Voces para navegar la crisis política del gobierno Petro y no naufragar
Analistas, académicos y profesores contestaron algunas preguntas para entender qué pasó esta semana, cómo enfrentar lo que queda de gobierno y cuáles son las claves que debería seguir el Ejecutivo para no fracasar.
María José Barrios Figueroa
Al final del televisado consejo de ministros del pasado martes, luego de casi seis horas de transmisión, el presidente Gustavo Petro terminó su extenso discurso y se levantó de la mesa. No agradeció a su gabinete ni a los televidentes que, todavía atónitos, trasnocharon para escucharlo. Tampoco se despidió. Dio media vuelta y se retiró a su residencia sin hablar con nadie más. Las redes sociales ya estaban estalladas de comentarios, críticas y hasta parodias, que continuaron por el resto de la semana, entre renuncias y especulaciones sobre el “circo” o el “reality” que acababa de protagonizar el Gobierno en vivo y en directo. Más allá de las anécdotas o frases impertinentes, muchos se preguntaron: “¿Y ahora qué?” “¿Para dónde va el país?”.
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Al final del televisado consejo de ministros del pasado martes, luego de casi seis horas de transmisión, el presidente Gustavo Petro terminó su extenso discurso y se levantó de la mesa. No agradeció a su gabinete ni a los televidentes que, todavía atónitos, trasnocharon para escucharlo. Tampoco se despidió. Dio media vuelta y se retiró a su residencia sin hablar con nadie más. Las redes sociales ya estaban estalladas de comentarios, críticas y hasta parodias, que continuaron por el resto de la semana, entre renuncias y especulaciones sobre el “circo” o el “reality” que acababa de protagonizar el Gobierno en vivo y en directo. Más allá de las anécdotas o frases impertinentes, muchos se preguntaron: “¿Y ahora qué?” “¿Para dónde va el país?”.
Ante estas preocupaciones, El Espectador presenta este ejercicio de análisis con expertos, académicos y analistas. A todos los entrevistados les hicimos las mismas preguntas: En un Estado de derecho como el nuestro, con una clara separación y equilibrio de poderes tan clara en la Constitución, ¿hasta qué punto la falta de gestión del presidente compromete el funcionamiento del Estado? ¿El Estado tiene la capacidad para operar más allá de la figura presidencial? ¿Debemos preocuparnos ante un líder como el que vimos esta semana? ¿Qué podemos hacer para que no nos consuma el pánico en lo que queda de gobierno? Las respuestas de los entrevistados son un aporte para navegar mejor sobre estas aguas turbulentas de la política, de cara a una incierta campaña presidencial.
Iván Garzón, profesor investigador sénior en la Universidad Autónoma de Chile
Creo que hemos estado en mora de reformar la institución presidencial porque efectivamente tenemos un sistema muy presidencialista que depende mucho de la gestión y de las decisiones que toma el propio presidente. En ese sentido, creo que también otro de los elementos que quedó puesto en evidencia es que el gobierno de la izquierda en Colombia sí ha puesto a prueba las instituciones y esta es otra faceta en la que la está poniendo a prueba. El presidente, al no ser un gobernante que tiene en la cabeza el detalle y que no es capaz de ser un gestor o un buen administrador, la pregunta viene siendo qué tanto pone en riesgo el funcionamiento de las instituciones del Estado desde su cúpula. Ahí creo que hay un llamado a la reflexión en ambos temas.
Primero, creo sí deberíamos pensarnos hacia el futuro una forma de atemperar el presidencialismo tan acentuado que tenemos. Y segundo, tenemos que ser más conscientes como ciudadanía de que, en última instancia, Colombia no es una monarquía y, por lo tanto, el hecho de que el jefe Estado no esté en el detalle de los temas, no significa necesariamente que los temas no se gestionen o no se puedan resolver con eficacia. Creo que el hecho de que se haya puesto en evidencia la falta de gestión de Petro, y creo que no hacía falta una transmisión en vivo para darnos cuenta, creo que también sirve para que se ponga sobre la mesa un tema y es: ¿cuál es el perfil que se espera de los funcionarios que están en el círculo más cercano al presidente?
