Serpa, el último caudillo liberal y un luchador por hacerle “mamola” a la guerra
El patriarca liberal, a quien muchos quisieron ver como presidente, se destacó como gran defensor de paz. Fue vehemente en sus intervenciones y de convicciones firmes, siempre enarbolando el trapo rojo. Su muerte logra unir a diferentes políticos en torno a un nuevo grito del “toconser”, pero en este caso: “Todos con Serpa”. Semblanza.
“Pienso en la muerte, la examino sin miedo, pero con respeto; sé que llegará, como a todos, pero tengo todavía cosas que hacer y digo, con Barba Jacob, ‘que el día esté lejano’”. En estos términos, durante una entrevista con El Espectador hace poco más de dos meses, se refería a la muerte el veterano dirigente y político liberal Horacio Serpa Uribe. Era agosto de 2020 y –fiel al entusiasmo, determinación y valor que marcó su trasegar político– veía con optimismo la vida ante el cáncer que lo aquejaba. Sin embargo, quien fuera considerado el último caudillo liberal, no pudo hacerle “mamola” a la muerte y falleció este sábado a los 77 años.
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Valiente, combativo, coherente, leal, socialdemócrata, defensor de la paz, vehemente y liberal “de pura cepa” son solo algunos de los adjetivos que –coinciden hoy sus seguidores y hasta detractores– podrían describir a Serpa, quien desde hace meses estaba aquejado por un cáncer de páncreas que le hizo metástasis en el hígado, así como uno independiente en el colon. “Ya hablo, leo, escribo, pienso, en fin, camino, estoy completo, gracias a Dios, la ciencia médica, la familia y la energía positiva de los amigos”, decía a este diario en dicha entrevista.
En contexto: “La paz es muy difícil mientras valga más una bala que una idea”: Horacio Serpa
Nacido el 4 enero de 1943 en Bucaramanga, Serpa fue uno de los dirigentes y caciques más notables de Santander, al punto que había quienes lo catalogaban no solo como uno de los patriarcas liberales de la región, sino que para muchos tuvo que haber sido presidente de Colombia, quizá el único cargo que le faltó desempeñar.
Conocido por ser un gran orador, por su emblemático mostacho, su optimismo inmarcesible, su lucha por la paz, su fino sentido del humor y sus expresiones coloquiales, pero contundentes –como “mamola”, “contubernio” o “ni chicha ni limoná”, que hizo célebres al calor del debate político–, Serpa coleccionó un ramillete de cargos y puestos políticos a lo largo de su carrera, pese a que su formación como abogado lo inclinó al principio a la rama judicial como juez.
En desarrollo de esa labor se acercó al Movimiento Revolucionario Liberal, que en ese entones lideraba quien fuera presidente Alfonso López Michelsen. De hecho, de la mano del exmandatario, Serpa conoció a otro liberal que marcaría su vida política: el también expresidente Ernesto Samper, que fungía como su jefe de debate.
En la arena política, de la mano de otro patriarca regional, Alfonso Gómez Gómez, Serpa fue nombrado alcalde de Barrancabermeja en 1970, municipio que le sirvió como plataforma hasta llegar a ser concejal, diputado y secretario de Educación de Santander. Apenas cuatro años después de su debut en las lides políticas, Serpa dio el salto al Congreso, donde fungió inicialmente como representante suplente de Rogerio Ayala. Luego, en 1978, logró curul propia con movimiento propio: Frente de Izquierda Liberal Auténtico (FILA), de cepa liberal, y en 1986 escaló hasta el Senado.
Incluso, ante el crimen del entonces procurador Carlos Mauro Hoyos (1987), llegó a otro importante cargo, esta vez como cabeza del ente de control, y luego, en 1990, como ministro del Interior del presidente Virgilio Barco. Fue precisamente a principios de la convulsa época de los 90 que Serpa ocupó la que es considerada una de las mayores dignidades de poder: junto a Álvaro Gómez Hurtado y Antonio Navarro Wolff, presidió las deliberaciones de la Asamblea Nacional Constituyente, que en cinco meses dio origen a la carta magna que aún rige a los colombianos.
“Le brindó a Colombia un nuevo ambiente democrático y la posibilidad de modernizar sus instituciones. No se logró, hasta el momento, la paz definitiva, pero el país ha pasado muchísimas dificultades (…) Si bien no fue una obra perfecta, fue un aporte necesario para la institucionalidad y para la modernización del país”, decía Serpa en 2011 a El Espectador.
