Nuevo testimonio sobre la espada de Bolívar
Argemiro Plaza, exmilitante del M-19, cuenta cómo llegó el arma a la casa del poeta León de Greiff. El presidente Gustavo Petro será su nuevo custodio.
Diego Arias / Especial para El Espectador
La de la espada de Simón Bolívar, en poder de la antigua guerrilla del M-19 durante muchos años, es una historia (no obstante lo que ya ha sido develado) inmersa entre el mito y la leyenda. De cuando fue sustraída de la Quinta de Bolívar, en Bogotá, en el ocaso del 17 de enero de 1974, a cuando fue devuelta, en 1991, se dibuja un relato en forma de círculo, que bien da para una extraordinaria novela o el apasionante guion de una película llena de misterios, complejas tramas y conspiraciones aún no conocidas. (Recomendamos: Crónica de Nelson Frerdy Padilla sobre las distintas espadas de Simón Bolívar).
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La de la espada de Simón Bolívar, en poder de la antigua guerrilla del M-19 durante muchos años, es una historia (no obstante lo que ya ha sido develado) inmersa entre el mito y la leyenda. De cuando fue sustraída de la Quinta de Bolívar, en Bogotá, en el ocaso del 17 de enero de 1974, a cuando fue devuelta, en 1991, se dibuja un relato en forma de círculo, que bien da para una extraordinaria novela o el apasionante guion de una película llena de misterios, complejas tramas y conspiraciones aún no conocidas. (Recomendamos: Crónica de Nelson Frerdy Padilla sobre las distintas espadas de Simón Bolívar).
Al fin y al cabo, se trata de, quizá, las más importante de las acciones de esa guerrilla, la fundacional, con la cual se dio a conocer públicamente. Por supuesto, no todo en la trayectoria de este grupo resultó tan romántico o heroico, dado haber optado por la lucha armada, con todos los desbordamientos que eso supone. Pero entre sus audacias, que fueron muchas, destaca la sustracción de la espada del Libertador, siendo que además del extraordinario valor simbólico, constituye tal vez la única operación realizada por el M-19 que inicia y termina (muchos años después) de forma realmente exitosa, enalteciendo y reinstalando, en la actual coyuntura política del país, un símbolo de enorme significado histórico. (Más: Visita a la casa de León de Greiff).
“Pocos días después de la acción en la Quinta de Bolívar, Jaime Bateman, fundador y máximo comandante del M-19, me dio una orden perentoria: busque un lugar muy seguro en donde guardar la espada. Yo había llegado a Bogotá varios días antes y traje conmigo un bien muy preciado: una selecta biblioteca de textos especializados sobre ajedrez. En la búsqueda de ese lugar para guardar la espada exploré varias posibilidades que incluían a personas cercanas (colaboradores) de la política, la academia, el periodismo, las artes y lo que llamábamos ‘burguesía’. Pero cada opción entrañaba algún tipo de riesgo; hasta que pensé en Boris de Greiff y la casa de su padre: el poeta y maestro León de Greiff”.
“Yo era gran amigo de Boris y de tiempo atrás lo había acercado a nuestra organización. Nuestra amistad había nacido y se fortaleció en la pasión mutua por el ajedrez y recuerdo haberle regalado buena parte de la biblioteca con la cual llegué a Bogotá… así que me dije: ¡ahí es!”.
“Boris era un ser afectuoso, generoso, buen conversador y gran anfitrión. Vivía en la parte posterior de la casa de su padre. Allí jugábamos ajedrez y hacíamos tertulia luego de compartir la especialidad de la casa: callos a la madrileña, que preparaba su esposa. Gracias a él pude conocer en persona a León de Greiff”.
Así inicia su relato Argemiro Plaza de cómo llegó la espada del Libertador a la casa de León de Greiff, en donde permaneció oculta dos años largos, hasta la muerte del poeta. El testimonio es de un antiguo miembro del M-19, perteneciente a su núcleo de fundadores, del cual hizo parte junto a Jaime Bateman y un pequeño grupo de hombres y mujeres, varios de ellos con arraigo en la literatura, el teatro y las artes. Por ese tiempo a Argemiro, estudiante de Ingeniería Sanitaria en la Universidad del Valle, no le fue ajena la participación en el Consejo de la Facultad, de un brillante líder estudiantil (y gran deportista) que se propuso incorporar: Antonio Navarro Wolff.
Dice Argemiro que “cuando le propuse a Boris de Greiff guardar la espada, este no lo dudó y aceptó complacido; “bienvenida la espada”, me dijo, así que nos pusimos en la tarea de trasladarla a esa casa”. “En un campero de la organización, junto a Jaime Bateman, nos fuimos hacia el centro de Bogotá, en donde había sido guardada inicialmente la espada. Yo iba manejando y recuerdo que era un domingo, como a media mañana. Se bajó y regresó luego con un envoltorio entre sus manos y me dijo: “Ya tenemos la niña otra vez. Ahora usted se hace responsable… ¡Ni por el h.p. la puede dejar perder!”.
“Ya en la casa, que estaba ubicada en el barrio Santa Fe”, continúa Argemiro, “pensamos de nuevo en donde guardarla para que estuviera segura y entonces me llegó la evocación de un pasaje del escritor Edgar Allan Poe, que en uno de esos textos de corte detectivesco (La carta robada) decía que la mejor manera de esconder algo para que nadie lo encontrara era hacer lo menos obvio; esto es, dejarlo expuesto. Así que decidimos colocarla, discretamente envuelta, en una estantería o repisa del primer piso, junto a los libros del poeta”.
No es posible confirmar que León de Greiff supiera de la presencia de la espada en su casa. No obstante las ideas liberales del poeta (fue expulsado de la Universidad en 1913 por “rebelde”) y su militancia radical (con solo veinte años fue la mano derecha del general Rafael Uribe Uribe). “Creo que es muy razonable que su hijo Boris le haya evitado el estrés de saberse ‘custodio’ de la espada, dada además su edad avanzada y en momentos en que para las fuerzas de seguridad del Estado era una prioridad recuperarla”, anota Argemiro.
Pero de tiempo atrás, en un extraño giro del destino, se cruzaron los caminos de León de Greiff con un grupo de jóvenes que luego darían forma, con otros, al M-19. Alguna vez estando en las montañas del Cauca, Álvaro Fayad Delgado refirió detalles de ese encuentro: “Ese día estábamos parados en la puerta de la cafetería central de la Universidad Nacional cuando alguien nos aborda, casi por sorpresa, se acerca y nos dice: ‘Yo soy León de Greiff y soy poeta. ¿Puedo tomar café con ustedes?’. Nos miramos y quedamos sorprendidos, casi atónitos. Nos tomamos el café y hablamos extensamente y con pasión de literatura. Incluso nos abrió las puertas de su casa en la que, a donde se mirara, abundaban libros dispuestos por todas partes; era como un santuario de literatura. A partir de ese momento tuvimos con el poeta una relación de mucha cercanía, pero mediada siempre por el respeto y una gran admiración”.
Encontrar la espada: prioridad militar
Recuperar la espada se convirtió, para las Fuerzas Armadas, en una obsesión y casi en una tarea de seguridad nacional. Al frente de esta misión estaban, muy especialmente, el general Luis Carlos Camacho Leyva quien recién llegaba al comando del ejército y el general (r) José Joaquín Matallana en la dirección del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS). Y Argemiro cuenta cómo, al mejor estilo de una novela del ya mencionado Alan Poe, Boris de Greiff desafió a los militares en el curso de un interrogatorio, luego de haber sido capturado.
“En los ambientes de la Inteligencia Militar ya se asociaba el lugar de su escondite con la palabra “poeta”. Varios intelectuales fueron capturados, interrogados y sus casas allanadas en busca de la espada. Luego de negar que esta estuviese en la casa de León de Greiff (que además ya habíamos detectado que estuvo muchas veces bajo vigilancia), los desafió a que fueran entonces a buscarla…Su razonamiento, según me dijo, fue que luego de tantos allanamientos en las casas de otros poetas y literatos, al final, ni ellos mismos (los militares) se creían que estuviera en la casa de mi padre.”
Pero es bastante posible que hay existido otra buena razón para que los militares no hubiesen ido más lejos (allanar la casa) y este argumento es político. Entre el presidente de entonces, Alfonso López Michelsen (1974-1978) y León de Greiff, había una mutua admiración y cercanía, que derivaba a un mismo tiempo de la pasión por las letras y la causa liberal proveniente de tiempos distantes como los de la Guerra de Los Mil Días y la figura de Rafael Uribe Uribe, y más cercanos en la relación de López con el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL). Y aunque parezca inverosímil, la anécdota según la cual en una visita del presidente al poeta, estuvo de por medio (oculta) la espada del Libertador, es absolutamente cierta.
Epílogo
“Fui informado de que León de Greiff estaba ya en sus últimos momentos, así que fui a su casa. Estábamos un grupo pequeño pero cercano de amigos tanto del poeta como de Boris. Eso fue el 11 de julio de 1976. El maestro había pedido que le retiraran unas sondas que le daban soporte vital y así se hizo. Ya como a la media noche nos bajamos al primer piso y con el maestro se quedó la compañera del buen amigo nuestro y campeón de ajedrez, Oscar Castro. Al rato ella también bajó con lágrimas en los ojos y nos dijo que el maestro ya había partido. En medio de la tristeza tuve claro que había que sacar, cuanto antes, la espada de ese lugar y eso se decidió muy rápidamente con Jaime Bateman” concluye su testimonio Argemiro.
Existe la versión de que, ya fallecido, la tumba de León de Greiff fue en algún momento abierta en secreto por parte de los militares en busca de la espada. Quien finalmente se hizo cargo de trasladarla de la casa del maestro a un nuevo sitio fue otro Boris (Gustavo Arias Londoño), otro miembro fundador del M19. Pero esa es otra parte de la historia…