Providencia: su renacimiento tres años después del huracán Iota
En noviembre de 2020, Iota destruyó el 98 % de la infraestructura de Providencia y el 97 % de sus manglares. Así va la reconstrucción de este municipio, que es un testimonio de trabajo colectivo.
Daniela Cristancho
Unos días antes del huracán, a June Bernard la tildaron de loca. Se la pasaba de tienda en tienda comprando enlatados y tantos litros de agua como sus brazos pudieran cargar. Antes de que el miedo usurpara por primera vez las casas de sus vecinos, ya se había apoderado de ella. La temporada de huracanes y las advertencias no eran nuevas en una isla como Providencia, situada en medio del mar Caribe, pero esta vez algo se sentía diferente. Que ese huracán Iota iba a tocar tierra, le había dicho su hermana 48 horas antes, en una llamada desde Trinidad y Tobago, donde ejercía como bióloga. June le creyó y actuó en consecuencia. Con lo que compró, organizó un cuarto en la casa del papá de sus hijos. Supuso que era el lugar más adecuado, pues era el único que estaba hecho de lata en vez de madera. Bajó los colchones y esperó.
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Unos días antes del huracán, a June Bernard la tildaron de loca. Se la pasaba de tienda en tienda comprando enlatados y tantos litros de agua como sus brazos pudieran cargar. Antes de que el miedo usurpara por primera vez las casas de sus vecinos, ya se había apoderado de ella. La temporada de huracanes y las advertencias no eran nuevas en una isla como Providencia, situada en medio del mar Caribe, pero esta vez algo se sentía diferente. Que ese huracán Iota iba a tocar tierra, le había dicho su hermana 48 horas antes, en una llamada desde Trinidad y Tobago, donde ejercía como bióloga. June le creyó y actuó en consecuencia. Con lo que compró, organizó un cuarto en la casa del papá de sus hijos. Supuso que era el lugar más adecuado, pues era el único que estaba hecho de lata en vez de madera. Bajó los colchones y esperó.
La noche del 15 de noviembre de 2020, efectivamente, Iota arrasó con Providencia. Para ese momento June estaba con sus tres hijos y 12 personas más en el cuarto que había alistado. Se había hecho evidente que esta no era una tormenta tropical como las que habían vivido antes. El viento gritaba, aullaba como una persona desesperada, y el agua de la lluvia se iba empozando en el interior de la habitación. Para la medianoche el huracán ya había alcanzado categoría cuatro. Los adultos se turnaban para sostener un colchón sobre el marco de la puerta y evitar que el viento se la llevara. Los niños vomitaban, presos del miedo.
Los sucesos de la noche del 15 de noviembre y la madrugada del 16 destruyeron el 98 % de la infraestructura de Providencia y dejaron un saldo de dos muertos. Su mayor factor de destrucción fue también su mayor bendición. Como las viviendas estaban hechas de madera, las livianas paredes volaron con facilidad, pero no le causaron mucho daño a la integridad física de los locales. Cuando salieron de sus refugios se encontraron con un municipio que no reconocían. Todos los árboles habían perdido sus hojas y había barcos encallados en las montañas. De la isla había huido el verde y no paraba de llover.
De hecho, la lluvia no cesó durante días. El 17 de noviembre, el entonces presidente Iván Duque ya estaba en la isla. “Estamos aquí en territorio y estaremos desplegando toda la capacidad del Gobierno Nacional, de la Armada, del Ejército y del Ministerio de Salud para tener una respuesta inmediata”, anunció al aterrizar. Su ambiciosa promesa, tras recorrer el archipiélago, fue reconstruir la totalidad de las casas en 100 días, algo que se logró mucho tiempo después. Casi tres años después de la catástrofe, El Espectador estuvo recorriendo la isla, donde la población le explicó algunos de los grandes aciertos de este tiempo de reconstrucción y los aspectos que aún encuentran preocupantes.
Ese noviembre la ayuda no tardó en llegar. World Central Kitchen, una organización internacional, se instaló en San Andrés. Allí cocinaba y enviaba los alimentos diariamente a Providencia y Santa Catalina, donde no había agua ni electricidad. Los soldados se dedicaron a despejar los escombros y trozos de palmas caídos en las vías. El gobierno Duque fue claro: había que actuar sistemáticamente, bajo la lógica del Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres. Su administración podía asumir la totalidad de la reconstrucción de la infraestructura de la isla, y era tarea de las organizaciones sociales, que comenzaron a llegar desde el continente pocos días después, trabajar de manera colaborativa para atender otros frentes.
Para mitades de diciembre, 15 organizaciones se habían articulado bajo el nombre “Back, Better, Together” para trabajar en cinco líneas para buscar restablecer las condiciones de vida de las casi seis mil personas que viven en la isla: dar ayuda humanitaria, brindar atención psicosocial, intervenir posadas nativas, apoyar proyectos productivos y construir centros comunitarios.
