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El presidente Gustavo Petro apenas lleva 10 meses de gobierno y ha enfrentado casi tantas crisis como un mandatario saliente. En la de febrero pasado cambió a tres ministros; en marzo tuvo que poner la cara ante señalamientos contra su hijo Nicolás por supuesta recepción de dinero de políticos corruptos; en abril sacó a otros siete ministros por falta de resultados en su trabajo; y por la misma época rompió la alianza con los conservadores, liberales y la U, quienes le habían garantizado mayorías en el Congreso durante el primer semestre de mandato.
Ahora, acaba de remover de sus cargos a la jefa de Gabinete, Laura Sarabia, y al embajador en Venezuela, Armando Benedetti, quienes resultaron protagonistas en un enredado caso en el que mutuamente se han ayudado a hundir. El asunto concreto se desprende de las denuncias de Marelbys Meza, una niñera que trabajó para Sarabia y ahora dice que su exjefa la sometió a prueba de polígrafo para comprobar si se había robado 7.000 dólares. Y ya va en que a la niñera la espiaban telefónicamente (aún no está claro por orden de quién) y en que Benedetti, en unos audios grotescos y sin pruebas, sugirió que hubo manejos irregulares del dinero en la campaña presidencial de Petro .
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Tanto Petro como sus electores - incluso quienes votaron en contra de él -, sabían que el camino para sacar adelante las ambiciosas reformas de la Colombia Humana sería complejo y que tendrían fuerte oposición por parte de sectores políticos de derecha. Lo que no todo el mundo tenía claro era que en el seno mismo del gobierno progresista tuviesen origen tal cantidad de problemas y que estos contribuirían a enredar el camino de su proyecto de Gobierno. Con solo 300 días de mandato Petro sigue girando con cargo a su favorabilidad, pero esta no es ilimitada. ¿Cuáles son los principales temas a los que el país y el presidente deberían prestarle atención en este momento?
El efecto del escándalo en el trámite de la agenda del Gobierno en el Congreso
El escándalo de Benedetti y Sarabia no solo es grave por lo que ellos mismos han contado que pasó. Ni por lo que la Fiscalía dice que pasó. O por la contradicción entre la Dijin y la Fiscalía. O entre el Gobierno y el fiscal. Es gravísimo también por el momento político en el que ocurre, de máxima tensión entre varias de las cabezas de las instituciones más emblemáticas de la democracia en Colombia. Justo cuando voces moderadas pedían a uno y otro sector bajarle a la emoción y tramitar las diferencias con el respeto que las instituciones y quienes las encabezan.
Ese ambiente político tan polarizado ha dificultado el camino para los proyectos del Gobierno en el Congreso. Las reformas a la salud y la laboral están en aprietos. Y ahora el problema para el Gobierno no es solo la falta de mayorías, sino la radicalización de las partes en torno a las iniciativas. Hasta por los lados de la Alianza verde aparecieron propuestas de archivo de proyectos.
Las sesiones del Congreso terminan dentro de dos semanas y de aquí al 16 de junio no parece haber tiempo suficiente para sacar adelante la ambiciosa agenda social de Petro. Que los proyectos gusten o no, es una cosa, pero a Petro lo eligieron para que defendiera la agenda que llevó ante el Congreso. Y a los congresistas los eligieron para que discutan y aprueben lo que crean conveniente para el país. Lo ideal sería que lo hagan sin escalar peleas en redes sociales, que desorientan a la gente o solo le dejan ver un ángulo del tema.
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¿Qué camino tiene Petro? No caer en el juego de la confrontación, ni en el de la justificación de los errores de sus colaboradores a partir del retrovisor. Y recordar que, aunque ganó la Presidencia, su bancada en el Congreso es pequeña y sus alfiles en el Legislativo han tenido un manejo errático de los debates, especialmente en las últimas semanas.
Este último punto es bien importante, porque los colectivos políticos de centro y de izquierda que integran dicha bancada no están actuando de manera coordinada en los debates, lo cual le facilita la tarea a la oposición. Y eso mismo parece estar ocurriendo de cara a las elecciones de alcaldes y gobernadores de octubre, en las cuales todo pinta a que el panorama será, más que de debate sobre temas locales, una especie de plebiscito en torno al mandatario. Petro o no Petro, esa parece ser la discusión.
Los problemas internos del Gobierno Petro
Siendo aún incierto el desenlace judicial del episodio de Benedetti y Sarabia, lo que queda claro es que el presidente sale golpeado porque el escándalo deja la sensación de que en el Gobierno persisten males que el propio Petro denunció en su época de congresista.
