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¡Vivir para ver! ¿Quién se habría imaginado un escenario como el que se ha producido entre Colombia, presidida por Gustavo Petro, Estados Unidos bajo Joe Biden y la Guatemala de Alejandro Giammattei? Es decir, ¿en el que en esa realidad triangular sea el lado compuesto por Petro y Biden el más sólido y no, como ha sido tradicional, el que está formado entre Washington y Guatemala? Vale decir: Washington y Petro del mismo lado, y Guatemala ausente. No hace mucho que este escenario no habría sido considerado probable.
Pero detrás de lo anecdótico quedan claros algunos elementos significativos para la realidad de las relaciones hemisféricas. Como, por ejemplo, que estas últimas realmente están cambiando. El mundo bipolar, la Guerra Fría, la Alianza para el Progreso y muchas otras iniciativas del pasado han perdido vigencia.
No en vano, con respecto a Colombia, el gobierno Biden había enviado una señal muy elocuente cuando fue ambiguo y demorado para aceptar una reunión con el mandatario saliente, Iván Duque, y en cambio reaccionó de inmediato al triunfo de Gustavo Petro. En el mundo de antes, Washington habría mirado con mayor simpatía al anticomunista Duque y con prevención al primer mandatario de la historia colombiana elegido por la izquierda.
No fue así. El mandatario estadounidense llamó a Gustavo Petro el lunes siguiente de su triunfo y Antony Blinken, secretario de Estado, viajó a Colombia unos días después. Más que una señal de preferencias políticas, se hace necesario contemplar la hipótesis de que se han modificado las características de las relaciones internacionales en el continente. Y que, en consecuencia, no funcionan si no se están renovando las reglas de juego, tácitas o explícitas, de la Guerra Fría.
El presidente Petro parece claro en la materia. Sobre todo cuando otros actores claves se han movido en la misma dirección. Nada menos que Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, ha manifestado que “está preocupado” y en los círculos especializados se habla con comodidad de cómo “la era de la posguerra fría ha terminado”. Es decir, hay elementos suficientes para afirmar que se requieren visiones nuevas o que reconozcan los cambios que se han producido en las relaciones internacionales en los últimos años.
Lo cual sería una realidad compleja con nuevas oportunidades de entendimiento, pero también con menos consensos y más incertidumbre (los momentos de cambio siempre lo son). Juan Tokatlian ha planteado que esta coyuntura alimenta la idea de que “la estructura está cambiando”. Vale decir que, más allá de episodios complejos, los mapas políticos empiezan a mostrar las modificaciones de los últimos años. Es decir, el surgimiento de nuevos liderazgos como la China, la importancia de nuevos actores como la India y una América Latina con divisiones más complejas y nuevas realidades. Vale decir, sin la unidad con que soñaron casi todos los gobiernos en los años 90, con la primera Cumbre de las Américas.
De paso, el gobierno de Gustavo Petro en Colombia parece sentirse cómodo con las versiones que las interpretan como un cambio profundo. Y, como suele ocurrir en los momentos así, quien mejor los entiende se lleva la mejor parte, y en cambio paga un alto precio el actor que no los reconoce o los interpreta mal.
En síntesis, el desencuentro de Colombia con Guatemala (donde ahora anunciaron investigación contra el exmagistrado Iván Velásquez, actual ministro de Defensa colombiano, por su papel cuando fue jefe de la Comisión Internacional contra la Impunidad en ese país centroamericano) no es solo un episodio aislado. Forma parte de un entorno complejo, cambiado —y cambiante—, con nuevas realidades cuya dirección y profundidad aún no están claras, pero que difícilmente se podrían asimilar simplemente a un nuevo capítulo de algo denominado “más de lo mismo”. Definitivamente, no parece serlo.
*Periodista y excanciller