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Hace 25 años, el jueves 22 de marzo de 1990, asesinaron en el Puente Aéreo de Bogotá al entonces candidato presidencial de la Unión Patriótica, Bernardo Jaramillo Ossa. Una década después, cuando la justicia daba bandazos para esclarecer la autoría intelectual del magnicidio, el jefe paramilitar Carlos Castaño admitió que supo del plan para ejecutarlo. Hoy el expediente tiene categoría de imprescriptible, pero no es mucho lo que se sabe sobre la forma como se maquinó el asesinato.
Esta semana, su familia se unió a las del dirigente de la UP, José Antequera, y a la del excandidato presidencial del M-19 Carlos Pizarro, para que en el aeropuerto El Dorado, donde se consumaron o planearon los crímenes de los tres dirigentes, se piense en diseñar una estrategia que haga memoria de lo que sucedió en sus pasillos. La Fiscalía trata de concretar una hipótesis: que en las tres acciones, más allá de la autoría del paramilitarismo, hubo complicidad de agentes del desaparecido DAS. (Vea el homenaje a la memoria de Bernardo Jaramillo Ossa)
Al margen de lo que pueda hacer la justicia, la memoria de Bernardo Jaramillo sigue intacta entre su gente. Nacido en Manizales en septiembre de 1955, desde sus días de estudiante de secundaria evidenció su vocación social. Primero, influenciado por su abuelo paterno, quien había sido dirigente sindical, se inventó un restaurante escolar para los niños pobres. Después se sumó a la Juventud Comunista, antes de matricularse en la Universidad de Caldas para estudiar derecho. (Vea la galería de Bernardo Jaramillo)
En las aulas de la universidad, en medio de intensos debates y protestas, conoció a la estudiante de química y biología Ana Lucía Zapata, quien también militaba en la Juco. Pegando afiches, acudiendo al cine club José Martí o vendiendo boletas en la taquilla para recoger recursos se fueron enamorando. Un día, por invitación del movimiento político, él decidió viajar a Moscú y luego a Alemania. Cuando regresó a Colombia se casó en una iglesia con su amiga militante.
“Nuestros compañeros comunistas no podían creer que lo hiciéramos por la iglesia, pero mi papá era muy conservador y le dimos gusto”, recuerda Ana Lucía Zapata. El 18 de junio de 1978 nació su hija Paula Tatiana. Tres años después Bernardo. Fueron tiempos de convivencia familiar, de lecturas compartidas de Neruda y Benedetti, de colección de gatos Garfield que ella o los niños le regalaban mientras él seguía firme en su comunismo desde la Federación de Trabajadores de Caldas.
Sin embargo, cuando despuntaron los años 80, Bernardo Jaramillo concluyó que su destino era la lucha popular en un escenario más urgente, y se fue a vivir a Urabá, donde los sindicatos agrarios encontraron en él a un líder de peso. En 1984, después de siete años de matrimonio, se separó de Ana Lucía. Nunca perdió contacto con sus dos hijos, pero ya su vida en Apartadó estaba ligada a los retos políticos y la búsqueda de la paz.
Aunque ya había oficiado como concejal y personero del municipio antioqueño, cuando surgió la UP tras los acuerdos de paz entre el gobierno de Belisario Betancur y las Farc, Bernardo Jaramillo dio su salto a Bogotá como representante a la Cámara del naciente partido político. Entonces demostró que su liderazgo era para tener en cuenta. Su voz se alzó para denunciar al paramilitarismo y su relación con la Fuerza Pública.
Cuando el máximo dirigente de la organización, Jaime Pardo Leal, fue asesinado en octubre de 1987, nadie dudó en la UP que él debía sucederlo. En medio del exterminio contra los militantes de su partido, Jaramillo no se cansó de denunciar a los asesinos y exigirle al Estado explicaciones convincentes. En marzo de 1990 fue electo senador, en momentos en que oficiaba también como candidato a la Presidencia de la República.
Después de las elecciones y ante una arremetida verbal el entonces ministro de Gobierno Carlos Lemos, manifestó que el país estaba cansado de la violencia y por eso en las urnas había derrotado al brazo político de la guerrilla, la UP, Jaramillo no dudó en advertirle que le había colocado una lápida en el cuello. Horas después, su fatídico pronóstico se cumplió .
Ese jueves 22 de marzo de 1990, Bernardo Jaramillo llegó al Puente Aéreo en compañía de su nueva esposa, la barranquillera Mariela Barragán, para viajar a Santa Marta. Antes de salir discutieron porque ella le exigió que usara el chaleco antibalas que él se negaba a portar. Eran las ocho de la mañana , en la terminal aérea cuando un joven lo atacó con una ametralladora.
“Mi amor, no siento las piernas. Estos hijueputas me mataron, me voy a morir. Abrázame y protégeme”, fue lo último que alcanzó a decirle a Barragán. Aunque sus 15 escoltas reaccionaron para capturar al asesino y llevar a Bernardo Jaramillo al Hospital de la Policía, pronto se confirmó su muerte. A pesar de que el DAS se apresuró a decir que había sido una acción más de Pablo Escobar, toda Colombia sabía que había sido el paramilitarismo.
Apenas tenía 35 años y todo un porvenir por delante. En medio de su silencio y su dolor, su exesposa Ana Lucía reunió a sus hijos, de 11 y 9 años, para decirles que habían perdido a su padre. Luego organizó el álbum familiar y escribió para recordar que Bernardo “fue una fuerza sacada de la naturaleza, como un huracán o un terremoto, un hombre que ni para contar un secreto habló en voz baja y cuando reía le cantaba a la vida”.
En Bogotá, rodeada de militantes de la UP y de centenares de ciudadanos, Mariela Barragán vivió también la tragedia. Sin embargo, desde ese día también se impuso conservar su memoria, rescatar su legado y exigir justicia. Lo sigue haciendo porque está convencida de que su esposo, como José Antequera o Carlos Pizarro, fue el líder de una generación asesinada por la intolerancia.
Hoy se cumplen 25 años de ese jueves trágico. En su hogar paterno, a sus 90 años, Bernardo Jaramillo Ríos, golpeado por la reciente muerte de su esposa Nidia Ossa, comenta sereno que su hijo fue un hombre muy inteligente que vivió para responder por sus actos. En casa de Ana Lucía Zapata, el recuerdo es más duro porque hace un año, también a sus 35 años, falleció Paula Tatiana. No obstante, ella y Bernardo hijo saben que su refugio es la memoria.
Entre la gente que lo conoció, que escuchó su voz altiva o que constató su vocación social, la figura de Jaramillo Ossa sigue intacta. Lo mismo que la brega de la UP en busca de que éste y los demás crímenes de sus militantes no sigan impunes. “Venga esa mano país”, fue su última consigna. Con esa misma convicción, quienes lo recuerdan sostienen que el mejor homenaje a su memoria es la persistencia por la paz de Colombia.