Cabañas Ismasoris fue una de las 52 posadas nativas que se vieron beneficiadas por el trabajo colectivo. Sus dueños, Mónica y Ricardo, no estaban en la isla la noche en la que pegó el huracán. Vivían en Canadá cuando los vientos de 250 kilómetros por hora arrancaron el techo de sus cabañas. Él regresó tan pronto como pudo. Fue el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) el que se encargó de la reconstrucción de la estructura y la totalidad de la dotación la recibió de la organización Presentes (antes Antioquia Presente), miembro de la alianza “Back, Better, Together”.
Hoy, tres años después del desastre, ese terreno húmedo y café que tomó la Policía como posada durante tantos meses mientras trabajaba en la reconstrucción no tiene rastros del desastre. Las palmas, con hojas nuevas, han vuelto a dar sombra, y los colibríes retornaron. Ahora Mónica y Ricardo viven tiempo completo en Providencia, se sienten agradecidos con Presentes y, aunque consideran que ya están “del otro lado de la tragedia”, les inquieta el bajo nivel de turismo que aún caracteriza a la isla, reforzado por la salida de las aerolíneas de bajo costo hace unos meses.
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Al recorrer la vía principal de Providencia las casas de colores brillantes distan de las imágenes que protagonizaron las páginas de los periódicos hace tres años. Todo indica normalidad y se requiere un ojo atento para notar los detalles que evidencian lo que pasó. Pero no todos los habitantes se muestran igual de satisfechos con la reconstrucción de la infraestructura. Más allá de las polémicas que suscitaron los criterios arquitectónicos y el precio de la construcción de las viviendas -$600 millones-, dos asuntos que ha criticado fuertemente el presidente Gustavo Petro, algunos afirman que no se cumplió la promesa de hacer una zona segura. Es decir, a un espacio, normalmente el baño, hecho de concreto, de manera que funcione como un refugio ante otra tempestad. Otros se muestran inconformes con los materiales que se utilizaron.
“En la mía me dijeron que, como era una vivienda de reconstrucción, no una nueva, no tenía derecho a una zona segura. Como tengo una pared de concreto, me tengo que quedar parada si pasa algo”, contó Marilú, una mujer raizal de la zona de Casa Baja. “Más adelante, con la ayuda de Dios, voy a ver cómo arreglo eso como yo quiero, pero yo le doy gracias a él porque si ellos no hubieran venido a ayudar no sé dónde estaría”, añadió haciendo referencia a las diferentes entidades.
Marilú dijo que, en caso de otro huracán, consideraría ir a uno de los centros comunitarios que durante estos años se han fortalecido o construido para soportarlo. Uno de ellos es Bottom House and Smooth Water Community Center, un espacio de 250 metros cuadrados hecho por “Back, Better, Together” bajo la normatividad estadounidense antihuracanes y la norma de sismorresistencia de Colombia, entregado a la comunidad hace un par de semanas. El espacio hace las veces de refugio para el momento de la tormenta, y de albergue, para que puedan permanecer quienes pierdan sus hogares. Mientras no haya emergencias, la estructura también servirá para el desarrollo de actividades sociales, educativas y culturales, algo que suple en cierta medida la ausencia de la Casa de la Cultura de la zona que, como contó Marilú, dejó de funcionar desde antes de la pandemia.
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Sobre el Puente de los Enamorados, que conecta a Providencia con Santa Catalina, se ve lo que alguna vez fueron robustas formaciones de manglar. De su existencia quedan como rastro las ramas secas, muertas, crispadas en todas las direcciones. Los informes hechos después del huracán indicaron que el mangle se vio afectado en un 97% por el Iota. Nataly Taylor, bióloga marina que reside en la isla, asegura que se tardará cerca de 30 años para que la cobertura del manglar rojo, el que más afectado se vio tras el huracán Iota, vuelva a ser la que tenía antes de noviembre de 2020.
De los ecosistemas marinos costeros, el manglar rojo fue el que recibió mayor afectación, porque, después de la barrera de coral, fue el que recibió el impacto directo de los vientos. Las hojas se quemaron con el agua salada que se levantó y los troncos, basura y demás materiales quedaron enredados en sus raíces. Su regeneración natural, además, es bastante compleja, lo que ha implicado que organizaciones como la Corporación Ambiental para el Desarrollo Sostenible Coralina y el Parque Nacional Natural Old Providence McBean Lagoon hayan tenido que tomar cartas en el asunto. Taylor, que lideraba un proyecto de USAID al respecto, cuenta que fue necesario que la Universidad Nacional y del Jardín Botánico de San Andrés trajeran propágulos, las semillas de manglar.
