Fragmento de “El suicidio de Venezuela. Lecciones de un estado fallido”
Este análisis (sello Flash Ensayo, 2019) es clave para explicar el declive político, económico y social que ha sufrido el país vecino desde el ascenso del chavismo al poder.
Moisés Naím y Francisco Toro * / Especial para El Espectador
Examinemos estos dos países latinoamericanos. El primero es una de las democracias más antiguas y estables de la región. Tiene una red de protección social más robusta que la de sus vecinos. Sus esfuerzos por ofrecer salud y educación universitaria gratuita a todos sus ciudadanos comienzan a dar resultados. Es un ejemplo de movilidad social y un verdadero imán para inmigrantes de toda Latinoamérica y Europa. Se respira libertad en los medios y en los partidos políticos quienes cada cinco años compiten ferozmente durante las elecciones y el poder cambia de manos regular y pacíficamente. (Recomendamos: Las claves de la cumbre sobre el futuro de Venezuela en Bogotá).
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Examinemos estos dos países latinoamericanos. El primero es una de las democracias más antiguas y estables de la región. Tiene una red de protección social más robusta que la de sus vecinos. Sus esfuerzos por ofrecer salud y educación universitaria gratuita a todos sus ciudadanos comienzan a dar resultados. Es un ejemplo de movilidad social y un verdadero imán para inmigrantes de toda Latinoamérica y Europa. Se respira libertad en los medios y en los partidos políticos quienes cada cinco años compiten ferozmente durante las elecciones y el poder cambia de manos regular y pacíficamente. (Recomendamos: Las claves de la cumbre sobre el futuro de Venezuela en Bogotá).
Este país logró esquivar la ola de dictaduras militares que azotó a la mayoría de sus vecinos latinoamericanos. Su alianza política con los Estados Unidos es de larga data. Gracias a sus profundos vínculos comerciales y de inversión, numerosas multinacionales de Europa, Japón y EEUU lo escogieron como su base de operaciones para América Latina. Además, posee la mejor infraestructura de Sudamérica. Ciertamente, está muy lejos de ser un país que ha erradicado las plagas que azotan a los países pobres. Sufre de fuertes dosis de pobreza, corrupción, injusticia social, ineficiencia y debilidad institucional. Aun así, bajo cualquier criterio con el que se le mida, le lleva enorme ventaja a casi todos los países en desarrollo.
El segundo país es una de las naciones más empobrecidas de América Latina y la dictadura más reciente de la región. La mayoría de sus escuelas y universidades han colapsado. Su sistema de salud está en el olvido tras décadas de desidia, corrupción y falta de inversión; el paludismo y el sarampión, entre otras enfermedades que hacía tiempo habían sido derrotadas, regresaron por la revancha. La gran mayoría de la población no tiene suficiente comida y ha perdido peso muy rápidamente; sólo una pequeña élite come tres veces al día. Los servicios públicos (agua, electricidad, transporte, comunicaciones) son precarios o inexistentes. Su violencia epidémica lo coloca entre los países con la tasa más alta de homicidios del mundo.
Tal es la catástrofe, que millones de sus ciudadanos huyen a otros países, lo que se traduce en la más intensa ola de refugiados que se haya visto en América Latina. Se respira opresión: las detenciones arbitrarias son normales y la tortura común. Ningún otro gobierno (con la excepción de otras dictaduras) reconoce sus farsas electorales. Los pocos medios de comunicación que aún no están bajo el control directo del Estado, se autocensuran por temor a represalias.
Para fines de 2018, su economía habrá batido récords: la mayor inflación del mundo y una contracción de cincuenta por ciento en sólo cinco años. Es un verdadero paraíso global para el tráfico de drogas. Los Estados Unidos, la Unión Europea y otros países latinoamericanos han acusado y sancionado a la cúpula en el poder—del presidente para abajo, funcionarios, militares, sus testaferros y sus familiares—, por sus vínculos con las mafias del narcotráfico. El principal aeropuerto está casi siempre desierto y las pocas aerolíneas que aún conectan al país con el resto del mundo transportan sólo unos escasos pasajeros que deben pagar precios exorbitantes. Un país antes integrado al mundo es ahora el país más internacionalmente aislado de América Latina.
