Clemencia Carabalí: su lucha por defender la vida en el Norte del Cauca
La lideresa del Cauca fue reconocida con el premio Woodrow Wilson por su trabajo por los derechos de las comunidades y las mujeres afro.
Laura Alejandra Moreno Urriaga
A pesar del riesgo que representa para su vida, Clemencia Carabalí Rodallega ha dedicado más treinta años de su vida a servir a su comunidad en Buenos Aires, al Norte del Cauca. En este territorio donde históricamente sus habitantes y la naturaleza han sido víctimas del extractivismo y del conflicto armado entre guerrillas, paramilitares y fuerza pública Carabalí ha buscado las herramientas para resistir y convocar a las mujeres del Norte del Cauca que hoy son constructoras de paz y promotoras del desarrollo sostenible.
La semana pasada, la organización Woodrow Wilson, de Estados Unidos, la reconoció por su trabajo en favor de los derechos humanos. Su trabajo, sin embargo, no se ha limitado a la promoción de los derechos, desde los años noventa viene articulándose con otras mujeres de la región para crear alternativas que impulsen la autonomía económica de las mujeres y para buscar espacios de participación comunitaria y política donde las mujeres negras tengan voz y voto.
Aunque las ocupaciones paramilitares en la década de los 2000, alrededor de nueve amenazas y un atentado en mayo del 2019 han intentado frenar el trabajo de Carabalí, su impulso por mejorar las condiciones de vida en el Norte de Cauca y, como ella agradece, el respaldo de las mujeres le han servido para sobrevivir y continuar a sus 52 años con la defensa del territorio que sigue en constante amenaza por el conflicto armado y donde ser líder o defensor de DD. HH. es sinónimo de arriesgar la vida, pues, de acuerdo con Indepaz, solo en 2021 fueron asesinados 31 líderes en el Cauca.
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“Parte de lo que hago es luchar por la defensa de nuestros derechos, porque se implemente la legislación que como grupos étnicos y como mujeres hemos conquistado para que haya garantía de poder ejercer esos derechos y seguir fortaleciendo la participación de las mujeres, el tema de la incidencia en las políticas para ver si algún día salimos de este túnel oscuro y complejo en el que nos han sometido”, cuenta Carabalí. Conversamos con ella sobre las necesidades de los habitantes del Norte del Cauca, los proyectos que lidera y el trabajo con la Comisión de la Verdad.
¿Cómo inició su vocación por el servicio y el liderazgo?
Mi proceso de liderazgo empezó en el colegio, tenía una materia que se llamaba proyección a la comunidad y consistía en hacer acompañamiento a las comunidades para que se mejoraran algunas situaciones que no estaban bien. Se hacían brigadas de salud con las madres de familia y niños menores, separábamos residuos los residuos orgánicos para evitar la proliferación de contaminación, hacíamos jornadas de limpieza en las zanjas, todas eran actividades que le dieran sentido al trabajo colectivo. Desde ahí me gustó la idea de trabajar con los demás y ayudar a los demás, esa idea se reafirmó en mí y ya no hubo quien me parara.
¿Cómo fue el tránsito del servicio a la comunidad en el colegio a ser lideresa en Buenos Aires?
Empecé a trabajar con una organización de cooperación del desarrollo y con la Universidad del Valle porque un hermano mayor también estaba con ellos. Me fui a Cali a estudiar, sin perder el vínculo con la comunidad y cuando volví trabajé en un proyecto que se llamaba Recuperación de la fruta tradicional.
¿En qué consistía ese proyecto?
En los pueblos del Norte del Cauca la gente no cuenta con sistemas de riego, se tiene que adaptar al clima y a las temporadas de lluvia, eso hace que la cosecha se venga toda al tiempo a precios muy bajos y muchas veces sale mejor dejarla perder que llevarla al mercado porque no se gana nada de plata, todo se va a pérdidas.
Yo decidí que deberíamos hacer algo para que no se perdiera esa fruta y aprovechando esa relación con la Universidad del Valle pedimos una capacitación para poder procesar esa fruta y darle valor agregado, convertirla en conserva, mermelada, dulce. Ahí creamos un grupo de mujeres para hacer ese proceso, eso motivo la creación de más grupos de mujeres en otras veredas.