Las primeras declaraciones del fiscal Barbosa son un ejemplo de ello. El jefe del ente investigador (quien no ha desaprovechado oportunidad para marcar sus diferencias con las políticas de Petro), al hacer los primeros reportes al país sobre las pesquisas del escándalo dijo que la exempleada de Sarabia le interpceptaron las comunicaciones y con ello concluyó que las “chuzadas” volvieron a Colombia.
Por los lados del Gobierno y de su bancada en el Congreso la protesta ante esas afirmaciones no se hizo esperar. Legisladores como Iván Cepeda, Ariel Ávila y María José Pizarro lo dejaron claro.
La idea en el Gobierno es que las interceptaciones son un procedimiento legal para el desarrollo de ciertas investigaciones, pero que tienen unas reglas claras y que esta administración no promueve la violación de esas reglas. Y hasta el presidente se esforzó por establecer la diferencia con las chuzadas de la época de Álvaro Uribe. Recordó que la propia justicia colombiana demostró los alcances de la persecución a la sala penal de la Corte Suprema, a líderes políticos de oposición (entre ellos el propio Petro) y hasta a periodistas.
Pero el que lo de ayer haya sido grave no significa que lo de hoy no se deba investigar. Y en eso están equivocados los petristas que cuestionan a los medios de comunicación por indagar sobre el tema. Su teoría es, más o menos, que las informaciones sobre el caso de las interceptaciones ilegales a la niñera Marelbys Meza son un ejemplo de la primera estratagema de Schopenhauer, el filósofo alemán que postuló las 38 claves de la retórica engañosa. Y que desde los medios de comunicación se está amplificando el escándalo para hacerle daño al Gobierno.
El presidente Petro no cayó en ese error interpretativo de algunos de sus seguidores. Su discurso en la ceremonia de ascensos militares del viernes dejó por lo menos tres mensajes que demuestran la preocupación que tiene por el asunto.
El primero es que separó de sus cargos a Sarabia y a Benedetti, como se lo reclamaban tanto voces de la oposición como los líderes de la bancada de gobiernista en el Congreso. Aclaró, además, que los saca con el fin de que no existan suspicacias respecto a interferencias en el proceso. Y aunque dijo que esa separación del cargo es temporal, mientras la justicia hace lo suyo, lanzó con ello un ejemplo muy diferente al de expresidentes que mantuvieron en el cargo a embajadores investigados.
En segundo lugar, aprovechó el mismo escenario para lanzar un mensaje que en los medios de comunicación pasó casi inadvertido, pero que resulta muy importante en estos momentos en los cuales algunos le apuestan a la idea de ponerlo a pelear con las Fuerzas Militares. Le dio instrucciones a los integrantes de la Fuerza Pública para que denuncien en caso de que algún miembro del Gobierno les solicite alguna acción en contra de la Constitución.
Y, en tercer lugar, dijo que el desenlace de la historia de Benedetti y Sarabia está en manos de las autoridades judiciales, “no de nosotros”. Un reconocimiento a la autoridad, entre otros, de la Fiscalía, a la cual de todas maneras pidió que la investigación se haga teniendo en cuenta todos los elementos del caso.
¿Qué es lo que viene?
Ahora que Petro le puso solución al tema de Sarabia y Benedetti, la pregunta es quiénes asumirán esos dos roles tan importantes en la coyuntura política actual. ¿Serán políticos tradicionales convertidos en socios de ocasión? ¿Le reabrirá las puertas a sus antiguos aliados para los cargos de confianza? ¿Se preocupará el presidente por estar mejor rodeado para poder cumplir con su tarea? ¿Seguirá en el juego de la pelea en redes sociales que hábilmente le están planteando sus detractores o reestructurará la estrategia de comunicaciones que hoy le cuestionan dentro y fuera del Gobierno? ¿Mantendrá sus peleas con la prensa?
De las respuestas a estas preguntas dependerá en muy buena medida la posibilidad de distensión política en el país. Y esas mismas respuestas marcarán el camino para que el Gobierno saque adelante sus promesas de campaña.
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¿Cómo percibe el país a Petro y su Gobierno? Como lo señala la encuesta de Invamer elaborada para El Espectador, Noticias Caracol y Blu Radio, la imagen favorable del presidente ya cayó al 33 %, la de la vicepresidenta es aún más baja y los ministros ni siquiera son conocidos para la ciudadanía. El escenario no es muy favorable para las reformas cuando los funcionarios que tienen reconocimiento lo tienen por escándalos y los que están encargados de las ejecutorias no son reconocidos por la ciudadanía.