Hay unos que creen que se necesita gente incondicional con el presidente, muy comprometida con su ideario y con su proyecto político, Y otros, por el contrario, que creen que en los Estados modernos, en sociedades donde se ha vuelto más común coaliciones de gobierno y no gobiernos de un partido único, queda claro que se necesitan funcionarios con competencia, conocimiento del ramo y quienes entienda que, en últimas, un ministerio, como cualquier trabajo, supone una curva de aprendizaje. Lo que hemos visto, en general, los defensores y los amigos del gobierno tendrían que evitar en lo posible que la presidencia se convierta en una segunda versión de la Alcaldía de Petro, en la cual los funcionarios duraban poco porque yo creo que esto en general es malo per se para la administración pública.
Por otro lado, lo que también quedó en evidencia esta semana es que hay funcionarios que se nota que no tienen un dominio de su cartera y eso sí es muy grave, independientemente de que sea un gobierno de izquierda o de cualquier signo político. Creo que si logramos mirar lo que sucedió de una manera menos histérica y con menos sobreactuación y ponemos sobre la mesa los temas de Estado, yo creo que al final puede ganar el gobierno y puede ganar la sociedad, que es lo que acá interesa.
Quisiera creer que la gente con más experiencia en ese proyecto político puede tener una visión un poco más honesta y hacerle caer en cuenta al presidente que, en última instancia, una mala gestión es la peor campaña que se le puede hacer a la izquierda en 2026. Un mal gobierno de Pedro es malo para el país, pero especialmente para la izquierda. Así como el tema no es para sobreactuarse, creo que tampoco es para banalizarlo. Esos dos extremos serían muy indeseables.
Lo que preocupa, más allá del hecho de que haya divisiones, desprolijidad, falta de atención al detalle y demás, que puede pasarle a cualquier empresa u organización, aquí creo que se nos pierde de vista que el gobierno es una entidad compleja. Yo creo que ningún presidente tampoco debe tener hasta el último detalle de todas las carteras que tiene. El ideal del gobernante no es necesariamente el que está cada detalle. Nosotros tenemos que hacer un poco de memoria.
Pasamos de tener un presidente que tenía el detalle en la cabeza, como Uribe, pero tuvimos un gobernante que delegaba y que estaba en algunas funciones muy específicas, como Santos. Eso lo digo para ver que hay distintos estilos de gobierno. Ahora, también creo que no hay que tener memoria corta y en Colombia ha sido muy frecuente en los últimos años que el presidente se ponga por encima de sus ministros y los regañe en público o quiera transmitir el mensaje de que él sí quisiera hacer las cosas, pero hay gente que no lo deja.
Ni es la primera vez que pasa y tampoco debe significar que entonces el presidente perdió el rumbo. Eso me parece un poquito exagerado porque, insisto, creo que hace parte de una actitud emocional para justificar una crítica, un tono muy recurrente entre la oposición. Primero se indignan, y después buscan las razones para justificar esa emoción. Eso no es leal tampoco, porque también transmite la idea de un cierto desgobierno que no es real tampoco.
Lo que vimos fue un ejercicio que no era necesario, una concepción equivocada de la transparencia y la rendición de cuentas, pero creo que puede servir si el gobierno toma nota de que la gente espera mayor pericia y conocimiento de los temas, igual que mayor coordinación. Además, creo que también la oposición puede tomar nota de que, haciendo una crítica que al final termina banalizando la situación porque le parece todo tan desastroso y tan gracioso y tan circense, pues hasta ahí llega la discusión. Creo que podemos sacar muchas cosas útiles en ese sentido.
Creo sí hubo muchas alertas para preocuparnos, pero hay cosas peores. Es decir, peor es que se tomen malas decisiones, y no que haya un equipo descoordinado. Peor es que se nombre gente que no conozca sus carteras, no que haya divisiones entre ellos. Peor es que no haya una justificación para incluir de nuevo en un puesto de dirección a alguien con tantos cuestionamientos éticos y jurídicos como Armando Benedetti, que darle espacio a una persona que puede tender puentes con el mundo político que es un tema crítico para un gobierno que no tiene la mayoría en el Congreso.
