Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La espada del poder civil
El triunfo de Gustavo Petro y su posesión como presidente de la República ha tenido múltiples, complicados, esperanzadores y contradictorios simbolismos y significados. No obstante, un ámbito particularmente sensible en lo simbólico, lo ideológico y lo programático es el de la seguridad y las relaciones que se han establecido y se desarrollarán entre el actual gobierno, particularmente el mandatario y su ministro de Defensa, la cúpula militar y policial, y el aparato militar-policial o de la Fuerza Pública.
>Lea más sobre el Congreso, el Gobierno Petro y otras noticias del mundo político
Una primera constatación, incluso con los desafortunados trinos del general Zapateiro y su ejercicio de desnudarse, es la de la subordinación de nuestras fuerzas y de sus cúpulas profesionales ante el poder civil, la democracia, la Constitución y, por esas vías, el presidente y su ministro de Defensa.
Esto se acabó de constatar el día de la posesión con el cumplimiento de la orden de llevar la Espada de Bolívar a la Plaza, contrariando la decisión del saliente presidente y, después, con el reconocimiento en la Plaza de Armas, cuando marcharon al paso la cúpula vigente y el nuevo jefe de Estado.
Un remezón con antecedes
Pero después han sucedido varios hechos y se han hecho varios anuncios que ameritan algunos comentarios, precisiones y advertencias. Un primer anuncio, además del de la nueva política de “seguridad humana”, fue el de una cúpula que, de entrada, implicaba un intenso remezón, tan intenso que solo cabe compararlo con la disolución de la Policía en 1948, después de El Bogotazo.
Cabe anotar que en todos los gobiernos se han presentado fricciones entre el presidente y las fuerzas, en cabeza bien del ministro de Defensa (militar o civil) y las cúpulas, resueltos siempre a favor de los gobiernos civiles. En concreto, esto no ha sucedido aun con el gobierno Petro. Pero es importante tenerlo como referente.
Una revisión pausada permite encontrar remezones más o menos significativos. Por poner algunos ejemplos, con Uribe en su primer gobierno, cuando sacó al menos cuatro generales que se oponían a las operaciones y estructuras conjuntas (lo que después serían las Fuerzas de Tarea Conjuntas), o cuando, para permitir que el general Naranjo fuera director de la Policía, mandó a retiro a cerca de ocho generales.
O sea que los remezones también los hace la derecha y habría que agregar que Uribe se atrevió a poner como comandante del Ejército al primer general cristiano que hasta allí llegó.
Santos también removió e hizo remezones. Falló, por ejemplo, al pretender que un almirante podía ser comandante general de las Fuerzas Militares. Aprendió a remover internamente y potenciar a todos los favorables a la paz. Y Duque, como en todo, obedeció órdenes y mantuvo la cúpula de Santos casi seis meses, mientras encontraba figuras relativamente mediocres pero manejables. Y así le fue.
En contexto: Así es la nueva estructura de las Fuerzas Militares para la era Petro
Lo de ahora es un cambio profundo que puede resultar bien, pero que no evita pensar en que el remezón nos deja con unas fuerzas sub-17 (ahora que andamos en mundiales de fútbol femenino en categorías menores).
Y claro, algún sub-17 puede ser como Linda Caicedo, pero también se quemaron generaciones que venían preparándose y no todos los de las fuerzas básicas logran consolidarse. Sin duda, hay debilitamiento al acudir solo a la juventud y un buen ejemplo de ello lo da el primer gabinete del gobierno Duque o el del gobierno Gaviria.
Queda por indagar de los más de 50 generales que pasaron a retiro, aunque a última hora algunos se mantuvieran como asesores, las razones de su exclusión. Se me ocurren tres: informaciones sobre participación en falsos positivos o violaciones de los derechos humanos; participación en casos de corrupción; y el conjunto de generales que no soportan que un exguerrillero sea su comandante supremo y tengan que obedecerle.
Lo que se percibe, fundamentalmente, es un gobierno decidido a cambiarlo todo con, por ahora, ideas generales que se enlazan con textos genéricos de Naciones Unidas y ONG’s y un, hasta ahora, relativamente afortunado uso de simbolismos y momentos.
