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Su primera aventura política fue con la Alianza Democrática M-19. ¿Cómo fue pasar de las balas a los votos?
Fue un momento muy importante en nuestra vida personal y en la vida política del país, porque coincidió con el movimiento de la séptima papeleta y la convocatoria de la Asamblea Constituyente. La Alianza Democrática (ADM-19) se fundó en 1990 y sus mejores resultados los obtuvo a finales de ese año, el 9 de diciembre, cuando elegimos 19 de 70 constituyentes, el 28 % de los miembros de la Asamblea. Ese movimiento no solo incorporó gente del M-19, sino de los movimientos sindicales, liberales independientes, algunos conservadores y sectores sociales.
Con la ADM-19 se lanzó a la Alcaldía de Cali y a la Presidencia, ¿cómo le fue recogiendo votos y dialogando en un escenario democrático?
Casi coincidiendo con la firma del Acuerdo de Paz se realizaron las elecciones de alcaldes. Carlos Pizarro se lanzó a la de Bogotá y yo a Cali, donde viví 23 años, de hecho soy de la Universidad del Valle. Fue un momento inicial de volver realidad lo que significa la paz: desarmarse y buscar los votos, es decir, el apoyo ciudadano. Matan a Carlos Pizarro, nuestro candidato presidencial, y yo tuve que heredar esa postulación. Nos fue bastante bien, quedé de tercero después de César Gaviria (el ganador) y Álvaro Gómez. Fue un momento difícil porque estaban matando candidatos presidenciales y la campaña en el último mes se hizo sin salir un solo día a la calle, encerrados en la casa o si no nos mataban. Apareció por primera vez la posibilidad de que el Estado diera espacios de televisión a los candidatos.
Aún con el bipartidismo vigente, fue la voz disonante en la Constituyente ante el liberalismo y el conservatismo. ¿Qué aprendió allí?
Efectivamente habíamos vivido 140 años de bipartidismo, pero hubo cosas importantes como que por primera vez, en la elección de 1990, los votos no los repartieron los partidos, sino el Estado. Entonces había votos en todas las mesas de votación. Hasta ese momento los votos los llevaban las estructuras de cada partido, entonces un candidato que no tenía estructural nacional no tenía votos en todo el país, porque no tenía quién los repartiera. Eso ayudó a que fuerzas nuevas pudieran tener la opción de un buen resultado electoral.
Luego fui ministro de Salud y adelantamos investigaciones de casos de corrupción en el Seguro Social y eso hizo que mejorara nuestra imagen frente a la sociedad. Por eso cuando nos presentamos a la Constituyente nos fue bien, por lo que habíamos hecho por la paz y habernos quedado quietos ante semejante agresión como fue la muerte de Pizarro. La lista más votada, casi un millón de votos, fue la nuestra en la Constituyente. Allí nadie tiene mayoría y tenía que primar el consenso.
¿Si los votos no los hubiera repartido el Estado, sino los partidos, hubiese triunfado la ADM-19?
Claro. Ya le había pasado a Luis Carlos Galán como cabeza del Nuevo Liberalismo, quien no pudo realmente competir por la Presidencia porque no tenía una estructura nacional de partido que le diera las posibilidades. Se llegó a que el Estado repartiera los votos por la presión que hizo Galán. Si no hubiéramos tenido tarjetones en todos los puestos de votación tenga la seguridad que hubiéramos tenido un resultado mucho menor.
Entre el 94 y el 98 intentó ser presidente, buscó la Alcaldía de Pasto y se lanzó a la Cámara con tres movimientos distintos. ¿Por qué ninguno de ellos cuajó? ¿Por qué no se pudieron proyectar a largo plazo?
La ADM-19 tuvo muy buenos resultados en 1990 y en la Constituyente de 1991, pero en 1994 se disolvió y no quedó otro camino, el que se abrió con la Constitución, que los grupos significativos de ciudadanos (GSC) para recoger firmas e inscribir candidaturas. Así lo hice, especialmente a la Alcaldía de Pasto. La ADM-19 pasó de elegir a 23 congresistas en el 91 a uno en el 94. Fue muy desafortunado que pasara, pero pasó.
Para usted, que era de las entrañas de la ADM-19, ¿qué significó que en apenas cuatro años se disolviera un partido nacido de un acuerdo de paz?