Siempre hay una forma de mirar el vaso medio lleno o medio vacío, pero lo que estoy proponiendo es un ejercicio que va más allá de quitarse la camiseta que dice: “Fuera Petro”, o la que dice: “Petro, yo a usted lo amo”.
Creo que una de las lecciones más importantes es que gobernar es priorizar. Creo que es importante que el gobierno, para el tramo que le queda que mal contado es un año y medio, tiene que ser capaz de priorizar, de acuerdo con las necesidades de la gente. En estos momentos, el tema de orden público, la economía y la forma en las que están quedando reformas, son los temas críticos. Por eso creo que es fundamental que sepan priorizar para gobernar bien en lo que les queda y dejar las cosas lo mejor posible.
Quisiera ser enfático en esto porque es muy frecuente que, ya cuando tienen el sol a la espalda, los gobernantes se preocupan más por la próxima elección y que quede alguien que sea de su cuerda, que por gobernar. Aquí sí hay que exigirle al gobierno que gobierne y que tome las decisiones, que ejecute y que rinda cuentas. No podemos banalizar la situación porque todavía hay mucho por ser.
Yo creo que, como decía Marshall McLuhan, el medio es el mensaje. Y yo creo que aquí nos hemos acostumbrado a pensar en clave de redes sociales, de reels y de TikTok. Y yo creo que eso es muy nocivo porque en el fondo eso simplifica la política a un espectáculo. Creo que la sociedad tiene que ser consciente que ni la política es un espectáculo, ni cualquier espectáculo es admisible por gracioso o por patético que nos parezca. Creo que tenemos un deber de evitar esa simplificación que proviene de un gobierno que se pone a sí mismo en un escenario absolutamente innecesario y le sale mal, pero también de una oposición que lleva dos años diciendo frases vacías y que, en últimas instancias, pueden generar aplausos en un auditorio, pero que no trazan ningún rumbo claro. Eso tampoco tiene mucho sentido desde el punto de vista ciudadano, crítico y democrático.
Alejo Vargas, exvicerrector de la Unal y experto en política pública
Hay un tema en todo este asunto y es el de la eficacia en la gestión del gobierno que se le ha criticado tanto a este. Y esto es algo que no es nuevo, solo que ahora se acentuó con el consejo de ministros de esta semana. Ahí fue evidente, por lo menos para mí, que si bien el presidente tiene claro cuál es su proyecto de gobierno, la mayoría de su equipo de ministros no parece haberle copiado. No parece haber una fuerte conexión, como debería haberla, entre lo que es el pensamiento del presidente como el gran conductor de la política del gobierno y los ministros que son los responsables en los distintos campos. Eso, por supuesto, genera dificultades para el Ejecutivo y también cierta desconfianza en los ciudadanos. Pero eso lo puede resolver el presidente, o bien haciendo los cambios que considere, o haciendo una mayor conducción de ese equipo de trabajo.
Creo que el Estado tiene la capacidad para operar más allá de la figura presidencial. Nosotros tenemos un presidencialismo muy acentuado en Colombia, yo siempre he dicho que es de los más acentuados de la región. Por eso a mí me sorprende cuando los presidentes quieren más poderes. El régimen nuestro es uno donde el presidente tiene una gran capacidad de tomar decisiones, pero eso también le exige que él sea el que conduzca y responda por la gestión del gobierno. En ese sentido, lo que vimos esta semana fue a un presidente que no ha podido armar un equipo que, como dirían coloquialmente, “le copie” en lo que él está pensando y sea capaz de poner en práctica esas políticas públicas.
El líder que vimos el martes es el que tenemos. No lo vamos a poder cambiar. Ese es el que eligieron los colombianos y habrá que aguantárselo hasta el 7 de agosto de 2026, cuando termina su mandato. El tema es cómo tratar de ayudarle para que, siendo como es, pueda mejorar su gestión. Allí yo lo que veo es que, ojalá, pudiera tener un equipo de ministros que sean de su confianza, pero que además sean capaces de implementar las políticas. Podemos tener unos ministros que sean, digámoslo así, totalmente seguidores de él, que a todo le dicen “sí, señor”, pero si en la gestión no hacen mayor cosa, pues eso no sirve.
