“Me sentí muerto: creí que me iban a disparar”: estudiante Manuel Santiago López
La historia macabra que vivió el estudiante de periodismo Manuel Santiago López, narrada por él: un grupo de policías lo detuvo sin motivo alguno cuando se dirigía a una marcha juvenil en Duitama, en 2021. Lo subieron a una patrulla, lo metieron a una celda y lo molieron a golpes. Después lo dejaron abandonado en una trocha solitaria con la orden de “correr y no mirar atrás”. Un juez acaba de condenar a la nación.
¿Cuándo fue detenido por policías en Duitama? ¿En dónde y por qué lo retuvieron?
El 1° de mayo de 2021 fui detenido cuando me dirigía, a pie, hacia la Plaza de los Libertadores, en Duitama, para hacer el cubrimiento periodístico de la “marcha de antorchas” convocada para ese día, a las 5 de la tarde, y para participar en la misma. Iba caminando por la calle 16 cuando una patrulla que venía detrás se comunicó con unos uniformados que estaban en la esquina. Ellos se vinieron contra mí, me cercaron aprisionándome en una vitrina de tal forma que quedé atrapado. Me requisaron, me quitaron el material gráfico que tenía y empezaron a aplicarme llaves de contención para inmovilizarme. En medio del forcejeo, porque no quería dejar que me llevaran en la patrulla, una mujer policía me dio un puño en el costado derecho; otro uniformado me quitó el celular, y me metieron al carro, a la fuerza. Según el informe policial que ellos hicieron para responder la denuncia y la demanda que interpuse después, un joven que iba hablando por celular, o sea yo, iba a atentar contra las instituciones y la propia Policía. Como es obvio, no pudieron dar ninguna prueba. Se trataba de un invento para justificar mi detención.
¿A dónde lo llevaron? ¿Cuántas horas duró su detención que fue ilegal y arbitraria según dice la sentencia de reparación directa que se acaba de dictar a su favor?
Me condujeron a la Estación de Policía de la avenida Camilo Torres sin mostrarme alguna orden judicial. Tampoco me pidieron mi identificación para constatar si tenía problemas legales. Simplemente me arrestaron por ir caminando hacia la marcha. Cuando la patrulla llegó a la estación, los policías abrieron la puerta frente a las celdas y me bajaron. Les mostré mi carné de estudiante de comunicación social-periodismo. Uno de ellos, casi sin mirarlo, gritó “me importa un culo”. Y después me dijeron “mire lo que hacemos con su periodismo”. Me metieron a una celda a empujones, me tiraron al suelo mojado de orines, pues el olor era muy fuerte. Ya en el piso empecé a recibir golpes. El primero fue del conductor de la patrulla. Me dio en el hombro derecho. Los demás también me atacaban. No puedo recordar muy bien cuánto tiempo pasó por la golpiza que estaba recibiendo.
¿Cuántos uniformados lo atacaron? ¿Le permitieron comunicarse con algún familiar o con algún abogado después de la golpiza?
No puedo decir cuántos policías, exactamente, estaban en toda la estación, pero a la celda se metieron unos cinco. El más joven fue quien más me insultaba. Me pegaron hasta con el palo de una antorcha que llevaba en mi mochila para acompañar la marcha. Me mandaban bolillazos y patadas con las botas de material grueso que ellos usan. Cada golpe era una tortura por el dolor que me producía. Permanecía en el piso, en medio de ese charco de agua con orines intentando protegerme, acurrucado, oyendo los insultos. Trataron de quitarme el carné de estudiante por el cuello, pero al hacerlo a la fuerza casi me ahorcan; me gritaban, me pegaron en la cara y mi nariz empezó a sangrar. No les importó. Continuaron dándome golpes en el abdomen, la espalda, las piernas… me sentía como un trapo. Uno de ellos, amenazante, me repetía en la cara: “¡Grite para venir otra vez (a pegarme)!”. Una vez estuve solo, quise levantarme, pero el dolor no me lo permitió. Respiré para devolverles aire a mis pulmones y me puse a llorar, muy angustiado. Recogí el carné del piso y lo guardé. Estaba completamente incomunicado. Nunca me dijeron que podía llamar a alguien. Además, ya me habían rapado el celular.
¿Es cierto, como se relata en un párrafo de la sentencia, que usted pudo grabar una parte del ataque? ¿Cómo lo hizo si le habían retirado todas sus pertenencias?
