“No me afectó la cuarentena, viví toda mi vida en una”: Clara López
La exalcaldesa, que ahora busca llegar al Senado de la mano del Pacto Histórico, hace un recuento de su vida pública y política, a propósito de un libro biográfico. Levanta ampolla al defender a Samuel Moreno y al criticar al Nuevo Liberalismo.
A Clara López le cuesta respirar. El COVID-19 que se ensañó con sus pulmones y músculos dejó secuelas que siguen haciendo mella. Sin embargo, su talante, espíritu contracorriente y deseo transformador siguen intactos. Pero hoy goza de un nuevo aire y, de la mano del Pacto Histórico de Gustavo Petro, está decidida a llegar al Senado.
En esta charla, que abarcó un recorrido por su vida política a propósito de un libro biográfico, la exalcaldesa habla de su relación con el poder y la élite, las enseñanzas de su tío -el expresidente Alfonso López Michelsen- y su trayectoria pública. Incluso deja espacio para la polémica y reclama que a Samuel Moreno, su excopartidario y jefe en la Alcaldía de Bogotá, “le cobraron querer ser presidente”.
¿Tener un familiar expresidente suma o resta en la vida política?
Las cosas nunca son blanco y negro. Tuvo ventajas y desventajas. Una de esas ventajas fue aprender la política, la historia y el manejo de lo público al lado de un presidente como Alfonso López que, además, se esmeraba por formarlo a uno. Eso, sin lugar a dudas, es un privilegio único. Pero, al mismo tiempo, hay que aceptar que en la lucha política del todo vale –que no es tan reciente como dicen– todas las críticas que le caían al expresidente le llovían también a uno. Me convertí en un blanco débil por el solo apellido, tanto de la gente de los partidos tradicionales como de la izquierda.
Cuando me fui al Nuevo Liberalismo al Dr. López no lo quería nadie y, en el tránsito hacia la izquierda, me significó un peso ser su familiar, porque la gente siempre está caricaturizándolo a uno y etiquetándolo. Y esa etiqueta siempre era algo a vencer.
¿Qué aprendió para su vida política de lo que le enseñó su tío, el expresidente Alfonso López Michelsen?
Muchas cosas que me siguen sirviendo. Él era un maestro en la estrategia. Me enseñó a leer lo que venía. Desde entonces soy muy juiciosa en el análisis político y en la revisión, en no quedarme con fórmulas ensayadas, sino abrir los espacios. Desde luego, desde el enorme conocimiento. La oportunidad que tuve, de ser secretaria Económica de la Presidencia a los 24 años, sentarme en el consejo de ministros, en el Consejo de Política Económica y Social, la Junta Monetaria de entonces (que es equivalente a la Junta Directiva del Banco de la República), fueron doctorados en manejo económico, toma de decisiones y conocimiento de fondo de la realidad del país.
Fue a Harvard a estudiar economía en una época bastante convulsa, por la guerra de Vietnam y las reivindicaciones raciales. ¿Qué tanto influyó eso en que usted fuera una contracorriente?
Fue una generación única. Los años 60 y 70 en Estados Unidos, Europa y aquí también en Colombia fueron seminales para toda nuestra generación. Era una generación que se rebeló contra sus mayores y que reclamó para sí una nueva manera de gestionar el mundo. La lucha universitaria, los primeros discursos, la participación en un movimiento estudiantil que tenía muchas aristas y diferentes posiciones frente a los temas, fue un aprendizaje muy inicial de política. Pero lo fundamental de los años 60, además de las causas libertarias, fueron las causas contra la guerra, la admiración por los grandes líderes contemporáneos que se convirtieron en íconos, la lucha contra el racismo que personificaba Martin Luther King, pero también Nelson Mandela. Todavía recuerdo la emoción que sentí leyendo la defensa que hizo Mandela en su propio juicio.
Son causas que a uno se le quedan, como la búsqueda de una justicia social, pero con profundo contenido. No de maquillaje, sino profundo contenido de qué es justicia frente al color de la piel, de cuánto plata se tiene en el bolsillo y acceso a la representación política. Esa lucha contra la guerra, por la igualdad de derechos, el feminismo (que estaba surgiendo) y la causa de los negros, desde luego, me marcaron profundamente y parte de esa pasión que he sentido por los temas de justicia social vienen de mi casa, pero se desarrollaron en esa lucha universitaria de una manera impresionante.
Todos esos valores hoy, relativamente, son fáciles de defender. Pero en ese entonces, eran consignas controversiales. ¿Cómo hizo para mantenerse firme?
El ver crecer la minoría y convertirse en mayoría a punta de los argumentos, la no violencia y la lucha pacífica son para mí lecciones extraordinarias de esa época. Pero sí, éramos una minoría, un sentimiento que sentí en Colombia cuando fui candidata de la coalición liderada por la Unión Patriótica (UP) a la Alcaldía de Bogotá (1988). Viví la incomprensión de la mayoría frente a la minoría, su no reconocimiento.
Son cosas que también lo marcan a uno muchísimo, porque finalmente uno puede sentirse derrotado o sacar fuerzas de donde no las tiene para seguir luchando, y creo que haber logrado mantener una posición crítica a lo largo de estos años, aun cuando milité en el Partido Liberal, viene de esas luchas contestatarias y de toda esa subcultura. Es que era la política, pero también la música. Irrumpió en la universidad también toda la cultura de las drogas, la liberación sexual o la liberación femenina. Todo al tiempo.
Cuando entré a la universidad era como una extensión del colegio de señoritas primado del que venía, y de pronto, en el curso de seis meses, se convirtió en un mercado abierto de crisis de toda índole y una oferta impresionante de experiencias. Uno entraba a la cafetería y en cualquier mesa había un debate. Casi que aprendía uno más sentado en la cafetería oyendo a los compañeros de las distintas disciplinas y causas, que de las propias clases. Era una experiencia muy holística e integral.
¿Atribuye a esa época el nacimiento de su espíritu contracorriente o cree que allí maduró?
Creo que se educó, porque fui así desde chiquita. He tenido un altísimo sentido de libertad. Un marcado sentimiento de toma de mis propias decisiones, de que siempre hay una elección y que cuando uno elige debe vivir con eso, y si se equivocó, aceptar y corregir el rumbo, pero nunca echarse a llorar sobre la leche derramada.
¿Asumir una posición de izquierda, que incluso hoy no falta quien lo asocie con la subversión y las guerrillas, qué le significó en pleno siglo XX?
Aquí en Colombia el problema es que todo es en extremo. Pienso que, precisamente, por la existencia de la lucha armada, el nivel de tolerancia y respeto en la sociedad se perdió muy temprano. La polarización llevó a que no se pudiera desarrollar de verdad un espacio político para las ideas liberales. Entraron en desuso y desprestigio, e hizo carrera un autoritarismo consentido por la sociedad que era de profundo calado anticomunista.
La confusión que eso generó entre la lucha legítima por las conquistas sociales, contra la desigualdad estructural profunda y la violencia, no permitió un desarrollo democrático adecuado. Fácilmente, todo se retenía con el argumento de que era una expresión del comunismo, que era un fenómeno internacional que quería afectar al país.
Eso llevó a que no se reconocieran las luchas agrarias o los paros cívicos por los servicios públicos. Yo que seguí desde los 70 las cifras del Cinep sobre paros pude ver que había una cerradura institucional. El Frente Nacional no dejaba apertura alguna para la expresión de toda esa Colombia inconforme, que no encontraba expresión ni representación a través de los partidos tradicionales. Ese es uno de los grandes déficit de democracia que tiene todavía Colombia. Cargamos con esa cultura y lo planteó en el libro: se acabó el comunismo de la Unión Soviética, pero aquí el anticomunismo sigue vivito y coleando.
Después de semejante boom social y cultural en Estados Unidos, ¿cómo fue regresar a esa Colombia tan conservadora?
A mí me sorprendió. No encajaba. No hablaba bien el español. Un día fui a una función al Teatro Colón y tenía un sastre lindísimo, cortado, elegante y con pantalones, y no me dejaron entrar. Decían que las señoras no podían entrar con pantalones. Fue un choque muy grande.
Nunca fui muy de fiestas y me refugié en mi familia. A las fiestas que iba era a las de los primos o me le pegaba a mi hermano. Pero no desarrollé un grupo de amigos, nunca tuve un equipo generacional como tenían las otras personas que fui conociendo. Yo me había ido de Colombia muy joven, de 14 años, y no desarrollé nunca un equipo propio de amistades y pronto me metí en el mundo de los mayores en la política. Empecé a trabajar con Alfonso López desde 1973 en su precampaña. Él se recorrió el país como precandidato presidencial y luego en la campaña presidencial. Yo tenía 23 años y ese ya era un mundo de gente mayor, de la generación de mis padres, no de la mía.
Me desplacé a la generación de los mayores, que era más libre extrañamente. A mí me fascinaba la discusión de la política, viajaba por todo el país y terminaba haciendo doble viaje, porque tenía que investigar qué era lo que íbamos a visitar y después volver con la comitiva del presidente. Fue una experiencia muy linda, pero de choque cultural. De hecho, mi primer esposo era un amigo de la universidad, no era alguien de Colombia.
¿Qué la llevó a regresar a Colombia?
