¿Triangulación Bogotá-Caracas-Washington?
¿Para dónde van las relaciones entre Colombia, Venezuela y Estados? Temas de seguridad, economía y narcotráfico no se podrán dejar atrás.
Rodrigo Pardo / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
Todavía se oyen los ecos de la visita del presidente Gustavo Petro a las Naciones Unidas, con las usuales paradas en otros foros cercanos y de relevancia para la política internacional. Las vehementes palabras del ahora presidente hicieron ruido y llegaron en un instante propicio. El mundo atraviesa un momento delicado, de recesión e inflación, de noticias falsas y populismo. Se han vuelto difusas las reglas de juego. Las fronteras del pasado, las banderas rojas de alerta, tienden a ponerse difusas. ¿Dónde están las líneas divisorias entre los aliados y los peligros? ¿Quiénes son los actores moderados —el famoso centro— en la actual situación del sistema internacional?
Preguntas claves en esta coyuntura difícil, sobre todo después de la escalada entre Rusia y Ucrania de esta semana. Parecería que el planeta no está inmerso en un momento de construcción de mecanismos de cooperación (que resultan muy esquivos), sino que más bien está reviviendo una guerra fría, aunque con características diferentes a la del mundo bipolarizado entre Washington y Moscú de los años 60 y 70… son otras las realidades.
>Lea más sobre el Congreso, el Gobierno Petro y otras noticias del mundo político
Y la pregunta es qué estrategia tiene Colombia para enfrentar un panorama inédito y desconocido, con dificultades evidentes, como la pérdida de importancia de América Latina en el plano global, una división profunda en la región y el debilitamiento de conceptos que en el pasado fueron claves, como el consenso en favor de la democracia, que por ahora está claramente desprestigiado. Los cambios inéditos y las innovaciones arriesgadas en la política exterior colombiana llegan en un momento sensible, de corto margen para la improvisación.
¡Qué distinto el panorama de hoy al del cuasi consenso de los años 90 en torno a la democracia, cuando se llevó a cabo la Cumbre de las Américas en Miami, en el gobierno de Bill Clinton, con la sola ausencia de Cuba! Parecería que los tiempos actuales no son de consolidación sino de reconstrucción. Solo que no son claros los escenarios que se abren hacia el futuro inmediato; menos aún, cuáles son los reales desafíos (y oportunidades) de Colombia. Petro le ha apostado a una consolidación del bloque de izquierda en la región: mucho dependerá de lo que pase en Brasil, cuya primera vuelta celebrada el domingo dejó un cerrado pulso entre Bolsonaro y Lula.
La incertidumbre parece sentirse por todos lados, en busca de un mejor entendimiento sobre qué está pasando y cuáles son sus consecuencias. En resumen, ¿cuáles son las alternativas reales que tienen el gobierno Petro y su canciller Leyva? ¿Sobre qué diagnóstico —o interpretación sobre lo que está pasando— actúa el nuevo gobierno? En la visita reciente a Naciones Unidas, Petro fue amplio en los temas tratados e innovador en la agenda, que a su vez fue inusualmente amplia en la cantidad y variedad de los temas tratados. ¿Cuáles son las prioridades?
Petro ha sido innovador, sobre todo, en el tratamiento de las relaciones con Venezuela, que ha sido históricamente la contraparte más importante de Colombia en la diplomacia regional. Más allá de la eventual cercanía ideológica entre Petro y Maduro, es evidente que la ruptura de lazos diplomáticos entre Bogotá y Caracas se extendió más allá de lo que cualquiera planteó, previó o deseó. Las consecuencias del cerco diplomático de Duque fueron nefastas. Habrá que ver ahora cómo utilizar los instrumentos resucitados de diplomacia bilateral en medio de expectativas altas (¿acaso exageradas?).
Lea también: Paz y agenda legislativa, los temas del encuentro entre el Gobierno y Comunes
El gobierno Petro le ha apostado, hasta el momento, a reconstruir lazos con Venezuela y conservar una relación especial con Washington. La ambición casi idealista (y para muchos irreal) que lo caracteriza, sobre todo cuando su mayor prioridad es firmar un acuerdo de paz con el Eln, mayormente refugiado en el país vecino. Esto, en momentos en los que los entendimientos entre Washington y Caracas han pasado por altibajos: el discurso de la Casa Blanca hacia Venezuela conserva su tono crítico, pero una reciente visita de funcionarios del Departamento de Estado generó expectativas de una reaproximación que, en general, fue interpretada como una necesidad de Estados Unidos de mantener los vínculos petroleros con Venezuela, que se hicieron más valiosos después de la invasión rusa a Ucrania. Y de profundizar la lucha en favor de los derechos humanos.
Como se ha dicho muchas veces, las relaciones entre Washington, Caracas y Bogotá se han afectado entre sí hasta hablarse de una “triangulación”. No sobra recordar que, sobre todo en los últimos años, el lado más sólido de la figura ha sido el de los vínculos Colombia-Estados Unidos. ¿Lo seguirán siendo? ¿Y la agenda? Porque si bien hay asuntos nuevos, e interés de los gobiernos en ponerlos sobre la mesa, los puntos tradicionales (seguridad, economía, narcotráfico) no se podrán dejar atrás. El mundo ha cambiado, pero la diplomacia, que suele evolucionar a paso de tortuga, menos.
