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Desde niña se acostumbró al escándalo.
La única hija, la mayor de cinco hermanos, pasó su infancia sin conocer a otras niñas. Jugaba con sus hermanos a correr, a embarrarse, a emparamarse, sin saber que todo eso estaba mal visto. Porque a principios del siglo xx, en el Santander rural, al igual que en el resto del país, las actividades físicas, los deportes y las excursiones por el campo eran ámbitos exclusivos para los niños. Para las niñas: obedecer, callar e ignorar, como lo dictaminaban las cartillas en donde se enunciaban las virtudes que debían cultivar las pequeñas.
Y mientras su padre le enseñaba a jugar al tiro al blanco y le pasaba libros de Vargas Vila —prohibidos para mujeres, pues los únicos permitidos eran las vidas de santos y los libros de cocina—, los vecinos se escandalizaban al verla libre, a la par de sus hermanos. «Así comenzó mi feminismo», dijo en una entrevista que le realizó Anabel Torres en 1986, mientras recordaba su infancia. “Mis hermanos jugaban toda clase de juegos y como yo estaba aislada de otras niñas jugaba con ellos. Y mientras jugábamos comparaba. […] En esa época eran tantas las cosas que ni siquiera se pensaba que pudieran ser hechas por una mujer”. (Lea un perfil de Ofelia Uribe escrito por su nieta).
Y Ofelia Uribe de Acosta quería hacerlo todo. En 1917 terminó la escuela normal. Como se autodenominaba liberal radical de izquierda y manifestaba sus posiciones políticas de manera abierta, fue muy difícil para ella conseguir trabajo como maestra durante la hegemonía conservadora. Entonces intentó fundar una escuela, junto con sus padres, en donde se le permitiera una educación libre y laica tanto a niños como a niñas, pero el proyecto encontró varios opositores y no pudo sostenerse.
En 1924 conoció a Guillermo Acosta, quien se convertiría en su esposo, y comenzó a administrar el almacén de su familia. Una vez más los vecinos se pronunciaron, pues era mal visto que una mujer trabajara en algo diferente a lo doméstico. Cuando, en 1931, a su esposo lo nombraron juez de San Gil, Ofelia Uribe lo acompañó en la labor. En el juzgado había novecientos casos archivados, y ella sabía que sería imposible que una sola persona se hiciera cargo.
Así que se puso en la tarea de estudiar las leyes, lo ayudó a investigar, reunir pruebas y citar testigos. Sin importarle que los vecinos fruncieran el ceño y murmuraran a sus espaldas cada vez que la veían entrar al juzgado. Acusaban su ambición. Una mujer no debía meterse ni en negocios ni en asuntos legales. Era un escándalo.
Fue precisamente en medio de esta vida pública que Ofelia Uribe de Acosta conoció a Georgina Fletcher, una activista por los derechos de la mujer nacida en España, pero radicada desde principios de siglo en Colombia. Ofelia Uribe de Acosta la describió en su libro Una voz insurgente (1963) como la encarnación del punto de partida del movimiento feminista en Colombia, y con razón. (La historia de otras mujeres que lucharon por sus derechos políticos en Colombia).
Fletcher fue la encargada de gestionar el IV Congreso Internacional Femenino, que se realizó en Bogotá en 1930. Fue allí donde Uribe de Acosta, al estar familiarizada con los códigos penales, presentó una ponencia que buscaba una reforma constitucional para que por fin se reconocieran los derechos patrimoniales de la mujer.
El congreso se llevó a cabo en el Teatro Colón y tuvo un público diverso, conformado en su mayoría por hombres. Como lo narró la propia Uribe de Acosta en sus memorias sobre la historia de la lucha feminista en Colombia: “Los varones, que en un principio tomaron en sentido humorista la concentración de mujeres en Bogotá para ocuparse de cuestiones consideradas tan impropias del «bello sexo», como se decía entonces, terminaron por interesarse hasta tal punto que, una noche, ante la imposibilidad de penetrar al Colón porque ya estaba repleto de gente, rompieron las puertas para precipitarse a escuchar a las oradoras que hacían gala de capacidad, elocuencia, elegancia y señorío.
La discusión por esta reforma permeaba el debate político del momento. Las feministas buscaban el derecho a la separación de bienes, pues, para entonces, todo el patrimonio de la mujer pertenecía a su marido. Lograron conseguir el apoyo del presidente Enrique Olaya Herrera, quien se pronunció al respecto: «Mi satisfacción es grande al ver a las mujeres por fin interesadas por sus derechos; estoy en total acuerdo con ustedes y será este uno de los primeros proyectos de mi Gobierno», les dijo en varias reuniones que sostuvo con las activistas.
Sin embargo, políticos como Laureano Gómez y Muñoz Obando rechazaban de forma vehemente esta ley de capitulaciones, esgrimiendo argumentos paternalistas que caricaturizaban a las mujeres como seres sin agencia, niñas taradas, que no sabrían qué hacer cuando recibieran la potestad de lo que era suyo. Así lo manifestó Muñoz Obando en uno de los debates que se llevó a cabo en el Congreso: Las mujeres colombianas están empeñadas en quebrar el cristal que las ampara y las defiende. No saben que si ese proyecto llegara a ser ley quedarían a merced de todos los negociantes inescrupulosos que se apoderarían de su fortuna, que es el patrimonio de sus hijos.
En respuesta a estos pobrísimos argumentos, Ofelia Uribe de Acosta publicó una columna en el diario El Tiempo en enero de 1931, en donde hizo gala de un estilo irónico, mordaz y combativo:
“[…] La independencia económica no es nada sin la igualdad civil, que es lo único que caracteriza las verdaderas reivindicaciones femeninas, porque es verdaderamente irrisorio y profundamente ofensivo que a la mujer, a quien no se le reconoce la facultad de discernimiento y raciocinio propio de todo ser consciente, sí se le exija en cambio su plena responsabilidad ante la ley. […] Pero ¿qué van a hacer ellos con este espléndido proyecto de ley que deja casi asegurada la independencia económica de la mujer, si el Congreso, corporación de hombres y como tales oposicionistas en su mayoría al proyecto, lo traspapela o descuartiza tachándolo de contrario a la unidad social que pregona el derecho francés, como si esta misma unidad no fuera susceptible de reformas o modificaciones acordes con las necesidades y realidades del presente?”.
El texto resumía los puntos más importantes de la ponencia que había presentado en el Congreso Internacional Femenino y calentó aún más el debate. Ofelia Uribe de Acosta vivía en Santander y viajaba hasta Bogotá a lomo de mula, por precarias carreteras, para acompañar a otras líderes feministas que se presentaban en el Capitolio para hacer presión. En una de las sesiones, cuando los representantes comenzaron a lanzar improperios contra las activistas y a argumentar que la ley de patrimonio iba en detrimento de la familia colombiana, las mujeres comenzaron a gritar y a interrumpir desde las gradas.
Como ella misma lo narra en Una voz insurgente: “Si mal no recuerdo, una tarde en la Cámara el representante Muñoz Obando dijo, dirigiéndose a nosotras, que ya habíamos perdido la paciencia y nos atrevíamos a vociferar desde las barras, lo siguiente: […] ‘¿Qué podrían hacer sin el esposo, gerente de la sociedad conyugal, que es la inteligencia y el brazo fuerte sobre el cual descansa el patrimonio familiar?’ —«¡No queremos tutores…! —le gritábamos desde la barra—». ‘¡Pero los tendrán con su voluntad o sin ella…!’, prosiguió el orador enfurecido”.
A pesar del poco apoyo de los legisladores, finalmente se expidió la ley 28 de 1932, que permitió a la mujer reclamar sus derechos patrimoniales. El 1° de diciembre de 1933 se firmó el decreto 1972, que le permitió la entrada a la universidad. Cuando se le preguntó a Ofelia Uribe de Acosta por esta primera lucha y por el papel que tuvo el presidente, respondió a su manera: «Bajo Olaya Herrera se realizó la liberación de los últimos esclavos colombianos: las mujeres».
* Se publica por cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial.