“Tal vez el periodismo debe defenderse de los periodistas”: Ómar Rincón
Dura crítica del investigador y profesor de reporteros, Ómar Rincón, al ejercicio profesional de informar y opinar en Colombia. Analiza también de manera cruda, las confrontaciones del presidente Petro con columnistas y medios en la red social X. Al parecer, dice, las tareas se han trocado: los políticos quieren oficiar como informadores y los periodistas, como si fueran políticos en ejercicio.
Entre presidentes y medios de comunicación o periodistas siempre ha habido desacuerdos, aun cuando no tan abiertos como con este mandatario ¿Nota usted un cambio de conducta de la prensa (que parece mucho más crítica ahora que con anteriores administraciones) frente a Petro, y de este, fuerte crítico del periodismo?
En su actitud camorrera frente a los medios y el periodismo, Petro es igual a Uribe. La diferencia es que a Uribe lo amaban los medios y Petro les disgusta. El asunto clave es la clase social. A Uribe los periodistas estrella le toleraban todo por su discurso de guerra para “salvar al país” y le soportaban su comportamiento de gamonal. A Petro no lo resisten porque le parece “un igualado”, atrevido, desafiante y de “izquierda”, un calificativo que, en Colombia, le aplican a cualquiera que piense distinto. Ahora, no todos los desacuerdos son culpa de los dueños de los medios - que solo quieren buenos negocios -, o de los periodistas - que se creen poderosos porque le hablan de tú a tú al mandatario-. La culpa también es de Petro porque le encantan las peleas en la red social X y se emociona con enemigos mediocres. El presidente sabe que cada trino suyo es noticia y los periodistas cada vez están más iracundos y hasta se creen candidatos. Se nos olvida que X es una escena pequeñita, lejana de la realidad del país.
Siendo los dos camorristas, como usted los llama, entre Uribe y Petro encuentro una gran diferencia: Petro es criticón y hasta imprudente pero no ha llegado a ordenar seguimientos, espionajes y montajes contra unos periodistas como en la era Uribe. Por esos hechos hay funcionarios condenados y varios reporteros tuvieron que exiliarse: Fernando Garavito, Joseph Contreras (Newsweek), Alfredo Molano, Daniel Coronell, Gonzalo Guillén, Hollman Morris, Claudia Julieta Duque, entre otros ¿Recuerda ese tiempo angustioso?
Claro que sí. En esa época la persecución era judicial y estaban en juego la vida y la seguridad de los periodistas algunos de los cuales fueron tratados como terroristas. Petro es un persecutor pero de trinos: provoca escándalos en las redes y pelea con los reporteros como si fuera una línea de Gobierno. Ahora, al margen de lo que ocurre en el centro del poder, no hay que olvidar que el periodismo de las regiones sigue teniendo tantas amenazas como siempre y sus corresponsales no cuentan, en su mayoría, con ninguna protección del Estado. En este aspecto, nada ha cambiado.
En efecto, el presidente es un gobernante que usa las redes sociales como ninguno de sus antecesores lo había hecho. Le encanta la red X para controvertir a opositores, empresarios, analistas y, desde luego, a medios y reporteros. Primero, ¿esa es buena o mala estrategia? Segundo, en términos de democracia, ¿es más grave que contradiga a la prensa que a otros sectores del país?
Es la peor estrategia porque, en cada trino, el presidente gana un escándalo y pierde gobernabilidad; crea nuevos enemigos, pierde simpatías, y produce broncas cada vez más masivas. La “batalla cultural” de la que habla Petro, se gana gobernando, haciendo obras, produciendo hechos. Segundo: ¿es más grave que peleé con la prensa que con otros sectores? No. Más bien diría que una gran victoria del mandatario es poner a los medios a que hablen de él cada día. Él sabe que criticar y hablar mal de los medios le da rating. Sin importar si la ideología es de derecha (Bukele, Trump, Milei) o de semi-izquierda (Amlo, Petro), hablar mal de los medios y de los periodistas asegura éxito entre sus seguidores. Y los comunicadores caemos como moscas en la provocación y convertimos un ataque presidencial en el problema más grave de la democracia cuando lo más urgente es lo que afecta a la gente: las violencias, el hambre, el caos, el desgobierno. Pero no, nosotros partimos de la base de que lo más grave es lo que afecta a nuestros egos.
Sin embargo, una confrontación del poder presidencial con la prensa puede incidir en menor libertad de expresión. Por eso es asunto de democracia. Aun así, ¿debemos ser los periodistas el eje de las noticias desplazando otros asuntos de mayor trascendencia?
No. Los reporteros tenemos que salir de nuestro “yo-rnalismo” (del inglés journalism) y entender que no somos el centro de la información ni del mundo. En Colombia existen muchas personas con amenazas más graves que el texto de un trino: los líderes en las regiones, los educadores, los defensores de derechos, las mujeres víctimas del machismo. Parece obvio pero hay que recordar que no somos ciudadanos más importantes que los demás.
Es raro pero el presidente que porta la majestad de su cargo, entra en disputa con cualquier reportero y lo convierte en su antagonista directo ¿Esa costumbre presidencial “valoriza” a los reporteros?
Hoy, cualquiera que trina se siente periodista en disputa política. Y en ese escenario, Petro ha logrado rasar a todos en el nivel más bajo: da lo mismo un periodista que investiga, que un influenciador que tontea; un periodista con nombre, que un innombrable. El periodismo serio está perdiendo la batalla.
¿Hay medios y periodistas a los que usted les reconozca valor?
¡Claro! Cuando soy crítico con los periodistas y el papel que juegan en el actual escenario nacional, lo hago también conmigo; en otras palabras, se trata de autocrítica. Lo que quiero lograr es llamar la atención sobre la necesidad de que se fortalezca el periodismo serio: si antes era importante, hoy, un ejercicio profesional con argumentos sólidos hace más falta que nunca. Es necesario reconocer que hemos perdido legitimidad y credibilidad por los breaking news (“última hora”) y por el afán de tener mayor número de clicks (medición de lecturas). Jamás había sido tan relevante el periodismo con argumentos, el periodismo “lento”, el que produce informaciones u opiniones sustentadas, investigadas, fundamentadas.
La discordia del presidente con la prensa, esta semana, se centró en la periodista María Jimena Duzán quien hizo, en su columna, una serie de preguntas sugestivas de presuntas ilegalidades de la mano derecha del mandatario, Laura Sarabia. Sobre Duzán, Petro dijo que aunque ha respetado su ejercicio profesional, parece estarse desviando por “un camino de desacierto y mentira”. Ella respondió con la afirmación de que tiene “miedo” y se entiende que cree que corre peligro ¿Qué opina sobre este desafortunado episodio?
Es grave que el jefe de Estado estigmatice a cualquier periodista o a cualquier persona que disienta de él. Obviamente, si el contradictor es un periodista famoso, el caso parece más delicado pero por la resonancia y el ruido que provoca entre otros periodistas. De un lado, es perverso que el presidente de una nación se “iguale” a un periodista y se baje a pelear cuando su “pacto de gobernabilidad” indica que tiene que respetar a todos los ciudadanos. Del otro lado, es patético que los reporteros caigamos en ese circo y, mientras tanto, olvidemos la tarea que debemos atender: la de la informar u opinar de manera sustentada.
En el mismo mensaje el presidente utilizó el término “periodismo Mossad” (Mossad: agencia de inteligencia israelí encargada de operaciones de espionaje y contraterrorismo) ¿Cómo interpreta usted ese calificativo?
La gente del común no entiende qué quiso decir Petro cuando mencionó el Mossad. Ese lenguaje alcanza solo la comprensión del presidente, de algunos académicos y, probablemente, de unas organizaciones. El impacto que él busca crear, se concentra en el ámbito del periodismo. Él tiene la libertad de hacerlo y de llamar como quiera a los periodistas: ese parece ser su estilo, como si fuera todavía un senador de la oposición. Pero nosotros debemos concentrarnos en la investigación, la reportería y la información que la sociedad reclama. Y hay que hacerlo, insisto, con rigor. El día que dejemos de pararle bolas a las histerias de las redes, tendremos la conexión con la ciudadanía que hemos perdido.
A otro periodista que le exigió a Petro garantías para su ejercicio profesional después del consabido intercambio de trinos, el presidente le respondió: “le garantizo su libre expresión exenta de calumnia y usted garantiza la mía” ¿El mandatario tiene derecho a la libre expresión como el que tenemos los periodistas o no?