Lea también: ‘Lo único que justificaría otra constituyente sería la paz definitiva’
En esa entrevista, a propósito de los 20 años de la Constitución, el dirigente liberal sintetizó y dejó al desnudo cómo concebía al país desde el diseño de la carta magna: “Somos una sociedad mucho más incluyente donde caben los negros, los indígenas, los pobres, los costeños, los bogotanos, los católicos, los adventistas, todos. Otra cosa es el empoderamiento del ciudadano de sus derechos con la tutela. El criterio social y democrático se mantiene. Somos un país que avanza con firmeza por lo institucional”.
Concluido ese proceso –tras su paso como negociador de paz en el fallecido proceso entre el gobierno de César Gaviria y las guerrillas–, en 1994 Serpa formalizó su cercanía con Ernesto Samper y asumió como su jefe de debate y, posteriormente, ya en el gobierno, como su ministro del Interior. Fue precisamente en desarrollo de esa tarea que se estrelló con otro de los acontecimientos políticos que marcó su trasegar político: el proceso 8.000, relacionado con el escándalo de ingresos de dineros del narcotráfico a la campaña.
Fiel escudero de Samper, Serpa fue fundamental en la defensa del presidente ante el Congreso y la opinión pública, logrando que la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes absolviera al mandatario, pese a la avalancha de críticas, sucesos y hechos que marcaron el escándalo. Esa salvaguarda y determinación le sirvieron luego para lanzarse, por primera vez, a la Presidencia en 1998. La contienda la terminó perdiendo con Andrés Pastrana, aunque en primera vuelta lideró los comicios.
“Tuve la oportunidad de luchar por la Presidencia por ser afecto y leal a Samper (…) contaba con un partido organizado, liberal, berraco. No ha vuelto a presentarse una lucha política tan formidable como esa”, explicó sobre su férrea defensa a Samper. De esa época data la famosa expresión “Toconser”, que significaba “Todos contra Serpa”, en referencia a un bloque político que se opuso a su elección durante la campaña de finales de siglo. En su sentir, esa alianza estaba compuesta de “amangualados” y “gavilleros”.
“La luché, sin plata, sin mucho espacio en los medios de comunicación, pero éramos un equipo formidable, con mucho pueblo, y la íbamos a ganar. Se nos atravesó el pacto de Pastrana con Marulanda y las Farc, fue una gran jugada política, si se tiene en cuenta que mi tema principal era la paz. Quedamos colgados de la brocha”, explicaba Serpa hace semanas.
Cuatro años después insistió y en 2002 se midió, sin éxito, a Álvaro Uribe Vélez. Si bien al principio de la contienda Serpa lideraba los comicios, perdió contra Uribe, que le repitió el triunfo en 2006, en una campaña en la que los nombres del expresidente y de Carlos Gaviria fueron los que mandaron la parada, en parte también, por el desgaste del liberalismo.
Pese a esa derrota, en 2007 se midió a otro cargo de elección popular y fue electo gobernador de su tierra: Santander. Como anécdota, el entonces funcionario decidió posesionarse en el municipio de Tona, donde comenzó su carrera como juez. Luego de dos años de haber dejado el despacho en la Gobernación, se aventuró en su última, pero crucial, carrera electoral: en 2014 fue electo una vez más senador de la República con la mayor votación de su partido.
Desde su curul libró una fuerte batalla a favor de la paz –Serpa participó en casi todos los procesos de paz desde Belisario Betancur– al punto que fue presidente de la Comisión Especial de Paz del Congreso. “Participé en todos con compromiso y con mística. La paz es muy difícil mientras valga más una bala que una idea. Hay que buscar un gran acuerdo integral de largo plazo, mucho más allá de los períodos presidenciales, sin perjuicio de que siga la política, pero acatando y respetando los acuerdos para la paz”, expresó hace dos meses.
Aunque en sus últimos años estuvo marginado de la arena política, seguía teniendo gran influencia en las huestes del partido del trapo rojo (su hijo lo remplazó en la curul) y mantenía contacto frecuente con líderes liberales. Incluso, en medio de su batalla contra el cáncer, tuvo tiempo de hablar del coronavirus, al que no vaciló en hacerle “mamola”. De hecho, su opinión sobre el virus que desató la emergencia económica y social resume con creces lo que fue su vida y las convicciones por las que siempre luchó, sin importar el atril. “Me duele la gente necesitada, me duelen los enfermos, las víctimas, sus familias. Me conturba e indigna la pobreza, la miseria que salió a flote con la pandemia. Una lacra social oculta que no conocíamos”.