Recuerdo que cuando hice mi solicitud a la universidad planteé casi como una misión que quería recibir la mejor educación para regresar a mi país a responder por los privilegios que había tenido. Yo lo pensaba en servicio público, por eso nunca me interesé en aceptar ofrecimientos de trabajo que tuve en el sector privado. Siempre me orienté por el servicio público, porque siempre fue mi pasión.
Nunca se me pasó por la cabeza quedarme en Estados Unidos, a pesar de que cuando a mí me entregaron el diploma quien me lo entregó se echó un discurso, destacando que yo era la que más altas calificaciones había obtenido. Él sabía que me estaban buscando y ofreciendo trabajo los bancos de Wall Street. Y yo dije no (risas), a Wall Street no voy a ir. Me voy a Colombia, me regreso a mi país, porque allá es donde pertenezco.
Mi madre decía eso: que uno tenía una obligación de devolver en servicio tanto privilegio. La verdad es que nací en un ambiente de mucho privilegio, cultura y educación. Si yo tuviese hijos les estaría diciendo exactamente lo mismo.
Usted era funcionaria de Presidencia y luego termina en el Nuevo Liberalismo, ¿cómo fue eso?
De pronto uno tiene afán de llevar la contraria, pero no es un proyecto de inmaduro. Es buscar un sitio en la sociedad donde uno pueda valerse por uno mismo, ser quien es y ser reconocido por quién es. La mejor confesión es la propia conducta. ¿Se imagina la sobrinita pálida, la consentida de Alfonso López Michelsen, haciendo carrera política en el Partido Liberal? Es una contradicción en términos de lo que yo soy. Para el nepotismo no sirvo, para los favores especiales tampoco.
Dije, ‘no puedo en el Partido Liberal’. Pero además el partido no podía con lo que uno pensaba. Cada día estaba más lejos de las ideas liberales, con el estatuto de seguridad del Dr. (Julio César) Turbay o la política pública lejos de lo que uno había defendido siempre. El desarrollo rural integral es muy lindo, pero eso no remplazó la reforma agraria. Aquí no han querido asumir el cambio de la estructura de la tenencia de la tierra, que es un freno en el desarrollo del país. Eso me lo decía Hernán Echavarría Olózaga (economista e industrial colombiano). Eso no es comunismo, es pasar del feudalismo al capitalismo moderno, a una sociedad democrática.
Cuando tomé la decisión de solicitar el ingreso al Nuevo Liberalismo lo hice con esa doble intención. Uno veía en (Luis Carlos) Galán el afiche muy llamativo de la inconformidad, que no resultó tan cierto, porque él tenía sus anclas, que le cortaban el vuelo. Él sí era mucho más avanzado que todo el equipo que lo rodeaba.
Hui de los favoritismos, del nepotismo y de hacer política donde lo tenía todo hecho. A mí en el Nuevo Liberalismo no me podían acusar de nada. Allá no querían al Dr. López y me tenían calificada de López y turbayista, porque sí le ayudaba a los líderes que habían colaborado para elegir la lista al Concejo. Pero también me acusaban de clientelista y de ir en contra de los principios, porque no me querían.
¿Qué dijo su tío, su familia, de que terminara en una corriente disidente del liberalismo?
El Dr. López no podía quejarse porque él montó la disidencia del MRL (Movimiento Revolucionario Liberal). La verdad es que mi papá me enseñó que uno nunca debe hacer una pregunta a la que conoce la respuesta. Entonces nunca le pregunté al Dr. López ni él nunca me preguntó. Pero sabíamos que no estaba nada contento con esa decisión, entre otras, porque él le atribuía a la disidencia del Nuevo Liberalismo el no haber llegado a la Presidencia en su segundo intento, en 1982. Ese fue un golpe muy duro para él, que me quería mucho y me impulsaba mucho. Pero yo tenía que independizarme.
A propósito, ¿cómo hoy ve ese Nuevo Liberalismo con los defines Galán y Lara?
Los tiempos cambian mucho. Me parece justo que se le reintegre la personería jurídica al Nuevo Liberalismo. Aquí deben dar todas las personerías. Estaba pendiente la de la Colombia Humana[JOGP1] y era inaudito que esa fuera la única que no, porque es el movimiento político con mayor votación y el único que no tenía este respaldo legal. Dicho eso, hay que mencionar que los galanes de hoy no son el Galán de entonces.
Rodrigo Lara Bonilla, a quien le tenía una admiración certera cuando fui presidenta del Concejo de Bogotá, era la persona más de avanzada y progresista que tenía el Nuevo Liberalismo. Pero los hijos no reflejan, de lejos, ni el progresismo, el ímpetu y la grandeza de sus padres.
Es decir, no se ve en ese movimiento hoy en día...
Pues vamos a ver cómo se desarrolla. Todavía no sé cómo es.
Retomando el pasado, ¿en los 80 por qué se desencantó del Nuevo Liberalismo?
No me desencanté. Me metí al Nuevo Liberalismo haciendo una ruptura personal, emotiva y política muy dura, con el Dr. López, que era mi mentor y que tenía derecho a esperar más de mí. Pero el Dr. Galán, un buen día, regresa al Partido Liberal. Recuerdo que use estas palabras: “no me voy a dejar endosar”. Dije a eso no le jalo y quedé por fuera, en un movimiento que llamamos el Nuevo Liberalismo Independiente. Con ese fue que hicimos la alianza con la UP y otros sectores de izquierda y alternativos para la Alcaldía de Bogotá.
Yo ya había acompañado a Jaime Pardo en su aspiración presidencial en el 86, siendo concejal del Nuevo Liberalismo. Lo hice porque Galán había dado libertad para votar, no invitó a votar por Virgilio Barco, aunque sí sus adláteres, que siempre estaban frenándolo, aprisionándolo, para hacer campaña por Barco. Muchos en el Nuevo Liberalismo le habíamos hecho campaña a Jaime Pardo, que era lo que irrumpía, lo nuevo, la tesis del suprapartidismo que enarboló Luis Carlos Galán y que son las que hoy tenemos en el Pacto Histórico.
Acordamos reunirnos todos los progresistas, independientemente del partido al que perteneciéramos, y luchar por la salida política al conflicto armado, por la justicia social en un país tan desigual, por sacarlo del subdesarrollo y sacando las fuerzas productivas. Eso se logra en una sociedad igualitaria y democrática, no en una sociedad anclada en el pasado.Para mí esto del Nuevo Liberalismo fue muy duro, porque me quitaron el tapete de ambos pies. Me había metido a un movimiento y se desapareció.
Luego aterriza a la UP y se desata también el genocidio y la agudización de la violencia política. ¿Cómo recuerda esa época?
Acepté esa candidatura a la Alcaldía porque me lo había planteado Jaime Pardo Leal desde tiempo atrás. Y obvio uno tenía sus prevenciones y eso. Pero cuando asesinaron Pardo Leal comenzaron una serie de crímenes dramáticos y acepté esa candidatura no por nada distinto a decir que lo único que podía incidir para que el gobierno hiciera algo era una denuncia internacional. Y sabía que necesitaba una plataforma para ello.
Organizamos la candidatura, yo ya estaba en ese plan en alianza con la UP y otros sectores, y lo que tuvimos fue la posibilidad de contar un relato sobre lo que estaba pasando, un verdadero genocidio. Salí de esa candidatura a presentar testimonio en el Congreso de los Estados Unidos, a una gira de conferencias por todas las universidades de allá. Era la denuncia de esa alianza non sancta entre ganaderos, políticos, miembros de la Fuerza Pública y autoridades del Magdalena medio, que se dedicaron a aniquilar a la UP.
Gilberto Vieira (dirigente del Partido Comunista) hizo la denuncia en un debate en el Congreso en octubre de 1988. Eso está en los anales del Congreso. Hizo insertar un documento de investigación del DAS de la época sobre ese entramado en el Magdalena medio. Eso dio lugar a una investigación de una jueza y finalmente le entorpecieron la labor, le mataron al papá, y le tocó irse exiliada del país. A la vuelta del tiempo se supo que lo que estaba diciendo era cierto, pero en esa época decirlo era colgarse una lápida al pescuezo. Ese fue el discurso que llevé en mi gira por Estados Unidos y que terminó en muchas conversaciones con colombianos y americanos. Eso fue la semilla de lo que se convirtió en el Colombia Support Network, que fue una cantidad de colombianos y americanos que hacían solidaridad por Colombia escribiéndoles a sus senadores y representantes en Estados Unidos, porque aquí no tenía ningún impacto. Eso era hablarle a la pared al decirle algo al gobierno Barco.
Dado el nivel de violencia y pugnacidad, ¿se arrepintió en algún momento de haber regresado al país?
No, me reafirmé. Para una persona como yo, que fue educada en los principios liberales, lo que estaba pasando era totalmente inaceptable. Uno tenía que hacer algo. Fue una lucha muy larga en defensa de los derechos humanos, de enarbolar la salida política negociada al conflicto armado. Leo los documentos de esa candidatura a la Alcaldía y tienen una vigencia impresionante. Nos pasamos 30 años enarbolando lo que se materializó con el Acuerdo de Paz de La Habana, que así no haya logrado todo lo que se buscaba, ha cambiado el país.