Creo que el tema ahí es cómo se rodea el presidente de un equipo que tenga capacidad en su campo, pero además que tenga cierta capacidad también de interlocutar con él y que sea capaz de decirle “no” cuando lo considera adecuado. En este punto, creo que el liderazgo del presidente Petro se parece un poco al que tenía el expresidente Álvaro Uribe: muy fuerte y, de alguna manera, ambos “achicopalan” al equipo de ministros, que no se atreve, ni se atrevía, a contradecirlo. Por eso es muy importante que haya un equipo que no solo tenga el conocimiento y capacidad, sino también la virtud de decirle “no” al presidente.
Después del martes, no hay duda de que el presidente valora mucho la amistad con Armando Benedetti. Eso es entendible. El problema de fondo es si esa persona es la que le puede ayudar al presidente y al país. Seguramente Petro está pensando en él como un gran estratega para la campaña electoral del otro año, pero ahora hay muchas más cosas prioritarias para el país, empezando por la necesidad de tener a los ministros mejor preparados para ejecutar políticas. Al presidente lo que le sobra es discurso, ¿pero qué pasa en términos de acciones?
Yo soy menos optimista sobre, por ejemplo, el diálogo que podría tener el gobierno con otros sectores para recuperar su gobernabilidad. Como ya hemos visto en estos dos años de gobierno, ha sido muy difícil la construcción de acuerdos y alianzas con otros sectores. Ese primer gabinete que tuvo el presidente, que era de gran calidad, pero que lo desbarató él mismo muy rápidamente, de alguna manera era el reflejo de esa dificultad de llegar a acuerdos con otros sectores. Tengo muy poca esperanza de que eso vaya a cambiar.
Por eso digo, y como parece ser la tendencia del gobierno, que es a nombrar más ministros de su cantera, es decir, de los grupos de izquierda, pues que ojalá tengan capacidad. Yo creo allí puede haber personas que conocen, que son especialistas y que pueden ayudarle a ejecutar políticas, pero ahí sí va a depender mucho del tino que tenga el presidente para saber a quién va a escoger. No es decirle a él cómo escoger, porque lo ha hecho toda la vida y lo seguirá haciendo. Eso sí es muy difícil.
¿Que qué podemos hacer como sociedad para que en los 18 meses que le quedan a este gobierno no nos consuma el pánico? Yo creo que sin duda un mensaje para todos los colombianos es que de ninguna manera podemos entrar ni en una mirada absolutamente pesimista de que aquí “nos llevó el chiras”, ni que tampoco estamos ad portas del paraíso. Estamos con un gobierno que ha mostrado dificultades, como la mayoría de gobiernos nos muestran de una u otra manera. Eso sí, lo que hay que pedirle es que peleen menos, algo que le gusta mucho a este gobierno, sobre todo al presidente. Que peleen menos y traten de ejecutar más. Con que hagan ese esfuerzo, creo que eso ya podría ayudar mucho.
Los colombianos tenemos que tener claro que hay dificultades, pero esto va a terminar el otro año y vamos a tener la oportunidad de escoger otro gobierno. Tenemos que analizar bien, dentro de los candidatos que se presenten, incluidos los que presente el propio partido de gobierno, cuál es la calidad que presentan, cuál es el conocimiento del país, pero sobre todo, cuál es su experiencia en la ejecución. Ese es el gran problema que a veces los académicos tenemos: sabemos echar rollos, pero no somos buenos para volver eso una realidad en políticas públicas.
Diana Guzmán, directora de Dejusticia y profesora de la Universidad Nacional
El consejo de ministros de esta pasada logró algo que parecía casi imposible, pues nos dejó con una suerte de acuerdo nacional en torno a la constatación de que este gobierno tiene serios problemas de coordinación y gestión. Lo que ocurrió debe llamarnos a la reflexión y, ojalá, a exigir más claridad y acción, pero no debería comprometer el funcionamiento global del Estado.
Justamente porque Colombia es un Estado social de derecho, en el que operan los principios de separación de poderes y colaboración armónica, los asuntos del Estado no dependen de manera directa del presidente y sus decisiones. No estamos en la época absolutista en la que Luis XIV de Francia afirmaba, con algo de razón, “el Estado soy yo”. Por el contrario, todas las instituciones deben contribuir desde sus competencias a lograr un buen funcionamiento del Estado.
