Pepe Mujica y su crítica a la tecnología y a quienes confunden “ser” con “tener”
El expresidente de Uruguay Pepe Mujica reflexiona sobre el rol de la educación en el mundo moderno. Dice que no hemos avanzado tanto en valores como en tecnología y que los celulares pueden ser enciclopedias que la gente usa para cualquier pavada. Diálogo con Sergio Fajardo para el pódcast “El profesor”, de BumBox.
Sergio Fajardo
Quiero empezar como empiezo siempre Pepe, hablando de los primeros pasos. ¿Cómo fue ese mundo tuyo inicial en el campo, en tu escuela? ¿Recuerdas a algún maestro especial?
¡Como no! Soy nacido en un barrio de la orilla de Montevideo que en mi niñez era una mezcla de barrio naciente, urbano y todavía rural, con viñas, con chacras, con grandes cultivos de alfalfa. Jugábamos con trompos, con troyas. Inventábamos juguetes, andábamos a caballo. Mi padre se murió cuando yo tenía ocho años. Y ahí empecé a estudiar, ir al liceo y a andar en bicicleta, aunque costaba un disparate comprarla. Había una escuela pública al lado de mi casa. Y ahí tuve una maestra imborrable. Que tal vez me marcó para siempre. Juanita Escolfi. Y pasé una infancia de niño pobre, pero no tan pobre. Comíamos todos los días.
Tu madre jugó un papel muy especial en tu vida. Dime una característica de ella a partir de la cual siempre la puedas recordar.
Tenía una tradición italiana, de cocina italiana. Inventaba una comida con cualquier cosa. Hacía unos tallarines de noche que los dejaba secar para hacer un menestrón. Frecuentemente criábamos alguna gallina y le torcía el pescuezo. Hacía una horneada de pan que nos duraba una semana o quince días. Y era muy trabajadora y fuerte, levantaba una bolsa de polen de 50 kilos y se la ponía bajo el brazo. Y tenía un vozarrón, una personalidad muy definida, de un carácter fuerte. Le tengo mucho que agradecer. Sobre todo, por la voluntad que tenía. De bastante mal genio. Pero muy maternal.
Le puede interesar: Doris Salcedo: lo que nos enseña el arte es a no caer del todo en la barbarie
Me dicen mis amigos en Uruguay que fuiste un buen ciclista. ¿Cómo llegaste al ciclismo y por qué te gustaba?
En mi época la bicicleta era el vehículo más a mano de la gente pobre, miles la usaban para ir a trabajar. Yo estaba cerca de los grandes frigoríficos del Uruguay y a las 5:00 a.m. había un torrente de bicicletas de la gente que iba a trabajar. Y el ciclismo como deporte estaba en auge en el Uruguay. Mi adolescencia va a coincidir con un viejo ciclista de la década del 40 que fue vicecampeón mundial de persecución. Había ganado carreras en la Argentina. se llamaba Francois. Un nombre francés, pero era uruguayo, hijo de inmigrantes. Comprábamos las bicicletas a plazo, pagábamos 7/8 $ por mes.
Empecé por ahí por los 12 o 13 años a correr y en tres o cuatro años llegué a primera. El deporte en aquella época era totalmente amateur. Los caminos eran penosos, pero me gustaba mucho porque recorría el país. Andábamos por todos lados. Hacíamos de repente 200 km. Como en tantas cosas en la vida, me pegué un golpe y me costó mucho curarme de la rodilla. Y en ese ínterin, qué cosa rara, me enamoré. Y adiós bicicletas.
Bueno, Pepe, tú no fuiste a la universidad. ¿Por qué no fuiste a la educación superior? ¿Qué hubieras estudiado?
En el liceo siempre fui un brillante estudiante de historia. Me apasionaba. Y fui militante en el movimiento estudiantil, en una agrupación libertaria en aquella época. Había un fuerte movimiento por la reforma universitaria en Uruguay y eso englobaba también a los muchachos de secundaria en la cual yo estaba.