Ya se puede viajar. Tuve mucho tiempo en que no me podía montar en un avión porque la gente se bajaba. No podía entrar a un restaurante porque la gente se salía. No podía ir a una fiesta porque decían que se las dañaba. Entonces a mí no me afectó la cuarentena, viví toda mi vida en una: no salía de noche, no iba a fiesta, no iba a cine, no podía hacer mercado. La gente no entiende lo que fue vivir tan asediado por la violencia.
Recuerdo un viaje en el que íbamos con mi esposo (el exconcejal Carlos Romero Aruba) para relajarnos. Y por alguna razón el avión hizo escala técnica en Medellín. Pensamos que nos iban a matar. Cuando anunciaron que el avión aterrizaba en Medellín yo sentí un frío. Y apenas aterrizó y abrieron la puerta entraron una cantidad de señores y dije “nos mataron”. No. Eran los del sindicato de Avianca que venían a rodearnos, a ser escudos humanos en caso de cualquier cosa.
Yo encontré una solidaridad en la gente trabajadora de este país que le demuestra a uno que cómo me iba a haber equivocado, que uno tiene que luchar porque este país se vuelva vivible. Creo que hemos avanzado mucho y no podemos retroceder. Por eso el Pacto Histórico en esta etapa ojalá llegue a acuerdos con la Coalición de la Esperanza. Por los verdaderos colombianos de bien, que son esos trabajadores que nos salvaron la vida en tantas ocasiones. Pero estamos de regreso a esas malas épocas.
En ese debate de Gilberto Vieira, se menciona que él tiene los nombres de 700 dirigentes de la UP asesinados en el último año o dos años. Aquí desde que firmaron la paz han matado 1.200 líderes sociales. Puede que no tengan una militancia política, pero es lo mismo. Si usted quiere esclavizar a un pueblo lo que debe hacer es matarle a sus dirigentes, y eso es lo que está en pleno desarrollo en estos momentos. No hemos ganado, hemos avanzado, y tenemos que evitar retroceder. Estamos en esa coyuntura.
En medio de semejante crisis social, se abre una luz de esperanza con la Constituyente, en la que fungió como secretaria. ¿Cómo fue esa experiencia?
Nosotros veníamos pidiendo la Constituyente desde mucho antes. Lo de los estudiantes fue una cosa que apareció y fue muy importante, pero el movimiento por ese proceso ya venía con las centrales obreras y las organizaciones sociales. Cuando finalmente se da lo de la Séptima Papeleta, cómo le explico... Yo nunca he repartido más papeletas en la vida, ni siquiera para mis propias elecciones. Hicimos un trabajo dramáticamente importante, todos ilusionados. La Constituyente fue un gran paso. Pero también fue una Constituyente, lo dije en un libro que escribí, que era democrática sin demócratas, porque los mismos que la aprobaron no se apersonaron de hacerla cumplir. Incluso, la sabotearon.
Previo a la aprobación, estaba en la Comisión Codificadora y fui testigo presencial del sabotaje de la Constitución. Trataron de que no hubiera texto para aprobar. El cuento es el siguiente: tenía que estar aprobada para el 4 de julio, y era 2 o 3 de julio. Llegamos y nos dijeron “se dañó el computador”. No hay Constitución. Dijimos que no había problema, que ahí estaban los papelitos con los artículos que le mandábamos al Instituto Caro y Cuervo. Dijeron que no estaban. Preguntamos por el acta y que tampoco estaba. ¿Sospechoso no?
Entonces nos sentamos con Rodrigo Lloreda y con varias secretarias, con autorización de los tres presidentes, para que fuéramos sacando en limpio nuestras notas, artículo por artículo, y en una hoja de papel pegábamos el artículo aprobado en primera vuelta y mecanografiaban el de la codificadora. Fotocopia y para la Constituyente. Esto empezó a fluir a las 5:00 de la tarde y tenían hasta las 12:00 para aprobarla. Cuando ya iban en artículo 30 o 40, y vieron que era en serio que teníamos toda la Constitución, se arregló el computador y siguió el proceso de aprobación. Después el secretario general de la Constituyente hizo una denuncia muy fuerte y alertó que se presentaron unos cambios inconsultos, que por supuesto no fueron por cuenta nuestra.
Entonces, desde el primer día la Constitución no les gustó a los actores reales de poder del país y llevamos 30 años, y no la han ejecutado ni puesto en práctica. Solo por excepción, por vía de tutela o revisión de la Corte Constitucional. Pero es que caso por caso no se arreglan los problemas de la gente. No digo que no haya avances. En 30 años toda sociedad avanza, pero deberíamos tener ya un Estado social de derecho y no lo tenemos.
Luego de esa experiencia, en 1998 le toca irse al exilio a Venezuela. Para usted, que estuvo en los momentos más difíciles del país, ¿qué significo tener que irse?
Fue terrible. Cerca de mi casa hay una pared blanca y nos ponían grafitis como “los desaparecidos están en el monte” o “comunistas hijueputas”. Ante ello, nosotros teníamos brocha y pintura, y mandábamos a pintar esa pared una vez cada 15 días. Y se supo después que era una táctica del DAS o de los servicios secretos para amedrentar. Carlos tenía un negocio en las obras de Bogotá, él alquilaba máquinas, y un día uno de los trabajadores se le apareció en la oficina y le dijo “doctor, no vaya a tal lado. Aparecieron unos tipos con su foto y dijeron que si lo veíamos llamáramos a un teléfono”.
Ante ello, Carlos no solo no volvió por allá, sino que le tocó liquidar a sus trabajadores, por el miedo de que les pasara algo a ellos por habernos contado. Comenzaron a llegar amenazas y a merodear la oficina. Un día secuestraron al chofer. Me salvé de milagro de caer en esa emboscada. El chofer contó, después, que tenían a su familia y que él tenía que entregarnos. Que estaban buscando a Carlos, pero que como no lo encontraban me iban a coger a mí. A nosotros lo que nos salvó fue el director del CTI de la época y nos metieron a protección de testigos, y nos despacharon a medianoche. Yo me fui prácticamente sin nada. No nos dejaron ni volver a la casa.
El avión, recuerdo mucho, era de Aerolíneas Argentinas, venía del sur. Me monté y en el bolsillo de al frente estaba un ejemplar de la revista The Economist y al final estaban los anuncios de los concursos y había uno del BID para Venezuela. Me presenté y me aceptaron. Esperamos el trámite y acabé en una trabajo interesantísimo, bien pago. No fui exiliada en el sentido de que no me hubieran dado ningún apoyo.
¿Cómo fue llegar a esa Venezuela con un Hugo Chávez recién elegido?
Allá teníamos grandes amigos. Mi hermano Eduardo es muy amigo desde el colegio de Leopoldo López Gil, el padre del hoy líder Leopoldo López. Allá llegamos. Nos recibió un embajador que era amigo y era de izquierda, Germán Bula Escobar. Nos recibió en la Embajada y luego conseguimos apartamento. Nos instalamos, comencé a trabajar e iniciaron los problemas con Chávez. Fue una experiencia política impresionante.
Allá también la clase dirigente no se calaba con gente de izquierda. Donde yo trabajaba no les gustaba Chávez, no lo bajaban de dictador, que iba a sacar decretos-leyes para eso y a nosotros nos tocaba analizarlos. Luego empezaron las huelgas para sacarlo. Una en particular me impresionó muchísimo porque a nosotros nos seguían invitando a las comidas en la Embajada y fuimos a una donde Luis Miquilena, un aliado del presidente. Un hombre muy importante. Él contó que había problemas y presiones grandes muy grandes sobre el Gobierno y la Corte Suprema.
Nos contó que el equivalente de la ANDI allá, Fedecámaras, le pidió a Chávez que hablara en el tribunal supremo para que no aprobaran una sentencia para no cobrar intereses sobre intereses y se le pusiera orden al sector financiero. Y que Chávez les dijo que no. Y ahí ellos amenazaron con el hacer un paro financiero. Ese fue mi primer paro. No había plata en los cajeros, no había bancos, y se preguntaba uno ¿qué vamos a comer? Entonces empezó el Gobierno a montar distribución de comida. Nosotros vivíamos en el barrio de los ricos, Chacao, allá, por la puerta de atrás del supermercado, los ricos iban a hacer compras calladitos, porque todos estaban en huelga. Nosotros hacíamos las colas de la comida.
El primer día salí de mi edificio y habían puesto barricadas. No se podía transitar, entonces me tocaba irme caminando al trabajo. Era un desastre. Lo cuento como anécdota, porque eso aquí habría sido con violencia, a bala. Allá hicieron el golpe, la gente salió masivamente a la calle, desbarataron el golpe, pero, salvo los francotiradores que pusieron los golpistas, no hubo mucha violencia. No declararon el Estado de sitio en medio de un golpe de Estado. Y Chávez dijo “el señor (Pedro) Carmona ya es un hombre mayor, mándenlo para su casa. ¿Cómo lo van a tener preso?”. Era otro estilo. Allá se insultaban feo, pero hasta ahí. Eso que pasa aquí que la cosa es a bala allá no nos tocó. Pero obvio se fue dañando el ambiente y uno dice, a fin de cuentas, este no es el país de uno y pensamos en regresar.