Por supuesto, lo ideal es que todas funcionaran bien y trabajaran de manera coordinada a favor del bienestar común. Pero los problemas en una rama del poder no deberían llevar al colapso del Estado. Por ejemplo, hemos tenido presidentes con gobiernos que enfrentan problemas serios. Samper se dedicó a defenderse durante los cuatro años de su periodo. Duque nunca logró ser un líder estratégico y efectivo. Y el Estado no naufragó.
Con esto, no pretendo minimizar lo que ocurrió en el consejo de ministros y lo que este sugiere sobre el funcionamiento del gobierno. Pero me parece importante situarlo en un contexto más amplio. Frente a problemas en la gestión del presidente, las otras instituciones del estado pueden actuar de manera más decidida para prevenir crisis graves. Finalmente, cada institución tiene sus propios objetivos, planes estratégicos y equipos de trabajo.
En todo caso, el presidente y sus ministros tienen una gran responsabilidad en lo que resta de este periodo. Colombia no necesita que se configure un gobierno espectáculo o que el presidente contribuya a la polarización. Por el contrario, los próximos meses son claves para que el gobierno supere sus problemas internos, proyecte mejor sus metas y mejore su gestión.
Hoy existen preocupaciones legítimas en distintos sectores. Pero más que enfatizar en estas, quiero resaltar el tipo de liderazgo que Colombia necesita en los próximos meses. Necesitamos un líder que logre ir más allá de las diferencias ideológicas y nos una en torno a las necesidades más apremiantes del país, por ejemplo, en torno a la solidaridad con el Catatumbo y la búsqueda de soluciones para esta crisis. Necesitamos un líder que logre construir un acuerdo nacional amplio en torno a la paz y los derechos de todas las personas y que nos permita avanzar en una agenda de fortalecimiento del Estado.
Para que Petro pueda ser ese líder debe dejar su tendencia personalista y empezar a ser un buen coequipero, que va más allá de la retórica y se ocupa de la gestión. Tiene que ser ese líder que se rodea de personas idóneas a nivel ético y profesional para los distintos cargos, no de personas como Armando Benedetti. Un líder que escucha y dialoga para encontrar las mejores alternativas posibles frente a las realidades existentes, entre otras cosas. Un líder que entiende que la estrategia requiere aterrizar en acciones concretas y, por tanto, se asegure de que sus equipos tienen personas que ejecuten de manera adecuada las políticas. La pregunta es si logrará hacerlo en poco tiempo y de manera efectiva.
Como sociedad, el reto es grande, pero no es solo para la sociedad, es también para las instituciones, los medios y todas las personas que se preocupen por el futuro del país. A meses de las elecciones, es fácil que las debilidades del gobierno sean aprovechadas con fines electorales. En este tipo de escenario, hay un enorme riesgo de que los intereses personales se antepongan a los del país y eso hay que evitarlo.
Por eso creo que las instituciones son claves. Por ejemplo, los ministerios, con las adecuadas instrucciones y coordinación por parte del presidente, son claves para lograr la ejecución que necesitan. El legislativo podría tener un mayor liderazgo frente a las reformas sociales que el país necesita. Las cortes, desde la independencia, podrían lograr una mejor colaboración armónica con los otros poderes en torno a problemas estructurales y apremiantes del país. Los órganos de control deben combatir su politización y convertirse en auténticos escenarios de protección de los derechos y del interés público
Desde la sociedad civil seguiremos teniendo un papel activo en avanzar propuestas que contribuyan a encontrar soluciones a los problemas del país. Y la sociedad debe exigirle más al gobierno. El reto es cómo evitamos la profundización de las crisis que tenemos y para lograrlo, debemos superar la polarización y el personalismo.
Andrés Rodríguez, decano de Ciencia Política de la Universidad Nacional
Para hablar sobre la gestión de un gobierno, hay que tener en cuenta cuáles son los parámetros de esa administración. Ahí el gobierno y el presidente tienen que poder, además de considerar la ejecución presupuestal, demostrar que hay gestión en otros ámbitos y en otros niveles. Efectivamente, es un gobierno que ha tenido una baja ejecución y eso es una cuestión que puede afectar a otras ramas del gobierno, por supuesto a los gobiernos locales. En el caso de las universidades, por ejemplo, la situación del gobierno ha hecho que algunos proyectos de educación se atrasen.