“Pienso en la muerte, la examino sin miedo, pero con respeto; sé que llegará, como a todos, pero tengo todavía cosas que hacer y digo, con Barba Jacob, ‘que el día esté lejano’”. En estos términos, durante una entrevista con El Espectador hace poco más de dos meses, se refería a la muerte el veterano dirigente y político liberal Horacio Serpa Uribe. Era agosto de 2020 y –fiel al entusiasmo, determinación y valor que marcó su trasegar político– veía con optimismo la vida ante el cáncer que lo aquejaba. Sin embargo, quien fuera considerado el último caudillo liberal, no pudo hacerle “mamola” a la muerte y falleció este sábado a los 77 años.
Lea también: A los 77 años falleció Horacio Serpa
Valiente, combativo, coherente, leal, socialdemócrata, defensor de la paz, vehemente y liberal “de pura cepa” son solo algunos de los adjetivos que –coinciden hoy sus seguidores y hasta detractores– podrían describir a Serpa, quien desde hace meses estaba aquejado por un cáncer de páncreas que le hizo metástasis en el hígado, así como uno independiente en el colon. “Ya hablo, leo, escribo, pienso, en fin, camino, estoy completo, gracias a Dios, la ciencia médica, la familia y la energía positiva de los amigos”, decía a este diario en dicha entrevista.
En contexto: “La paz es muy difícil mientras valga más una bala que una idea”: Horacio Serpa
Nacido el 4 enero de 1943 en Bucaramanga, Serpa fue uno de los dirigentes y caciques más notables de Santander, al punto que había quienes lo catalogaban no solo como uno de los patriarcas liberales de la región, sino que para muchos tuvo que haber sido presidente de Colombia, quizá el único cargo que le faltó desempeñar.
Conocido por ser un gran orador, por su emblemático mostacho, su optimismo inmarcesible, su lucha por la paz, su fino sentido del humor y sus expresiones coloquiales, pero contundentes –como “mamola”, “contubernio” o “ni chicha ni limoná”, que hizo célebres al calor del debate político–, Serpa coleccionó un ramillete de cargos y puestos políticos a lo largo de su carrera, pese a que su formación como abogado lo inclinó al principio a la rama judicial como juez.
En desarrollo de esa labor se acercó al Movimiento Revolucionario Liberal, que en ese entones lideraba quien fuera presidente Alfonso López Michelsen. De hecho, de la mano del exmandatario, Serpa conoció a otro liberal que marcaría su vida política: el también expresidente Ernesto Samper, que fungía como su jefe de debate.
En la arena política, de la mano de otro patriarca regional, Alfonso Gómez Gómez, Serpa fue nombrado alcalde de Barrancabermeja en 1970, municipio que le sirvió como plataforma hasta llegar a ser concejal, diputado y secretario de Educación de Santander. Apenas cuatro años después de su debut en las lides políticas, Serpa dio el salto al Congreso, donde fungió inicialmente como representante suplente de Rogerio Ayala. Luego, en 1978, logró curul propia con movimiento propio: Frente de Izquierda Liberal Auténtico (FILA), de cepa liberal, y en 1986 escaló hasta el Senado.
Incluso, ante el crimen del entonces procurador Carlos Mauro Hoyos (1987), llegó a otro importante cargo, esta vez como cabeza del ente de control, y luego, en 1990, como ministro del Interior del presidente Virgilio Barco. Fue precisamente a principios de la convulsa época de los 90 que Serpa ocupó la que es considerada una de las mayores dignidades de poder: junto a Álvaro Gómez Hurtado y Antonio Navarro Wolff, presidió las deliberaciones de la Asamblea Nacional Constituyente, que en cinco meses dio origen a la carta magna que aún rige a los colombianos.
“Le brindó a Colombia un nuevo ambiente democrático y la posibilidad de modernizar sus instituciones. No se logró, hasta el momento, la paz definitiva, pero el país ha pasado muchísimas dificultades (…) Si bien no fue una obra perfecta, fue un aporte necesario para la institucionalidad y para la modernización del país”, decía Serpa en 2011 a El Espectador.