En ese momento eligen a Uribe y él dijo lo de su seguridad democrática, que es una consigna muy potente. Yo le pedí cita al presidente, porque me daba miedo volver y que nos mataran. Él dijo “aquí le vamos a garantizar la vida a todo mundo” y nos devolvimos. La verdad, más o menos, hemos tenido protección y eso es una ventaja, porque con la historia que uno tiene cualquier loquito le puede pegar un tiro cualquier día. Yo denuncié los falsos positivos y también la parapolítica, entonces uno siempre anda nervioso.
Y justo cuando regresa comienza toda la construcción de ese proyecto colectivo que hoy es el Polo Democrático y que materializó el sueño de una izquierda unida...
Y una izquierda abierta y democrática. Llegué primero a la Auditoría General de la República. Me candidaticé y salí elegida, y el que entra a la construcción del partido es Car los. Él es elegido concejal y comenzó ese proceso. Cuando terminó mi periodo en la Auditoría me afilié al Polo y sí, era una maravilla. Había compañerismo. Todos los que estamos hoy en parcialidades distintas éramos del Polo. Seis parcialidades, pero el Polo se fue desgranando: salió Petro, Robledo, el grupo de Luis Carlos Avellaneda. Y ahí estamos todos otra vez juntos.
Uno de los puntos de quiebre fue Samuel Moreno y usted fue su secretaria de Gobierno. ¿Cómo encaró semejante escándalo y cómo hizo frente al desvanecimiento de ese Polo?
Imagínese usted semejantes logros del gobierno de Lucho (Garzón) y de Samuel. Estadísticamente hubo reducción de la pobreza, y aumento de los indicadores de salud y educación. Uno veía que la transformación estaba funcionando y pasa semejante drama. Yo la primera parte estuve como secretaria de Gobierno y en esa calidad, a mí el alcalde me dio carta abierta en el tema de seguridad y orden público. Me tocaba manejar chicharrones como las tomas de los desplazados en el Parque Tercer Milenio o el paro de transportes. Veníamos con Lucho con una política de seguridad humana de extraordinaria proyección. Gobernábamos haciendo pactos. El pacto era el estilo de gobierno, entonces ahora que sale lo del Pacto Histórico sí que lo entiendo.
Pero pese a ello, salió salpicada políticamente hablando...
Claro, sale uno políticamente muy afectado. Sin lugar a duda fue un caso de corrupción dramático, pero no fue ni el más grande, ni el único del país. Pero pareciera que fuera. Lo que pasa era que Samuel era de izquierda. A él le cobraron querer ser presidente. Fue un linchamiento de unas proporciones... mire lo de Reficar. ¡Carajo! Uno dice qué hace el señor (Emilio) Tapia otra vez a salir a relucir en el contrato del Ministerio TIC. Pensé que ese señor estaba en la cárcel y resulta que está libre.
Me parece entonces que uno no puede condonar que haya un escándalo de corrupción de semejantes proporciones. Es absolutamente condenable y doblemente, porque nosotros deberíamos estar exentos de eso, como convencimiento político de transparencia y respeto por lo público. Pero también lo utilizaron muy bien para acabar con el ascenso del Polo.
Si se miran los tres periodos de gobierno en Bogotá, estadísticamente, los resultados son extraordinarios. La pobreza estaba cerca del 50 % y quedó en menos del 10 %. Se logró la gratuidad en la educación pública hasta el grado 11. Salud a su casa, que terminó llamándose Territorios Saludables, llegó a tener 3 millones de cobertura en atención primaria y preventiva. Se sacaron extraordinarias políticas públicas, como la del mínimo vital de agua potable o el subsidio de transporte dirigido a la gente más vulnerable. Mejor dicho, la política social era de las más robustas y siempre sostuve que la reducción grande de la pobreza en el país, en ese periodo, se debe en su mayor parte a la política pública de Bogotá por el peso estadístico que tiene.
Pero eso se hizo con sostenibilidad fiscal Y con reducción del endeudamiento público. Petro dejó el cupo de endeudamiento para el metro subterráneo y por eso es por lo que pueden hacer metro y Transmilenio. Con el cupo de Petro. Y calificación de AAA en finanzas por parte de las calificadoras internacionales. Le digo todo eso porque ahora como dicen que Petro no sabe gobernar. ¿Que no? Es que le han armado la leyenda negra con el cuento de las basuras. Pero si usted mira, el balance del gobierno de Petro es muy positivo.
¿Cómo explica ese distancia que tuvo con Petro y ahora verlos juntos de nuevo?
Yo le hice campaña en la segunda vuelta presidencial. No sé si soy una ave extraña, pero nunca he mezclado la política con las relaciones personales. O he procurado no hacerlo, porque se queda uno sin con quién saludarse. Tengo coincidencias políticas con Petro antes de la Alcaldía, durante y después. Tuvimos una confrontación en el Polo, que me parece que en ningún lado actuamos bien. Ni él ni nosotros. Esas peleas se pueden solventar. Nos dejamos llevar. Ahí habría algún factor de perturbación de cierto sector ultrasectario en el partido, pero uno tampoco puede dejarse llevar de ellos.
Ahí no hay excusa, actuamos mal, porque no era por diferencias de contenido político. Eran puras peleas personales. Creo que en eso uno tiene que aceptar y hacer el balance correctamente. Entonces, no lo veo inconsecuente. Lo veo muy consecuente, que uno siga la línea. Por ejemplo, no quise ir a la consulta con Petro en 2018 porque pensaba que Humberto de la Calle era la transición que necesitaba el país para abrirle espacio a la izquierda, pero ahí también me equivoqué políticamente. Ni era la persona, ni tenía las ganas, ni el Partido Liberal lo respaldaba, ni nada. Eso fue una apreciación profundamente equivocada, aunque bien intencionada.
Creo que había otras personas que pensaban como yo, pero resultamos ser una ínfima minoría. Por eso en la segunda vuelta no me fui a ver ballenas, ni voté en blanco, ni me fui a llorar a la casa. Me puse al frente e hice campaña fuerte y desde esa etapa he venido insistiendo en la necesidad de una gran confluencia. Ahí va.
El Pacto Histórico es un desarrollo extraordinariamente importante. La Coalición de la Esperanza se está decantando. Vamos a ver si se puede llegar a acuerdos. No creo que el problema sea de programa. Las diferencias programáticas o énfasis que haya no son fundamentales. Hay que buscar a través del diálogo superar lo mismo que nos pasó antes. Hay cosas de estilo y de voluntad política, porque hay gente que quiere cambiar el país, pero no asumir el costo que ello implica. El costo es que a uno no lo quiera cierta gente. Siempre los cambios no le han caído bien a quienes ostentan los privilegios y el país llega a un momento en el que tiene que hacer cuentas con la naturaleza, la transición energética y con los jóvenes.
Nada de eso va a pasar si seguimos con la misma política y con el mismo modelo económico, que ya todo mundo sabe que no dio más. Aquí hay crecimiento sin empleo. Esa es la fórmula del desastre.
¿Cómo va su postulación al Senado?
El sector nuestro se llama Todos somos Colombia y estamos postulando mi nombre para la lista al Senado y en algunos departamentos estamos postulando candidatos a la Cámara de Representantes. En Bogotá, Cundinamarca, Valle, Córdoba, Norte de Santander y Boyacá.
¿Y le suena lo de la lista cerrada?
Fui una de las defensoras. Cuando se lanzó el Pacto Histórico el 4 de febrero intervine pronunciándome en favor de la lista cerrada y en cremallera, porque si se quiere cambiar la forma de hacer política no solo se puede de palabra, también se requieren hechos. Un proyecto que busca un programa colectivo no puede fincar sus esperanzas en diseminar en singularidades lo que es un proyecto compartido. Una lista programática, con práctica del programa en la parte de pluralismo con la inclusión de las mujeres, indígenas, afros y causas sociales invisibilizadas. Eso es todo lo que cabe en esa lista. Es un ejercicio de madurez política impresionante. Vamos a ver cómo nos va, pero creo que muestra que el cambio es posible.
Le pregunto por último con mucho respeto, ¿cómo está de salud?
Agraciadamente bien, pero he tenido un COVID muy duro, con unas secuelas muy fuertes. Me afectó muchísimo los músculos, con dolor fuertísimo y mucha debilidad. Se me cayó la mitad del pueblo. Horrible, pero creo que está volviendo a salir. Y me afectó los pulmones. Usé oxígeno permanente hasta hace dos meses. Estoy viviendo en Melgar la mayor parte del tiempo, porque el médico me dice que eso me sirve más para los pulmones. Cuando me quedo en Bogotá, por ejemplo, uso un poco de oxígeno antes de dormir. Pero en términos generales me recuperé 100 %, cosa que había puesto en duda.
Es que me dio durísimo y ¿sabe qué es lo más duro? La vacuna, la segunda dosis. Ahí tuve varios dolores, pero ya me siento bien, estoy en giras. Estuve en Montería, Cereté, Sincelejo, Corozal y Magangué. También en Casanare, en Tauramena, Aguazul, Yopal. En Huila.
Estuve en España, además. Me invitaron los arzobispos de Madrid. He participado en unas conferencias a las que me han invitado con distintas personas. Y me invitaron a una cumbre de líderes políticos católicos. Y hablé de los pactos, de gobernar pactando. Le atribuyo mi éxito en la Alcaldía a eso y a mi muy buena formación. No creo que uno debe gobernar dando órdenes, sino convenciendo a los equipos de asumir metas y propósitos de largo alcance, y eso solo se hace pactando.
A Clara López le cuesta respirar. El COVID-19 que se ensañó con sus pulmones y músculos dejó secuelas que siguen haciendo mella. Sin embargo, su talante, espíritu contracorriente y deseo transformador siguen intactos. Pero hoy goza de un nuevo aire y, de la mano del Pacto Histórico de Gustavo Petro, está decidida a llegar al Senado.
En esta charla, que abarcó un recorrido por su vida política a propósito de un libro biográfico, la exalcaldesa habla de su relación con el poder y la élite, las enseñanzas de su tío -el expresidente Alfonso López Michelsen- y su trayectoria pública. Incluso deja espacio para la polémica y reclama que a Samuel Moreno, su excopartidario y jefe en la Alcaldía de Bogotá, “le cobraron querer ser presidente”.
¿Tener un familiar expresidente suma o resta en la vida política?
Las cosas nunca son blanco y negro. Tuvo ventajas y desventajas. Una de esas ventajas fue aprender la política, la historia y el manejo de lo público al lado de un presidente como Alfonso López que, además, se esmeraba por formarlo a uno. Eso, sin lugar a dudas, es un privilegio único. Pero, al mismo tiempo, hay que aceptar que en la lucha política del todo vale –que no es tan reciente como dicen– todas las críticas que le caían al expresidente le llovían también a uno. Me convertí en un blanco débil por el solo apellido, tanto de la gente de los partidos tradicionales como de la izquierda.
Cuando me fui al Nuevo Liberalismo al Dr. López no lo quería nadie y, en el tránsito hacia la izquierda, me significó un peso ser su familiar, porque la gente siempre está caricaturizándolo a uno y etiquetándolo. Y esa etiqueta siempre era algo a vencer.
¿Qué aprendió para su vida política de lo que le enseñó su tío, el expresidente Alfonso López Michelsen?
Muchas cosas que me siguen sirviendo. Él era un maestro en la estrategia. Me enseñó a leer lo que venía. Desde entonces soy muy juiciosa en el análisis político y en la revisión, en no quedarme con fórmulas ensayadas, sino abrir los espacios. Desde luego, desde el enorme conocimiento. La oportunidad que tuve, de ser secretaria Económica de la Presidencia a los 24 años, sentarme en el consejo de ministros, en el Consejo de Política Económica y Social, la Junta Monetaria de entonces (que es equivalente a la Junta Directiva del Banco de la República), fueron doctorados en manejo económico, toma de decisiones y conocimiento de fondo de la realidad del país.
Fue a Harvard a estudiar economía en una época bastante convulsa, por la guerra de Vietnam y las reivindicaciones raciales. ¿Qué tanto influyó eso en que usted fuera una contracorriente?
Fue una generación única. Los años 60 y 70 en Estados Unidos, Europa y aquí también en Colombia fueron seminales para toda nuestra generación. Era una generación que se rebeló contra sus mayores y que reclamó para sí una nueva manera de gestionar el mundo. La lucha universitaria, los primeros discursos, la participación en un movimiento estudiantil que tenía muchas aristas y diferentes posiciones frente a los temas, fue un aprendizaje muy inicial de política. Pero lo fundamental de los años 60, además de las causas libertarias, fueron las causas contra la guerra, la admiración por los grandes líderes contemporáneos que se convirtieron en íconos, la lucha contra el racismo que personificaba Martin Luther King, pero también Nelson Mandela. Todavía recuerdo la emoción que sentí leyendo la defensa que hizo Mandela en su propio juicio.
Son causas que a uno se le quedan, como la búsqueda de una justicia social, pero con profundo contenido. No de maquillaje, sino profundo contenido de qué es justicia frente al color de la piel, de cuánto plata se tiene en el bolsillo y acceso a la representación política. Esa lucha contra la guerra, por la igualdad de derechos, el feminismo (que estaba surgiendo) y la causa de los negros, desde luego, me marcaron profundamente y parte de esa pasión que he sentido por los temas de justicia social vienen de mi casa, pero se desarrollaron en esa lucha universitaria de una manera impresionante.
Todos esos valores hoy, relativamente, son fáciles de defender. Pero en ese entonces, eran consignas controversiales. ¿Cómo hizo para mantenerse firme?
El ver crecer la minoría y convertirse en mayoría a punta de los argumentos, la no violencia y la lucha pacífica son para mí lecciones extraordinarias de esa época. Pero sí, éramos una minoría, un sentimiento que sentí en Colombia cuando fui candidata de la coalición liderada por la Unión Patriótica (UP) a la Alcaldía de Bogotá (1988). Viví la incomprensión de la mayoría frente a la minoría, su no reconocimiento.
Son cosas que también lo marcan a uno muchísimo, porque finalmente uno puede sentirse derrotado o sacar fuerzas de donde no las tiene para seguir luchando, y creo que haber logrado mantener una posición crítica a lo largo de estos años, aun cuando milité en el Partido Liberal, viene de esas luchas contestatarias y de toda esa subcultura. Es que era la política, pero también la música. Irrumpió en la universidad también toda la cultura de las drogas, la liberación sexual o la liberación femenina. Todo al tiempo.
Cuando entré a la universidad era como una extensión del colegio de señoritas primado del que venía, y de pronto, en el curso de seis meses, se convirtió en un mercado abierto de crisis de toda índole y una oferta impresionante de experiencias. Uno entraba a la cafetería y en cualquier mesa había un debate. Casi que aprendía uno más sentado en la cafetería oyendo a los compañeros de las distintas disciplinas y causas, que de las propias clases. Era una experiencia muy holística e integral.
¿Atribuye a esa época el nacimiento de su espíritu contracorriente o cree que allí maduró?
Creo que se educó, porque fui así desde chiquita. He tenido un altísimo sentido de libertad. Un marcado sentimiento de toma de mis propias decisiones, de que siempre hay una elección y que cuando uno elige debe vivir con eso, y si se equivocó, aceptar y corregir el rumbo, pero nunca echarse a llorar sobre la leche derramada.
¿Asumir una posición de izquierda, que incluso hoy no falta quien lo asocie con la subversión y las guerrillas, qué le significó en pleno siglo XX?
Aquí en Colombia el problema es que todo es en extremo. Pienso que, precisamente, por la existencia de la lucha armada, el nivel de tolerancia y respeto en la sociedad se perdió muy temprano. La polarización llevó a que no se pudiera desarrollar de verdad un espacio político para las ideas liberales. Entraron en desuso y desprestigio, e hizo carrera un autoritarismo consentido por la sociedad que era de profundo calado anticomunista.
La confusión que eso generó entre la lucha legítima por las conquistas sociales, contra la desigualdad estructural profunda y la violencia, no permitió un desarrollo democrático adecuado. Fácilmente, todo se retenía con el argumento de que era una expresión del comunismo, que era un fenómeno internacional que quería afectar al país.
Eso llevó a que no se reconocieran las luchas agrarias o los paros cívicos por los servicios públicos. Yo que seguí desde los 70 las cifras del Cinep sobre paros pude ver que había una cerradura institucional. El Frente Nacional no dejaba apertura alguna para la expresión de toda esa Colombia inconforme, que no encontraba expresión ni representación a través de los partidos tradicionales. Ese es uno de los grandes déficit de democracia que tiene todavía Colombia. Cargamos con esa cultura y lo planteó en el libro: se acabó el comunismo de la Unión Soviética, pero aquí el anticomunismo sigue vivito y coleando.
Después de semejante boom social y cultural en Estados Unidos, ¿cómo fue regresar a esa Colombia tan conservadora?
A mí me sorprendió. No encajaba. No hablaba bien el español. Un día fui a una función al Teatro Colón y tenía un sastre lindísimo, cortado, elegante y con pantalones, y no me dejaron entrar. Decían que las señoras no podían entrar con pantalones. Fue un choque muy grande.
Nunca fui muy de fiestas y me refugié en mi familia. A las fiestas que iba era a las de los primos o me le pegaba a mi hermano. Pero no desarrollé un grupo de amigos, nunca tuve un equipo generacional como tenían las otras personas que fui conociendo. Yo me había ido de Colombia muy joven, de 14 años, y no desarrollé nunca un equipo propio de amistades y pronto me metí en el mundo de los mayores en la política. Empecé a trabajar con Alfonso López desde 1973 en su precampaña. Él se recorrió el país como precandidato presidencial y luego en la campaña presidencial. Yo tenía 23 años y ese ya era un mundo de gente mayor, de la generación de mis padres, no de la mía.
Me desplacé a la generación de los mayores, que era más libre extrañamente. A mí me fascinaba la discusión de la política, viajaba por todo el país y terminaba haciendo doble viaje, porque tenía que investigar qué era lo que íbamos a visitar y después volver con la comitiva del presidente. Fue una experiencia muy linda, pero de choque cultural. De hecho, mi primer esposo era un amigo de la universidad, no era alguien de Colombia.
¿Qué la llevó a regresar a Colombia?
Recuerdo que cuando hice mi solicitud a la universidad planteé casi como una misión que quería recibir la mejor educación para regresar a mi país a responder por los privilegios que había tenido. Yo lo pensaba en servicio público, por eso nunca me interesé en aceptar ofrecimientos de trabajo que tuve en el sector privado. Siempre me orienté por el servicio público, porque siempre fue mi pasión.
