Construir con los más pequeños: la clave para ayudar a toda la comunidad
Andrea, Iván y Yuly crean espacios para que los jóvenes rurales de Ciudad Bolívar construyan proyectos de vida que mejoren sus dinámicas familiares y las de su comunidad.
Laura Alejandra Moreno Urriaga
Desde 2009, Andrea Barón e Iván Triana vieron la necesidad de trabajar con los niños, niñas y jóvenes de la vereda Quiba, en la localidad de Ciudad Bolívar, en Bogotá, para crear espacios de encuentro que les ayudaran a pensar proyectos de vida diferentes a los que los estereotipos sociales los relegan. “Ciudad Bolívar no es solo lo negativo que aparece en las noticias. Aquí hay muchos emprendimientos, proyectos jóvenes y productos que se pueden potenciar”, dice Andrea Vega, quien desde los doce años forma parte del proyecto de la Fundación Biblioseo.
En el proceso de construir en conjunto ese espacio, desarrollaron la Biblioteca de la Creatividad, que, a diferencia de lo que define la Real Academia Española como biblioteca, pasa de ser una “institución cuya finalidad consiste en la adquisición, conservación, estudio y exposición de libros y documentos” a un sitio de encuentro dispuesto para leer, sí, pero también para idear, aprender e innovar con prácticas y lúdicas, desde el juego con los más pequeños y los retos de creación con los adolescentes.
“Nosotros lo que buscamos es impulsar en los chicos las habilidades de liderazgo, emprendimiento e innovación como una filosofía de vida, no como una obligación, sino como ellos pueden liderar, emprender e innovar desde su propia vida para así crear el desarrollo de ellos mismos y de la comunidad”, explica Yuly Triana, quien desde el 2016 es la directora financiera de este proyecto social, y añade que “la Biblioteca de la Creatividad busca transformar vidas a través de un espacio donde ellos tengan la posibilidad de acceder a otras oportunidades y una formación complementaria”.
En la Biblioteca de la Creatividad, niños y jóvenes entre los siete y los dieciocho años se reúnen, algunos después de clases y otros los fines de semana, para aprender sobre tecnología e innovación, con el acompañamiento de los tres profesores, para analizar cómo estas herramientas pueden convertirse en soluciones que los lleven a cumplir sus proyectos de vida y mejorar los obstáculos de la comunidad.
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Aunque inicialmente se reunían en un salón arrendado, más cerca del casco urbano de Ciudad Bolívar, la necesidad de acompañar a más jóvenes y facilitarles el acceso a quienes viven en lugares más apartados los llevó a mudar la Biblioteca de la Creatividad a la zona alta de la vereda Quiba, a unos cuarenta minutos de las vías principales de la localidad. Desde 2019, en este nuevo espacio buscan llegar a los habitantes de las veredas de El Guabal, Quiba Baja y Alta, Mochuelo y Pasquilla, pues si bien Ciudad Bolívar es una de las localidades más grandes de Bogotá, el 72 % de su territorio es zona rural.
Por eso, sus fundadores encontraron que, debido a las largas distancias entre casas y colegios y la falta de conectividad, hacía falta un espacio educativo y cultural complementario a la educación tradicional de los colegios para fomentar habilidades blandas y técnicas en los jóvenes, sobre todo en liderazgo, emprendimiento e innovación.
Ahora, el terreno, que ya es propiedad de la Biblioteca de la Creatividad, se encuentra en un punto estratégico, pues, además de estar en un área más rural, también está en medio de los colegios José María Vargas Vila y José Celestino Mutis para facilitar que más jóvenes puedan aprovechar los espacios de la biblioteca. Andrea Barón, cofundadora y directora de este emprendimiento social, explica que el trabajo en la biblioteca es un “modelo de gestión que busca posicionar las bibliotecas como huertos de ideas de emprendimiento, proyectos sociales e iniciativas para la paz, siendo la tecnología, la lectura y el juego las bases que dirigen su intervención comunitaria”.
Yuly Triana, directora financiera, explica que para lograr tener un lugar propio donde los jóvenes puedan educarse como protagonistas del cambio y el desarrollo sostenible, los profesores también han tenido que ser toderos y gestionar recursos a través de donaciones de materiales, con empresas del sector privado, colectas de dinero y vendiendo talleres a empresas sobre su modelo de desarrollo y liderazgo, pues hasta el momento toda la financiación ha sido independiente y el trabajo con la Alcaldía solo ha sido para facilitar el acceso a internet desde que comenzó la pandemia.
