Un libro revela las cartas privadas del expresidente Eduardo Santos Montejo
“Eduardo Santos, estrictamente confidencial” se titula el libro basado en la correspondencia del político, publicado para conmemorar, el próximo 27 de marzo, cincuenta años de la muerte del también periodista del diario El Tiempo.
Maryluz Vallejo Mejía * / Especial para El Espectador
Una intrusa en la “casa de cristal”
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Una intrusa en la “casa de cristal”
Hacia marzo de 2023 conocí el Fondo de “Correspondencia con personajes” del Archivo de Eduardo Santos, donado en 1989 a la Biblioteca Luis Ángel Arango por Rafael González-Pacheco Castro, médico personal del expresidente. Mi “Santo Grial” era un posible cruce de cartas de Santos con los republicanos españoles que esperaban asilo en Colombia, a muchos de los cuales logró traer antes y durante su gobierno (tema al que me llevó una investigación sobre extranjeros expulsados de Colombia). Pero también buscaba pistas sobre la antropóloga e historiadora gringa Kathleen Romoli, amiga del mandatario, que vivió largos años en Colombia y dejó sus restos en el Cementerio Inglés de Bogotá, en la calle 26.
Como el Fondo está organizado por orden alfabético, para llegar a Romoli debía revisar desde la letra A, donde apareció la abultada correspondencia de Santos con Germán Arciniegas; ahí entendí que la inmersión prometía ser apasionante porque abría una ventana más íntima de la historia del país desde la mirada de un estadista e intelectual de la estatura de Eduardo Santos. Así que, sin ánimo muy académico, apenas registrando en una libreta lo que veía relevante, y escaneando esas cartas que algún día leería, llegué a la Z.
De un número impreciso de corresponsales, que pasa de 100, me enfoqué en aquellos con quienes sostuvo la más nutrida comunicación, como Luis Eduardo Nieto Caballero, Paul Rivet, Daniel Samper Ortega, Gabriel Turbay, Gustavo Santos, Luis Castro Montejo, Alfonso Villegas, entre otros de sus más cercanos colaboradores, amigos y familiares. Pero casi todos los demás quedan aludidos con alguna opinión o episodio.
Al saber que se aproximaba el cincuentenario de la muerte de Santos, el 27 de marzo de 2024, quise compartir esta experiencia lectora que podría ofrecer un marco comprensivo de la historia nacional, especialmente entre las décadas del treinta y del cincuenta cuando están fechadas la mayoría de las cartas. Sobre todo, me interesaba mostrar al periodista en su “casa de cristal” -metáfora acuñada por Santos en alusión a la transparencia que debería rodear su misión pública-, al político insobornable y escrupuloso que en estos escritos deja lecciones de honradez y discreción; al intelectual de hondura humanística, polímata como pocos, que sin ambicionarlo se convirtió en el propietario del periódico más exitoso del siglo XX en Colombia, y al ser humano, magnánimo y sensible, que cultivaba la soledad tanto como las rosas y sus amistades selectas.
Lo primero que sorprende de este Fondo es la intensa actividad epistolar de Eduardo Santos, en particular durante su período presidencial. Hoy, cuando se critica a muchos gobernantes por su abuso de las redes sociales en las que suelen dejar mensajes irreflexivos, pasionales o crípticos -nunca finos como aforismos-, y con penosa redacción, las de Santos eran extensas epístolas que, aunque generalmente escritas al vuelo con el apremio de la coyuntura o de un viaje inmediato, no carecían de gracia, soltura y profundidad.
Unas las escribió él, de su puño y letra, y otras se las dictó a Isabel Pérez Ayala, su secretaria durante largos años, que terminó viviendo al lado del periódico. A pesar del tiempo que debía dedicar a ese menester, solía repetir a sus amigos que era “¡uno de los peores corresponsales de la tierra!”, pero también uno de los mejores lectores de cartas. Además -le dijo a Gabriel Turbay-, “me pasa lo que dice Renán que le pasaba, que cada vez que ponía una carta en el correo tenía la impresión de haber arrojado al buzón una cosa lamentable” (13 de diciembre de 1935).
Varios destinatarios fueron parte de la Generación del Centenario, de ahí las afinidades intelectuales e ideológicas. Entre quienes vivieron con alborozo la caída del general Rafael Reyes tras las Jornadas Trecemarcistas de 1909 estaban Eduardo Santos, Enrique Olaya, Luis Cano y Alfonso Villegas que, con ánimo patriótico, crearon el Partido Republicano, que puso en el poder al periodista Carlos E. Restrepo.
Pero también tienen un papel protagónico en esta escena epistolar los miembros de la Generación de los Nuevos, empezando por los hermanos Lleras Camargo, Germán Arciniegas y Jorge Zalamea. Buena parte de los corresponsales del “sanedrín” eran los políticos del ámbito nacional y regional. Estos últimos lo mantuvieron al tanto de la política menuda de sus territorios, mientras los primeros le contaban las intrigas en los pasillos del Congreso o en los clubes sociales bogotanos donde se tomaban las grandes decisiones del país. Pero no fueron menos importantes los extranjeros y los corresponsales en el exterior, en particular miembros del cuerpo diplomático con quienes sostuvo nutridos intercambios dado su interés por el acontecer mundial.
Con casi todos los interlocutores el trato es muy cercano, y se asoma un Santos sorprendentemente cálido (no el hierático y distante de la leyenda), que intenta atender las solicitudes y demandas de sus familiares y copartidarios como si fuera el Santísimo Expuesto al que se piden favores y hasta milagros. Al respecto, él mismo ilustra al maestro Guillermo Valencia sobre la perversión del régimen presidencial que rige en Colombia, donde la gente espera que el presidente resuelva todos los problemas, por mínimos que sean: “Tengo sobre mi escritorio el telegrama de un juez municipal del Chocó en el que me cuenta que una de las dos paupérrimas mesas de su despacho está coja y me pide enfáticamente que le resuelva tal atrocidad…”.
Su estilo, forjado en las galeras de la prensa, es claro y directo, enemigo de eufemismos, grandilocuencias y vaguedades. Acude a expresiones coloquiales con simpático desenfado, cita de memoria a sus autores favoritos y se solaza con anécdotas y apuntes propios del humor cachaco. Algunas cartas están escritas a mano -en renglones torcidos y con letra algo desaliñada-, y tienen la naturalidad de sus tachones. Buena parte del material está mecanografiado, siempre con su enorme e inconfundible firma al final, pero también hay numerosas cartas manuscritas.
Este libro está estructurado en tres ensayos que recogen el pensamiento de Eduardo Santos y las voces de sus interlocutores propiciando una conversación inteligente en torno a los debates álgidos de la época -las guerras europeas, la violencia bipartidista y la defensa de la democracia- y los minúsculos asuntos que perturbaban su ánimo, cuando no la crónica íntima y familiar bastante inédita en la historiografía. Ensayos que traslucen una sensibilidad santista y se alejan del convencional saludo a la bandera, que muestran un Santos a carta cabal.
* Periodista y profesora universitaria.