La lucha de Elcy Serna por acompañar a las víctimas de violencia sexual en Cesar


En el marco del conflicto armado en Colombia, se han registrado más de 17.000 víctimas de violencia sexual, de las cuales 550 están en el departamento del Cesar. Allí, Elcy Serna ha incentivado a que las víctimas denuncien, a pesar de que el silencio haya sido ley. Por ella y por todas, esta lideresa social ha resistido.

Lina Ariza*
01 de junio de 2024 - 02:00 p. m.
Entre 1947 y 2013, más de 17 mil personas han sido víctimas de violencia sexual en Colombia. / El Espectador.
Entre 1947 y 2013, más de 17 mil personas han sido víctimas de violencia sexual en Colombia. / El Espectador.
Foto: El Espectador

Elcy Serna logró salir de Agustín Codazzi, Cesar, en 2012 con una maleta que contenía lo esencial para sobrevivir, pero con ella no llevaba lo que más amaba: su familia. Con el miedo chuzándole cada fibra del cuerpo, abordó el avión que la llevaría a Bogotá. Horas antes mantuvo abrazos sostenidos con su esposo, sus dos hijos y su hija. La adrenalina pesaba toneladas en el estómago y el dolor ahogaba su garganta. Ellos no la acompañaban. Elcy viviría un año en esa capital fría y hostil que resguarda a foráneos y víctimas del conflicto armado. Su única compañía sería la soledad.

Es una mujer que ronda los 50, pero su tersa piel morena no lo demuestra. Cada movimiento que hacen sus extremidades expresa vitalidad. El crespo de su cabello corto contrasta con la chispa ardiente de sus ojos café oscuro. Su cuerpo alberga la fortaleza de su lucha.

“¿Por qué? ¿Por qué me tuve que venir? ¿Por qué me quieren matar? ¿Qué está pasando? Yo no he hecho nada malo”. Estas eran las preguntas que azotaban a Elcy día y noche mientras vivía en el albergue que habían dispuesto para ella en Bogotá. No duró allí más de dos semanas cuando ya la estaban mandando a una habitación en arriendo en Suba, una localidad de la capital. Esta lideresa social que fomentó jornadas para denunciar el abuso sexual a mujeres, por parte de actores armados, era víctima, una vez más, de desplazamiento forzado.

El primer desplazamiento forzado de Elcy

Agustín Codazzi alguna vez gozó de miles de hectáreas de algodón. Su clima cálido, que rondaba las lluvias y las sequías, permitía que se llamara la Ciudad Blanca de Colombia. Ese mismo algodón y ese territorio lleno de vida había visto crecer a Elcy Serna. Su familia se empapaba de sudor trabajando la tierra para cosechar esas pequeñas nubes que brotaban del suelo y no del cielo. Lo tenían todo, hasta que los grupos armados ilegales llegaron.

En la década de los 80 las FARC-EP se apropiaron del pueblo, sigilosamente amarraron a la población en un miedo invisible, del que calienta tanto hasta quemar, hasta hacerlo gangrena. Agustín Codazzi se había fregado. Desapariciones, masacres y secuestros fueron el inicio del fin para la Ciudad Blanca, que en 1986 alcanzó a Elcy y a su familia.

La familia Serna fue secuestrada en su propia casa por tres hombres armados con pasamontañas. Desde ese lugar necesitaban ver cómo llegaba un cargamento al cementerio del costado. A Elcy la aislaron de su familia y la amenazaron para que siguiera todas las órdenes. Con apenas 19 años, suprimió su miedo para cuidar a su familia; todos en silencio, todos aguantando.

A la medianoche Elcy se dirigió a la cocina. Una vez llegó allí, se encontró con un hombre encapuchado. El tinte de la violencia había cambiado. Ahora no eran armas, sino miradas lascivas apuntando, no la tocaba, pero ella lo sentía. El hombre la estaba envolviendo en morbosidades. El miedo se multiplicó, pero Elcy necesitaba mantenerse en pie.

Él insistió y le gritó para que se quitara la ropa, pero solo se vislumbraban las lágrimas y los temblores erráticos. No podía gritar, sabía que, si sus hermanos o su papá acudían, la sangre se iba a derramar; ella simplemente sobrevivió.