Con el dinero recaudado en la primera donatón, la venta de una camiseta de Nairo Quintana firmada y del brasileño Neymar cuando estaba en el Barcelona, lograron adquirir un lote de 2.800 metros cuadrados. Allí, en colaboración con voluntarios y todos los jóvenes, construyeron lo que hoy es el primer módulo de la Biblioteca de la Creatividad.
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“Es importante que los chicos puedan acceder a estos espacios para poder encontrar y desarrollar habilidades que dentro de la educación formal no se encuentran. Este es un espacio para que desarrollen esas habilidades a través de la ideación y ejecución de proyectos y también la posibilidad de soñar un futuro diferente al que tienen comúnmente. Esta es una huerta de ideas en donde cada uno sueña un futuro posible que en el transcurso del tiempo lo van ejecutando”, explica Triana y cuenta cómo está proyectado el espacio.
A la entrada hay una zona verde, donde realizan las lúdicas, entrenan fútbol y juegan. El proyecto es pavimentar esa cancha. Luego está esa primera aula, donde realizan todas las actividades, pero está planeada como el módulo de tecnología e innovación. “Es importante para que a través de estas herramientas puedan aprovechar los recursos que ofrece la ruralidad”, dice Triana.
Al fondo del lote, hay una placa de concreto en proceso de construcción que, como parte de la fase dos del espacio, servirá de aula de la creatividad. A futuro, esperan los profesores que no muy distante, también tendrán un espacio deportivo cubierto; un aula del ser “para que los chicos tengan la oportunidad de meditar, de hacer yoga”, una casa de trabajo colaborativo para desarrollar sus emprendimientos, un comedor comunitario y una cocina industrial.
Esta última está planeada como un lugar al servicio de los emprendimientos de los jóvenes como Andrea Vega, que, por ejemplo, en sus últimos años como participante de la biblioteca formó parte del proyecto Sentido Guabal, que ahora lidera, el cual “trata de mostrar el lado dulce de Ciudad Bolívar a través de la cocina, con el producto que hemos comercializado desde hace dos años, que es la mermelada de fresa”.
Con su emprendimiento, Vega quiere impulsar el emprendimiento campesino, pues explica que una de las problemáticas de la vereda es que, al no poder comercializar la materia prima, la fresa en este caso, los campesinos no tienen recursos para mantener su hogar y optan por vender el terrero. Además, con lo recaudado con la venta de las mermeladas de fresa paga sus estudios como trabajadora social y destina un porcentaje para contribuir en la construcción de la biblioteca.
“Buscamos generar sinergias y conectar a la comunidad con aportantes que impulsen proyectos sostenibles y de impacto, que verdaderamente cierren brechas”, explica Triana, pues el emprendimiento de Vega surgió en los espacios de la biblioteca como una alternativa para contribuir a su independencia económica y también para evitar la tendencia al asistencialismo en la comunidad.
Después de su experiencia como participante, ahora, a sus 18 años, Vega es parte de la biblioteca no solo como emprendedora, sino también como profesora. “Me gustó la forma de enseñar de mis profesores y desde ahí también fue cambiando mi visión de vida, aprendí cómo ser una líder, cómo emprender, cómo estimular mi creatividad. Todo el conocimiento que obtuve ahora lo puedo compartir. Eso ha sido algo muy bonito para mí y ahora estoy empezando a hacer lo que los profes hacen y eso me apasiona mucho”, cuenta Andrea Vega.
Y aunque el enfoque de género, explica Triana, no ha sido un pilar por mencionar, sí lo han trabajado. Vega recuerda cómo lo vivió y ahora quiere que sea una prioridad en su gestión con los niños y niñas de menor edad en el grupo. “Nunca sentí que nos diferenciaban. Nos enseñaron que todos estamos en la capacidad de aprender de todo y colaborar por igual. Al principio, cuando terminábamos las reuniones, los niños se iban a jugar primero, pero los profesores cambiaron eso rápido para que entendiéramos que todos podíamos organizar el salón y salir al tiempo”.