En la entrega de los premios Simón Bolívar de Periodismo del año 2022, el presidente dijo: “el periodista y el político están en un mismo escenario. Esa capacidad de comunicar de una manera mayor dentro de la sociedad, genera una tensión permanente, una tensión que siempre existirá mientras exista el oficio del periodista y el del político profesional”. Esa posición sobre el periodismo, con la que se pretende competir por quién relata la verdad (verdadera), es la que practica Petro. Y es la misma de López Obrador, Trump, Milei, Bukele; y fue la de Uribe, Chávez, Correa, Evo, Cristina Kirchner. Es como si quisieran construir un nuevo pacto entre políticos y reporteros. En ese escenario, los periodistas no podemos creer que lo que otros nos dicen es la verdad (absoluta) y tampoco podemos caer en la ‘opinionitis’ ni en la adjetivación fanática. Lástima que hayamos caído en la trampa y que estemos “informando” o, más bien, trinando como ‘infuenciadores’ con lo cual entramos en otro campo fuera del periodismo: la lucha política por nuestras ideologías, odios y emociones. En los países en donde esto ha sucedido (Argentina, Ecuador, México, El Salvador, Brasil, Bolivia) el que ha perdido mayor legitimidad no es el político sino el periodista.
Hablando desapasionadamente, ¿no cree que el presidente o cualquier ciudadano en esta u otra sociedad que crea que ha sido afectado por informaciones falsas o hechas con intención de provocar daño, tiene derecho a la defensa de sus derechos e, incluso, a interponer acciones judiciales aun cuando sea en última instancia?
Claro que tiene derecho a defender sus derechos pero la judicialización debe ser el último recurso que use, no el único ni el primero. Hay otros métodos más democráticos, habida cuenta del rol del periodismo en las democracias: petición de rectificación, solicitud de aclaración, comunicados públicos para refutar afirmaciones que se consideren inexactas o la acción directa ante el medio o el periodista. Ahora, cuando hay un intento deliberado de hacer daño, se configura un acto ilegítimo y es muy grave. Ese es el peligro de las informaciones falsas que se difunden para desprestigiar el nombre de alguien. Algo todavía peor ocurre hoy: las divulgan con asesoría de abogados poderosos. Eso ya no es periodismo.
Aunque muchos medios han sido, en esta administración, muy críticos de las acciones del Gobierno, uno o dos se han caracterizado por asumir el papel de una extrema oposición política. En este caso ¿el nuevo rol desempeñado, ¿sigue siendo periodismo o empieza a ser el de un operador que compite con el poder gubernamental?
En perspectiva, la libertad de expresión es propia de la profesión. Ahora, uno puede discutir si “ese” periodismo se basa en criterios de rigor y, repito, en diversidad de fuentes, en contextos, en la consulta de varias interpretaciones más allá de un simple click o de la búsqueda de mayor cantidad de audiencias. Si no es así, tales “noticias” son más propias del espectáculo digital. Y en el largo plazo, pese al impacto inicial, serán calificadas como una farsa, como una especie de show de farándula. Lo mismo que pasa con los “petro-trinos”, los periodistas que practican el show, son más famosos por sus agresiones que por las verdades que descubren. Y se hacen célebres por el bombo que le dan otros reporteros. Si no, quedarían reducidos a un espectáculo digital de emociones de egotista.
¿Encuentra legítimo o ilegítimo que un político activo pretenda asumir las tareas de un periodista o, al contrario, que un periodista activo intente hacer el papel de un político?
Lleras Camargo, Lleras Restrepo, Pastrana, Santos se presentaban como periodistas. Los dos, políticos y periodistas, se deben a la visibilidad pública. Es más, el periodismo es uno de los modos legítimos de construir imagen pública. Ante el desprestigio de los políticos, el periodismo parece un tris mejor pero, al final, la gente, la sociedad de hoy no les cree a ninguno de los dos.
Según encuestas internacionales tan serias como la Digital News Report 2024, del Reuters Institute, la credibilidad de los medios colombianos en sus espacios web pero también la de los medios digitales, es baja y con tendencia a un mayor descenso ¿A qué le atribuye este fenómeno?