Es cierto que pude grabar. En un momento, estando todavía en la patrulla cuando me llevaban a la estación, me percaté de que mi grabadora estaba en el bolsillo derecho del pantalón. La escondí en mis “partes” esperando que no la encontraran. Por suerte, y tal vez porque no se encontraba en la mochila, no se dieron cuenta de que la tenía conmigo. Siempre la cargaba para usarla en mis trabajos para el medio digital que habíamos creado entre varios jóvenes de Duitama, entre otras razones, para hacer público lo que ocurría en las manifestaciones que había en el municipio en esa época, como estaba sucediendo en otros lugares.
La grabación, ¿fue aceptada como prueba cuando interpuso sus denuncias?
Sí. Esa es una de mis pruebas reina, porque quedó registro de una parte de la agresión que viví. El audio dura alrededor de dos minutos que no puedo olvidar, por más que lo intento. Se escuchan los insultos y unos golpes. Por supuesto, después la presenté como evidencia junto con un video que grabó una persona que vio cuando me detuvieron; además, anexamos otros archivos con la reacción de unos manifestantes cuando se dieron cuenta de que había sido detenido alguien, a pocas cuadras de la plaza. Ellos le preguntaron a la Policía a quién se habían llevado y por qué. Contestaron que se trataba de “un loco” que habían trasladado en la patrulla porque necesitaba unos medicamentos.
Para claridad de la historia: entonces, ¿usted cubría la marcha para el medio digital en que hacía tareas periodísticas simultáneamente con su activismo?
Sí. Estudiaba -y sigo estudiando periodismo y comunicación-. En ese momento me desempeñaba, además, como redactor del medio alternativo Contradicción, que circulaba en Duitama. Iba a cubrir la manifestación y también a participar en la marcha que era principalmente de jóvenes. En mi mochila tenía volantes contra la reforma tributaria (del gobierno Duque) y una antorcha, puesto que el encuentro se llamaba marcha de antorchas, precisamente. Cuando los policías que me detuvieron vieron los volantes, me los quitaron mientras decían burlones, “a ver, ¿qué es esto?” Pero no tenía ningún elemento que pudiera implicar una amenaza o un ataque contra algo o contra alguien. En esa época me destacaba como líder juvenil: había sido personero en el colegio y organizaba actividades de participación ciudadana. Puede ser por ese motivo que uno de ellos, antes de subirme a la patrulla, decía “¡este es, llévenselo!”
Una o dos horas después de la golpiza lo sacaron de la estación. ¿Hacia dónde lo llevaron?
El policía que me había insultado llegó a la celda después, la abrió y me dijo: “Párese, que lo van a llevar a su casa”. Recogí la mochila que me habían quitado y que estaba por fuera de la celda y me subieron a una patrulla. Dos policías iban conmigo en ese vehículo. Dieron vueltas por barrios cercanos a mi casa y siguieron por la vía que conduce al conjunto residencial Pueblito Boyacense. Tomaron un desvío por un camino destapado con dirección hacia La Dorada. Dieron vueltas y vueltas y más vueltas, hasta subir por Culturama (Secretaría de Cultura de Duitama) con dirección al mirador. Pensé que me iban a matar, porque ya estaba anocheciendo y el camino hacia el mirador es solitario. De pronto se detuvieron y se bajaron. Hablaron por teléfono no sé con quién. Escuché cuando uno de ellos preguntó: “¿Qué hacemos con esto?”. Poco después el copiloto abrió la puerta, me miró fijamente y la cerró. Se subieron de nuevo a la patrulla y reiniciaron la marcha. Dieron más vueltas hasta cuando se detuvieron en una trocha de ese mismo sector. El copiloto me dio la orden de bajarme de la patrulla y me entregó el celular.
¿Es verdad, como se ha dicho, que los dos policías le ordenaron, en ese paraje semioscuro, que corriera sin mirar atrás? ¿Cómo y con ayuda de quién llegó al casco urbano de Duitama y después a su casa?
Es cierto: el copiloto me dio la orden de correr sin mirar atrás una vez me dio el celular. En esos instantes me sentí muerto: creí que me iban a disparar. No lo hicieron, y aunque me dejaron vivir, me “mataron” de todos modos: desde entonces no soy el mismo y he sufrido muchas secuelas emocionales y psicológicas. Todavía las padezco. En esos momentos solo pensaba en correr lo más rápido que podía subiendo por la trocha como me habían ordenado. Sin parar, traté de encender el celular para pedir ayuda. Ahí me di cuenta de que le habían quitado la Sim Card al teléfono. Entonces no tenía cómo conectarme ni hacer una llamada. Empecé a gritar para ver si alguien me podía escuchar. No había nadie. Cuando llegué a la parte alta, miré hacia atrás y alcancé a ver cómo la patrulla se alejaba a toda velocidad. Volví a entrar en pánico. Así, muy asustado, seguí caminando y vi dos casas; toqué en la primera, nadie abrió. De la segunda, pintada de blanco, salió una pareja de ancianos. Estaba tan herido y sucio que les di miedo. Pese a todo, el señor me dijo que me tranquilizara y que bajara por esa misma trocha hasta encontrar la vía pavimentada. Y me indicó que así llegaría a sitio poblado. Eso hice, a pesar de que me dolía mucho caminar. Iba cojeando. Cuando llegué a la ciudad la gente se apartaba. Nadie me ayudó. A todos les daba susto. Llegué caminando solo a mi casa.