“Se mantuvieron en viveros hasta que tuvieron las condiciones adecuadas para ser trasplantados al medio”, cuenta Taylor. “Pero hay otros factores que también han influenciado en que el crecimiento sea un poco más lento, por ejemplo, algunas especies se alimentan de las hojas de mangle cuando están todavía pequeños. Los cangrejos y las iguanas llegan y se alimentan de todos estos trasplantes que se han venido haciendo, entonces hay que estar muy pendiente”.
Los impactos del huracán también se vivieron bajo el agua. El vasto oleaje volcó las cabezas de los corales. La restauración de este ecosistema ha tenido una ventaja, que el Parque McBean Lagoon había iniciado, desde 2010, proyectos de restauración coralina. Después de la evaluación rápida, se recolectó la mayor cantidad de las colonias de corales ramificados que se habían visto afectados. Luego estas se partieron y se ubicaron en las “guarderías” para que crecieran y que, cuando alcancen 15 centímetros, se trasplantarán.
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Cerca de Cayo Cangrejo, una pequeña isla dentro del parque, se ven guarderías flotantes. De la arena sobresalen estacas de las que se desprenden los hilos que sostienen los trozos de coral. Suspendidos en el agua, crecen a su ritmo. “El parque ya cumplió su meta, que era de tener en guardería 40.000 fragmentos”, contó Taylor. “Coralina todavía no ha alcanzado la meta, que es muchísimo más grande porque alberga todo el resto de la isla. Es bastante lento, pero yo creo que si no nos llega otro huracán en los últimos 20 años, podremos lograrlo”.
Añadió que es más difícil estimar el tiempo que tardaría el coral en volver a su estado anterior al huracán. “Los corales, a diferencia de los manglares, están expuestos a muchas enfermedades y a procesos de blanqueamiento coralino cuando pasan por procesos de estrés, como cambios de temperatura por el cambio climático”, concluyó.
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En abril de este año el alcalde de Providencia y Santa Catalina, Jorge Norberto Gari, le pidió al entonces ministro de Transporte, Guillermo Reyes, que intercediera por la isla. En específico, le pidió que se reanudara la evacuación de residuos de la isla, que aún se acumulan cerca del aeropuerto y que, en un principio, comenzó a sacar la Armada en buques; la entrega de las últimas 50 viviendas y cuatro refugios, y finalizar el aeropuerto y el hospital.
El hospital se entregó finalmente el pasado 1° de octubre. Se trata de un centro de salud de primer nivel, aunque desde noviembre de 2020 Duque había asegurado que sería una institución de segundo nivel. El aeropuerto El Embrujo, por su parte, aún está en un estado precario para el ingreso de turistas y residentes a la isla. La fecha de entrega del proyecto, de $33.000 millones, ya ha tenido varias prórrogas. Según señaló la Contraloría, se esperaba que Findeter y la Aerocivil hicieran la entrega el pasado 31 de julio, lo cual no ha sucedido.
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Más allá de la reconstrucción física, en un mundo que cada vez se pone más en jaque por el cambio climático, las organizaciones de la sociedad civil señalaron la importancia de ahondar en el tema de pedagogía y prevención, ante la inminente venida de otros huracanes de gran magnitud. “El Foro Económico Mundial entregó hace un par de meses el reporte de riesgos globales y el problema número uno en los próximos 10 años es el cambio climático y el segundo son los efectos del cambio climático en la inclemencia del clima, en riesgos y desastres. Los desastres naturales se van a aumentar y no estamos preparados”, explicó David Sánchez, de Techo.
Para Nicolás Ordóñez, de Presentes, la prevención ayuda a la resiliencia, una palabra que, aunque se ha deformado con el exceso de uso, es la capacidad en un sistema de prepararse, resistir, adaptarse, y recuperarse: “La prevención va a permitir que nos recuperemos mucho más rápido. Hay que trabajar muy intensamente en los años que vienen, con la Alcaldía y otras organizaciones, en que las comunidades apropien el plan municipal de gestión del riesgo, para que cada habitante de Providencia sepa qué hacer si hay otro huracán”.
En diciembre de 2020 June Bernard se fue a pasar Navidad con su familia a Cali. En los días después de Iota hizo una fila de cuatro horas para hacer uso de uno de los teléfonos satelitales y avisarle a sus familiares que todos estaban vivos y bien. Después de año nuevo, su hijo mayor se negó a volver a Providencia. El niño, de entonces ocho años, rompía en llanto cuando empezaba a llover. Dijo que no quería volver jamás a la isla. Bernard volvió entonces con sus dos bebés, que no tienen recuerdo de lo que sucedió hace tres años. Como esta familia, la afectación psicológica sigue golpeando a los providencianos. El trauma es otra deuda que solo se saldará con atención y el paso del tiempo. Tres años después de Iota, Providencia, entre esas deudas saldadas y pendientes, es un testimonio del trabajo colectivo.
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