Pero vocacionalmente tenía una contradicción, me encantaba también la tierra. Y tal vez por comodidad, probablemente por inclinación, me quedé trabajando la tierra, pero seguí con una fortísima ocupación intelectual por mi cuenta. Estaba en un barrio alejado del centro de Montevideo, pero había un ómnibus que paraba precisamente en la misma cuadra que había una brutal vieja biblioteca y a mí me salía baratísimo tomar un ómnibus hasta ese destino. Alrededor de cuatro años me dediqué a leer de cuanta cosa podía. Filosofía, historia, literatura, arte, física y química. Era mi entretenimiento de todas las tardes.
Y asistí a algunos cursos con un par de profesores que son inolvidables. El último ministro de Cultura de la República Española, don José Bergamín, que es uno de los hombres más particulares, más notables que conocí. Y otro viejo profesor muy querido en el Uruguay. Solía concurrir a sus clases de composición literaria y de historia en una facultad de Humanidades abierta que había. Yo tenía 18 años y estos dos viejos profesores eran una especie de conductores de adolescentes. Era una época donde los profesores tenían tiempo de intimar, de hacer tertulia, de ir a los boliches con los muchachos. Yo no sabía lo que pasaba. Pero sí iba a tener repercusiones brutales en mi vida.
La vida de Pepe Mujica en la guerrilla de los Tupamaros, en Uruguay
Entraste al mundo de la política con armas como parte de los Tupamaros y después estuviste en prisión. ¿Cuáles son las principales lecciones que sacaste de entrar al mundo de la guerrilla en ese momento?
Tengo 88 años. Los humanos somos nosotros y nuestras circunstancias, nuestros tiempos. Hay que ubicarse en un país al que llamaban, en la década del 40, la Suiza de América. Casi te diría un país socialdemócrata. Que había tenido serias transformaciones, que había votado una ley de descolonización. Y de golpe, cuando termina la guerra de Corea, lo que vendíamos lo vendíamos más barato y lo que comprábamos lo comprábamos más caro. Y empezamos a ser iguales al resto de América Latina. Y aprendí esta ley: cuando todo está relativamente bien y sucumbes, sufres mucho más que aquellos que están acostumbrados a estar en el fondo.
Mi juventud vivió un trauma. Políticamente esto se va a expresar. Había gobernado el país noventa años un partido, el Partido Colorado. Al pisar el año 50 ganó las elecciones y todos los gobiernos municipales. Cuatro años después perdió todo. Es la misma crisis que se llevó a Perón en la Argentina. Hasta ahí éramos casi unos hijos bastardos del Imperio Británico. A partir de ahí, empezó nuestra historia. Eso generó una cantidad de convulsiones. En el marco de una época de grandes tensiones, de inicio de la Guerra Fría, del triunfo de la Revolución Cubana, que fue como una yesca, de descomposición del mundo colonial, la guerra de Argelia, etcétera.
Mi juventud es hija de ese tiempo. Por lo tanto, fui muy condicionado por ese tiempo. Pero otro factor de la época es que todas las crisis en América Latina terminaban en un golpe de Estado, en una dictadura. Y en mi país no se había dado ese fenómeno. Habíamos tenido una dictadura en la década del 30, cuando quebró la bolsa de Nueva York, pero fue una dictadura suave, civil. Pero por la década del 50 pululaban las dictaduras en América Latina, las grandes tensiones desembocaban siempre en una dictadura.
A tal punto que en la Central de Trabajadores de Uruguay les inculcaban a los obreros que ante un golpe de Estado había que contestar con huelga general. Por eso, cuando vino la ola de la dictadura hubo una huelga general de 15 días en Uruguay. En ese tiempo van a surgir al final los Tupamaros, hijos de ese proceso, porque pensábamos que íbamos a desembocar en una dictadura. Que la crisis económica iba haciendo a los gobiernos cada vez más represivos. Estoy hablando de un proceso de 15 o 20 años.
El sueño de los Tupamaros fue que a la dictadura había que enfrentarla con una huelga general, pero había que tratar de transformar la huelga en una insurrección. Y nos dedicamos a ser un aparato para eso. Pero fuimos prisioneros del éxito. Tuvimos tanto éxito que nos transformamos casi en una organización de masa. Y no se puede tener un aparato clandestino de masa. Empezamos a tener caídas por acá y por allá y accidentes. Y caímos en una deformación de carácter militarista y no política, porque en realidad nosotros éramos políticos con armas. Nos confunden como guerrilleros y en realidad no éramos guerrilleros, éramos otra cosa.