Si viviéramos en el escenario que pintan los medios actuales, el mundo sería miserable y triste. Y no: la vida es muchísimo mejor y más diversa que lo que nos informan las noticias. A la gente no le gusta que los periodistas nos convertimos en actores políticos ni que opinemos más que informar; le fastidia que seamos propagadores de falsas informaciones y de odios, que estemos atrapados por la agenda Petro. Además, estamos haciendo periodismo feo, aburrido, mal escrito y peor narrado. Por eso las audiencias se escapan a los materiales de ficción, los realities y los cuentos digitales.
Entonces, ¿el periodismo colombiano está en grave crisis…
No solo el colombiano, el de todo el mundo. Hay crisis de negocio: solo da pérdidas; crisis de oficio: no estamos haciendo periodismo de rigor; crisis narrativa porque no estamos ejerciendo un oficio bello y diverso en formatos; crisis de conexión al no tener agendas ciudadanas, en modo más popular. Para hacer bien el oficio y ejercer la libertad de expresión de manera responsable, deberíamos dejar de caer en provocaciones “tuiteras”, en la trampa de “entrarle” a la batalla de las opiniones. En cambio, sería bueno que recordáramos que el valor de esta profesión es la reportería como constatación de hechos y, obviamente, con criterio.
La predominancia que tiene el mundo digital y el desarrollo de la inteligencia artificial, hecho que ha impactado enormemente las formas de ejercer el periodismo, ¿cuánta relación tiene con las crisis de forma, fondo y de confianza y credibilidad con las audiencias de los medios?
A los periodistas y medios nos encanta echarle la culpa al de afuera, no a los modos como estamos haciendo la información: la culpa es de los gobiernos, de los políticos, de las plataformas, de las redes digitales, de los motores de búsqueda, de la inteligencia artificial, de las fake news, de los formatos, de las audiencias dispersas. Pero no nos cuestionamos el fanatismo informativo, el seguimiento ciego a guías políticos o a nuestros egos. Mostramos un mundo de muerte y caos; narramos descuidadamente e intentamos ser protagonistas y no periodistas; nos gusta la “opinadera” mucho más que la reportería. Si uno lo plantea bien, ante este panorama, el problema no es el periodismo, somos los periodistas y los medios. Tal vez debamos defender al periodismo de nosotros mismos.
“Desafortunadamente dejamos de ser informadores para ser opinadores”
La Fundación para la Libertad de Prensa ha expresado preocupación por la actitud del presidente cuando confronta a medios y periodistas. En varios comunicados ha dicho que el periodismo puede estar en riesgo por “la estigmatización” del mandatario ¿Está de acuerdo o difiere de su interpretación?
La FLIP tiene razón cuando defiende la libertad de expresión porque esta incide en la construcción de una mejor democracia. Cuando se tiene poder e influencia masiva como la que adquiere un gobernante, sus manifestaciones verbales pueden crear violencia, daño y discriminación. El punto es que los trinos del presidente “ponen en riesgo” no solo a los periodistas sino a todas las personas que ataca. Ahora, en cuanto corresponde al trabajo de los medios, entra en juego la discusión sobre su calidad. En ese sentido, deben tenerse en cuenta al menos tres aspectos: la libertad de expresión protege, inclusive, al mal periodismo; la calidad no puede ser sinónimo de las noticias que me gusten; y el rigor exigido a los periodistas siempre es el mismo: fuentes diversas y plurales, contexto y criterios de comprensión. Desafortunadamente hay poca calidad porque dejamos de ser informadores para convertirnos en opinadores.
“Las salas de redacción dejaron de enseñar. Los reporteros no tienen maestros”
Usted ha dicho cuando le preguntan por el desempeño del Centro de Estudios en Periodismo, CEPER, de los Andes, del que fue su fundador y director y es su profesor, que, en general, a los reporteros no les interesa formarse académica o intelectualmente ¿Es cierto?
Sí. Parte de la debacle periodística de la que hemos hablado en esta entrevista tiene que ver con eso: los reporteros tienden a creer que por estar cerca de las fuentes, conocen las materias en las que estas sí son expertas. En el CEPER hemos constatado que al grueso de los periodistas no le interesa tomar cursos de especialización o estudiar para obtener una maestría. Lastimosamente, he llegado a la conclusión de que no quieren profesionalizarse en otro campo que no sea el propio periodismo con un agravante: antes, la universidad era un complemento perfecto del aprendizaje en las salas de redacción porque tanto la una como las otras eran espacios de formación. Ahora, las universidades continúan haciendo su labor, aunque más débilmente, y las salas de redacción dejaron de enseñar. Allí se llega solo a producir. No exagero si digo que hoy por hoy, los reporteros no tienen maestros.