Nunca se me pasó por la cabeza quedarme en Estados Unidos, a pesar de que cuando a mí me entregaron el diploma quien me lo entregó se echó un discurso, destacando que yo era la que más altas calificaciones había obtenido. Él sabía que me estaban buscando y ofreciendo trabajo los bancos de Wall Street. Y yo dije no (risas), a Wall Street no voy a ir. Me voy a Colombia, me regreso a mi país, porque allá es donde pertenezco.
Mi madre decía eso: que uno tenía una obligación de devolver en servicio tanto privilegio. La verdad es que nací en un ambiente de mucho privilegio, cultura y educación. Si yo tuviese hijos les estaría diciendo exactamente lo mismo.
Usted era funcionaria de Presidencia y luego termina en el Nuevo Liberalismo, ¿cómo fue eso?
De pronto uno tiene afán de llevar la contraria, pero no es un proyecto de inmaduro. Es buscar un sitio en la sociedad donde uno pueda valerse por uno mismo, ser quien es y ser reconocido por quién es. La mejor confesión es la propia conducta. ¿Se imagina la sobrinita pálida, la consentida de Alfonso López Michelsen, haciendo carrera política en el Partido Liberal? Es una contradicción en términos de lo que yo soy. Para el nepotismo no sirvo, para los favores especiales tampoco.
Dije, ‘no puedo en el Partido Liberal’. Pero además el partido no podía con lo que uno pensaba. Cada día estaba más lejos de las ideas liberales, con el estatuto de seguridad del Dr. (Julio César) Turbay o la política pública lejos de lo que uno había defendido siempre. El desarrollo rural integral es muy lindo, pero eso no remplazó la reforma agraria. Aquí no han querido asumir el cambio de la estructura de la tenencia de la tierra, que es un freno en el desarrollo del país. Eso me lo decía Hernán Echavarría Olózaga (economista e industrial colombiano). Eso no es comunismo, es pasar del feudalismo al capitalismo moderno, a una sociedad democrática.
Cuando tomé la decisión de solicitar el ingreso al Nuevo Liberalismo lo hice con esa doble intención. Uno veía en (Luis Carlos) Galán el afiche muy llamativo de la inconformidad, que no resultó tan cierto, porque él tenía sus anclas, que le cortaban el vuelo. Él sí era mucho más avanzado que todo el equipo que lo rodeaba.
Hui de los favoritismos, del nepotismo y de hacer política donde lo tenía todo hecho. A mí en el Nuevo Liberalismo no me podían acusar de nada. Allá no querían al Dr. López y me tenían calificada de López y turbayista, porque sí le ayudaba a los líderes que habían colaborado para elegir la lista al Concejo. Pero también me acusaban de clientelista y de ir en contra de los principios, porque no me querían.
¿Qué dijo su tío, su familia, de que terminara en una corriente disidente del liberalismo?
El Dr. López no podía quejarse porque él montó la disidencia del MRL (Movimiento Revolucionario Liberal). La verdad es que mi papá me enseñó que uno nunca debe hacer una pregunta a la que conoce la respuesta. Entonces nunca le pregunté al Dr. López ni él nunca me preguntó. Pero sabíamos que no estaba nada contento con esa decisión, entre otras, porque él le atribuía a la disidencia del Nuevo Liberalismo el no haber llegado a la Presidencia en su segundo intento, en 1982. Ese fue un golpe muy duro para él, que me quería mucho y me impulsaba mucho. Pero yo tenía que independizarme.
A propósito, ¿cómo hoy ve ese Nuevo Liberalismo con los defines Galán y Lara?
Los tiempos cambian mucho. Me parece justo que se le reintegre la personería jurídica al Nuevo Liberalismo. Aquí deben dar todas las personerías. Estaba pendiente la de la Colombia Humana[JOGP1] y era inaudito que esa fuera la única que no, porque es el movimiento político con mayor votación y el único que no tenía este respaldo legal. Dicho eso, hay que mencionar que los galanes de hoy no son el Galán de entonces.
Rodrigo Lara Bonilla, a quien le tenía una admiración certera cuando fui presidenta del Concejo de Bogotá, era la persona más de avanzada y progresista que tenía el Nuevo Liberalismo. Pero los hijos no reflejan, de lejos, ni el progresismo, el ímpetu y la grandeza de sus padres.
Es decir, no se ve en ese movimiento hoy en día...
Pues vamos a ver cómo se desarrolla. Todavía no sé cómo es.
Retomando el pasado, ¿en los 80 por qué se desencantó del Nuevo Liberalismo?
No me desencanté. Me metí al Nuevo Liberalismo haciendo una ruptura personal, emotiva y política muy dura, con el Dr. López, que era mi mentor y que tenía derecho a esperar más de mí. Pero el Dr. Galán, un buen día, regresa al Partido Liberal. Recuerdo que use estas palabras: “no me voy a dejar endosar”. Dije a eso no le jalo y quedé por fuera, en un movimiento que llamamos el Nuevo Liberalismo Independiente. Con ese fue que hicimos la alianza con la UP y otros sectores de izquierda y alternativos para la Alcaldía de Bogotá.
Yo ya había acompañado a Jaime Pardo en su aspiración presidencial en el 86, siendo concejal del Nuevo Liberalismo. Lo hice porque Galán había dado libertad para votar, no invitó a votar por Virgilio Barco, aunque sí sus adláteres, que siempre estaban frenándolo, aprisionándolo, para hacer campaña por Barco. Muchos en el Nuevo Liberalismo le habíamos hecho campaña a Jaime Pardo, que era lo que irrumpía, lo nuevo, la tesis del suprapartidismo que enarboló Luis Carlos Galán y que son las que hoy tenemos en el Pacto Histórico.
Acordamos reunirnos todos los progresistas, independientemente del partido al que perteneciéramos, y luchar por la salida política al conflicto armado, por la justicia social en un país tan desigual, por sacarlo del subdesarrollo y sacando las fuerzas productivas. Eso se logra en una sociedad igualitaria y democrática, no en una sociedad anclada en el pasado.Para mí esto del Nuevo Liberalismo fue muy duro, porque me quitaron el tapete de ambos pies. Me había metido a un movimiento y se desapareció.
Luego aterriza a la UP y se desata también el genocidio y la agudización de la violencia política. ¿Cómo recuerda esa época?
Acepté esa candidatura a la Alcaldía porque me lo había planteado Jaime Pardo Leal desde tiempo atrás. Y obvio uno tenía sus prevenciones y eso. Pero cuando asesinaron Pardo Leal comenzaron una serie de crímenes dramáticos y acepté esa candidatura no por nada distinto a decir que lo único que podía incidir para que el gobierno hiciera algo era una denuncia internacional. Y sabía que necesitaba una plataforma para ello.
Organizamos la candidatura, yo ya estaba en ese plan en alianza con la UP y otros sectores, y lo que tuvimos fue la posibilidad de contar un relato sobre lo que estaba pasando, un verdadero genocidio. Salí de esa candidatura a presentar testimonio en el Congreso de los Estados Unidos, a una gira de conferencias por todas las universidades de allá. Era la denuncia de esa alianza non sancta entre ganaderos, políticos, miembros de la Fuerza Pública y autoridades del Magdalena medio, que se dedicaron a aniquilar a la UP.
Gilberto Vieira (dirigente del Partido Comunista) hizo la denuncia en un debate en el Congreso en octubre de 1988. Eso está en los anales del Congreso. Hizo insertar un documento de investigación del DAS de la época sobre ese entramado en el Magdalena medio. Eso dio lugar a una investigación de una jueza y finalmente le entorpecieron la labor, le mataron al papá, y le tocó irse exiliada del país. A la vuelta del tiempo se supo que lo que estaba diciendo era cierto, pero en esa época decirlo era colgarse una lápida al pescuezo. Ese fue el discurso que llevé en mi gira por Estados Unidos y que terminó en muchas conversaciones con colombianos y americanos. Eso fue la semilla de lo que se convirtió en el Colombia Support Network, que fue una cantidad de colombianos y americanos que hacían solidaridad por Colombia escribiéndoles a sus senadores y representantes en Estados Unidos, porque aquí no tenía ningún impacto. Eso era hablarle a la pared al decirle algo al gobierno Barco.
Dado el nivel de violencia y pugnacidad, ¿se arrepintió en algún momento de haber regresado al país?
No, me reafirmé. Para una persona como yo, que fue educada en los principios liberales, lo que estaba pasando era totalmente inaceptable. Uno tenía que hacer algo. Fue una lucha muy larga en defensa de los derechos humanos, de enarbolar la salida política negociada al conflicto armado. Leo los documentos de esa candidatura a la Alcaldía y tienen una vigencia impresionante. Nos pasamos 30 años enarbolando lo que se materializó con el Acuerdo de Paz de La Habana, que así no haya logrado todo lo que se buscaba, ha cambiado el país.
Ya se puede viajar. Tuve mucho tiempo en que no me podía montar en un avión porque la gente se bajaba. No podía entrar a un restaurante porque la gente se salía. No podía ir a una fiesta porque decían que se las dañaba. Entonces a mí no me afectó la cuarentena, viví toda mi vida en una: no salía de noche, no iba a fiesta, no iba a cine, no podía hacer mercado. La gente no entiende lo que fue vivir tan asediado por la violencia.