Cuando sales de la cárcel y vuelves a encontrarte con el mundo afuera, ¿qué reflexión te haces al respecto o qué aprendizaje tienes?
Estuve tres veces preso. Y dos me escapé por túneles y volví a caer en la última. Y en la última me apartaron con otros. Éramos 9, nos llamaban los “rehenes”. Nos llevaron a unidades militares fuera de las cárceles corrientes y nos tenían un tiempo en una unidad militar. Después nos llevaban a otra y a otra y otra. Así estuvimos años. Yo estuve seis años sin libros, sin poder leer. Y a veces tres o cuatro meses sin bañarme. Usaba un vasito de agua con un trapo y me bañaba como la gente del desierto. Ahí me sirvieron en la cabeza aquellos cuatro o cinco años que había gastado en la biblioteca. Entré a pensar, a rumiar. ¿Sabes lo que es rumiar?
Masticar despacio.
Como no tenía libros, a veces estaba en el calabozo un mes. Esa era mi vida. Solo. Absolutamente solo. No tenía otra cosa que galopar pa’ dentro, pensar pa’ dentro, rumiar. Y debe haber sido el tiempo más fructífero para el desarrollo de mi conciencia y de mi conocimiento. Por eso les digo siempre los muchachos: “se aprende más del dolor, que de los triunfos”.
Después tenemos un problema para el reconocimiento, que esto, que el otro. Y esto es una batalla actual que tenemos que dar. Si no peleamos por que la inteligencia que formamos se quede acá luchando, estamos exportando la nata, lo mejor que tenemos. Somos bobos. Formamos un universitario. ¿Y después? Se nos va. Qué negocio vivo el que hacemos.
Pepe Mujica habla de la tecnología
¿Cómo ves el mundo para los mayores hoy?
Estamos en un cambio de época y el problema que tenemos los mayores es ser excesivamente conservadores a cambios que son inevitables. Lo que es inevitable es mejor organizarlo para que tenga el costo traumático menor. Se está creando una civilización degradante mundial que no tiene dirección política todavía. Padecemos problemas que necesitarían un acuerdo mundial. Tú eres latinoamericano y yo también. Viene una compañía extranjera, tenemos un pleito, tenemos que ir a pleitear en Nueva York y contratar este abogado de allá. ¿Te das cuenta de que nosotros vamos corriendo detrás?
Fíjate lo que nos pasó con la pandemia. Somos el 6 % de la población mundial y pusimos el 30 % de los muertos. Y no hubo una reunión de presidentes para a decir “vamos a hacer una política común. Vamos a agarrar esos laboratorios del pescuezo y decirles: “nos pasan la patente y el conocimiento pa’ hacer vacunas o no van a vender una pastilla en América” ¿Por qué? Porque no nos juntamos para defendernos. Yo sé que la República vale. Y los Estados valen. Pero en el mundo de hoy, atomizado, no pesamos, y todo lo deciden sin tener en cuenta nuestros intereses. Nuestros intereses los tenemos que hacer valer nosotros. Por eso tenemos que estar por encima de la izquierda, de derecha y del centro. Y en algunas cosas tenemos que juntarnos a defendernos como continente. Si no, somos una hoja al viento. Y dentro de ello está la cuestión intelectual. El mundo universitario.
¿Cómo te relacionas con el mundo de la tecnología?
No le doy pelota. Porque no quiero ser esclavo. No quiero estar todo el día con un teléfono tocando el coso. Pero ese es el mundo que viene. Yo pertenezco a otro mundo. Me gusta libro y subrayar y escribir en el costado. Yo a esta altura no voy a cambiar. Pero ese es mi mundo y se va. El que viene es el otro. El mundo que viene es el de la tecla.
Creo que los humanos hemos avanzado muchísimo en tecnología, pero estamos estancados en valores. Y entonces hay parte de una humanidad creciente que parece un gorila con una ametralladora. Porque un … anda con un teléfono y anda con una universidad en el bolsillo si la sabe consultar, pero él no tiene la preocupación intelectual. Entonces lo usa para cualquier pavada y para cualquier porquería y se deja chupar la vida. Y se llena la cabeza de fantasías. No es culpa de él, es que en valores no hemos avanzado como hemos avanzado en tecnología.