Entre presidentes y medios de comunicación o periodistas siempre ha habido desacuerdos, aun cuando no tan abiertos como con este mandatario ¿Nota usted un cambio de conducta de la prensa (que parece mucho más crítica ahora que con anteriores administraciones) frente a Petro, y de este, fuerte crítico del periodismo?
En su actitud camorrera frente a los medios y el periodismo, Petro es igual a Uribe. La diferencia es que a Uribe lo amaban los medios y Petro les disgusta. El asunto clave es la clase social. A Uribe los periodistas estrella le toleraban todo por su discurso de guerra para “salvar al país” y le soportaban su comportamiento de gamonal. A Petro no lo resisten porque le parece “un igualado”, atrevido, desafiante y de “izquierda”, un calificativo que, en Colombia, le aplican a cualquiera que piense distinto. Ahora, no todos los desacuerdos son culpa de los dueños de los medios - que solo quieren buenos negocios -, o de los periodistas - que se creen poderosos porque le hablan de tú a tú al mandatario-. La culpa también es de Petro porque le encantan las peleas en la red social X y se emociona con enemigos mediocres. El presidente sabe que cada trino suyo es noticia y los periodistas cada vez están más iracundos y hasta se creen candidatos. Se nos olvida que X es una escena pequeñita, lejana de la realidad del país.
Siendo los dos camorristas, como usted los llama, entre Uribe y Petro encuentro una gran diferencia: Petro es criticón y hasta imprudente pero no ha llegado a ordenar seguimientos, espionajes y montajes contra unos periodistas como en la era Uribe. Por esos hechos hay funcionarios condenados y varios reporteros tuvieron que exiliarse: Fernando Garavito, Joseph Contreras (Newsweek), Alfredo Molano, Daniel Coronell, Gonzalo Guillén, Hollman Morris, Claudia Julieta Duque, entre otros ¿Recuerda ese tiempo angustioso?
Claro que sí. En esa época la persecución era judicial y estaban en juego la vida y la seguridad de los periodistas algunos de los cuales fueron tratados como terroristas. Petro es un persecutor pero de trinos: provoca escándalos en las redes y pelea con los reporteros como si fuera una línea de Gobierno. Ahora, al margen de lo que ocurre en el centro del poder, no hay que olvidar que el periodismo de las regiones sigue teniendo tantas amenazas como siempre y sus corresponsales no cuentan, en su mayoría, con ninguna protección del Estado. En este aspecto, nada ha cambiado.
En efecto, el presidente es un gobernante que usa las redes sociales como ninguno de sus antecesores lo había hecho. Le encanta la red X para controvertir a opositores, empresarios, analistas y, desde luego, a medios y reporteros. Primero, ¿esa es buena o mala estrategia? Segundo, en términos de democracia, ¿es más grave que contradiga a la prensa que a otros sectores del país?
Es la peor estrategia porque, en cada trino, el presidente gana un escándalo y pierde gobernabilidad; crea nuevos enemigos, pierde simpatías, y produce broncas cada vez más masivas. La “batalla cultural” de la que habla Petro, se gana gobernando, haciendo obras, produciendo hechos. Segundo: ¿es más grave que peleé con la prensa que con otros sectores? No. Más bien diría que una gran victoria del mandatario es poner a los medios a que hablen de él cada día. Él sabe que criticar y hablar mal de los medios le da rating. Sin importar si la ideología es de derecha (Bukele, Trump, Milei) o de semi-izquierda (Amlo, Petro), hablar mal de los medios y de los periodistas asegura éxito entre sus seguidores. Y los comunicadores caemos como moscas en la provocación y convertimos un ataque presidencial en el problema más grave de la democracia cuando lo más urgente es lo que afecta a la gente: las violencias, el hambre, el caos, el desgobierno. Pero no, nosotros partimos de la base de que lo más grave es lo que afecta a nuestros egos.
Sin embargo, una confrontación del poder presidencial con la prensa puede incidir en menor libertad de expresión. Por eso es asunto de democracia. Aun así, ¿debemos ser los periodistas el eje de las noticias desplazando otros asuntos de mayor trascendencia?