En Colombia tenemos una tradición que es muy presidencial y la tendencia de los gobiernos ha sido la de girar en torno al presidente. Pero más allá de cambios constitucionales, el llamado sería a cambiar esos tipos de prácticas. Ojalá esta fuera una ocasión para que el Gobierno lo haga, ya sea ratificando a los ministros que están ahora en sus cargos, o trayendo a otras personas que puedan mostrar su capacidad de gestión, liderazgo y comunicación con la sociedad. Ese gabinete es clave para que no todo el peso de las decisiones, debates y controversias caigan sobre el presidente. Esto, incluso, le permitiría enfocarse en los asuntos más fundamentales y no estar en el debate cotidiano del día a día, particularmente en las redes sociales.
Lo que pasó en el consejo de ministros fue muy delicado. Uno oye voces señalando que lo que vimos fue una virtud porque muestra transparencia y que las fracturas dentro del gobierno se pueden gestionar. Pero la verdad es que dejó fue una imagen de fracturas y divisiones y una situación de profunda inestabilidad. Por eso creo que sería conveniente que hubiera otra estrategia de comunicación por parte del gobierno, porque se puede ser transparente, por supuesto, pero eso no significa que esa transparencia implique mostrar debilidades o desacuerdos.
Para recuperar la gobernabilidad hay varias opciones. Por un lado, están los graves problemas generados por situaciones de orden público y de violencia en algunas regiones del país. El caso de Catatumbo es el más dramático, pero también hay en otras regiones. El gobierno optó por la figura del Estado de conmoción interior, pero es muy importante que tenga claros cuáles son los medios más eficientes para lograr los objetivos que se plantean. Y ahí creo que el balance del gobierno también es deficitario, porque parece que el presidente tiene muy claro el modelo de sociedad de país que quiere alcanzar, pero los medios para lograr esos objetivos son los que parecen estar más débiles. Por otro lado, la gobernabilidad desde el punto de vista del debate político nacional, sí requeriría que se reexaminara la situación del gabinete ministerial para ver cómo recomponen las relaciones.
Yo creo que es muy importante generar diferentes liderazgos, no solamente políticos, sino también en otros ámbitos, como los académicos, culturales, artísticos y hasta deportivos. Necesitamos hacer una invitación a que manejemos un discurso de diálogo y de empatía, sobre todo de cara a la campaña presidencial del próximo año. Es importante que las campañas electorales no se aprovechen de las divisiones y presiones.
Juan Carlos Flórez, historiador y escritor
Lo que vimos esta semana es a un presidente compromete el funcionamiento del Estado. Me preocupa que con la actual crisis nos quedemos en las anécdotas, en los memes, y no vayamos al fondo de la cuestión. Pensemos lo que ha pasado con innumerables obras públicas a lo largo y ancho de Colombia. Ese para mí es el asunto de fondo porque el Estado no tiene instrumentos para llevar rápidamente a la práctica sus propósitos. Debe utilizar el concurso de contratistas que, por desgracia, en su gran mayoría no se escogen por sus cualidades sino por su vinculación con un clan político y necesitamos revisar eso con urgencia. Ese modelo en el cual se le entregó la acción estatal a una cantidad de contratistas, cuyo objetivo es llenarse los bolsillos, ha paralizado al Estado colombiano.
El Estado colombiano es un estado desguazado completamente. Hay una alianza nefasta de clanes políticos corrompidos, a los que el bien público les interesa un pepino, por no ser más expresivo; con clanes de contratistas cuyo objetivo es hacer las obras y, en una parte de los casos, se roban toda la plata y no vemos nada. Hoy, la descentralización triunfó en el sentido en que se descentralizó y se democratizó la corrupción hasta niveles impensables hace unas décadas.
En estos momentos se juntan dos hechos: ese, pero al mismo tiempo otro que agrava las cosas, y es el hecho de tener a un presidente rehén de unas personas, la señora canciller Laura Sarabia y el señor Armando Benedetti. Con ellos, el presidente ha perdido dramáticamente su autonomía, como se evidenció en el show televisivo de la otra noche.