¿Qué le dirías hoy a un joven, a una joven que quiere hacer política? Tú que acabas de hablar de valores ¿Qué valores crees que debe tener una persona joven que quiera entrar al mundo de la política?
No es sólo la política. Hay dos formas de vivir. Una porque naciste. Y en eso somos igual a una rana o un sapo. Un fenómeno biológico. Pero como tenemos conciencia Podemos, en parte, darle una causa a nuestra vida. Yo lo que le planteo a los jóvenes es que tengan una causa. La causa puede ser la ciencia, el arte, el deporte, lo que quiera, pero algo que los sacuda. Algo en lo que pongan todo lo que tienen. Y no vivir arrastrando la vida para pagar cuentas y confundir “ser con tener.” Y creer que el porvenir y la felicidad están en comprar cosas nuevas. Ahí está el problema, tener una causa.
Yo agarré la política con el sueño de tratar de mejorar la sociedad en que había nacido. ¿Por qué? Porque los humanos somos animales gregarios. Precisamos sociedad y somos individuos. Si somos individuos tenemos una cuota de egoísmo. Pero no somos como los pumas, que pueden vivir solos. Necesitamos un grupo humano que nos ampare. Y el papel de la política es terciar para que la sociedad permanezca. Que es lo que nos ampara, aunque no nos demos cuenta. Porque si tengo un ataque cardíaco, preciso un cardiólogo y si se me rompe el Fusca, preciso un mecánico. Y si el rancho mío se mueve preciso un albañil. ¿Y quién me da eso? La sociedad.
Si tú fueras maestro hoy, ¿qué enseñarías? ¿Cómo enseñarías?
Probablemente haría una escuela peripatética. Hablaría mucho colocado bajo los árboles, caminando con los muchachos. No podría renegar de mis 88 años. Y más que maestro sería una especie de consejero, porque la naturaleza está bien hecha. Cuando eres joven, que el organismo anda perfecto, te llevas todo por delante. Y cuando eres viejo tienes muchos inconvenientes, pero ves más lejos porque ves a través de lo que has vivido. El Consejo de Ancianos es la institución más vieja en los grupos tribales que nos antecedieron. Este es el papel de los viejos.
Quiero empezar como empiezo siempre Pepe, hablando de los primeros pasos. ¿Cómo fue ese mundo tuyo inicial en el campo, en tu escuela? ¿Recuerdas a algún maestro especial?
¡Como no! Soy nacido en un barrio de la orilla de Montevideo que en mi niñez era una mezcla de barrio naciente, urbano y todavía rural, con viñas, con chacras, con grandes cultivos de alfalfa. Jugábamos con trompos, con troyas. Inventábamos juguetes, andábamos a caballo. Mi padre se murió cuando yo tenía ocho años. Y ahí empecé a estudiar, ir al liceo y a andar en bicicleta, aunque costaba un disparate comprarla. Había una escuela pública al lado de mi casa. Y ahí tuve una maestra imborrable. Que tal vez me marcó para siempre. Juanita Escolfi. Y pasé una infancia de niño pobre, pero no tan pobre. Comíamos todos los días.
Tu madre jugó un papel muy especial en tu vida. Dime una característica de ella a partir de la cual siempre la puedas recordar.
Tenía una tradición italiana, de cocina italiana. Inventaba una comida con cualquier cosa. Hacía unos tallarines de noche que los dejaba secar para hacer un menestrón. Frecuentemente criábamos alguna gallina y le torcía el pescuezo. Hacía una horneada de pan que nos duraba una semana o quince días. Y era muy trabajadora y fuerte, levantaba una bolsa de polen de 50 kilos y se la ponía bajo el brazo. Y tenía un vozarrón, una personalidad muy definida, de un carácter fuerte. Le tengo mucho que agradecer. Sobre todo, por la voluntad que tenía. De bastante mal genio. Pero muy maternal.
Le puede interesar: Doris Salcedo: lo que nos enseña el arte es a no caer del todo en la barbarie
Me dicen mis amigos en Uruguay que fuiste un buen ciclista. ¿Cómo llegaste al ciclismo y por qué te gustaba?
En mi época la bicicleta era el vehículo más a mano de la gente pobre, miles la usaban para ir a trabajar. Yo estaba cerca de los grandes frigoríficos del Uruguay y a las 5:00 a.m. había un torrente de bicicletas de la gente que iba a trabajar. Y el ciclismo como deporte estaba en auge en el Uruguay. Mi adolescencia va a coincidir con un viejo ciclista de la década del 40 que fue vicecampeón mundial de persecución. Había ganado carreras en la Argentina. se llamaba Francois. Un nombre francés, pero era uruguayo, hijo de inmigrantes. Comprábamos las bicicletas a plazo, pagábamos 7/8 $ por mes.
Empecé por ahí por los 12 o 13 años a correr y en tres o cuatro años llegué a primera. El deporte en aquella época era totalmente amateur. Los caminos eran penosos, pero me gustaba mucho porque recorría el país. Andábamos por todos lados. Hacíamos de repente 200 km. Como en tantas cosas en la vida, me pegué un golpe y me costó mucho curarme de la rodilla. Y en ese ínterin, qué cosa rara, me enamoré. Y adiós bicicletas.
Bueno, Pepe, tú no fuiste a la universidad. ¿Por qué no fuiste a la educación superior? ¿Qué hubieras estudiado?
En el liceo siempre fui un brillante estudiante de historia. Me apasionaba. Y fui militante en el movimiento estudiantil, en una agrupación libertaria en aquella época. Había un fuerte movimiento por la reforma universitaria en Uruguay y eso englobaba también a los muchachos de secundaria en la cual yo estaba.
Pero vocacionalmente tenía una contradicción, me encantaba también la tierra. Y tal vez por comodidad, probablemente por inclinación, me quedé trabajando la tierra, pero seguí con una fortísima ocupación intelectual por mi cuenta. Estaba en un barrio alejado del centro de Montevideo, pero había un ómnibus que paraba precisamente en la misma cuadra que había una brutal vieja biblioteca y a mí me salía baratísimo tomar un ómnibus hasta ese destino. Alrededor de cuatro años me dediqué a leer de cuanta cosa podía. Filosofía, historia, literatura, arte, física y química. Era mi entretenimiento de todas las tardes.
Y asistí a algunos cursos con un par de profesores que son inolvidables. El último ministro de Cultura de la República Española, don José Bergamín, que es uno de los hombres más particulares, más notables que conocí. Y otro viejo profesor muy querido en el Uruguay. Solía concurrir a sus clases de composición literaria y de historia en una facultad de Humanidades abierta que había. Yo tenía 18 años y estos dos viejos profesores eran una especie de conductores de adolescentes. Era una época donde los profesores tenían tiempo de intimar, de hacer tertulia, de ir a los boliches con los muchachos. Yo no sabía lo que pasaba. Pero sí iba a tener repercusiones brutales en mi vida.
La vida de Pepe Mujica en la guerrilla de los Tupamaros, en Uruguay
Entraste al mundo de la política con armas como parte de los Tupamaros y después estuviste en prisión. ¿Cuáles son las principales lecciones que sacaste de entrar al mundo de la guerrilla en ese momento?
Tengo 88 años. Los humanos somos nosotros y nuestras circunstancias, nuestros tiempos. Hay que ubicarse en un país al que llamaban, en la década del 40, la Suiza de América. Casi te diría un país socialdemócrata. Que había tenido serias transformaciones, que había votado una ley de descolonización. Y de golpe, cuando termina la guerra de Corea, lo que vendíamos lo vendíamos más barato y lo que comprábamos lo comprábamos más caro. Y empezamos a ser iguales al resto de América Latina. Y aprendí esta ley: cuando todo está relativamente bien y sucumbes, sufres mucho más que aquellos que están acostumbrados a estar en el fondo.
Mi juventud vivió un trauma. Políticamente esto se va a expresar. Había gobernado el país noventa años un partido, el Partido Colorado. Al pisar el año 50 ganó las elecciones y todos los gobiernos municipales. Cuatro años después perdió todo. Es la misma crisis que se llevó a Perón en la Argentina. Hasta ahí éramos casi unos hijos bastardos del Imperio Británico. A partir de ahí, empezó nuestra historia. Eso generó una cantidad de convulsiones. En el marco de una época de grandes tensiones, de inicio de la Guerra Fría, del triunfo de la Revolución Cubana, que fue como una yesca, de descomposición del mundo colonial, la guerra de Argelia, etcétera.
