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Cuatro días antes de la posesión oficial, Gustavo Petro, el nuevo presidente, asistió a la ceremonia de posesión simbólica ante el pueblo arhuaco, en la Sierra Nevada de Santa Marta. “Es una cultura ancestral del Caribe, de antes de los españoles. Nos entrega su sabiduría en función de que este gobierno que va a iniciar cuide la naturaleza, el planeta, el equilibrio entre los seres humanos y la vida, que son los propósitos generales que dijimos en campaña y por los cuales millones de colombianos votaron”, dijo mientras llevaba en sus hombros mochilas arhuacas terciadas y sostenía los dos bastones de mando que los mamos (las autoridades espirituales) le entregaron para iniciar el rol más importante de su vida: ser jefe de la nación.
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Aunque el acto no fue novedoso, pues el expresidente Juan Manuel Santos lo hizo primero, en 2010, es un elemento más que suma a su promesa de cambio para el país y agrega peso simbólico a la era política que el hoy presidente quiere consolidar: el inicio de una Colombia verdaderamente plural y democrática, que escuche la voz de los “nadies” y tenga en cuenta su voto. Las expectativas son muy altas y, para cumplirlas, Petro deberá sortear las arenas movedizas que son los partidos tradicionales, con los que desde ya el Pacto Histórico ha acordado trabajar en equipo por las reformas sustanciales que vienen en este cuatrienio. ¿Qué representa su llegada a la Casa de Nariño?
Aunque esta respuesta depende de a quién se le pregunte, una gran parte de los sectores sociales y políticos (que meses atrás tuvieron representación minoritaria) concuerdan en que el mandato presidencial de Gustavo Petro, de entrada, materializa una especie de metamorfosis para Colombia. Y no es para menos: en medio de un país con un pasado muy fresco de conflicto entre el Estado y las guerrillas —en el que asesinaron a los líderes de izquierda—, de fuerte tradición conservadora, con una democracia joven que todavía debe lidiar con la violencia de los grupos armados, las economías ilegales, la desigualdad y la corrupción, es un verdadero hito histórico que un exguerrillero del M-19 sea primer mandatario. A sus 62 años, el presidente Gustavo Petro aunque está “asustado” por entrar a la Presidencia, como dijo recientemente en la Universidad Externado, siente que cuenta con la energía vital y la capacidad intelectual para maniobrar con estrategia las complejidades de nuestro territorio, como le dijo a El Espectador hace unos meses mientras estaba en campaña y, entre líneas, dejaba en el aire la poca probabilidad de lanzarse nuevamente en caso de haber perdido el pasado 19 de junio.
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Para Iván Cepeda, senador del Polo y promotor del nuevo gobierno, este hecho es absolutamente inédito en la historia política del país. “Fuerzas que han estado inscritas en la oposición, el mundo alternativo, social, con un liderazgo de la izquierda, logran ser gobierno. Eso es un verdadero relevo. Se dice que el 7 de agosto cambian los gobiernos, pero, en realidad, lo que ha habido en la historia republicana es en muchos sentidos continuidades, no rupturas. Así que por primera vez estamos ante la posibilidad de un cambio real. En este caso no se trata de un retoque o una modificación superficial, sino de cambios inscritos en la reformas. No es una revolución política, no es una destrucción de las instituciones vigentes, sino reformas dentro de la Constitución de 1991”, manifestó, dejando en su discurso trazos de tranquilidad para los incrédulos que desconfían de que Petro, una vez montado en la Presidencia, no suelte el poder.
En palabras de David Racero, del Pacto Histórico, “hoy llega el pueblo a la Casa de Nariño. Ya tuvimos una primera fotografía el pasado 20 de julio con una bancada mayoritaria del Pacto Histórico multicolor, con congresistas indígenas, afros, mujeres, sectores LGBTIQ+, artistas, gente de ruana. Esa es la diversidad representada en el Congreso y ahora llega al Ejecutivo. No solamente es un asunto simbólico o de imagen el hecho mismo de que el presidente haya dicho que no se utilizará tapete rojo en su posesión, sino que significa un nuevo comienzo de una política pública que va a priorizar a los excluidos, a los olvidados, con una perspectiva de reconciliación y unidad nacional”.