Recuerdo un viaje en el que íbamos con mi esposo (el exconcejal Carlos Romero Aruba) para relajarnos. Y por alguna razón el avión hizo escala técnica en Medellín. Pensamos que nos iban a matar. Cuando anunciaron que el avión aterrizaba en Medellín yo sentí un frío. Y apenas aterrizó y abrieron la puerta entraron una cantidad de señores y dije “nos mataron”. No. Eran los del sindicato de Avianca que venían a rodearnos, a ser escudos humanos en caso de cualquier cosa.
Yo encontré una solidaridad en la gente trabajadora de este país que le demuestra a uno que cómo me iba a haber equivocado, que uno tiene que luchar porque este país se vuelva vivible. Creo que hemos avanzado mucho y no podemos retroceder. Por eso el Pacto Histórico en esta etapa ojalá llegue a acuerdos con la Coalición de la Esperanza. Por los verdaderos colombianos de bien, que son esos trabajadores que nos salvaron la vida en tantas ocasiones. Pero estamos de regreso a esas malas épocas.
En ese debate de Gilberto Vieira, se menciona que él tiene los nombres de 700 dirigentes de la UP asesinados en el último año o dos años. Aquí desde que firmaron la paz han matado 1.200 líderes sociales. Puede que no tengan una militancia política, pero es lo mismo. Si usted quiere esclavizar a un pueblo lo que debe hacer es matarle a sus dirigentes, y eso es lo que está en pleno desarrollo en estos momentos. No hemos ganado, hemos avanzado, y tenemos que evitar retroceder. Estamos en esa coyuntura.
En medio de semejante crisis social, se abre una luz de esperanza con la Constituyente, en la que fungió como secretaria. ¿Cómo fue esa experiencia?
Nosotros veníamos pidiendo la Constituyente desde mucho antes. Lo de los estudiantes fue una cosa que apareció y fue muy importante, pero el movimiento por ese proceso ya venía con las centrales obreras y las organizaciones sociales. Cuando finalmente se da lo de la Séptima Papeleta, cómo le explico... Yo nunca he repartido más papeletas en la vida, ni siquiera para mis propias elecciones. Hicimos un trabajo dramáticamente importante, todos ilusionados. La Constituyente fue un gran paso. Pero también fue una Constituyente, lo dije en un libro que escribí, que era democrática sin demócratas, porque los mismos que la aprobaron no se apersonaron de hacerla cumplir. Incluso, la sabotearon.
Previo a la aprobación, estaba en la Comisión Codificadora y fui testigo presencial del sabotaje de la Constitución. Trataron de que no hubiera texto para aprobar. El cuento es el siguiente: tenía que estar aprobada para el 4 de julio, y era 2 o 3 de julio. Llegamos y nos dijeron “se dañó el computador”. No hay Constitución. Dijimos que no había problema, que ahí estaban los papelitos con los artículos que le mandábamos al Instituto Caro y Cuervo. Dijeron que no estaban. Preguntamos por el acta y que tampoco estaba. ¿Sospechoso no?
Entonces nos sentamos con Rodrigo Lloreda y con varias secretarias, con autorización de los tres presidentes, para que fuéramos sacando en limpio nuestras notas, artículo por artículo, y en una hoja de papel pegábamos el artículo aprobado en primera vuelta y mecanografiaban el de la codificadora. Fotocopia y para la Constituyente. Esto empezó a fluir a las 5:00 de la tarde y tenían hasta las 12:00 para aprobarla. Cuando ya iban en artículo 30 o 40, y vieron que era en serio que teníamos toda la Constitución, se arregló el computador y siguió el proceso de aprobación. Después el secretario general de la Constituyente hizo una denuncia muy fuerte y alertó que se presentaron unos cambios inconsultos, que por supuesto no fueron por cuenta nuestra.
Entonces, desde el primer día la Constitución no les gustó a los actores reales de poder del país y llevamos 30 años, y no la han ejecutado ni puesto en práctica. Solo por excepción, por vía de tutela o revisión de la Corte Constitucional. Pero es que caso por caso no se arreglan los problemas de la gente. No digo que no haya avances. En 30 años toda sociedad avanza, pero deberíamos tener ya un Estado social de derecho y no lo tenemos.
Luego de esa experiencia, en 1998 le toca irse al exilio a Venezuela. Para usted, que estuvo en los momentos más difíciles del país, ¿qué significo tener que irse?
Fue terrible. Cerca de mi casa hay una pared blanca y nos ponían grafitis como “los desaparecidos están en el monte” o “comunistas hijueputas”. Ante ello, nosotros teníamos brocha y pintura, y mandábamos a pintar esa pared una vez cada 15 días. Y se supo después que era una táctica del DAS o de los servicios secretos para amedrentar. Carlos tenía un negocio en las obras de Bogotá, él alquilaba máquinas, y un día uno de los trabajadores se le apareció en la oficina y le dijo “doctor, no vaya a tal lado. Aparecieron unos tipos con su foto y dijeron que si lo veíamos llamáramos a un teléfono”.
Ante ello, Carlos no solo no volvió por allá, sino que le tocó liquidar a sus trabajadores, por el miedo de que les pasara algo a ellos por habernos contado. Comenzaron a llegar amenazas y a merodear la oficina. Un día secuestraron al chofer. Me salvé de milagro de caer en esa emboscada. El chofer contó, después, que tenían a su familia y que él tenía que entregarnos. Que estaban buscando a Carlos, pero que como no lo encontraban me iban a coger a mí. A nosotros lo que nos salvó fue el director del CTI de la época y nos metieron a protección de testigos, y nos despacharon a medianoche. Yo me fui prácticamente sin nada. No nos dejaron ni volver a la casa.
El avión, recuerdo mucho, era de Aerolíneas Argentinas, venía del sur. Me monté y en el bolsillo de al frente estaba un ejemplar de la revista The Economist y al final estaban los anuncios de los concursos y había uno del BID para Venezuela. Me presenté y me aceptaron. Esperamos el trámite y acabé en una trabajo interesantísimo, bien pago. No fui exiliada en el sentido de que no me hubieran dado ningún apoyo.
¿Cómo fue llegar a esa Venezuela con un Hugo Chávez recién elegido?
Allá teníamos grandes amigos. Mi hermano Eduardo es muy amigo desde el colegio de Leopoldo López Gil, el padre del hoy líder Leopoldo López. Allá llegamos. Nos recibió un embajador que era amigo y era de izquierda, Germán Bula Escobar. Nos recibió en la Embajada y luego conseguimos apartamento. Nos instalamos, comencé a trabajar e iniciaron los problemas con Chávez. Fue una experiencia política impresionante.
Allá también la clase dirigente no se calaba con gente de izquierda. Donde yo trabajaba no les gustaba Chávez, no lo bajaban de dictador, que iba a sacar decretos-leyes para eso y a nosotros nos tocaba analizarlos. Luego empezaron las huelgas para sacarlo. Una en particular me impresionó muchísimo porque a nosotros nos seguían invitando a las comidas en la Embajada y fuimos a una donde Luis Miquilena, un aliado del presidente. Un hombre muy importante. Él contó que había problemas y presiones grandes muy grandes sobre el Gobierno y la Corte Suprema.
Nos contó que el equivalente de la ANDI allá, Fedecámaras, le pidió a Chávez que hablara en el tribunal supremo para que no aprobaran una sentencia para no cobrar intereses sobre intereses y se le pusiera orden al sector financiero. Y que Chávez les dijo que no. Y ahí ellos amenazaron con el hacer un paro financiero. Ese fue mi primer paro. No había plata en los cajeros, no había bancos, y se preguntaba uno ¿qué vamos a comer? Entonces empezó el Gobierno a montar distribución de comida. Nosotros vivíamos en el barrio de los ricos, Chacao, allá, por la puerta de atrás del supermercado, los ricos iban a hacer compras calladitos, porque todos estaban en huelga. Nosotros hacíamos las colas de la comida.
El primer día salí de mi edificio y habían puesto barricadas. No se podía transitar, entonces me tocaba irme caminando al trabajo. Era un desastre. Lo cuento como anécdota, porque eso aquí habría sido con violencia, a bala. Allá hicieron el golpe, la gente salió masivamente a la calle, desbarataron el golpe, pero, salvo los francotiradores que pusieron los golpistas, no hubo mucha violencia. No declararon el Estado de sitio en medio de un golpe de Estado. Y Chávez dijo “el señor (Pedro) Carmona ya es un hombre mayor, mándenlo para su casa. ¿Cómo lo van a tener preso?”. Era otro estilo. Allá se insultaban feo, pero hasta ahí. Eso que pasa aquí que la cosa es a bala allá no nos tocó. Pero obvio se fue dañando el ambiente y uno dice, a fin de cuentas, este no es el país de uno y pensamos en regresar.
En ese momento eligen a Uribe y él dijo lo de su seguridad democrática, que es una consigna muy potente. Yo le pedí cita al presidente, porque me daba miedo volver y que nos mataran. Él dijo “aquí le vamos a garantizar la vida a todo mundo” y nos devolvimos. La verdad, más o menos, hemos tenido protección y eso es una ventaja, porque con la historia que uno tiene cualquier loquito le puede pegar un tiro cualquier día. Yo denuncié los falsos positivos y también la parapolítica, entonces uno siempre anda nervioso.