¿Cómo se articularon con los otros grupos de mujeres?
Las mujeres se organizaron en otras veredas dependiendo de la necesidad. En La Balsa nos organizamos alrededor del tema de la fruta, pero en la vereda Honduras, por ejemplo, nos organizamos para hacer colchones para la venta y crear así un negocio. Éramos 10 grupos en las veredas del municipio de Buenos Aires y juntas creamos el Comité Municipal de Mujeres donde nos reuníamos para pensar cómo aprovechar nuestra fuerza, y cómo resolver las necesidades de la comunidad.
¿De dónde obtenían los recursos para mantener sus proyectos económicos?
Nosotras traíamos una dinámica alrededor del tema colectivo y productivo, logramos conseguir apoyo del Instituto de la Mujer de España y los cincuenta millones de pesos que nos dieron los manejamos como un banco común donde les prestábamos dinero a las mujeres para desarrollar sus proyectos, pero luego lo reintegraban para que otras personas también pudieran usarlo. Con ese dinero también pudimos hacer capacitaciones para la gente en temas como planificación familiar y saneamiento básico.
Estos proyectos se desarrollaron a finales de los años noventa, ¿de qué forma cambiaron las dinámicas de los proyectos con la presencia de los grupos armados?
En 1997 nos agrupamos ya no como comité sino como la Asociación de Mujeres Afrodescendientes del Norte del Cauca (ASOM) y llegamos a ser 820 mujeres, pero en los 2000 con la incursión paramilitar que entró violando y asesinando mujeres había mucha incertidumbre y ya después de la masacre del Naya (2001) no nos podíamos mover, no nos podíamos reunir, teníamos prohibido hacer reuniones comunitarias y así estuvimos casi cinco años sin poder hacer nada por la presencia del paramilitarismo en el territorio.
La ASOM sigue en pie, ¿cómo lograron retomar la asociación y sus proyectos?
Muchos paramilitares quedaron en el territorio haciendo negocios, pero cuando se “recogieron” en el gobierno de Uribe nosotras empezamos a retomar la dinámica, hicimos una convocatoria y llegaron como 200 mujeres, porque la gran mayoría fueron desplazadas, familias enteras se fueron para Cali, Jamundí y nunca volvieron al territorio. Las que quedamos retomamos el proceso, volvimos a tocar puertas, a hacer proyectos y empezamos otra vez desde cero, cada una haciendo pequeños aportes con lo que podía y así hemos vuelto.
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¿Qué le ha permitido no desfallecer en su trabajo en Buenos Aires?
Sentirme respaldada y recogida por las compañeras y sobre todo el apoyo de la familia me da la fuerza para seguir, pero una cosa que me indigna mucho es saber que, en vez de mejorar, las condiciones de derechos humanos, especialmente para la gente que vivimos en estos territorios muy ricos, biodiversos y con una ubicación estratégica impresionante, son peores. Esas condiciones nos condenan a la marginalidad, al olvido, al señalamiento y a la nulidad, a la poca presencia del estado con respuestas efectivas para que la gente pueda avanzar.
¿Cuál ha sido la responsabilidad del Estado en la permanencia del conflicto en el Norte del Cauca?
Nosotros creemos que en gran parte la situación del conflicto la ha generado el mismo estado con las políticas erradas que toma. Con el afán de extraer los recursos no se fijan que en esos territorios donde están los recursos hay personas con necesidades, pero también con sueños y con proyectos de vida y lo que hacen es venir a destruir nuestros proyectos de vida. Es indispensable que los gobiernos dejen de feriar los recursos del país, es una condición necesaria para que disminuyan las violaciones a derechos humanos, las amenazas, las persecuciones, los asesinatos.
El problema en el Norte del Cauca es que todos ven la zona como si fuera su finca, cómo voy a sacar el oro, y para eso se necesita tener a la gente fuera del territorio, es una zona donde todo mundo quiere sacar coca, no quieren ver a la gente estudiando y progresando sino jodiéndose porque así es más fácil tener el control sobre la gente y sobre los territorios.