Todavía se oyen los ecos de la visita del presidente Gustavo Petro a las Naciones Unidas, con las usuales paradas en otros foros cercanos y de relevancia para la política internacional. Las vehementes palabras del ahora presidente hicieron ruido y llegaron en un instante propicio. El mundo atraviesa un momento delicado, de recesión e inflación, de noticias falsas y populismo. Se han vuelto difusas las reglas de juego. Las fronteras del pasado, las banderas rojas de alerta, tienden a ponerse difusas. ¿Dónde están las líneas divisorias entre los aliados y los peligros? ¿Quiénes son los actores moderados —el famoso centro— en la actual situación del sistema internacional?
Preguntas claves en esta coyuntura difícil, sobre todo después de la escalada entre Rusia y Ucrania de esta semana. Parecería que el planeta no está inmerso en un momento de construcción de mecanismos de cooperación (que resultan muy esquivos), sino que más bien está reviviendo una guerra fría, aunque con características diferentes a la del mundo bipolarizado entre Washington y Moscú de los años 60 y 70… son otras las realidades.
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Y la pregunta es qué estrategia tiene Colombia para enfrentar un panorama inédito y desconocido, con dificultades evidentes, como la pérdida de importancia de América Latina en el plano global, una división profunda en la región y el debilitamiento de conceptos que en el pasado fueron claves, como el consenso en favor de la democracia, que por ahora está claramente desprestigiado. Los cambios inéditos y las innovaciones arriesgadas en la política exterior colombiana llegan en un momento sensible, de corto margen para la improvisación.
¡Qué distinto el panorama de hoy al del cuasi consenso de los años 90 en torno a la democracia, cuando se llevó a cabo la Cumbre de las Américas en Miami, en el gobierno de Bill Clinton, con la sola ausencia de Cuba! Parecería que los tiempos actuales no son de consolidación sino de reconstrucción. Solo que no son claros los escenarios que se abren hacia el futuro inmediato; menos aún, cuáles son los reales desafíos (y oportunidades) de Colombia. Petro le ha apostado a una consolidación del bloque de izquierda en la región: mucho dependerá de lo que pase en Brasil, cuya primera vuelta celebrada el domingo dejó un cerrado pulso entre Bolsonaro y Lula.
La incertidumbre parece sentirse por todos lados, en busca de un mejor entendimiento sobre qué está pasando y cuáles son sus consecuencias. En resumen, ¿cuáles son las alternativas reales que tienen el gobierno Petro y su canciller Leyva? ¿Sobre qué diagnóstico —o interpretación sobre lo que está pasando— actúa el nuevo gobierno? En la visita reciente a Naciones Unidas, Petro fue amplio en los temas tratados e innovador en la agenda, que a su vez fue inusualmente amplia en la cantidad y variedad de los temas tratados. ¿Cuáles son las prioridades?
Petro ha sido innovador, sobre todo, en el tratamiento de las relaciones con Venezuela, que ha sido históricamente la contraparte más importante de Colombia en la diplomacia regional. Más allá de la eventual cercanía ideológica entre Petro y Maduro, es evidente que la ruptura de lazos diplomáticos entre Bogotá y Caracas se extendió más allá de lo que cualquiera planteó, previó o deseó. Las consecuencias del cerco diplomático de Duque fueron nefastas. Habrá que ver ahora cómo utilizar los instrumentos resucitados de diplomacia bilateral en medio de expectativas altas (¿acaso exageradas?).
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El gobierno Petro le ha apostado, hasta el momento, a reconstruir lazos con Venezuela y conservar una relación especial con Washington. La ambición casi idealista (y para muchos irreal) que lo caracteriza, sobre todo cuando su mayor prioridad es firmar un acuerdo de paz con el Eln, mayormente refugiado en el país vecino. Esto, en momentos en los que los entendimientos entre Washington y Caracas han pasado por altibajos: el discurso de la Casa Blanca hacia Venezuela conserva su tono crítico, pero una reciente visita de funcionarios del Departamento de Estado generó expectativas de una reaproximación que, en general, fue interpretada como una necesidad de Estados Unidos de mantener los vínculos petroleros con Venezuela, que se hicieron más valiosos después de la invasión rusa a Ucrania. Y de profundizar la lucha en favor de los derechos humanos.
Como se ha dicho muchas veces, las relaciones entre Washington, Caracas y Bogotá se han afectado entre sí hasta hablarse de una “triangulación”. No sobra recordar que, sobre todo en los últimos años, el lado más sólido de la figura ha sido el de los vínculos Colombia-Estados Unidos. ¿Lo seguirán siendo? ¿Y la agenda? Porque si bien hay asuntos nuevos, e interés de los gobiernos en ponerlos sobre la mesa, los puntos tradicionales (seguridad, economía, narcotráfico) no se podrán dejar atrás. El mundo ha cambiado, pero la diplomacia, que suele evolucionar a paso de tortuga, menos.