Esto se da relativamente, pues algunos hechos no resultan afortunados: en el remezón se llevaron hasta a los que no tocaba; en lo de la DNI (Dirección Nacional de Inteligencia), que tiene y no tiene que ver con lo que se está tratando, tanto la incursión exigiendo información, como la figura elegida para dirigirla suscitan inevitables interrogantes; en lo simbólico, la no asistencia al reconocimiento en la José María Córdova permite que se hable de que el principal problema del Gobierno es la puntualidad del presidente.
De la “seguridad democrática” a la “humana”
Además, es llamativo que la subordinación histórica e institucional permita que la nueva cúpula hable de “seguridad humana” y acepte que ya no combaten contra sino por la población y que el fundamento de su labor está patas arriba.
Pero cabe preguntarse por el conocimiento, la relación, la confianza, la tranquilidad y la seguridad (en cuanto a condiciones de vida como empleados del Estado) de militares y policías respecto de su situación y de estos cambios, especialmente en un momento cuando su favorabilidad ante la opinión se ha desbarrancado. Hay fracturas internas importantes y asuntos como los de la verdad y la justicia transicional los tienen internamente divididos.
En el extremo está la sonora y democratera reiteración del presidente de que cualquier policía pueda llegar a general, mensaje en el cual no se sabe qué es peor: si lo barato y populista del argumento o el desconocimiento de cómo esto causa adhesiones de las bases de las fuerzas que contrarrestan los demás efectos negativos.
De entrada, parece que se desconoce que son instituciones que operan de manera jerárquica, inercial y con tremenda aversión al cambio. Cualquier balance de la ejecución-apropiación de la Doctrina Damasco indicaría los límites de estos cambios. Y eso que tal cambio no implicaba saltar a las antípodas.
Los primeros días del cambio
Y allí caben varios señalamientos no menores. Es muy interesante y valioso reconocer la convicción y el desparpajo del presidente y su ministro para, en los primeros cien días, lanzar al escenario todas sus propuestas, con prisa, sin pausa y sin pena.
Ellas incluyen, también, pasar la Policía a otro ministerio y eliminar el servicio militar. Aunque, como señala María Victoria Llorente, si tal modificación no se hace bien, puede causar efectos peores y desandar conquistas y capacidades de la Policía, justo cuando lo que más se necesita es mantener la demostrada capacidad y recuperar la confianza de la ciudadanía en un tema: la percepción de seguridad.
Lo del servicio militar obligatorio es el principal vacío de las entrevistas pomposas al ministro Velásquez: no tiene idea del tamaño y composición del presupuesto del sector y, parece, no le interesa mucho. No es consciente de que es mayoritariamente de funcionamiento y tremendamente inercial.
Tal vez sería bueno advertirle que eliminar el servicio militar obligatorio, aunque sea loable, deseable y llamativo, puede costar un porcentaje importante de la reforma tributaria, si se quiere mantener, mínimamente, la capacidad de nuestras fuerzas hoy. Por otro lado, los aviones de la Policía son pequeños asuntos coyunturales, necesarios y seguramente acabarán comprándolos.
En fin, cabe decir que, a diferencia de otros colegas que dan prioridad a un análisis para dar tranquilidad, quiero señalar que, en términos institucionales y del funcionamiento, no hay amenazas reales de insubordinación, un eventual “ruido de sables” y demás, pero que dentro de las fuerzas y en su relación con el Gobierno, la situación debe estar caliente y seguirá así.
Es bueno no creer que por las declaraciones de un director o comandante se tiene ya el respaldo de la institución y sus hombres. Este periodo apenas comienza y veremos cómo sigue y cuál será el desenlace.
Posdata: Se realizó la ceremonia de reconocimiento del Ejército al presidente, al ministro y a la nueva cúpula. Empezó a tiempo y no hubo nada que lamentar. Y si, paradójicamente, un discurso que nos devuelve al período 1962-1965.
* Politólogo, maestro y doctor en ciencias sociales de la FLACSO, México, profesor titular de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana.