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El colegio Santa María de Ubaté, a un poco más de dos horas de Bogotá, es una de las pocas instituciones educativas públicas femeninas en Cundinamarca con alrededor de dos mil estudiantes, y aunque en las veredas del municipio, donde tienen sedes de primaria, han recibido a niños que no tienen colegios cerca de sus casas, en la sede principal, ubicada en la zona urbana de Ubaté, el espacio sigue siendo solo para mujeres.
La profesora Natalia Palomá llegó al colegio en 2020, apenas unos días antes de que se declararan la pandemia y el confinamiento en Colombia; allí ha dictado clases de matemáticas, álgebra, cálculo y trigonometría, pero su mayor apuesta ha sido fomentar el interés de sus estudiantes por el estudio de las matemáticas.
En la universidad, donde estudió la licenciatura en educación básica con énfasis en matemáticas, se interesó por el aprendizaje de las matemáticas desde el lenguaje y desarrolló con algunos compañeros un semillero de investigación para fortalecer la comprensión lectora y la capacidad de argumentación en las matemáticas. “Me gustan los espacios donde las estudiantes puedan participar voluntariamente, es un escenario ideal”, explica, y cuenta que, partiendo de su experiencia, ha propiciado espacios para lograr ese interés voluntario por parte de las estudiantes.
La Escuela Pedagógica Experimental, donde trabajó, le fue de utilidad para explorar otras formas de enseñanza, centrada en procesos y experiencias, desde la autonomía de los estudiantes y lejos del currículo tradicional. También su experiencia en otro colegio, donde los cursos estaban divididos en niñas y niños, la acercó a ver las matemáticas con una perspectiva de género. “Ahí me interesé por la educación de las mujeres, porque estaban los espacios diferenciados, los comentarios de estudiantes y profesores que marcaban una diferencia entre unos y otros”.
Con un recorrido que preparó su llegada al colegio Santa María, sin contar su participación en museos y semilleros, creó un espacio virtual con estudiantes de los últimos cursos que quisieran profundizar los temas vistos en clases. Aunque una gran dificultad del colegio fue la falta de acceso a internet de las jóvenes, lograron reunirse cada vez más estudiantes, sus hermanas de otros cursos y otras niñas que con el voz a voz sintieron curiosidad.
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Así conformaron el Club de Mujeres que Aprenden Matemáticas y, como incentivo, Palomá gestionó encuentros con mujeres dedicadas a las matemáticas, como la profesora Carolina Neira, de la Universidad Nacional, quien además forma parte de la Comisión de Equidad y Género de la Sociedad Colombiana de Matemáticas, y desde su experiencia habló con las estudiantes de las posibilidades profesionales en torno al área y la importancia de que las mujeres contribuyan en espacios de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM, por su sigla en inglés).
Una ventaja en particular de fomentar y aumentar la participación femenina en áreas STEM es la posibilidad de generar soluciones más completas, teniendo en cuenta experiencias y análisis diversos que contribuyan a beneficiar a la población en general y al alcance de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, algo en lo que coinciden foros de organizaciones mundiales, científicas y académicas, como Neira.
Cabe recordar que, aunque las mujeres son la mitad de la población, solo el 28 % de todos los investigadores en el mundo son mujeres, y en el caso colombiano el porcentaje llega al 38 %, de acuerdo con el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. Pero si hablamos de campos más específicos, como la ingeniería, en octubre de 2021 una investigación de la Fundación Universitaria Salesiana indicó que en Colombia, del total de estudiantes de ingeniería, solo el 14 % son mujeres.
Si bien estas cifras muestran un rezago en estos espacios universitarios y profesionales, el origen de esta brecha de género radica en la primera infancia y en la educación básica, en sesgos y frases de cajón como “el azul es para los niños y el rosado para las niñas”, “hay que verse femenina”, “las niñas no juegan con carros”, que luego se convierten en “esa carrera es para hombres”, “las mujeres no están para eso” y que, aunque parezcan algo del pasado, siguen arraigadas.
“Necesitamos estimular su interés (de las niñas) desde los primeros años, para combatir estereotipos, capacitar a los profesores a alentar a las niñas a elegir carreras STEM, desarrollar planes de estudio que sean sensibles al género, orientarlas y cambiar ideas preconcebidas”, se lee en el libro Descifrar el código: la educación de las niñas y las mujeres en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM), de la Unesco.
Por eso, Palomá creó el club para que las estudiantes que quieran participar puedan tener experiencias de aprendizaje que complementen, amplíen y profundicen los procesos y conceptos de las clases normales y se acerquen a estos temas. Inicialmente en la virtualidad, y ahora en la presencialidad, este proyecto de la profesora forma parte de su tesis doctoral “Principios curriculares para fomentar la participación de mujeres adolescentes en las matemáticas”, de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).
Fomentar la autonomía desde las matemáticas
Adriana Sofía Espitia tiene 14 años, está cursando grado noveno y desde este año decidió asistir a las sesiones del club. “Saber las experiencias de compañeras que habían estado en el club el año anterior y que les había dado buenos resultados me motivó a inscribirme, también porque aquí puedo repasar y reforzar temas vistos en años anteriores”, cuenta. Como ella, son cerca de 120 estudiantes del colegio Santa María de Ubaté que por iniciativa propia se reúnen semanalmente para trabajar en sus habilidades matemáticas y reforzar lo que ven en las clases regulares con el resto de sus compañeras.
Palomá considera que su gestión no tendría cabida sin el interés y la participación de las estudiantes, por eso siempre habla del club como un esfuerzo conjunto y un trabajo de equipo. “Uno de los objetivos es, junto con las estudiantes y la comunidad educativa, crear espacios de encuentro confiables y seguros en los que se fortalezcan lazos que permitan derribar estereotipos sobre el acceso de las mujeres a la educación superior y a las ciencias, particularmente a las matemáticas”.
Cada lunes, después de la 1:30 p.m., cuando acaban las clases las estudiantes de sexto a octavo se reúnen con la profesora Natalia para hacer diferentes actividades, las guías son financiadas por la Asociación de Padres de Familia y son el material principal de trabajo. Las estudiantes se agrupan en mesas de cuatro y por inercia se sientan junto a otras niñas de su mismo grado, pero la guía es la misma para todas. Con gráficas para hacer memoria, talleres y una situación problema para resolver, trabajan durante una hora en temas como área y perímetro, mientras la profesora hace algunas explicaciones para todo el grupo y luego va de mesa en mesa aclarando dudas y acompañando el proceso de cada una.
“Las actividades son variadas, y lo bueno es que no nos dicen qué tema vamos a trabajar, sino que nos sorprende el día correspondiente a la reunión con la actividad, cuando por ejemplo no sabemos o no nos acordamos de algún tema nos explica de buena manera. Me gusta el club y lo recomiendo”, cuenta Adriana Sofía sobre su experiencia en las sesiones del club. Así como ella decidió ser parte del club por gusto, otras compañeras han encontrado un espacio para nivelarse, como Alexandra, de grado sexto: “Entré porque no me iba muy bien en matemáticas, las actividades que hacemos acá son muy diferentes a las clases y me ayudan a entender mejor”.
El siguiente lunes, la reunión es a la misma hora, pero con las alumnas de noveno a once que puedan asistir, pues varias de ellas tienen una jornada extra de estudio en temas de contabilidad y comercio para graduarse como bachilleres técnicas del Sena. En este espacio se mantiene la dinámica de los talleres, pero Palomá explica que también “parte de cuáles son las necesidades de ellas, si me piden trabajar temas como factorización para que puedan trabajar límites, lo hacemos; eso pasa con los cursos más altos, porque están pensando en sus clases, en Pruebas Saber y en sus proyectos profesionales”.
En el caso de las estudiantes de últimos años, en el club la profesora no solo refuerza los temas de clase, sino que busca convocatorias, talleres y actividades para promover el ingreso de las estudiantes a la educación superior, pues aunque difiere de las pruebas estándar como forma de evaluar la capacidad de las alumnas, reconoce que es la forma para poder acceder a la educación superior en muchos casos, con pruebas de admisión, becas o convenios que se basan en los resultados de dichas pruebas.
“Me gusta que las estudiantes se puedan presentar a la Universidad Nacional desde cursos menores, desde noveno, por ejemplo, para que se puedan acostumbrar a las formas, para que puedan analizar el tipo de prueba y desde ahí estudiar lo que necesitan”, señala la profesora.
Con ellas busca también realizar salidas pedagógicas al Seminario de Filosofía y Epistemología de las Matemáticas que dicta el profesor Fernando Zalamea Traba en la Universidad Nacional de Colombia, como lo hacía en otros colegios, para acercar a las estudiantes a las dinámicas de las matemáticas escolares, universitarias y avanzadas. Particularmente, “lo ideal es hacer al menos una visita cada semestre con las estudiantes que quieran ir, pero después de la pandemia no hemos podido hacerlas porque la Gobernación todavía no ha tramitado los seguros que necesitan las estudiantes para salir a este tipo de actividades”, explica Palomá, y espera que para el segundo semestre de este año ya puedan viajar a Bogotá para asistir a la clase de Zalamea.
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“Las mujeres han estado presentes en la historia de la matemática en Colombia en dos formas: primera, como formadoras de las nuevas generaciones de matemáticos(as), y segunda, como generadoras de nuevas teorías matemáticas”, explica el artículo “Formación matemática en Colombia: una mirada desde una perspectiva de género”, de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Sin duda, el trabajo de la profesora Natalia Palomá se ha encaminado en la primera dirección, de la formación matemática desde edades tempranas.
A raíz de su proceso, considera que en la educación es necesario “promover espacios donde ellas participen de forma voluntaria, porque es difícil generar experiencias significativas para las estudiantes de forma obligatoria. Si, por ejemplo, te gusta la biología, pero te va mal en matemáticas, el sistema como funciona, te lleva a empeñarte en matemáticas y no está la oportunidad de profundizar en lo que te apasiona”.
Además, explica que las dinámicas del club les permiten a las estudiantes cooperar, porque muchas veces la rutina escolar fomenta la competencia por las notas, pero como este espacio es voluntario y sin notas cambia el ambiente, todo es ganancia y la actitud de ellas también es diferente, se crean espacios de participación seguros”.
Aunque el Club de Mujeres que Aprenden Matemáticas se sigue consolidando en el colegio Santa María de Ubaté, el proyecto es que pueda crecer y salir de la institución al municipio, a que se cree un espacio en la casa de la cultura para ellas, las jóvenes y las mujeres que quieran aprender matemáticas y dedicarse a carreras STEM, como Adriana, que tiene como objetivo estudiar ingeniería mecatrónica o robótica.