Además de los proyectos de autonomía económica, ¿cuáles son las prioridades de ASOM?
Nosotras trabajamos en el desarrollo sostenible, ahí seguimos haciendo esfuerzos por apoyar las iniciativas productivas que desarrollan las mujeres desde el cultivo de frijol, plátano, maíz, café, frutales, hasta emprendimientos como tiendas y como organización vamos a montar una comercializadora, un supermercado de la Asociación.
También, nuestro enfoque es el empoderamiento político y organizativo de las mujeres, desde ahí trabajamos todo lo que tiene que ver con protocolos de autocuidado y protección, planes de vida, trabajo en equipo, relaciones interpersonales. Tenemos la escuela de mujeres constructoras de paz, es un diplomado que nos respalda la Universidad del Valle donde trabajamos sobre el Acuerdo de paz, legislación étnica y economía solidaria. Esa formación se hace con la idea de que las mujeres conozcan sus derechos y puedan participar en sus comunidades.
¿Cómo se ha relacionado su liderazgo en el Cauca con la Comisión de la Verdad?
La Comisión de la Verdad ha sido una instancia muy importante aquí, nosotras hemos participado con dos informes: Grito de mujeres negras en busca de la libertad y Voces valientes. El primero habla del impacto económico en la vida de las mujeres del Cauca, todo lo que significó la llegada de la caña, el despojo territorial de la gente negra y también los hechos de violencia contra las mujeres; en el segundo, ASOM narra toda la situación en el marco del conflicto armado a causa del accionar de los paramilitares y de la fuerza pública, del desconocimiento y la desprotección por parte del estado.
¿Cuál espera que sea el aporte del informe de la Comisión?
La Comisión ayuda a construir la verdad sobre el conflicto armado en el país, es una verdad que se debe conocer, no para buscar revancha, sino para buscar que no se repita porque ha sido una historia profundamente dolorosa. El informe de la Comisión va a ser una pieza clave para que ojalá los colombianos lo interpretemos de la mejor manera y que no sea para señalar ni aislarnos más, sino que sirva para que haya reconciliación y nos demos cuenta de cómo hemos contribuido para que hayan horrores en el país en contra de la vida, de las comunidades y los proyectos de vida de los otros.
Usted se presentó como candidata para reemplazar a la comisionada Ángela Salazar cuando falleció, ¿cómo era el trabajo de ella en el Cauca?
Ella siempre estuvo muy atenta a todo lo que hacíamos en el territorio, vino varias veces. A ella le presentamos el informe de Voces valientes y siempre tuvimos una conversación cercana; vino a la escuela de mujeres para conocer cómo funcionaba, hablaba con la gente, intercambiábamos ideas. Con ella hablamos de la necesidad de que el informe de la Comisión tuviera un capítulo de mujeres, pero de eso no sabemos cómo vaya porque con el comisionado Leyner Palacios la relación ha sido diferente.
¿En qué cambió esa relación?
No ha sido una relación fluida, en ASOM claro que lo respaldamos, seguramente está haciendo cosas en otras regiones, en otros territorios, pero a Angela le valoraba mucho su capacidad para pensar en todo el país. No es mucho lo que puedo hablar de Leyner porque no ha estado aquí, pero de Angela sí porque viví su trabajo de manera directa.
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¿Qué necesita el próximo gobierno para que la situación mejore en la región?
Nosotros teníamos grandes esperanzas en el Acuerdo de paz, en los PDET, en el capítulo étnico para que se cumplieran nuestros derechos, en la participación política de las víctimas, pero nada de eso no avanza, ni los PNIS. Aunque ya están las circunscripciones para la paz, los candidatos en este momento no tienen ninguna garantía ni apoyo.
Necesitamos un gobierno más incluyente, menos egoísta, donde los derechos estén por encima de todo, donde pongan al servicio de la vida y del cuidado el poder; que con ese sentido de solidaridad puedan darle el respaldo necesario a la JEP, a la Comisión y a la Unidad de Búsqueda para que puedan hacer su trabajo y se pueda reparar a las víctimas.
A pesar del riesgo que representa para su vida, Clemencia Carabalí Rodallega ha dedicado más treinta años de su vida a servir a su comunidad en Buenos Aires, al Norte del Cauca. En este territorio donde históricamente sus habitantes y la naturaleza han sido víctimas del extractivismo y del conflicto armado entre guerrillas, paramilitares y fuerza pública Carabalí ha buscado las herramientas para resistir y convocar a las mujeres del Norte del Cauca que hoy son constructoras de paz y promotoras del desarrollo sostenible.
La semana pasada, la organización Woodrow Wilson, de Estados Unidos, la reconoció por su trabajo en favor de los derechos humanos. Su trabajo, sin embargo, no se ha limitado a la promoción de los derechos, desde los años noventa viene articulándose con otras mujeres de la región para crear alternativas que impulsen la autonomía económica de las mujeres y para buscar espacios de participación comunitaria y política donde las mujeres negras tengan voz y voto.
Aunque las ocupaciones paramilitares en la década de los 2000, alrededor de nueve amenazas y un atentado en mayo del 2019 han intentado frenar el trabajo de Carabalí, su impulso por mejorar las condiciones de vida en el Norte de Cauca y, como ella agradece, el respaldo de las mujeres le han servido para sobrevivir y continuar a sus 52 años con la defensa del territorio que sigue en constante amenaza por el conflicto armado y donde ser líder o defensor de DD. HH. es sinónimo de arriesgar la vida, pues, de acuerdo con Indepaz, solo en 2021 fueron asesinados 31 líderes en el Cauca.
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“Parte de lo que hago es luchar por la defensa de nuestros derechos, porque se implemente la legislación que como grupos étnicos y como mujeres hemos conquistado para que haya garantía de poder ejercer esos derechos y seguir fortaleciendo la participación de las mujeres, el tema de la incidencia en las políticas para ver si algún día salimos de este túnel oscuro y complejo en el que nos han sometido”, cuenta Carabalí. Conversamos con ella sobre las necesidades de los habitantes del Norte del Cauca, los proyectos que lidera y el trabajo con la Comisión de la Verdad.
¿Cómo inició su vocación por el servicio y el liderazgo?
Mi proceso de liderazgo empezó en el colegio, tenía una materia que se llamaba proyección a la comunidad y consistía en hacer acompañamiento a las comunidades para que se mejoraran algunas situaciones que no estaban bien. Se hacían brigadas de salud con las madres de familia y niños menores, separábamos residuos los residuos orgánicos para evitar la proliferación de contaminación, hacíamos jornadas de limpieza en las zanjas, todas eran actividades que le dieran sentido al trabajo colectivo. Desde ahí me gustó la idea de trabajar con los demás y ayudar a los demás, esa idea se reafirmó en mí y ya no hubo quien me parara.
¿Cómo fue el tránsito del servicio a la comunidad en el colegio a ser lideresa en Buenos Aires?
Empecé a trabajar con una organización de cooperación del desarrollo y con la Universidad del Valle porque un hermano mayor también estaba con ellos. Me fui a Cali a estudiar, sin perder el vínculo con la comunidad y cuando volví trabajé en un proyecto que se llamaba Recuperación de la fruta tradicional.
¿En qué consistía ese proyecto?
En los pueblos del Norte del Cauca la gente no cuenta con sistemas de riego, se tiene que adaptar al clima y a las temporadas de lluvia, eso hace que la cosecha se venga toda al tiempo a precios muy bajos y muchas veces sale mejor dejarla perder que llevarla al mercado porque no se gana nada de plata, todo se va a pérdidas.
Yo decidí que deberíamos hacer algo para que no se perdiera esa fruta y aprovechando esa relación con la Universidad del Valle pedimos una capacitación para poder procesar esa fruta y darle valor agregado, convertirla en conserva, mermelada, dulce. Ahí creamos un grupo de mujeres para hacer ese proceso, eso motivo la creación de más grupos de mujeres en otras veredas.