Cuando pudo finalmente llegar hizo pública su denuncia en un video que transmitió en vivo. ¿Esa videodenuncia fue útil como prueba judicial y para que las autoridades civiles intervinieran?
Después de unos minutos, y de reencontrarme con mis hermanos y mi mamá que estaban sorprendidos, hice un video en vivo para que quedara constancia de cómo me encontraba. La noticia se difundió muy rápido, porque además de que se notaban en mi cuerpo las secuelas del ataque, no podía contener el llanto y el nerviosismo. Mi denuncia se regó como pólvora en Duitama. Mientras tanto mi hermana me llevó al hospital para una evaluación médica, cuya constancia también está en las denuncias. Casi a la medianoche, funcionarias de la Alcaldía llamaron a mi hermana para decirle que harían un consejo de seguridad al día siguiente para analizar mi caso y que me invitaban a asistir.
¿Usted fue y lo hizo con abogados o familiares? ¿Qué sucedió en ese consejo de seguridad y quiénes asistieron?
Asistí de manera virtual. Estuvieron personas de la Secretaría de Gobierno de Duitama, de la Policía, Procuraduría, Defensoría y Fiscalía. Me dijeron que me iban a prestar asistencia legal. El funcionario de la Policía permaneció mudo. Al día siguiente, 2 de mayo, presenté denuncia formal ante la Fiscalía. Me entrevistaron largamente, pero sentí que los investigadores me pedían más identificaciones de los jóvenes de las marchas que de los policías que me habían atacado. Antes de terminar llegaron un teniente y un subteniente policiales que se presentaron como agentes de control interno. También me entrevistaron mientras grababan. El teniente que dirigía las preguntas, cuando había alguna que podía contener una respuesta difícil, le ordenaba a su subalterno que suspendiera la grabación y después de escuchar lo que yo iba a decir, le pedía que la reiniciaran. De este procedimiento irregular también hay evidencia porque, en un pequeño acto de valor que tuve en ese momento, dije mientras estaba la grabadora activada, que él estaba ordenando hacer pausas. Seis cámaras que había en el sector y ninguna captó el video de mi detención.
¿Qué sucedió con su carrera universitaria después de esa tétrica experiencia? ¿Pudo continuar sus estudios y su rutina con amigos y otras actividades?
No. Quedé muy mal. Intenté abandonar la universidad, aunque había clases virtuales porque todavía estábamos en restricciones de pandemia. Debido al temor a que me volvieran a atacar, únicamente deseaba permanecer encerrado en mi cuarto. Me daba pánico que los policías llegaran a mi casa o que los pudiera encontrar si salía. Les dije a mis papás que no quería continuar mis estudios, pero no me lo permitieron. Por el contrario, me impulsaron a reanudar mis actividades. Mis profesores también me aconsejaban que siguiera, pero no fui capaz de quedarme en Duitama. Les supliqué a mis papás que me ayudaran a trasladarme y así cambié de lugar de residencia. Hoy reconozco que continuar adelantando mi carrera me ayudó a avanzar, porque además del incentivo académico, he contado con el apoyo de mis profesores y compañeros. Estoy muy agradecido con ellos porque me enseñaron a no rendirme.
¿Ha sido evaluado por profesionales de psiquiatría o psicología y con cuáles resultados?
Sí. Estuve en tratamiento psiquiátrico y psicólogo. Me fue tan difícil, incluso, poder hablar sobre lo que ocurrió por miedo a las consecuencias, que solo un año después pude hacerlo con los especialistas que analizaron la manera en que estaba viviendo mi dolor.
¿Qué dictamen psiquiátrico le dieron y cuáles tratamientos debe seguir para superar lo sucedido?