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En esa entrevista, a propósito de los 20 años de la Constitución, el dirigente liberal sintetizó y dejó al desnudo cómo concebía al país desde el diseño de la carta magna: “Somos una sociedad mucho más incluyente donde caben los negros, los indígenas, los pobres, los costeños, los bogotanos, los católicos, los adventistas, todos. Otra cosa es el empoderamiento del ciudadano de sus derechos con la tutela. El criterio social y democrático se mantiene. Somos un país que avanza con firmeza por lo institucional”.
Concluido ese proceso –tras su paso como negociador de paz en el fallecido proceso entre el gobierno de César Gaviria y las guerrillas–, en 1994 Serpa formalizó su cercanía con Ernesto Samper y asumió como su jefe de debate y, posteriormente, ya en el gobierno, como su ministro del Interior. Fue precisamente en desarrollo de esa tarea que se estrelló con otro de los acontecimientos políticos que marcó su trasegar político: el proceso 8.000, relacionado con el escándalo de ingresos de dineros del narcotráfico a la campaña.
Fiel escudero de Samper, Serpa fue fundamental en la defensa del presidente ante el Congreso y la opinión pública, logrando que la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes absolviera al mandatario, pese a la avalancha de críticas, sucesos y hechos que marcaron el escándalo. Esa salvaguarda y determinación le sirvieron luego para lanzarse, por primera vez, a la Presidencia en 1998. La contienda la terminó perdiendo con Andrés Pastrana, aunque en primera vuelta lideró los comicios.
“Tuve la oportunidad de luchar por la Presidencia por ser afecto y leal a Samper (…) contaba con un partido organizado, liberal, berraco. No ha vuelto a presentarse una lucha política tan formidable como esa”, explicó sobre su férrea defensa a Samper. De esa época data la famosa expresión “Toconser”, que significaba “Todos contra Serpa”, en referencia a un bloque político que se opuso a su elección durante la campaña de finales de siglo. En su sentir, esa alianza estaba compuesta de “amangualados” y “gavilleros”.
“La luché, sin plata, sin mucho espacio en los medios de comunicación, pero éramos un equipo formidable, con mucho pueblo, y la íbamos a ganar. Se nos atravesó el pacto de Pastrana con Marulanda y las Farc, fue una gran jugada política, si se tiene en cuenta que mi tema principal era la paz. Quedamos colgados de la brocha”, explicaba Serpa hace semanas.
Cuatro años después insistió y en 2002 se midió, sin éxito, a Álvaro Uribe Vélez. Si bien al principio de la contienda Serpa lideraba los comicios, perdió contra Uribe, que le repitió el triunfo en 2006, en una campaña en la que los nombres del expresidente y de Carlos Gaviria fueron los que mandaron la parada, en parte también, por el desgaste del liberalismo.
Pese a esa derrota, en 2007 se midió a otro cargo de elección popular y fue electo gobernador de su tierra: Santander. Como anécdota, el entonces funcionario decidió posesionarse en el municipio de Tona, donde comenzó su carrera como juez. Luego de dos años de haber dejado el despacho en la Gobernación, se aventuró en su última, pero crucial, carrera electoral: en 2014 fue electo una vez más senador de la República con la mayor votación de su partido.
Desde su curul libró una fuerte batalla a favor de la paz –Serpa participó en casi todos los procesos de paz desde Belisario Betancur– al punto que fue presidente de la Comisión Especial de Paz del Congreso. “Participé en todos con compromiso y con mística. La paz es muy difícil mientras valga más una bala que una idea. Hay que buscar un gran acuerdo integral de largo plazo, mucho más allá de los períodos presidenciales, sin perjuicio de que siga la política, pero acatando y respetando los acuerdos para la paz”, expresó hace dos meses.
Aunque en sus últimos años estuvo marginado de la arena política, seguía teniendo gran influencia en las huestes del partido del trapo rojo (su hijo lo remplazó en la curul) y mantenía contacto frecuente con líderes liberales. Incluso, en medio de su batalla contra el cáncer, tuvo tiempo de hablar del coronavirus, al que no vaciló en hacerle “mamola”. De hecho, su opinión sobre el virus que desató la emergencia económica y social resume con creces lo que fue su vida y las convicciones por las que siempre luchó, sin importar el atril. “Me duele la gente necesitada, me duelen los enfermos, las víctimas, sus familias. Me conturba e indigna la pobreza, la miseria que salió a flote con la pandemia. Una lacra social oculta que no conocíamos”.