Las afirmaciones de Cepeda y Racero encuentran sustento en los hechos: que el Pacto Histórico haya llegado a las elecciones legislativas de este año con una lista cerrada (que no borra los cuestionamientos a esta en otros aspectos) sirvió para romper el techo de cristal en la participación de las mujeres en el Congreso, pasando de un 20 % a más del 30 %, y de representación de personas diversas, pues antes eran dos y ahora son seis, que pertenecen tanto al Pacto como a la coalición Centro Verde Esperanza. Gracias a este impulso, pisaron el Capitolio personalidades como Cha Dorina Hernández, la primera mujer palenquera en poner su voz a disposición del Legislativo, y Aída Quilcué, indígena nasa perteneciente al CRIC, y ni qué hablar de la vicepresidenta Francia Márquez, la primera negra en ostentar el cargo y la vocera de quienes comparten sus raíces, los que ella en su discurso ha denominado “los nadies”.
No obstante, aunque minoritarios, algunos sectores de derecha rechazan esta Presidencia. La senadora María Fernanda Cabal, una de las más votadas y quien alza las banderas de oposición del Centro Democrático, ha insistido en que el liderazgo de Petro llevará al país al abismo. “Cada nombramiento da más miedo. Danilo Rueda [comisionado de Paz designado] la única confianza se la dará a los elenos y al resto nos da terror una persona tan nociva como él. La ministra de Cultura [Patricia Ariza] se quedó en la época de los nadaístas, me parece fatídica”, aseguró Cabal en la revista Cambio; no obstante, le reconoció al jefe de Estado que gobernará “con los suyos, a diferencia de lo que hizo Iván Duque con nosotros”. La cabeza de la oposición aseveró que Petro, a quien tuvo al lado en el Congreso, “no dice ninguna verdad, todo el tiempo le habla a su público hipnotizado, ingenuo. Todo el tiempo está construyendo falsas realidades, repite hechos que no han existido y no le importa. No me parece un buen orador y no me gusta el timbre de su voz, pero lleva treinta años en lo mismo: la perseverancia es la que lo lleva a ser el único candidato de la izquierda a llegar al poder”, recalcó.
Oportunidades y desafíos
Para Mauricio Velásquez, profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, más allá de lo simbólico, hay un montón de oportunidades que llegan con estos vientos de “cambio”. Al ser el primer gobierno de izquierda, Velásquez dice que es la coyuntura pertinente para normalizar la democracia. “Es la oportunidad de tener una democracia con alternancia, en donde es básicamente normal que izquierda y derecha estén alternadas en el poder y que no haya ningún tabú asociado a que ninguna ideología llegue al poder. Precisamente, cada ideología representa intereses en conflicto, y en la medida que algunos de esos intereses nunca tienen una representación en la Presidencia, pues simplemente son reprimidos y las agendas de política pública terminan ignorando a poblaciones enteras”, explica el académico. Eso, en efecto, ha pasado en Colombia.
El profesor plantea que otro aspecto positivo de este momento es ver qué planteamientos tiene la izquierda: históricamente ha sido oposición y ahora que es gobierno debe formular soluciones efectivas para las demandas sociales, la crisis derivada de la pandemia y los retos en educación, entre tantos otros líos por resolver en medio del déficit fiscal que recibe el nuevo primer mandatario. “Muchos sectores antes eran vistos como víctimas y ahora tienen más protagonismo. Esto nos puede ayudar a hacer una transición de narrativas desde un enfoque de víctimas y victimarios, a un enfoque de nación, en la que todos somos sobrevivientes. Esa es una oportunidad que se abre con un gobierno de izquierda como el de Petro”, destacó.