No. Los reporteros tenemos que salir de nuestro “yo-rnalismo” (del inglés journalism) y entender que no somos el centro de la información ni del mundo. En Colombia existen muchas personas con amenazas más graves que el texto de un trino: los líderes en las regiones, los educadores, los defensores de derechos, las mujeres víctimas del machismo. Parece obvio pero hay que recordar que no somos ciudadanos más importantes que los demás.
Es raro pero el presidente que porta la majestad de su cargo, entra en disputa con cualquier reportero y lo convierte en su antagonista directo ¿Esa costumbre presidencial “valoriza” a los reporteros?
Hoy, cualquiera que trina se siente periodista en disputa política. Y en ese escenario, Petro ha logrado rasar a todos en el nivel más bajo: da lo mismo un periodista que investiga, que un influenciador que tontea; un periodista con nombre, que un innombrable. El periodismo serio está perdiendo la batalla.
¿Hay medios y periodistas a los que usted les reconozca valor?
¡Claro! Cuando soy crítico con los periodistas y el papel que juegan en el actual escenario nacional, lo hago también conmigo; en otras palabras, se trata de autocrítica. Lo que quiero lograr es llamar la atención sobre la necesidad de que se fortalezca el periodismo serio: si antes era importante, hoy, un ejercicio profesional con argumentos sólidos hace más falta que nunca. Es necesario reconocer que hemos perdido legitimidad y credibilidad por los breaking news (“última hora”) y por el afán de tener mayor número de clicks (medición de lecturas). Jamás había sido tan relevante el periodismo con argumentos, el periodismo “lento”, el que produce informaciones u opiniones sustentadas, investigadas, fundamentadas.
La discordia del presidente con la prensa, esta semana, se centró en la periodista María Jimena Duzán quien hizo, en su columna, una serie de preguntas sugestivas de presuntas ilegalidades de la mano derecha del mandatario, Laura Sarabia. Sobre Duzán, Petro dijo que aunque ha respetado su ejercicio profesional, parece estarse desviando por “un camino de desacierto y mentira”. Ella respondió con la afirmación de que tiene “miedo” y se entiende que cree que corre peligro ¿Qué opina sobre este desafortunado episodio?
Es grave que el jefe de Estado estigmatice a cualquier periodista o a cualquier persona que disienta de él. Obviamente, si el contradictor es un periodista famoso, el caso parece más delicado pero por la resonancia y el ruido que provoca entre otros periodistas. De un lado, es perverso que el presidente de una nación se “iguale” a un periodista y se baje a pelear cuando su “pacto de gobernabilidad” indica que tiene que respetar a todos los ciudadanos. Del otro lado, es patético que los reporteros caigamos en ese circo y, mientras tanto, olvidemos la tarea que debemos atender: la de la informar u opinar de manera sustentada.
En el mismo mensaje el presidente utilizó el término “periodismo Mossad” (Mossad: agencia de inteligencia israelí encargada de operaciones de espionaje y contraterrorismo) ¿Cómo interpreta usted ese calificativo?
La gente del común no entiende qué quiso decir Petro cuando mencionó el Mossad. Ese lenguaje alcanza solo la comprensión del presidente, de algunos académicos y, probablemente, de unas organizaciones. El impacto que él busca crear, se concentra en el ámbito del periodismo. Él tiene la libertad de hacerlo y de llamar como quiera a los periodistas: ese parece ser su estilo, como si fuera todavía un senador de la oposición. Pero nosotros debemos concentrarnos en la investigación, la reportería y la información que la sociedad reclama. Y hay que hacerlo, insisto, con rigor. El día que dejemos de pararle bolas a las histerias de las redes, tendremos la conexión con la ciudadanía que hemos perdido.
A otro periodista que le exigió a Petro garantías para su ejercicio profesional después del consabido intercambio de trinos, el presidente le respondió: “le garantizo su libre expresión exenta de calumnia y usted garantiza la mía” ¿El mandatario tiene derecho a la libre expresión como el que tenemos los periodistas o no?