El poder de Laura Sarabia y Armando Benedetti en el Gobierno Petro
Laura Sarabia era la persona más cercana al presidente en su equipo de Gobierno y, más que manejarle la agenda, alcanzó a tener un poder tan grande que era la encargada de notificar a algunos ministros sobre su salida del equipo de Gobierno. Por otro lado, es imposible explicar el triunfo de Petro en las presidenciales sin incluir a Armando Benedetti. Si viene es cierto que el hoy jefe de Estado hizo muy bien su trabajo al posicionarse como el líder de izquierda más importante del país y fue audaz al proponer una agenda diferente en relación con las recetas a las que solían acudir los candidatos en el país, también lo es que con el apoyo exclusivo de los votantes de izquierda no le habría alcanzado para llegar al poder.
En sus dos primeros intentos por acceder a la presidencia, Petro no pasó de candidato. En el tercero aceptó el respaldo de políticos tradicionales como Benedetti porque ya no quería lanzar a la presidencia, sino que había decidido ser presidente de la República.
Por el camino le llegaron nuevos aliados de los sectores políticos inesperados. Y todos le sumaron votos claves para ganar. Pero el primero de los políticos tradicionales que se fue con Petro para ayudarle a conseguir esos apoyos fue Benedetti. Se dio la pela de dejar tirado al Partido de la U para liderar la avanzada a través de la cual otros curtidos líderes políticos aterrizarían en el proyecto político de la Colombia Humana.
Benedetti es un maestro para el juego de las alianzas y la componenda política, como Roy Barreras, el otro gran alfil político que Petro acaba de perder, tras un fallo del Consejo de Estado que lo halló incurso en doble militancia. Pero Benedetti quería un rol más protagónico en el Gobierno y, aunque al día siguiente del triunfo de Petro dijo en entrevista con El Espectador que le serviría al país en donde el presidente lo designara, sus aspiraciones iniciales eran las de ingresar al gabinete, cosa que no logró.
Desde la Embajada en Venezuela tuvo la tarea de ayudar a restablecer las relaciones con ese país, en la que el objetivo inicial de abrir las fronteras fue rápidamente logrado, con los consecuentes beneficios para los dos países, así en temas comerciales los resultados no sean todavía los esperados.
El problema para Benedetti radica en que así como ayuda a conseguir alianzas en momentos claves, también libra peleas por distintos frentes políticos, incluso judiciales. Dentro del Gobierno, para no ir más lejos, son bien conocidas sus deferencias con el canciller Álvaro Leyva, a quien constantemente fustigó por lo que llama la poca celeridad en el restablecimiento de la institucionalidad necesaria para la reactivación plena de las relaciones con Venezuela. Muy especialmente por la reapertura de consulados.
La pelea que terminó costándole el puesto a Benedetti, paradójicamente, no fue con el uribismo ni con sus exsocios de la U, sino con una aliada, a quien llevó a su equipo de trabajo en las épocas de senador: Laura Sarabia.
Benedetti, quien no se postuló para la reelección al Senado en 2022 pero le tenía confianza, destacaba sus méritos laborales y no quería perder su talento como asesora, la envió a trabajar a la campaña presidencial de Gustavo Petro, en donde ella se ganó la confianza del hoy mandatario hasta convertirse en jefa de gabinete. ¿Y cuál fue el problema? Que Sarabia tomó vuelo propio y Benedetti, quien decía que se fue a Caracas, pero dejó los ojos, el corazón y el riñón en la Casa de Nariño, terminó perdiendo interlocución y poder, mientras Sarabia no solo le manejaba la agenda a Petro, sino que decidía quién hablaba o no con el presidente.
¿Por dónde se rompió la cuerda? Marelbys Meza, exniñera del hijo de Laura Sarabia, reveló a Semana que su exempleadora la había acusado de robarse US$7.000 y la había sometido a la prueba del polígrafo sin su consentimiento. El fiscal Francisco Barbosa decidió investigar de inmediato y el asunto ya va en que, según la Fiscalía, Meza fue víctima de interceptaciones ilegales.
Pero no solo el fiscal reveló datos nuevos sobre el caso. Al mejor estilo del gobierno Petro, el embajador Benedetti se despachó en Twitter contra Sarabia aportando datos hasta entonces desconocidos. Que no eran US$7.000, sino $150 millones y fue él quien sugirió que Laura Sarabia había interceptado a Meza.
La bola de nieve creció tanto, que hasta los políticos de la bancada le reclamaban al presidente Petro, tan amigo de la comunicación vía redes sociales, por su silencio en torno al escándalo que salpicaba a Benedetti y a Sarabia, y casi que había unanimidad en que si Petro quería mandar un mensaje de transparencia tenía que sacarlos a los dos, como efectivamente hizo.