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No obstante, para hacer esas transiciones en la narrativa de país, pero también en los desalentadores índices y cifras de desigualdad, el Gobierno debe sortear los desafíos propios de buscar el progresismo en medio de prácticas políticas tradicionales, con las que debe convivir, y las novatadas de los nuevos congresistas.
Eugenie Richard, profesora de la Universidad Externado, dice que mantener la gobernabilidad y satisfacer las altas expectativas será posible si Petro logra construir un relato político que sea tan fuerte que esté por encima de los tratos burocráticos, que seguramente vendrán y se harán más fuertes.
“La construcción de un relato político genera consenso alrededor de la misión de país y le permite al presidente tener respaldo de las instituciones y de la opinión pública. En el gobierno de Santos el consenso estuvo en torno a la búsqueda de la paz, en el de Uribe el relato consistió en la necesidad de volver a la seguridad. Duque por mucho tiempo no tuvo una narrativa clara que proyectara su acción política. Petro ha posicionado un mensaje de cambio. Es una persona acostumbrada a manejar estos aspectos del poder. Sin embargo, tiene el desafío de no decepcionar a quienes votaron por él por representar el antisistema, porque creen que él maneja el poder distinto a como lo han hecho las élites tradicionales”, resaltó Richard.
En ese sentido, agregó que es un tema de maniobra interna, pero también de comunicación: “La gente debe poder montarse en su relato, si no van a existir con fuerza los problemas con los partidos tradicionales y no tradicionales en los que cada quien quiere su cuota de poder”. Aunque Richard reconoce que con las ceremonias y posesiones simbólicas, más la bancada diversa y los nombramientos en cargos de poder históricamente excluidos, Petro está siendo coherente con su relato, nadie puede negar que las turbulencias con los partidos que hacen parte de la coalición de gobierno ya se empiezan a sentir.
Uno de los primeros ejemplos de esto ha sido la novela para elegir al próximo contralor general de la nación. Si bien Racero y otros del Pacto enfatizaron en que la nueva administración no tenía candidato a la Contraloría, lo cierto es que los partidos tradicionales de la coalición de gobierno (como la U y el Partido Liberal) tomaron la decisión de apoyar a María Fernanda Rangel, una de las candidatas. Una determinación que, al parecer, no pasó por el consenso con el partido de gobierno.
“Pienso que, por supuesto, es histórico lo que está pasando es, digamos, en términos de una fuerza política minoritaria, tradicionalmente minoritaria, que llega al poder y que hoy fuese su mayoría, que a punta de, digamos, de la fuerza política con la que llega y la atracción, casi que obligó a los partidos tradicionales a meterse en esa coalición. Sí. O sea, los partidos tradicionales están en el partido, digamos en la coalición de gobierno. Perdón, sencillamente, para sobrevivir. Yo no veo mucha voluntad programática e ideológica de los partidos tradicionales para realmente construir un cambio. Yo lo que creo es que ellos son simplemente una estrategia de supervivencia y que lastimosamente en esa estrategia de supervivencia es lo que están buscando”, contó la representante verde Catherine Juvinao, quien estuvo en la sesión donde se eligió la lista de aspirantes a la Contraloría, en calidad de veedora.
“Lo que estoy viendo es que los partidos tradicionales están tratando de sobrevivir para 2023, para fortalecerse en las elecciones locales y después yo creo que van a cambiar de posición. En el Congreso se hacen malabares para mantener las mayorías parlamentarias, pero con cada reforma implica gastarse una parte del capital político con el que llega el nuevo gobierno. Entonces, yo creo que ahí va a estar la dificultad: es un comentario muy desde mi interpretación individual, pero ahí es donde creo que al Gobierno se le podrían ir las luces fácilmente. Es muy delgada la línea y puede comprometerse la agenda del cambio”, advirtió Juvinao.