De acuerdo no con lo que afirmo, sino con lo que dice la psicóloga que me examinó y trató, presenté “afectaciones psicosociales en múltiples áreas a nivel psicológico, emocional y cognitivo” y en mi manera de relacionarme socialmente. Textualmente escribió que “el peritaje acredita que Manuel Santiago se encuentra en un estado emocional negativo persistente a raíz del temor por su seguridad y la de su familia. Este temor se ha trasladado a otras áreas de su vida afectando sus ciclos de sueño, patrones de alimentación, sus formas de relacionamiento social y afectivo (con sensación de desconfianza con el mundo); hipervigilancia y paranoia, episodios de pánico y ansiedad, acompañados de recuerdos intrusivos de los hechos. Esta sintomatología configura la presencia de un TEP o trastorno de estrés postraumático”. Estos párrafos también fueron incluidos en la sentencia.
Usted vive en la actualidad fuera de Duitama. ¿Ha podido reconstruir su vida?
Estoy finalizando mi carrera y rehaciendo mi vida. A veces me digo que mi ciudad perdió a un periodista y ganó a un artista, porque no continué ejerciendo las labores de periodismo investigativo a las que me dedicaba con mucho entusiasmo, sino que me refugié en el arte. Entiendo que es una forma de escaparme, de reducirme. Por eso me esfuerzo por regresar a las actividades que me apasionan en el periodismo. Una vez finalice la carrera, intentaré ejercer mi profesión.
La Fundación para la Libertad de Prensa (Flip), que lo acompañó en las denuncias en contra de la Policía de Duitama apeló la sentencia que, en todo caso, condena a la nación por las torturas a las que fue sometido y por la violación de sus derechos. ¿Por qué?
Con apoyo de la Flip apelamos una parte de la sentencia porque aspiramos a que se ordene, en segunda instancia, además de la compensación económica que ya es una obligación legal del Ministerio de Defensa y de la Policía, una reparación integral. Solicitamos que se declare al Estado responsable de haberme causado daño en mi libertad de movimiento, integridad física, salud y libertad de expresión; y que, como consecuencia, se ordene publicar en medios de amplia difusión el resumen de la decisión judicial, establecer un enlace en sus páginas web para leer el contenido completo de la sentencia, realizar un acto público de perdón en el que se reconozca la violación a mis derechos y que, además, se reconozca el valor del periodismo en una sociedad democrática. No se trata de retaliación, sino de perdón y reconciliación. Más allá del bien personal está el bien colectivo.
“Era estudiante activista y jamás atenté contra nada ni nadie”
La Policía respondió a sus denuncias afirmando que usted era un activista lo cual, en todo caso, no es motivo para detenerlo salvo que tuviera en su poder elementos peligrosos como armas, explosivos u otros. En el momento de los ataques en su contra, ¿usted cumplía labores de periodista y de activista?
Estaba ejerciendo periodismo en un medio digital que se llamaba Contradicción, como dije, que se cerró después del atropello a que fui sometido por el temor de mis compañeros. Contradicción era un medio contrainformativo de carácter popular que creamos en Duitama como respuesta a la poca oferta de investigaciones. También escribía artículos o cubría unos eventos para la revista Solsticio, un espacio latinoamericano de periodismo juvenil, y asistía a las marchas. Nadie puede demostrar que cuando me detuvieron ilegalmente, yo estaba incurriendo en alguna acción amenazante o de tipo armado. Otra cosa es que las labores del periodismo alternativo y juvenil hubieran sido etiquetadas, en esa época, como si fueran actividades “terroristas”. Era estudiante activista y jamás atenté contra nada ni nadie. Mis derechos incluyen tanto mi libertad de expresión como mi libertad de manifestarme en el marco de la ley, sin violencia.
“A partir del ataque que sufrí, la prensa de Duitama se silenció”
La sentencia del Juzgado 60 Administrativo de Bogotá acaba de condenar al Estado por su captura y las torturas que le infligieron. Tanto el ministerio de Defensa como la propia Policía fueron condenados económicamente para repararlos a usted y su familia ¿Le satisface este fallo?
Es el primer logro en la búsqueda de justicia: el juez responsabiliza al Estado por lo que me hicieron los uniformados, y restituye mis derechos. Pero, sobre todo, me da la razón porque nunca mentí como intentaron hacerlo creer. Sí me torturaron y sí violaron mis derechos. Pese a ese enorme avance, no estoy del todo satisfecho porque en la sentencia, a pesar de condenar a la Nación, no se ordenó la reparación integral que yo solicitaba con el acompañamiento legal y emocional de la Fundación para la Libertad de Prensa, FLIP. En contexto, y aunque mi familia y yo fuimos las víctimas directas, toda Duitama padeció y sigue padeciendo los efectos de ese hecho porque a partir del ataque que sufrí, la prensa de mi ciudad se silenció. Toda una generación de periodistas, escritores, activistas e intelectuales que vivieron como espectadores el ataque en mi contra, prefirió autocensurarse antes que ser un blanco potencial de otros ataques oficiales.
¿Cuándo fue detenido por policías en Duitama? ¿En dónde y por qué lo retuvieron?
El 1° de mayo de 2021 fui detenido cuando me dirigía, a pie, hacia la Plaza de los Libertadores, en Duitama, para hacer el cubrimiento periodístico de la “marcha de antorchas” convocada para ese día, a las 5 de la tarde, y para participar en la misma. Iba caminando por la calle 16 cuando una patrulla que venía detrás se comunicó con unos uniformados que estaban en la esquina. Ellos se vinieron contra mí, me cercaron aprisionándome en una vitrina de tal forma que quedé atrapado. Me requisaron, me quitaron el material gráfico que tenía y empezaron a aplicarme llaves de contención para inmovilizarme. En medio del forcejeo, porque no quería dejar que me llevaran en la patrulla, una mujer policía me dio un puño en el costado derecho; otro uniformado me quitó el celular, y me metieron al carro, a la fuerza. Según el informe policial que ellos hicieron para responder la denuncia y la demanda que interpuse después, un joven que iba hablando por celular, o sea yo, iba a atentar contra las instituciones y la propia Policía. Como es obvio, no pudieron dar ninguna prueba. Se trataba de un invento para justificar mi detención.
¿A dónde lo llevaron? ¿Cuántas horas duró su detención que fue ilegal y arbitraria según dice la sentencia de reparación directa que se acaba de dictar a su favor?
Me condujeron a la Estación de Policía de la avenida Camilo Torres sin mostrarme alguna orden judicial. Tampoco me pidieron mi identificación para constatar si tenía problemas legales. Simplemente me arrestaron por ir caminando hacia la marcha. Cuando la patrulla llegó a la estación, los policías abrieron la puerta frente a las celdas y me bajaron. Les mostré mi carné de estudiante de comunicación social-periodismo. Uno de ellos, casi sin mirarlo, gritó “me importa un culo”. Y después me dijeron “mire lo que hacemos con su periodismo”. Me metieron a una celda a empujones, me tiraron al suelo mojado de orines, pues el olor era muy fuerte. Ya en el piso empecé a recibir golpes. El primero fue del conductor de la patrulla. Me dio en el hombro derecho. Los demás también me atacaban. No puedo recordar muy bien cuánto tiempo pasó por la golpiza que estaba recibiendo.
¿Cuántos uniformados lo atacaron? ¿Le permitieron comunicarse con algún familiar o con algún abogado después de la golpiza?
No puedo decir cuántos policías, exactamente, estaban en toda la estación, pero a la celda se metieron unos cinco. El más joven fue quien más me insultaba. Me pegaron hasta con el palo de una antorcha que llevaba en mi mochila para acompañar la marcha. Me mandaban bolillazos y patadas con las botas de material grueso que ellos usan. Cada golpe era una tortura por el dolor que me producía. Permanecía en el piso, en medio de ese charco de agua con orines intentando protegerme, acurrucado, oyendo los insultos. Trataron de quitarme el carné de estudiante por el cuello, pero al hacerlo a la fuerza casi me ahorcan; me gritaban, me pegaron en la cara y mi nariz empezó a sangrar. No les importó. Continuaron dándome golpes en el abdomen, la espalda, las piernas… me sentía como un trapo. Uno de ellos, amenazante, me repetía en la cara: “¡Grite para venir otra vez (a pegarme)!”. Una vez estuve solo, quise levantarme, pero el dolor no me lo permitió. Respiré para devolverles aire a mis pulmones y me puse a llorar, muy angustiado. Recogí el carné del piso y lo guardé. Estaba completamente incomunicado. Nunca me dijeron que podía llamar a alguien. Además, ya me habían rapado el celular.
¿Es cierto, como se relata en un párrafo de la sentencia, que usted pudo grabar una parte del ataque? ¿Cómo lo hizo si le habían retirado todas sus pertenencias?
Es cierto que pude grabar. En un momento, estando todavía en la patrulla cuando me llevaban a la estación, me percaté de que mi grabadora estaba en el bolsillo derecho del pantalón. La escondí en mis “partes” esperando que no la encontraran. Por suerte, y tal vez porque no se encontraba en la mochila, no se dieron cuenta de que la tenía conmigo. Siempre la cargaba para usarla en mis trabajos para el medio digital que habíamos creado entre varios jóvenes de Duitama, entre otras razones, para hacer público lo que ocurría en las manifestaciones que había en el municipio en esa época, como estaba sucediendo en otros lugares.
La grabación, ¿fue aceptada como prueba cuando interpuso sus denuncias?
Sí. Esa es una de mis pruebas reina, porque quedó registro de una parte de la agresión que viví. El audio dura alrededor de dos minutos que no puedo olvidar, por más que lo intento. Se escuchan los insultos y unos golpes. Por supuesto, después la presenté como evidencia junto con un video que grabó una persona que vio cuando me detuvieron; además, anexamos otros archivos con la reacción de unos manifestantes cuando se dieron cuenta de que había sido detenido alguien, a pocas cuadras de la plaza. Ellos le preguntaron a la Policía a quién se habían llevado y por qué. Contestaron que se trataba de “un loco” que habían trasladado en la patrulla porque necesitaba unos medicamentos.
Para claridad de la historia: entonces, ¿usted cubría la marcha para el medio digital en que hacía tareas periodísticas simultáneamente con su activismo?
Sí. Estudiaba -y sigo estudiando periodismo y comunicación-. En ese momento me desempeñaba, además, como redactor del medio alternativo Contradicción, que circulaba en Duitama. Iba a cubrir la manifestación y también a participar en la marcha que era principalmente de jóvenes. En mi mochila tenía volantes contra la reforma tributaria (del gobierno Duque) y una antorcha, puesto que el encuentro se llamaba marcha de antorchas, precisamente. Cuando los policías que me detuvieron vieron los volantes, me los quitaron mientras decían burlones, “a ver, ¿qué es esto?” Pero no tenía ningún elemento que pudiera implicar una amenaza o un ataque contra algo o contra alguien. En esa época me destacaba como líder juvenil: había sido personero en el colegio y organizaba actividades de participación ciudadana. Puede ser por ese motivo que uno de ellos, antes de subirme a la patrulla, decía “¡este es, llévenselo!”
Una o dos horas después de la golpiza lo sacaron de la estación. ¿Hacia dónde lo llevaron?
El policía que me había insultado llegó a la celda después, la abrió y me dijo: “Párese, que lo van a llevar a su casa”. Recogí la mochila que me habían quitado y que estaba por fuera de la celda y me subieron a una patrulla. Dos policías iban conmigo en ese vehículo. Dieron vueltas por barrios cercanos a mi casa y siguieron por la vía que conduce al conjunto residencial Pueblito Boyacense. Tomaron un desvío por un camino destapado con dirección hacia La Dorada. Dieron vueltas y vueltas y más vueltas, hasta subir por Culturama (Secretaría de Cultura de Duitama) con dirección al mirador. Pensé que me iban a matar, porque ya estaba anocheciendo y el camino hacia el mirador es solitario. De pronto se detuvieron y se bajaron. Hablaron por teléfono no sé con quién. Escuché cuando uno de ellos preguntó: “¿Qué hacemos con esto?”. Poco después el copiloto abrió la puerta, me miró fijamente y la cerró. Se subieron de nuevo a la patrulla y reiniciaron la marcha. Dieron más vueltas hasta cuando se detuvieron en una trocha de ese mismo sector. El copiloto me dio la orden de bajarme de la patrulla y me entregó el celular.
¿Es verdad, como se ha dicho, que los dos policías le ordenaron, en ese paraje semioscuro, que corriera sin mirar atrás? ¿Cómo y con ayuda de quién llegó al casco urbano de Duitama y después a su casa?
Es cierto: el copiloto me dio la orden de correr sin mirar atrás una vez me dio el celular. En esos instantes me sentí muerto: creí que me iban a disparar. No lo hicieron, y aunque me dejaron vivir, me “mataron” de todos modos: desde entonces no soy el mismo y he sufrido muchas secuelas emocionales y psicológicas. Todavía las padezco. En esos momentos solo pensaba en correr lo más rápido que podía subiendo por la trocha como me habían ordenado. Sin parar, traté de encender el celular para pedir ayuda. Ahí me di cuenta de que le habían quitado la Sim Card al teléfono. Entonces no tenía cómo conectarme ni hacer una llamada. Empecé a gritar para ver si alguien me podía escuchar. No había nadie. Cuando llegué a la parte alta, miré hacia atrás y alcancé a ver cómo la patrulla se alejaba a toda velocidad. Volví a entrar en pánico. Así, muy asustado, seguí caminando y vi dos casas; toqué en la primera, nadie abrió. De la segunda, pintada de blanco, salió una pareja de ancianos. Estaba tan herido y sucio que les di miedo. Pese a todo, el señor me dijo que me tranquilizara y que bajara por esa misma trocha hasta encontrar la vía pavimentada. Y me indicó que así llegaría a sitio poblado. Eso hice, a pesar de que me dolía mucho caminar. Iba cojeando. Cuando llegué a la ciudad la gente se apartaba. Nadie me ayudó. A todos les daba susto. Llegué caminando solo a mi casa.