Por eso, con las actividades que realiza con los niños y niñas, donde dibujan y hacen manualidades, no solo incentiva su concentración y el trabajo en equipo: “Los talleres que hago quiero enfocarlos también hacia la equidad de género, porque es lo que aprendí aquí. Con los pequeños trabajamos en validar las capacidades de hombres y mujeres, borrar sesgos en cuanto a los trabajos y las tareas del hogar, que son cosas que pueden hacer todos”.
Por su parte, la directora Andrea Barón, que también es profesora en la biblioteca, es la encargada de hacer y mantener el contacto con la comunidad y las familias de los sesenta niños que asisten a la biblioteca y, al igual que Vega, ha desarrollado en sus charlas con las familias la posibilidad de que el impacto de los talleres trascienda el aula. “La idea es cambiar el chip, entender que todos hacemos parte de la formación de los niños. Así empezamos a identificar cuáles son sus habilidades, sus talentos, sus oportunidades de mejora, tanto en los chicos como en sus familias, para que la dinámica no se vea reflejada solamente en la biblioteca sino a nivel familiar”.
Barón explica que en primera instancia el trabajo con las familias consiste en mantener una comunicación constante, para poder contarles a los padres y hermanos qué están haciendo los niños y los beneficios de estar en estos espacios.
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Después de construir estas redes de comunicación, la biblioteca y la familia se convierten en aliados en la formación de los niños desde la biblioteca, reconocer sus historias de vida, las dinámicas familiares y analizar desde qué punto pueden impactar o generar una acción directa desde la familia en pro del proceso que van desarrollando, disminuyendo las acciones y respuestas agresivas que se convierten en violencia intrafamiliar, pues, de acuerdo con la Secretaría de Salud de Bogotá, Ciudad Bolívar fue la segunda localidad con más casos reportados de violencia intrafamiliar en el primer semestre de 2021, con el 12,8 %, después de Kennedy, que registró el 14,7 %.
“Desde la educación queremos generar unas competencias en niños y niñas, una reflexión sobre quién es y qué quiere para su proyecto de vida. Es formación desde el ser, porque cuando desde la niñez nos damos cuenta de lo que somos y lo que queremos logramos que estas personas en proceso de construir su identidad ya sepan cuando están siendo vulnerados o están ejerciendo algún poder sobre ellas y sepan aprender a poner límites para protegerse y para priorizar su vida, su identidad y su independencia”, concluye Triana.
Desde 2009, Andrea Barón e Iván Triana vieron la necesidad de trabajar con los niños, niñas y jóvenes de la vereda Quiba, en la localidad de Ciudad Bolívar, en Bogotá, para crear espacios de encuentro que les ayudaran a pensar proyectos de vida diferentes a los que los estereotipos sociales los relegan. “Ciudad Bolívar no es solo lo negativo que aparece en las noticias. Aquí hay muchos emprendimientos, proyectos jóvenes y productos que se pueden potenciar”, dice Andrea Vega, quien desde los doce años forma parte del proyecto de la Fundación Biblioseo.
En el proceso de construir en conjunto ese espacio, desarrollaron la Biblioteca de la Creatividad, que, a diferencia de lo que define la Real Academia Española como biblioteca, pasa de ser una “institución cuya finalidad consiste en la adquisición, conservación, estudio y exposición de libros y documentos” a un sitio de encuentro dispuesto para leer, sí, pero también para idear, aprender e innovar con prácticas y lúdicas, desde el juego con los más pequeños y los retos de creación con los adolescentes.
“Nosotros lo que buscamos es impulsar en los chicos las habilidades de liderazgo, emprendimiento e innovación como una filosofía de vida, no como una obligación, sino como ellos pueden liderar, emprender e innovar desde su propia vida para así crear el desarrollo de ellos mismos y de la comunidad”, explica Yuly Triana, quien desde el 2016 es la directora financiera de este proyecto social, y añade que “la Biblioteca de la Creatividad busca transformar vidas a través de un espacio donde ellos tengan la posibilidad de acceder a otras oportunidades y una formación complementaria”.
En la Biblioteca de la Creatividad, niños y jóvenes entre los siete y los dieciocho años se reúnen, algunos después de clases y otros los fines de semana, para aprender sobre tecnología e innovación, con el acompañamiento de los tres profesores, para analizar cómo estas herramientas pueden convertirse en soluciones que los lleven a cumplir sus proyectos de vida y mejorar los obstáculos de la comunidad.