Mi juventud es hija de ese tiempo. Por lo tanto, fui muy condicionado por ese tiempo. Pero otro factor de la época es que todas las crisis en América Latina terminaban en un golpe de Estado, en una dictadura. Y en mi país no se había dado ese fenómeno. Habíamos tenido una dictadura en la década del 30, cuando quebró la bolsa de Nueva York, pero fue una dictadura suave, civil. Pero por la década del 50 pululaban las dictaduras en América Latina, las grandes tensiones desembocaban siempre en una dictadura.
A tal punto que en la Central de Trabajadores de Uruguay les inculcaban a los obreros que ante un golpe de Estado había que contestar con huelga general. Por eso, cuando vino la ola de la dictadura hubo una huelga general de 15 días en Uruguay. En ese tiempo van a surgir al final los Tupamaros, hijos de ese proceso, porque pensábamos que íbamos a desembocar en una dictadura. Que la crisis económica iba haciendo a los gobiernos cada vez más represivos. Estoy hablando de un proceso de 15 o 20 años.
El sueño de los Tupamaros fue que a la dictadura había que enfrentarla con una huelga general, pero había que tratar de transformar la huelga en una insurrección. Y nos dedicamos a ser un aparato para eso. Pero fuimos prisioneros del éxito. Tuvimos tanto éxito que nos transformamos casi en una organización de masa. Y no se puede tener un aparato clandestino de masa. Empezamos a tener caídas por acá y por allá y accidentes. Y caímos en una deformación de carácter militarista y no política, porque en realidad nosotros éramos políticos con armas. Nos confunden como guerrilleros y en realidad no éramos guerrilleros, éramos otra cosa.
Cuando sales de la cárcel y vuelves a encontrarte con el mundo afuera, ¿qué reflexión te haces al respecto o qué aprendizaje tienes?
Estuve tres veces preso. Y dos me escapé por túneles y volví a caer en la última. Y en la última me apartaron con otros. Éramos 9, nos llamaban los “rehenes”. Nos llevaron a unidades militares fuera de las cárceles corrientes y nos tenían un tiempo en una unidad militar. Después nos llevaban a otra y a otra y otra. Así estuvimos años. Yo estuve seis años sin libros, sin poder leer. Y a veces tres o cuatro meses sin bañarme. Usaba un vasito de agua con un trapo y me bañaba como la gente del desierto. Ahí me sirvieron en la cabeza aquellos cuatro o cinco años que había gastado en la biblioteca. Entré a pensar, a rumiar. ¿Sabes lo que es rumiar?
Masticar despacio.
Como no tenía libros, a veces estaba en el calabozo un mes. Esa era mi vida. Solo. Absolutamente solo. No tenía otra cosa que galopar pa’ dentro, pensar pa’ dentro, rumiar. Y debe haber sido el tiempo más fructífero para el desarrollo de mi conciencia y de mi conocimiento. Por eso les digo siempre los muchachos: “se aprende más del dolor, que de los triunfos”.
Después tenemos un problema para el reconocimiento, que esto, que el otro. Y esto es una batalla actual que tenemos que dar. Si no peleamos por que la inteligencia que formamos se quede acá luchando, estamos exportando la nata, lo mejor que tenemos. Somos bobos. Formamos un universitario. ¿Y después? Se nos va. Qué negocio vivo el que hacemos.
Pepe Mujica habla de la tecnología
¿Cómo ves el mundo para los mayores hoy?
Estamos en un cambio de época y el problema que tenemos los mayores es ser excesivamente conservadores a cambios que son inevitables. Lo que es inevitable es mejor organizarlo para que tenga el costo traumático menor. Se está creando una civilización degradante mundial que no tiene dirección política todavía. Padecemos problemas que necesitarían un acuerdo mundial. Tú eres latinoamericano y yo también. Viene una compañía extranjera, tenemos un pleito, tenemos que ir a pleitear en Nueva York y contratar este abogado de allá. ¿Te das cuenta de que nosotros vamos corriendo detrás?