Cuando pudo finalmente llegar hizo pública su denuncia en un video que transmitió en vivo. ¿Esa videodenuncia fue útil como prueba judicial y para que las autoridades civiles intervinieran?
Después de unos minutos, y de reencontrarme con mis hermanos y mi mamá que estaban sorprendidos, hice un video en vivo para que quedara constancia de cómo me encontraba. La noticia se difundió muy rápido, porque además de que se notaban en mi cuerpo las secuelas del ataque, no podía contener el llanto y el nerviosismo. Mi denuncia se regó como pólvora en Duitama. Mientras tanto mi hermana me llevó al hospital para una evaluación médica, cuya constancia también está en las denuncias. Casi a la medianoche, funcionarias de la Alcaldía llamaron a mi hermana para decirle que harían un consejo de seguridad al día siguiente para analizar mi caso y que me invitaban a asistir.
¿Usted fue y lo hizo con abogados o familiares? ¿Qué sucedió en ese consejo de seguridad y quiénes asistieron?
Asistí de manera virtual. Estuvieron personas de la Secretaría de Gobierno de Duitama, de la Policía, Procuraduría, Defensoría y Fiscalía. Me dijeron que me iban a prestar asistencia legal. El funcionario de la Policía permaneció mudo. Al día siguiente, 2 de mayo, presenté denuncia formal ante la Fiscalía. Me entrevistaron largamente, pero sentí que los investigadores me pedían más identificaciones de los jóvenes de las marchas que de los policías que me habían atacado. Antes de terminar llegaron un teniente y un subteniente policiales que se presentaron como agentes de control interno. También me entrevistaron mientras grababan. El teniente que dirigía las preguntas, cuando había alguna que podía contener una respuesta difícil, le ordenaba a su subalterno que suspendiera la grabación y después de escuchar lo que yo iba a decir, le pedía que la reiniciaran. De este procedimiento irregular también hay evidencia porque, en un pequeño acto de valor que tuve en ese momento, dije mientras estaba la grabadora activada, que él estaba ordenando hacer pausas. Seis cámaras que había en el sector y ninguna captó el video de mi detención.
¿Qué sucedió con su carrera universitaria después de esa tétrica experiencia? ¿Pudo continuar sus estudios y su rutina con amigos y otras actividades?
No. Quedé muy mal. Intenté abandonar la universidad, aunque había clases virtuales porque todavía estábamos en restricciones de pandemia. Debido al temor a que me volvieran a atacar, únicamente deseaba permanecer encerrado en mi cuarto. Me daba pánico que los policías llegaran a mi casa o que los pudiera encontrar si salía. Les dije a mis papás que no quería continuar mis estudios, pero no me lo permitieron. Por el contrario, me impulsaron a reanudar mis actividades. Mis profesores también me aconsejaban que siguiera, pero no fui capaz de quedarme en Duitama. Les supliqué a mis papás que me ayudaran a trasladarme y así cambié de lugar de residencia. Hoy reconozco que continuar adelantando mi carrera me ayudó a avanzar, porque además del incentivo académico, he contado con el apoyo de mis profesores y compañeros. Estoy muy agradecido con ellos porque me enseñaron a no rendirme.
¿Ha sido evaluado por profesionales de psiquiatría o psicología y con cuáles resultados?
Sí. Estuve en tratamiento psiquiátrico y psicólogo. Me fue tan difícil, incluso, poder hablar sobre lo que ocurrió por miedo a las consecuencias, que solo un año después pude hacerlo con los especialistas que analizaron la manera en que estaba viviendo mi dolor.
¿Qué dictamen psiquiátrico le dieron y cuáles tratamientos debe seguir para superar lo sucedido?
De acuerdo no con lo que afirmo, sino con lo que dice la psicóloga que me examinó y trató, presenté “afectaciones psicosociales en múltiples áreas a nivel psicológico, emocional y cognitivo” y en mi manera de relacionarme socialmente. Textualmente escribió que “el peritaje acredita que Manuel Santiago se encuentra en un estado emocional negativo persistente a raíz del temor por su seguridad y la de su familia. Este temor se ha trasladado a otras áreas de su vida afectando sus ciclos de sueño, patrones de alimentación, sus formas de relacionamiento social y afectivo (con sensación de desconfianza con el mundo); hipervigilancia y paranoia, episodios de pánico y ansiedad, acompañados de recuerdos intrusivos de los hechos. Esta sintomatología configura la presencia de un TEP o trastorno de estrés postraumático”. Estos párrafos también fueron incluidos en la sentencia.