En la entrega de los premios Simón Bolívar de Periodismo del año 2022, el presidente dijo: “el periodista y el político están en un mismo escenario. Esa capacidad de comunicar de una manera mayor dentro de la sociedad, genera una tensión permanente, una tensión que siempre existirá mientras exista el oficio del periodista y el del político profesional”. Esa posición sobre el periodismo, con la que se pretende competir por quién relata la verdad (verdadera), es la que practica Petro. Y es la misma de López Obrador, Trump, Milei, Bukele; y fue la de Uribe, Chávez, Correa, Evo, Cristina Kirchner. Es como si quisieran construir un nuevo pacto entre políticos y reporteros. En ese escenario, los periodistas no podemos creer que lo que otros nos dicen es la verdad (absoluta) y tampoco podemos caer en la ‘opinionitis’ ni en la adjetivación fanática. Lástima que hayamos caído en la trampa y que estemos “informando” o, más bien, trinando como ‘infuenciadores’ con lo cual entramos en otro campo fuera del periodismo: la lucha política por nuestras ideologías, odios y emociones. En los países en donde esto ha sucedido (Argentina, Ecuador, México, El Salvador, Brasil, Bolivia) el que ha perdido mayor legitimidad no es el político sino el periodista.
Hablando desapasionadamente, ¿no cree que el presidente o cualquier ciudadano en esta u otra sociedad que crea que ha sido afectado por informaciones falsas o hechas con intención de provocar daño, tiene derecho a la defensa de sus derechos e, incluso, a interponer acciones judiciales aun cuando sea en última instancia?
Claro que tiene derecho a defender sus derechos pero la judicialización debe ser el último recurso que use, no el único ni el primero. Hay otros métodos más democráticos, habida cuenta del rol del periodismo en las democracias: petición de rectificación, solicitud de aclaración, comunicados públicos para refutar afirmaciones que se consideren inexactas o la acción directa ante el medio o el periodista. Ahora, cuando hay un intento deliberado de hacer daño, se configura un acto ilegítimo y es muy grave. Ese es el peligro de las informaciones falsas que se difunden para desprestigiar el nombre de alguien. Algo todavía peor ocurre hoy: las divulgan con asesoría de abogados poderosos. Eso ya no es periodismo.
Aunque muchos medios han sido, en esta administración, muy críticos de las acciones del Gobierno, uno o dos se han caracterizado por asumir el papel de una extrema oposición política. En este caso ¿el nuevo rol desempeñado, ¿sigue siendo periodismo o empieza a ser el de un operador que compite con el poder gubernamental?
En perspectiva, la libertad de expresión es propia de la profesión. Ahora, uno puede discutir si “ese” periodismo se basa en criterios de rigor y, repito, en diversidad de fuentes, en contextos, en la consulta de varias interpretaciones más allá de un simple click o de la búsqueda de mayor cantidad de audiencias. Si no es así, tales “noticias” son más propias del espectáculo digital. Y en el largo plazo, pese al impacto inicial, serán calificadas como una farsa, como una especie de show de farándula. Lo mismo que pasa con los “petro-trinos”, los periodistas que practican el show, son más famosos por sus agresiones que por las verdades que descubren. Y se hacen célebres por el bombo que le dan otros reporteros. Si no, quedarían reducidos a un espectáculo digital de emociones de egotista.
¿Encuentra legítimo o ilegítimo que un político activo pretenda asumir las tareas de un periodista o, al contrario, que un periodista activo intente hacer el papel de un político?
Lleras Camargo, Lleras Restrepo, Pastrana, Santos se presentaban como periodistas. Los dos, políticos y periodistas, se deben a la visibilidad pública. Es más, el periodismo es uno de los modos legítimos de construir imagen pública. Ante el desprestigio de los políticos, el periodismo parece un tris mejor pero, al final, la gente, la sociedad de hoy no les cree a ninguno de los dos.
Según encuestas internacionales tan serias como la Digital News Report 2024, del Reuters Institute, la credibilidad de los medios colombianos en sus espacios web pero también la de los medios digitales, es baja y con tendencia a un mayor descenso ¿A qué le atribuye este fenómeno?
Si viviéramos en el escenario que pintan los medios actuales, el mundo sería miserable y triste. Y no: la vida es muchísimo mejor y más diversa que lo que nos informan las noticias. A la gente no le gusta que los periodistas nos convertimos en actores políticos ni que opinemos más que informar; le fastidia que seamos propagadores de falsas informaciones y de odios, que estemos atrapados por la agenda Petro. Además, estamos haciendo periodismo feo, aburrido, mal escrito y peor narrado. Por eso las audiencias se escapan a los materiales de ficción, los realities y los cuentos digitales.
Entonces, ¿el periodismo colombiano está en grave crisis…
No solo el colombiano, el de todo el mundo. Hay crisis de negocio: solo da pérdidas; crisis de oficio: no estamos haciendo periodismo de rigor; crisis narrativa porque no estamos ejerciendo un oficio bello y diverso en formatos; crisis de conexión al no tener agendas ciudadanas, en modo más popular. Para hacer bien el oficio y ejercer la libertad de expresión de manera responsable, deberíamos dejar de caer en provocaciones “tuiteras”, en la trampa de “entrarle” a la batalla de las opiniones. En cambio, sería bueno que recordáramos que el valor de esta profesión es la reportería como constatación de hechos y, obviamente, con criterio.
La predominancia que tiene el mundo digital y el desarrollo de la inteligencia artificial, hecho que ha impactado enormemente las formas de ejercer el periodismo, ¿cuánta relación tiene con las crisis de forma, fondo y de confianza y credibilidad con las audiencias de los medios?
A los periodistas y medios nos encanta echarle la culpa al de afuera, no a los modos como estamos haciendo la información: la culpa es de los gobiernos, de los políticos, de las plataformas, de las redes digitales, de los motores de búsqueda, de la inteligencia artificial, de las fake news, de los formatos, de las audiencias dispersas. Pero no nos cuestionamos el fanatismo informativo, el seguimiento ciego a guías políticos o a nuestros egos. Mostramos un mundo de muerte y caos; narramos descuidadamente e intentamos ser protagonistas y no periodistas; nos gusta la “opinadera” mucho más que la reportería. Si uno lo plantea bien, ante este panorama, el problema no es el periodismo, somos los periodistas y los medios. Tal vez debamos defender al periodismo de nosotros mismos.
“Desafortunadamente dejamos de ser informadores para ser opinadores”
La Fundación para la Libertad de Prensa ha expresado preocupación por la actitud del presidente cuando confronta a medios y periodistas. En varios comunicados ha dicho que el periodismo puede estar en riesgo por “la estigmatización” del mandatario ¿Está de acuerdo o difiere de su interpretación?
La FLIP tiene razón cuando defiende la libertad de expresión porque esta incide en la construcción de una mejor democracia. Cuando se tiene poder e influencia masiva como la que adquiere un gobernante, sus manifestaciones verbales pueden crear violencia, daño y discriminación. El punto es que los trinos del presidente “ponen en riesgo” no solo a los periodistas sino a todas las personas que ataca. Ahora, en cuanto corresponde al trabajo de los medios, entra en juego la discusión sobre su calidad. En ese sentido, deben tenerse en cuenta al menos tres aspectos: la libertad de expresión protege, inclusive, al mal periodismo; la calidad no puede ser sinónimo de las noticias que me gusten; y el rigor exigido a los periodistas siempre es el mismo: fuentes diversas y plurales, contexto y criterios de comprensión. Desafortunadamente hay poca calidad porque dejamos de ser informadores para convertirnos en opinadores.
“Las salas de redacción dejaron de enseñar. Los reporteros no tienen maestros”
Usted ha dicho cuando le preguntan por el desempeño del Centro de Estudios en Periodismo, CEPER, de los Andes, del que fue su fundador y director y es su profesor, que, en general, a los reporteros no les interesa formarse académica o intelectualmente ¿Es cierto?
Sí. Parte de la debacle periodística de la que hemos hablado en esta entrevista tiene que ver con eso: los reporteros tienden a creer que por estar cerca de las fuentes, conocen las materias en las que estas sí son expertas. En el CEPER hemos constatado que al grueso de los periodistas no le interesa tomar cursos de especialización o estudiar para obtener una maestría. Lastimosamente, he llegado a la conclusión de que no quieren profesionalizarse en otro campo que no sea el propio periodismo con un agravante: antes, la universidad era un complemento perfecto del aprendizaje en las salas de redacción porque tanto la una como las otras eran espacios de formación. Ahora, las universidades continúan haciendo su labor, aunque más débilmente, y las salas de redacción dejaron de enseñar. Allí se llega solo a producir. No exagero si digo que hoy por hoy, los reporteros no tienen maestros.