¿Cómo se articularon con los otros grupos de mujeres?
Las mujeres se organizaron en otras veredas dependiendo de la necesidad. En La Balsa nos organizamos alrededor del tema de la fruta, pero en la vereda Honduras, por ejemplo, nos organizamos para hacer colchones para la venta y crear así un negocio. Éramos 10 grupos en las veredas del municipio de Buenos Aires y juntas creamos el Comité Municipal de Mujeres donde nos reuníamos para pensar cómo aprovechar nuestra fuerza, y cómo resolver las necesidades de la comunidad.
¿De dónde obtenían los recursos para mantener sus proyectos económicos?
Nosotras traíamos una dinámica alrededor del tema colectivo y productivo, logramos conseguir apoyo del Instituto de la Mujer de España y los cincuenta millones de pesos que nos dieron los manejamos como un banco común donde les prestábamos dinero a las mujeres para desarrollar sus proyectos, pero luego lo reintegraban para que otras personas también pudieran usarlo. Con ese dinero también pudimos hacer capacitaciones para la gente en temas como planificación familiar y saneamiento básico.
Estos proyectos se desarrollaron a finales de los años noventa, ¿de qué forma cambiaron las dinámicas de los proyectos con la presencia de los grupos armados?
En 1997 nos agrupamos ya no como comité sino como la Asociación de Mujeres Afrodescendientes del Norte del Cauca (ASOM) y llegamos a ser 820 mujeres, pero en los 2000 con la incursión paramilitar que entró violando y asesinando mujeres había mucha incertidumbre y ya después de la masacre del Naya (2001) no nos podíamos mover, no nos podíamos reunir, teníamos prohibido hacer reuniones comunitarias y así estuvimos casi cinco años sin poder hacer nada por la presencia del paramilitarismo en el territorio.
La ASOM sigue en pie, ¿cómo lograron retomar la asociación y sus proyectos?
Muchos paramilitares quedaron en el territorio haciendo negocios, pero cuando se “recogieron” en el gobierno de Uribe nosotras empezamos a retomar la dinámica, hicimos una convocatoria y llegaron como 200 mujeres, porque la gran mayoría fueron desplazadas, familias enteras se fueron para Cali, Jamundí y nunca volvieron al territorio. Las que quedamos retomamos el proceso, volvimos a tocar puertas, a hacer proyectos y empezamos otra vez desde cero, cada una haciendo pequeños aportes con lo que podía y así hemos vuelto.
Lee también: Doryla Perea de Moore, primera gobernadora negra
¿Qué le ha permitido no desfallecer en su trabajo en Buenos Aires?
Sentirme respaldada y recogida por las compañeras y sobre todo el apoyo de la familia me da la fuerza para seguir, pero una cosa que me indigna mucho es saber que, en vez de mejorar, las condiciones de derechos humanos, especialmente para la gente que vivimos en estos territorios muy ricos, biodiversos y con una ubicación estratégica impresionante, son peores. Esas condiciones nos condenan a la marginalidad, al olvido, al señalamiento y a la nulidad, a la poca presencia del estado con respuestas efectivas para que la gente pueda avanzar.
¿Cuál ha sido la responsabilidad del Estado en la permanencia del conflicto en el Norte del Cauca?
Nosotros creemos que en gran parte la situación del conflicto la ha generado el mismo estado con las políticas erradas que toma. Con el afán de extraer los recursos no se fijan que en esos territorios donde están los recursos hay personas con necesidades, pero también con sueños y con proyectos de vida y lo que hacen es venir a destruir nuestros proyectos de vida. Es indispensable que los gobiernos dejen de feriar los recursos del país, es una condición necesaria para que disminuyan las violaciones a derechos humanos, las amenazas, las persecuciones, los asesinatos.
El problema en el Norte del Cauca es que todos ven la zona como si fuera su finca, cómo voy a sacar el oro, y para eso se necesita tener a la gente fuera del territorio, es una zona donde todo mundo quiere sacar coca, no quieren ver a la gente estudiando y progresando sino jodiéndose porque así es más fácil tener el control sobre la gente y sobre los territorios.
Además de los proyectos de autonomía económica, ¿cuáles son las prioridades de ASOM?
Nosotras trabajamos en el desarrollo sostenible, ahí seguimos haciendo esfuerzos por apoyar las iniciativas productivas que desarrollan las mujeres desde el cultivo de frijol, plátano, maíz, café, frutales, hasta emprendimientos como tiendas y como organización vamos a montar una comercializadora, un supermercado de la Asociación.
También, nuestro enfoque es el empoderamiento político y organizativo de las mujeres, desde ahí trabajamos todo lo que tiene que ver con protocolos de autocuidado y protección, planes de vida, trabajo en equipo, relaciones interpersonales. Tenemos la escuela de mujeres constructoras de paz, es un diplomado que nos respalda la Universidad del Valle donde trabajamos sobre el Acuerdo de paz, legislación étnica y economía solidaria. Esa formación se hace con la idea de que las mujeres conozcan sus derechos y puedan participar en sus comunidades.
¿Cómo se ha relacionado su liderazgo en el Cauca con la Comisión de la Verdad?
La Comisión de la Verdad ha sido una instancia muy importante aquí, nosotras hemos participado con dos informes: Grito de mujeres negras en busca de la libertad y Voces valientes. El primero habla del impacto económico en la vida de las mujeres del Cauca, todo lo que significó la llegada de la caña, el despojo territorial de la gente negra y también los hechos de violencia contra las mujeres; en el segundo, ASOM narra toda la situación en el marco del conflicto armado a causa del accionar de los paramilitares y de la fuerza pública, del desconocimiento y la desprotección por parte del estado.
¿Cuál espera que sea el aporte del informe de la Comisión?
La Comisión ayuda a construir la verdad sobre el conflicto armado en el país, es una verdad que se debe conocer, no para buscar revancha, sino para buscar que no se repita porque ha sido una historia profundamente dolorosa. El informe de la Comisión va a ser una pieza clave para que ojalá los colombianos lo interpretemos de la mejor manera y que no sea para señalar ni aislarnos más, sino que sirva para que haya reconciliación y nos demos cuenta de cómo hemos contribuido para que hayan horrores en el país en contra de la vida, de las comunidades y los proyectos de vida de los otros.
Usted se presentó como candidata para reemplazar a la comisionada Ángela Salazar cuando falleció, ¿cómo era el trabajo de ella en el Cauca?
Ella siempre estuvo muy atenta a todo lo que hacíamos en el territorio, vino varias veces. A ella le presentamos el informe de Voces valientes y siempre tuvimos una conversación cercana; vino a la escuela de mujeres para conocer cómo funcionaba, hablaba con la gente, intercambiábamos ideas. Con ella hablamos de la necesidad de que el informe de la Comisión tuviera un capítulo de mujeres, pero de eso no sabemos cómo vaya porque con el comisionado Leyner Palacios la relación ha sido diferente.
¿En qué cambió esa relación?
No ha sido una relación fluida, en ASOM claro que lo respaldamos, seguramente está haciendo cosas en otras regiones, en otros territorios, pero a Angela le valoraba mucho su capacidad para pensar en todo el país. No es mucho lo que puedo hablar de Leyner porque no ha estado aquí, pero de Angela sí porque viví su trabajo de manera directa.
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Nosotros teníamos grandes esperanzas en el Acuerdo de paz, en los PDET, en el capítulo étnico para que se cumplieran nuestros derechos, en la participación política de las víctimas, pero nada de eso no avanza, ni los PNIS. Aunque ya están las circunscripciones para la paz, los candidatos en este momento no tienen ninguna garantía ni apoyo.
Necesitamos un gobierno más incluyente, menos egoísta, donde los derechos estén por encima de todo, donde pongan al servicio de la vida y del cuidado el poder; que con ese sentido de solidaridad puedan darle el respaldo necesario a la JEP, a la Comisión y a la Unidad de Búsqueda para que puedan hacer su trabajo y se pueda reparar a las víctimas.