Estos dos países son, de hecho, uno solo, Venezuela, en dos momentos diferentes: a principios de los años 70 y hoy. La transformación de Venezuela ha sido tan radical, tan completa y tan devastadora que es difícil aceptar que no fue el resultado de una guerra. ¿Qué le pasó a Venezuela? ¿Cómo es posible que las cosas le salieran tan mal?
En una palabra: el chavismo. Bajo el mando de Hugo Chávez y de su sucesor, Nicolás Maduro, el país ha sufrido una mezcla tóxica de políticas públicas devastadoras, autoritarismo y corrupción a gran escala. Todo esto bajo una influencia cubana tan amplia y profunda que, en la práctica, luce como una ocupación. Cualquiera de estos elementos habría creado por sí solo una grave crisis. Al juntarse, configuran una tragedia. Hoy, Venezuela es un país pobre, un estado fallido y mafioso, dirigido por un autócrata tutelado por una potencia extranjera: Cuba.
Para muchos observadores, la explicación de la crisis venezolana es simple: el socialismo impuesto por Chávez y sus asesores cubanos es la causa de la debacle. Pero si esa es la causa, ¿por qué Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Nicaragua y Uruguay, países que también tuvieron gobiernos socialistas en los últimos 20 años, no han colapsado? Cada uno de ellos ha padecido consecuencias políticas y económicas negativas, pero ninguno—con la excepción de Nicaragua—, sufrió una crisis tan demoledora como la de Venezuela. De hecho, algunos hasta han prosperado.
Si el socialismo no es el culpable del fracaso venezolano, entonces podríamos achacar el problema al petróleo. Efectivamente, la etapa más aciaga de la crisis coincidió con la fuerte caída de los precios internacionales del crudo a partir de 2014. Pero todos los petroestados del mundo sufrieron serios shocks económicos externos ese mismo año, cuando sus ingresos por exportaciones de hidrocarburos cayeron drásticamente. Sin embargo, Venezuela fue el único que colapsó de manera catastrófica, de modo que esta explicación tampoco es satisfactoria.
En realidad, la decadencia del país comenzó hace cuatro décadas, no hace cuatro años. Para 2003, en Venezuela el PIB por trabajador ya había descendido un 37 por ciento con respecto a su punto más alto en 1978. Esta caída en los ingresos generó las condiciones sociales y políticas de un caldo de cultivo que Chávez supo aprovechar muy bien para llegar al poder.
Pero las causas del fracaso de Venezuela tienen raíces más antiguas y profundas. Varias décadas de gradual descalabro económico le abrieron el camino a un demagogo carismático que, inspirado por una ensalada de malas ideas, consiguió instaurar una autocracia corrupta, controlada por la dictadura cubana. Y, si bien es cierto que muchos elementos de la crisis actual anteceden a la llegada de Chávez al poder, cualquier intento por explicarla debe centrarse en su legado y en la influencia cubana.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Moisés Naím (1952) desde 2011 presenta Efecto Naím, que se transmite por la cadena de televisión colombiana NTN24. Colabora en medios de prestigio internacional como The Atlantic (EEUU), El País (España), Reforma (Mexico) o La Repubblica (Italia). Naím es un miembro distinguido del Carnegie Endowment for International Peace y fue ministro de Fomento de Venezuela, Director del Banco Central de Venezuela y Director Ejecutivo del Banco Mundial. Francisco Toro es un comentarista político venezolano y colaborador de Global Opinions. Es director de contenido del Grupo de los 50 y columnista invitado por The Washington Post.