colombiano: “yo creo que se da en todos los relatos historiográficos nacionales”. Esta señala que es algo muy propio del siglo XIX, cuando se consolidan los estados-nación en occidente. Para esta, la figura heroica “está unida al sacrificio, actos de guerra de cierto tipo. Actos muy esforzados. Las figuras se vuelven figuras fundantes, leyendas, casi mitológicas”.
Posiciones muy similares tiene el historiador Álvaro Tirado Mejía, que también señala que esa heroización y creación de este tipo de figuras “sucede en muchas partes” y usa como ejemplo el caso de Napoleón. “En la historia francesa es una figura se ha exaltado de una forma impresionante. En unas versiones más reposadas, el personaje cobra otra dimensión. Se exaltaba el guerrero antes, ahora se mira los análisis de los muertos, la riqueza destruida y otros elementos que se comienzan a ver”, expresó Tirado Mejía.
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Este aterriza dicho fenómeno en el contexto nacional y señala que dicha “exaltación de los héroes” viene de una necesidad puesto que el país apenas se estaba independizando y se buscaban “elementos de identidad para la nueva república”. Sin embargo, esa visión ha venido cambiando, dependiendo el enfoque político y las intenciones con las que se asume el estudio: “Las ciencias sociales son muy mutables con el objeto de estudio. Puede haber visiones de los personajes, lo que no puede cambiar es lo factual de los hechos”.
Garrido retoma esta tesis de la necesidad de consolidar un relato nacional bajo la premisa de que las sociedades humanas necesitan de una identificación “ritual que muchas veces está unida a ciertos actos que tienen que ver con fuerza y lo sagrado, la violencia y lo sagrado”. Incluso, señala que esta tendencia no ha desaparecido, sino que en la actualidad se habla de colectividades heroicas, que estarían desplazando a la simple idea de un individuo héroe.
Por eso mismo, esta señala que la tarea de la historiografía también tiene que ver con desmontar esos mitos, pero no quitando la importancia que tienen pues se debe “entender que esas leyendas tienen una función de pertenecer y crear unidad”. Sobre esto, la historiadora menciona algunos casos en Latinoamérica, en los que se crea este tipo de héroes y se usan para adjudicarles características que se consideran necesarias para ese momento.
“Hay casos de héroes estudiados como en Chile de la guerra del Guano y el Salitre. Hay un héroe chileno que muere en la guerra. Una especie de Atanasio Girardot o Ricaurte en San Mateo. Cada vez le cambian las virtudes de acuerdo a lo que se necesita”, dice Garrido, que señala que se trata de crear lecciones morales sobre estos personajes.
Este sería el caso de Manuela Beltrán, en el que se convirtió en un “ejemplo maravilloso para mostrar que el sentimiento de opresión por los impuestos era mayoritario”. Incluso, esta señala que este tipo de figuras, como la de la Beltrán terminan siendo usadas hoy “desde el punto de vista de género”.
En este caso habla nuevamente de una nueva tendencia de heroización, puesto que actualmente hay una intención de tener una “mirada arqueológica de la historia” para buscar mujeres notables. “Encontrar mujeres como hallazgos de la historia y eso es versión heroicista, pero se olvidan de que las mujeres participamos desde siempre”, concluye Garrido, que incluso dice que nuevamente se cae en esa “historia de bronce, la de hacer estatuas”, y por eso desde la historiografía se debe tener posiciones mas críticas frente a estas figuras.
El historiador Nicolás Pernett también entró a hablar del tema en cuestión puntualmente, aunque profundizó más allá de la existencia o no de Manuela Beltrán. Para este, superando el debate de la figura de la heroína, la discusión debería ir incluso a cómo se observa la revolución de los comuneros. “Es de las reivindicaciones de más larga data. Desde el comienzo se decía que fue un antecedente de la revolución de independencia”, pero Pernett no comparte dicho enfoque.
“El relato patriótico trató de crear figura de rebeldía como precursores para decir que todo iba destinado a esa independencia”, expresó el académico, que señaló que dicha tesis no tiene mucho sustento, puesto que incluso el lema de la revolución de los comuneros era “Viva el rey, muerte al mal gobierno”, por lo que no debería verse como ese antecedente independista.
En ese sentido, se centró puntualmente para decir que la imagen que se creó de Manuela Beltrán parte de la posible existencia de esta o de otras mujeres que sí pudieron responder con rabia al aumento de impuestos, pero “luego se engrandece esa figura para mostrar esa idea de rebeldía y precursora de la independencia”.