La política hoy no se hace hablándole con sinceridad a los ciudadanos, sino engañándolos de antemano. Para eso ha surgido una industria de manipulación de las elecciones en todo el mundo, que surgió en Estados Unidos hace ya más de un siglo, que parte de la idea de que el ciudadano es un pendejo estúpido al cual se puede engañar con mil y un trucos. Ese es un asunto gravísimo porque refleja una casta política que no cree en los ciudadanos y sabe que los está engañando con promesas que jamás cumplirá. Ese es un asunto que golpea a todos los gobiernos y que está hoy en el origen de esa ruptura violenta que experimentan los Estados Unidos y lo tiene al borde de una guerra civil.
Además, hay otro problema evidentemente nuestro, o sea colombiano: tenemos un presidente que está en las manos de dos personas que deben saber cosas extremadamente graves de él y que no tiene la autonomía para manejar a su equipo, como lo evidenciaron las renuncias muy dignas, además, del exdirector del Dapre, Jorge Rojas y del exministro de Cultura, Juan David Correa. En la medida en que fueron funcionarios que se destacaron por su pulcritud y su cumplimiento, no le sirven al presidente porque no le ayudan a encubrir esa nefasta relación que él tiene con Benedetti, hoy un hombre sub judice. Sorprende, por ejemplo, que el exministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, tuviera que salir del gobierno porque le iniciaban una investigación relacionada con el saqueo en este gobierno de la Unidad para la Gestión del Riesgo, mejor llamarla “unidad del robo”, y ahora este señor Benedetti sigue con sus posaderas, sentado en una sinecura gubernamental. Y ahí sí, Petro, calladito.
Yo soy pesimista sobre cómo se puede recuperar la gobernabilidad. Creo que no se puede recuperar porque Petro nunca fue capaz de hacer la transición de un influenciador con una palabra muy seductora a un hombre trabajador. Eso él nunca lo hizo. Continuó siendo un influenciador, un hombre irresponsable con el tiempo, que llegaba tarde a todo lado, que no revisa las tareas, y después le echa la culpa a todo el mundo. Pensemos en qué legitimidad va a tener ante un equipo una persona que en el consejo de ministros en Paipa llegó al otro día, después de haberlo convocado él mismo.
Es un hombre que no tiene el sentido de responsabilidad. Si lo hubiera tenido, habría dejado a un lado el tipo de vida que llevó hasta ser presidente. Por eso hoy uno puede resumir esta gravísima situación en que el país se derrumba y Petro lo derrumba. Yo no creo que el llamado sea para que la sociedad tenga calma. No. La sociedad le ha tenido calma a los políticos por siglos en Colombia. Este es un momento para que tengamos la capacidad de evitar daños mayores, como en buena medida ocurrió cuando él hizo ese daño inmenso en la madrugada y luego le tocó a muchas personas, hoy anónimas, que en ese largo día tendieron todo tipo de puentes con los Estados Unidos y desde los Estados Unidos hacia Colombia.
¿Que por qué no comparto un llamado a la calma? Porque este es un momento para hablarle con franqueza al país, para que no nos sigamos engañando, porque eso sería muy peligroso. Asistimos a la crisis de relaciones internacionales más grave desde la Segunda Guerra Mundial. Comprenderán el tipo de equipos de relaciones internacionales no dirigidos por personas improvisadas y el tipo de presidente que requerimos para estas circunstancias. Yo creo que la gran mayoría de los colombianos no tiene pánico. La absoluta mayoría de los colombianos sale a trabajar todos los días, en jornadas larguísimas y buena parte de ellos trabajando informalmente.
La esperanza no está en una casta política corrompida, no está en un presidente que no estuvo a la altura del sueño que muchos colombianos le entregaron. Y eso no lo estoy inventando, las evidencias saltan a la vista. En esto, el único horizonte es que los colombianos, como ha ocurrido en otros lugares del mundo, se desenjalmen de una casta política inepta gobernante. Esa es la realidad. Mucha gente tuvo la esperanza de que Petro era la oportunidad de ese cambio y él, irresponsable, por no gobernar, ha defraudado esas esperanzas de cambio.
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