Al día siguiente, los hombres se fueron con un gran cargamento de armas y dejaron atrás a esta joven rota y humillada. La violencia había descolocado a otra familia más y ese mismo día partieron para Barranquilla. El cielo de algodón se había esfumado de la tierra de Codazzi y aquel día de 1986 fue su primer desplazamiento.

El nacimiento de una lideresa social

El tiempo pasó y ese recuerdo se sepultó. La apatía por los hombres fue inevitable, pero como llega de apacible la brisa del mar a la costa Atlántica, el amor arribó. A los 31 años Elcy se casó con Jonys Alfaro y tuvo dos hijos y una hija. Estudió Enfermería porque quería ayudar a las personas y protegerlas de algún modo.

Su esposo conformó una ONG que defiende los derechos humanos de las víctimas del conflicto armado y la motivó a participar. Allí Elcy conoció, a través de Jonys, a una mujer que le cambiaría la vida entera: Angélica Bello, directora nacional de Fundefen, organización defensora de las mujeres víctimas del conflicto armado. Gracias a ella pudo mirar atrás y reconocer que sufrió abuso sexual cuando joven. Mutuamente escucharon sus historias, los dolores de sus cicatrices. Ella veía a Angélica no solo como otra víctima y defensora, sino como amiga y hermana. Elcy siguió sus pasos, su trayectoria y aprendió de su valentía, a pesar del miedo.

En 2011 las dos decidieron hacer una jornada de declaraciones y denuncias de abuso sexual en el marco del conflicto armado en el departamento del Cesar. Angélica le presentó a Elcy muchas mujeres que se abrazaban con el mismo dolor. Según registro del Observatorio de Memoria y Conflicto, cerca de 550 personas fueron víctimas de violencia sexual en ese departamento. Sin embargo, como suele suceder en estos casos, existe un gran subregistro porque las amenazas no tardan en llegarles a quienes denuncian el pasado incómodo, y el silencio se convierte en ley.

A las casas de las lideresas comenzaron a llegar panfletos envueltos en la muerte. Las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) perfilaron a Angélica con sevicia y el 19 de febrero del 2012 apareció muerta en su casa con un disparo en la boca. La bala era del arma de uno de sus guardaespaldas. Todo aparentó ser un suicidio, pero para Elcy eso nunca cuadró. Le arrebataron a esa mujer que tanta fortaleza y alivio le había brindado cuando menos lo esperaba.

En el departamento del Cesar los corazones de las mujeres pararon al unísono, lloraron a Angélica por su lucha. El miedo abrumó a Elcy, esta vez el actor armado había declarado la guerra bajo el sol, ya no bajo la luna. La depresión la abatió, no quería continuar, pero su esposo y la red de mujeres que había construido con Angélica la hicieron levantarse una vez más.

El segundo desplazamiento forzado

Del 13 al 15 de febrero del 2014 Elcy terminó de gestionar la jornada colectiva de declaraciones y denuncias que comenzaron juntas. Más de 150 mujeres asistieron a una casa de campo en las afueras de Valledupar para contar sus historias. En esos días, la Unidad de Víctimas invitó a todas las mujeres a la inauguración de un punto de atención en el departamento del Cesar. Allí denunciaron las violencias sexuales que padecieron y homenajearon la memoria de Angélica Bello, pues se cumplía el aniversario de su muerte. Pero en la jornada no se contempló el detalle de la privacidad y rápidamente se difundió el evento a los medios de comunicación, quienes no tuvieron escrúpulos en exponer la identidad de Elcy. Publicaron su rostro, mencionaron su nombre y dijeron que era la líder social que había convocado la jornada colectiva. Eso la fichó.

Ese fue el inicio del segundo desplazamiento, el más duro, como ella lo señala. A los tres días de las noticias publicadas, le comenzaron a llegar panfletos con amenazas de muerte. “Ya no era correr yo sola, sino que tenía que correr con mis hijos. Ese día, gracias a Dios, mi esposo activó la alarma de una vez y llamó a la Defensoría del Pueblo”, explicó. A su llegada a Bogotá, también contó con el apoyo de Iván Cepeda, actual senador del Pacto Histórico.