Y justo cuando regresa comienza toda la construcción de ese proyecto colectivo que hoy es el Polo Democrático y que materializó el sueño de una izquierda unida...
Y una izquierda abierta y democrática. Llegué primero a la Auditoría General de la República. Me candidaticé y salí elegida, y el que entra a la construcción del partido es Car los. Él es elegido concejal y comenzó ese proceso. Cuando terminó mi periodo en la Auditoría me afilié al Polo y sí, era una maravilla. Había compañerismo. Todos los que estamos hoy en parcialidades distintas éramos del Polo. Seis parcialidades, pero el Polo se fue desgranando: salió Petro, Robledo, el grupo de Luis Carlos Avellaneda. Y ahí estamos todos otra vez juntos.
Uno de los puntos de quiebre fue Samuel Moreno y usted fue su secretaria de Gobierno. ¿Cómo encaró semejante escándalo y cómo hizo frente al desvanecimiento de ese Polo?
Imagínese usted semejantes logros del gobierno de Lucho (Garzón) y de Samuel. Estadísticamente hubo reducción de la pobreza, y aumento de los indicadores de salud y educación. Uno veía que la transformación estaba funcionando y pasa semejante drama. Yo la primera parte estuve como secretaria de Gobierno y en esa calidad, a mí el alcalde me dio carta abierta en el tema de seguridad y orden público. Me tocaba manejar chicharrones como las tomas de los desplazados en el Parque Tercer Milenio o el paro de transportes. Veníamos con Lucho con una política de seguridad humana de extraordinaria proyección. Gobernábamos haciendo pactos. El pacto era el estilo de gobierno, entonces ahora que sale lo del Pacto Histórico sí que lo entiendo.
Pero pese a ello, salió salpicada políticamente hablando...
Claro, sale uno políticamente muy afectado. Sin lugar a duda fue un caso de corrupción dramático, pero no fue ni el más grande, ni el único del país. Pero pareciera que fuera. Lo que pasa era que Samuel era de izquierda. A él le cobraron querer ser presidente. Fue un linchamiento de unas proporciones... mire lo de Reficar. ¡Carajo! Uno dice qué hace el señor (Emilio) Tapia otra vez a salir a relucir en el contrato del Ministerio TIC. Pensé que ese señor estaba en la cárcel y resulta que está libre.
Me parece entonces que uno no puede condonar que haya un escándalo de corrupción de semejantes proporciones. Es absolutamente condenable y doblemente, porque nosotros deberíamos estar exentos de eso, como convencimiento político de transparencia y respeto por lo público. Pero también lo utilizaron muy bien para acabar con el ascenso del Polo.
Si se miran los tres periodos de gobierno en Bogotá, estadísticamente, los resultados son extraordinarios. La pobreza estaba cerca del 50 % y quedó en menos del 10 %. Se logró la gratuidad en la educación pública hasta el grado 11. Salud a su casa, que terminó llamándose Territorios Saludables, llegó a tener 3 millones de cobertura en atención primaria y preventiva. Se sacaron extraordinarias políticas públicas, como la del mínimo vital de agua potable o el subsidio de transporte dirigido a la gente más vulnerable. Mejor dicho, la política social era de las más robustas y siempre sostuve que la reducción grande de la pobreza en el país, en ese periodo, se debe en su mayor parte a la política pública de Bogotá por el peso estadístico que tiene.
Pero eso se hizo con sostenibilidad fiscal Y con reducción del endeudamiento público. Petro dejó el cupo de endeudamiento para el metro subterráneo y por eso es por lo que pueden hacer metro y Transmilenio. Con el cupo de Petro. Y calificación de AAA en finanzas por parte de las calificadoras internacionales. Le digo todo eso porque ahora como dicen que Petro no sabe gobernar. ¿Que no? Es que le han armado la leyenda negra con el cuento de las basuras. Pero si usted mira, el balance del gobierno de Petro es muy positivo.
¿Cómo explica ese distancia que tuvo con Petro y ahora verlos juntos de nuevo?
Yo le hice campaña en la segunda vuelta presidencial. No sé si soy una ave extraña, pero nunca he mezclado la política con las relaciones personales. O he procurado no hacerlo, porque se queda uno sin con quién saludarse. Tengo coincidencias políticas con Petro antes de la Alcaldía, durante y después. Tuvimos una confrontación en el Polo, que me parece que en ningún lado actuamos bien. Ni él ni nosotros. Esas peleas se pueden solventar. Nos dejamos llevar. Ahí habría algún factor de perturbación de cierto sector ultrasectario en el partido, pero uno tampoco puede dejarse llevar de ellos.
Ahí no hay excusa, actuamos mal, porque no era por diferencias de contenido político. Eran puras peleas personales. Creo que en eso uno tiene que aceptar y hacer el balance correctamente. Entonces, no lo veo inconsecuente. Lo veo muy consecuente, que uno siga la línea. Por ejemplo, no quise ir a la consulta con Petro en 2018 porque pensaba que Humberto de la Calle era la transición que necesitaba el país para abrirle espacio a la izquierda, pero ahí también me equivoqué políticamente. Ni era la persona, ni tenía las ganas, ni el Partido Liberal lo respaldaba, ni nada. Eso fue una apreciación profundamente equivocada, aunque bien intencionada.
Creo que había otras personas que pensaban como yo, pero resultamos ser una ínfima minoría. Por eso en la segunda vuelta no me fui a ver ballenas, ni voté en blanco, ni me fui a llorar a la casa. Me puse al frente e hice campaña fuerte y desde esa etapa he venido insistiendo en la necesidad de una gran confluencia. Ahí va.
El Pacto Histórico es un desarrollo extraordinariamente importante. La Coalición de la Esperanza se está decantando. Vamos a ver si se puede llegar a acuerdos. No creo que el problema sea de programa. Las diferencias programáticas o énfasis que haya no son fundamentales. Hay que buscar a través del diálogo superar lo mismo que nos pasó antes. Hay cosas de estilo y de voluntad política, porque hay gente que quiere cambiar el país, pero no asumir el costo que ello implica. El costo es que a uno no lo quiera cierta gente. Siempre los cambios no le han caído bien a quienes ostentan los privilegios y el país llega a un momento en el que tiene que hacer cuentas con la naturaleza, la transición energética y con los jóvenes.
Nada de eso va a pasar si seguimos con la misma política y con el mismo modelo económico, que ya todo mundo sabe que no dio más. Aquí hay crecimiento sin empleo. Esa es la fórmula del desastre.
¿Cómo va su postulación al Senado?
El sector nuestro se llama Todos somos Colombia y estamos postulando mi nombre para la lista al Senado y en algunos departamentos estamos postulando candidatos a la Cámara de Representantes. En Bogotá, Cundinamarca, Valle, Córdoba, Norte de Santander y Boyacá.
¿Y le suena lo de la lista cerrada?
Fui una de las defensoras. Cuando se lanzó el Pacto Histórico el 4 de febrero intervine pronunciándome en favor de la lista cerrada y en cremallera, porque si se quiere cambiar la forma de hacer política no solo se puede de palabra, también se requieren hechos. Un proyecto que busca un programa colectivo no puede fincar sus esperanzas en diseminar en singularidades lo que es un proyecto compartido. Una lista programática, con práctica del programa en la parte de pluralismo con la inclusión de las mujeres, indígenas, afros y causas sociales invisibilizadas. Eso es todo lo que cabe en esa lista. Es un ejercicio de madurez política impresionante. Vamos a ver cómo nos va, pero creo que muestra que el cambio es posible.
Le pregunto por último con mucho respeto, ¿cómo está de salud?
Agraciadamente bien, pero he tenido un COVID muy duro, con unas secuelas muy fuertes. Me afectó muchísimo los músculos, con dolor fuertísimo y mucha debilidad. Se me cayó la mitad del pueblo. Horrible, pero creo que está volviendo a salir. Y me afectó los pulmones. Usé oxígeno permanente hasta hace dos meses. Estoy viviendo en Melgar la mayor parte del tiempo, porque el médico me dice que eso me sirve más para los pulmones. Cuando me quedo en Bogotá, por ejemplo, uso un poco de oxígeno antes de dormir. Pero en términos generales me recuperé 100 %, cosa que había puesto en duda.
Es que me dio durísimo y ¿sabe qué es lo más duro? La vacuna, la segunda dosis. Ahí tuve varios dolores, pero ya me siento bien, estoy en giras. Estuve en Montería, Cereté, Sincelejo, Corozal y Magangué. También en Casanare, en Tauramena, Aguazul, Yopal. En Huila.
Estuve en España, además. Me invitaron los arzobispos de Madrid. He participado en unas conferencias a las que me han invitado con distintas personas. Y me invitaron a una cumbre de líderes políticos católicos. Y hablé de los pactos, de gobernar pactando. Le atribuyo mi éxito en la Alcaldía a eso y a mi muy buena formación. No creo que uno debe gobernar dando órdenes, sino convenciendo a los equipos de asumir metas y propósitos de largo alcance, y eso solo se hace pactando.