Los miembros del Congreso elegidos en 1991 decidieron cada uno irse por separado, pese a que una lista cerrada era la que los había elegido y pasaron a listas de uno. Por eso se quemaron. Fue un error de apreciación de ellos y se terminó disolviendo la organización. Quisieron hacer lo mismo que hacían los partidos tradicionales y fue un error. Duele. Infortunadamente los que llegaron no entendieron bien la necesidad de mantener la unidad del partido y eso llevó a la disolución. Esa fue la realidad.
En 2003 ayudó a crear el Polo, con el que nuevamente intentó la Presidencia y ganó la Gobernación de Nariño (2008). ¿A qué atribuye que allí sí se consolidó, pero a la postre también renunció?
Hubo una reforma constitucional a principios de los años 2000 que estableció que por mantener una personería jurídica, un partido tenía derecho a financiación del Estado. Para ello había que sacar al menos el 3 % de los votos al Congreso. Eso nos llevó a la agrupación, porque después de la Constitución se dispersaron demasiado los partidos. Había como 78 con personería jurídica. Eso condujo a lo que fue el Polo.
Es decir, ¿terminaron agrupados casi por casualidad gracias a la reforma constitucional? ¿o hubo alguna circunstancia especial?
Fue la combinación de ambas cosas, pero más que casualidad fue la necesidad de alcanzar un umbral. También la diversidad que había desde lo político e ideológico en las fuerzas alternativas del país.
Después de la Gobernación fue secretario de Gobierno de Gustavo Petro en la Bogotá Humana. ¿Por qué terminó renunciando y distanciándose de él?
Me vine para Bogotá a ayudarle a Petro en su alcaldía durante dos meses. En el Polo me sancionaron por haberme metido como funcionario de él. Ya había un conflicto entre Petro y el Polo, y a mí me sancionaron. Me quedé por fuera porque simplemente ya no podía estar ahí.
¿Hubo algún conflicto con Petro?
No, ninguno. Petro tenía un problema muy complicado con los organismos de control, especialmente con la Procuraduría de Alejandro Ordóñez y yo venía cansado de Pasto, la Gobernación fue intensa por amenazas de muertes y problemas de cultivos ilícitos. Entre la suma de los riesgos que significaba la relación tan mala entre la Alcaldía y la Procuraduría, y mi agotamiento por los años de gobierno en Nariño, le pedí la renuncia a Petro.
Terminó en la Alianza Verde y ayudó a su construcción, al punto que hoy es copresidente. ¿Ahí sí se va a consolidar?
Estoy en tiempos de no participar más en política electoral, entonces sí fue la vencida. La Alianza Verde fue un partido más flexible que el Polo, que era demasiado estricto y radical en su funcionamiento. Eso da más posibilidad de que haya divergencias y puntos de vista que no sean simplemente los oficiales del partido. Por eso me siento bastante más cómodo en los verdes que lo que estaba en el Polo.
Haciendo las cuentas, perteneció a seis partidos u organizaciones, ¿por qué es tan difícil permanecer y proyectar a uno?
Los partidos no pueden ser individuales, tienen que ser colectivos. Yo estuve realmente en tres partidos: la ADM-19, el Polo y Alianza Verde. Los otros fueron GSC, esos no son partidos.
¿Cuál es el principal problema de los partidos, que lleva a mucha gente a optar por esos GSC y las firmas?
Los partidos necesitan un esfuerzo colectivo y eso tiene sus dificultades. Lo colectivo implicar lograr acuerdos con otros y es más fácil para un candidato serlo de un GSC que de un partido, que implica sumar apoyos de diversos sectores.
¿En la arena política le ha costado su pasado guerrillero?
Al principio no, pero después sí. Al principio nos recibieron muy bien, especialmente después de que mataron a Pizarro y tomamos la decisión de continuar cumpliendo la palabra que habíamos empeñado, pero después aparece siempre quien le dice a uno “guerrillero HP” y se olvidan que llevo 30 años en la vida legal y pública, haciendo política democráticamente. Aún hay mucha gente que sigue usando esos años en la insurgencia como un mecanismo para atacarnos políticamente. Pero eso es parte de la realidad y del paisaje. Uno se acostumbra.