En un cuarto pequeño y con una sola cama, Elcy estuvo sola en Bogotá ese año. No entendía en qué momento había cambiado tanto su vida. Vivió los ricos cielos de algodón, sufrió la guerra en forma de abuso sexual y ahora, una vez se pronunciaba al respecto, la enviaban muy lejos. La revictimización no era justa. De 2013 a 2014 se comunicó con su familia por celular y, en medio de la soledad, afrontó una dura época de depresión, pues la desligaron forzosamente de su territorio y de su familia por segunda vez.

Un año no bastó para apaciguar la violencia e incluso las AGC codiciaban la ubicación de Elcy en Bogotá. Recurrieron a la intimidación y amenazaron a su familia, llamaban a Jonys cada tanto y ficharon los colegios de sus hijos en Agustín Codazzi. Desde su habitación en Bogotá, Elcy solo podía encomendarlos a Dios y, agarrada de su fe, evitó caer en un precipicio de incertidumbre. La Defensoría del Pueblo reaccionó con rapidez y lograron enviar a su esposo y a sus tres hijos a la habitación en Bogotá, que solo tenía una cama individual.

De la Ciudad Blanca, donde la tierra brotaba vida y todos se conocían, pasó a Bogotá, aquella fría capital de concreto con gente solitaria. La familia de Elcy pasó de vivir en su propia casa a vivir en arriendo, de vivir de la tierra a vivir de la mano de obra. Cinco en un mismo cuarto, con carencias desbordadas, pero juntos y vivos.

Cuando Elcy se desplazó sola a la capital, el Estado solo la ayudó con un subsidio de arriendo por tres meses, de ahí para adelante se las tuvo que rebuscar. Fue aún más difícil porque el racismo fue un azote cruel. De a poco, gente buena de la Iglesia Evangélica la ayudó a ella y a su familia a encontrar muebles, nevera, ropa y lo básico para vivir.

Una lucha que no cesa

Elcy y Jonys lograron criar a sus hijos, a pesar de la adversidad económica, las diferencias sociales y la falta de ayuda del Estado. Sus hijos ya tienen sus familias y hoy en día son el pilar que la mantiene en pie. Ella anda con guardaespaldas por las continuas amenazas y su esposo es el número uno. “Para donde ella vaya, yo voy. Porque hemos vivido la situación en carne propia”, comentó Jonys.

Luego de casi una década en la capital, Elcy creó la fundación Mujeres Víctimas Emprendedoras (Muvicem) en 2013, desde donde ha podido ayudar a más de 800 víctimas, en su mayoría mujeres, a denunciar sus casos. A lo largo de estos años, han construido una red que les ha permitido acompañarse en procesos psicosociales y jurídicos, y también aprender juntas de costura y bisutería. Elcy logró crear Muvicem con la ayuda de su esposo y con los años se han sumado la Defensoría del Pueblo, Pax Holanda (movimiento de paz de los Países Bajos), la Misión de Apoyo al Proceso de Paz en Colombia (MAPP-OEA) y la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).

Todos estos años de labor no han sido en vano y Elcy se ha convertido en una referencia para muchas víctimas que, al igual que ella, han llegado desplazadas a la capital del país. Para ellas, Elcy es un puente con las instituciones, pues les ayuda a gestionar procesos con entidades como el ingreso al Registro Único de Víctimas de la Unidad de Víctimas.

En una ocasión, Elcy le escribió una carta a su sobrina Tani Marcela y sus palabras, como narró, van para esa nueva generación, para animarlos a construir un país en paz. “En todo ese tiempo, he logrado que muchas mujeres que nunca antes quisieron hablar de lo que les pasó hoy en día lo hagan. Vale la pena seguir adelante, vale la pena ser líder social y sé que tú lo vas a lograr”.

En esa tierra árida del Cesar, donde brotaba en abundancia el algodón suave, nació una lideresa social que construyó a pedazos su fuerza y resiliencia. A pesar de los golpes de la vida y las luchas personales o ajenas, Elcy Serna ha resistido y lo sigue haciendo por ella misma y por todas las mujeres víctimas de este país.

*Estudiante de Periodismo y Opinión Pública de la Universidad del Rosario.

Por Lina Ariza*

 

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