Usted vive en la actualidad fuera de Duitama. ¿Ha podido reconstruir su vida?
Estoy finalizando mi carrera y rehaciendo mi vida. A veces me digo que mi ciudad perdió a un periodista y ganó a un artista, porque no continué ejerciendo las labores de periodismo investigativo a las que me dedicaba con mucho entusiasmo, sino que me refugié en el arte. Entiendo que es una forma de escaparme, de reducirme. Por eso me esfuerzo por regresar a las actividades que me apasionan en el periodismo. Una vez finalice la carrera, intentaré ejercer mi profesión.
La Fundación para la Libertad de Prensa (Flip), que lo acompañó en las denuncias en contra de la Policía de Duitama apeló la sentencia que, en todo caso, condena a la nación por las torturas a las que fue sometido y por la violación de sus derechos. ¿Por qué?
Con apoyo de la Flip apelamos una parte de la sentencia porque aspiramos a que se ordene, en segunda instancia, además de la compensación económica que ya es una obligación legal del Ministerio de Defensa y de la Policía, una reparación integral. Solicitamos que se declare al Estado responsable de haberme causado daño en mi libertad de movimiento, integridad física, salud y libertad de expresión; y que, como consecuencia, se ordene publicar en medios de amplia difusión el resumen de la decisión judicial, establecer un enlace en sus páginas web para leer el contenido completo de la sentencia, realizar un acto público de perdón en el que se reconozca la violación a mis derechos y que, además, se reconozca el valor del periodismo en una sociedad democrática. No se trata de retaliación, sino de perdón y reconciliación. Más allá del bien personal está el bien colectivo.
“Era estudiante activista y jamás atenté contra nada ni nadie”
La Policía respondió a sus denuncias afirmando que usted era un activista lo cual, en todo caso, no es motivo para detenerlo salvo que tuviera en su poder elementos peligrosos como armas, explosivos u otros. En el momento de los ataques en su contra, ¿usted cumplía labores de periodista y de activista?
Estaba ejerciendo periodismo en un medio digital que se llamaba Contradicción, como dije, que se cerró después del atropello a que fui sometido por el temor de mis compañeros. Contradicción era un medio contrainformativo de carácter popular que creamos en Duitama como respuesta a la poca oferta de investigaciones. También escribía artículos o cubría unos eventos para la revista Solsticio, un espacio latinoamericano de periodismo juvenil, y asistía a las marchas. Nadie puede demostrar que cuando me detuvieron ilegalmente, yo estaba incurriendo en alguna acción amenazante o de tipo armado. Otra cosa es que las labores del periodismo alternativo y juvenil hubieran sido etiquetadas, en esa época, como si fueran actividades “terroristas”. Era estudiante activista y jamás atenté contra nada ni nadie. Mis derechos incluyen tanto mi libertad de expresión como mi libertad de manifestarme en el marco de la ley, sin violencia.
“A partir del ataque que sufrí, la prensa de Duitama se silenció”
La sentencia del Juzgado 60 Administrativo de Bogotá acaba de condenar al Estado por su captura y las torturas que le infligieron. Tanto el ministerio de Defensa como la propia Policía fueron condenados económicamente para repararlos a usted y su familia ¿Le satisface este fallo?
Es el primer logro en la búsqueda de justicia: el juez responsabiliza al Estado por lo que me hicieron los uniformados, y restituye mis derechos. Pero, sobre todo, me da la razón porque nunca mentí como intentaron hacerlo creer. Sí me torturaron y sí violaron mis derechos. Pese a ese enorme avance, no estoy del todo satisfecho porque en la sentencia, a pesar de condenar a la Nación, no se ordenó la reparación integral que yo solicitaba con el acompañamiento legal y emocional de la Fundación para la Libertad de Prensa, FLIP. En contexto, y aunque mi familia y yo fuimos las víctimas directas, toda Duitama padeció y sigue padeciendo los efectos de ese hecho porque a partir del ataque que sufrí, la prensa de mi ciudad se silenció. Toda una generación de periodistas, escritores, activistas e intelectuales que vivieron como espectadores el ataque en mi contra, prefirió autocensurarse antes que ser un blanco potencial de otros ataques oficiales.