Fíjate lo que nos pasó con la pandemia. Somos el 6 % de la población mundial y pusimos el 30 % de los muertos. Y no hubo una reunión de presidentes para a decir “vamos a hacer una política común. Vamos a agarrar esos laboratorios del pescuezo y decirles: “nos pasan la patente y el conocimiento pa’ hacer vacunas o no van a vender una pastilla en América” ¿Por qué? Porque no nos juntamos para defendernos. Yo sé que la República vale. Y los Estados valen. Pero en el mundo de hoy, atomizado, no pesamos, y todo lo deciden sin tener en cuenta nuestros intereses. Nuestros intereses los tenemos que hacer valer nosotros. Por eso tenemos que estar por encima de la izquierda, de derecha y del centro. Y en algunas cosas tenemos que juntarnos a defendernos como continente. Si no, somos una hoja al viento. Y dentro de ello está la cuestión intelectual. El mundo universitario.
¿Cómo te relacionas con el mundo de la tecnología?
No le doy pelota. Porque no quiero ser esclavo. No quiero estar todo el día con un teléfono tocando el coso. Pero ese es el mundo que viene. Yo pertenezco a otro mundo. Me gusta libro y subrayar y escribir en el costado. Yo a esta altura no voy a cambiar. Pero ese es mi mundo y se va. El que viene es el otro. El mundo que viene es el de la tecla.
Creo que los humanos hemos avanzado muchísimo en tecnología, pero estamos estancados en valores. Y entonces hay parte de una humanidad creciente que parece un gorila con una ametralladora. Porque un … anda con un teléfono y anda con una universidad en el bolsillo si la sabe consultar, pero él no tiene la preocupación intelectual. Entonces lo usa para cualquier pavada y para cualquier porquería y se deja chupar la vida. Y se llena la cabeza de fantasías. No es culpa de él, es que en valores no hemos avanzado como hemos avanzado en tecnología.
¿Qué le dirías hoy a un joven, a una joven que quiere hacer política? Tú que acabas de hablar de valores ¿Qué valores crees que debe tener una persona joven que quiera entrar al mundo de la política?
No es sólo la política. Hay dos formas de vivir. Una porque naciste. Y en eso somos igual a una rana o un sapo. Un fenómeno biológico. Pero como tenemos conciencia Podemos, en parte, darle una causa a nuestra vida. Yo lo que le planteo a los jóvenes es que tengan una causa. La causa puede ser la ciencia, el arte, el deporte, lo que quiera, pero algo que los sacuda. Algo en lo que pongan todo lo que tienen. Y no vivir arrastrando la vida para pagar cuentas y confundir “ser con tener.” Y creer que el porvenir y la felicidad están en comprar cosas nuevas. Ahí está el problema, tener una causa.
Yo agarré la política con el sueño de tratar de mejorar la sociedad en que había nacido. ¿Por qué? Porque los humanos somos animales gregarios. Precisamos sociedad y somos individuos. Si somos individuos tenemos una cuota de egoísmo. Pero no somos como los pumas, que pueden vivir solos. Necesitamos un grupo humano que nos ampare. Y el papel de la política es terciar para que la sociedad permanezca. Que es lo que nos ampara, aunque no nos demos cuenta. Porque si tengo un ataque cardíaco, preciso un cardiólogo y si se me rompe el Fusca, preciso un mecánico. Y si el rancho mío se mueve preciso un albañil. ¿Y quién me da eso? La sociedad.
Si tú fueras maestro hoy, ¿qué enseñarías? ¿Cómo enseñarías?
Probablemente haría una escuela peripatética. Hablaría mucho colocado bajo los árboles, caminando con los muchachos. No podría renegar de mis 88 años. Y más que maestro sería una especie de consejero, porque la naturaleza está bien hecha. Cuando eres joven, que el organismo anda perfecto, te llevas todo por delante. Y cuando eres viejo tienes muchos inconvenientes, pero ves más lejos porque ves a través de lo que has vivido. El Consejo de Ancianos es la institución más vieja en los grupos tribales que nos antecedieron. Este es el papel de los viejos.