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Aunque inicialmente se reunían en un salón arrendado, más cerca del casco urbano de Ciudad Bolívar, la necesidad de acompañar a más jóvenes y facilitarles el acceso a quienes viven en lugares más apartados los llevó a mudar la Biblioteca de la Creatividad a la zona alta de la vereda Quiba, a unos cuarenta minutos de las vías principales de la localidad. Desde 2019, en este nuevo espacio buscan llegar a los habitantes de las veredas de El Guabal, Quiba Baja y Alta, Mochuelo y Pasquilla, pues si bien Ciudad Bolívar es una de las localidades más grandes de Bogotá, el 72 % de su territorio es zona rural.
Por eso, sus fundadores encontraron que, debido a las largas distancias entre casas y colegios y la falta de conectividad, hacía falta un espacio educativo y cultural complementario a la educación tradicional de los colegios para fomentar habilidades blandas y técnicas en los jóvenes, sobre todo en liderazgo, emprendimiento e innovación.
Ahora, el terreno, que ya es propiedad de la Biblioteca de la Creatividad, se encuentra en un punto estratégico, pues, además de estar en un área más rural, también está en medio de los colegios José María Vargas Vila y José Celestino Mutis para facilitar que más jóvenes puedan aprovechar los espacios de la biblioteca. Andrea Barón, cofundadora y directora de este emprendimiento social, explica que el trabajo en la biblioteca es un “modelo de gestión que busca posicionar las bibliotecas como huertos de ideas de emprendimiento, proyectos sociales e iniciativas para la paz, siendo la tecnología, la lectura y el juego las bases que dirigen su intervención comunitaria”.
Yuly Triana, directora financiera, explica que para lograr tener un lugar propio donde los jóvenes puedan educarse como protagonistas del cambio y el desarrollo sostenible, los profesores también han tenido que ser toderos y gestionar recursos a través de donaciones de materiales, con empresas del sector privado, colectas de dinero y vendiendo talleres a empresas sobre su modelo de desarrollo y liderazgo, pues hasta el momento toda la financiación ha sido independiente y el trabajo con la Alcaldía solo ha sido para facilitar el acceso a internet desde que comenzó la pandemia.
Con el dinero recaudado en la primera donatón, la venta de una camiseta de Nairo Quintana firmada y del brasileño Neymar cuando estaba en el Barcelona, lograron adquirir un lote de 2.800 metros cuadrados. Allí, en colaboración con voluntarios y todos los jóvenes, construyeron lo que hoy es el primer módulo de la Biblioteca de la Creatividad.
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“Es importante que los chicos puedan acceder a estos espacios para poder encontrar y desarrollar habilidades que dentro de la educación formal no se encuentran. Este es un espacio para que desarrollen esas habilidades a través de la ideación y ejecución de proyectos y también la posibilidad de soñar un futuro diferente al que tienen comúnmente. Esta es una huerta de ideas en donde cada uno sueña un futuro posible que en el transcurso del tiempo lo van ejecutando”, explica Triana y cuenta cómo está proyectado el espacio.
A la entrada hay una zona verde, donde realizan las lúdicas, entrenan fútbol y juegan. El proyecto es pavimentar esa cancha. Luego está esa primera aula, donde realizan todas las actividades, pero está planeada como el módulo de tecnología e innovación. “Es importante para que a través de estas herramientas puedan aprovechar los recursos que ofrece la ruralidad”, dice Triana.
Al fondo del lote, hay una placa de concreto en proceso de construcción que, como parte de la fase dos del espacio, servirá de aula de la creatividad. A futuro, esperan los profesores que no muy distante, también tendrán un espacio deportivo cubierto; un aula del ser “para que los chicos tengan la oportunidad de meditar, de hacer yoga”, una casa de trabajo colaborativo para desarrollar sus emprendimientos, un comedor comunitario y una cocina industrial.
Esta última está planeada como un lugar al servicio de los emprendimientos de los jóvenes como Andrea Vega, que, por ejemplo, en sus últimos años como participante de la biblioteca formó parte del proyecto Sentido Guabal, que ahora lidera, el cual “trata de mostrar el lado dulce de Ciudad Bolívar a través de la cocina, con el producto que hemos comercializado desde hace dos años, que es la mermelada de fresa”.
Con su emprendimiento, Vega quiere impulsar el emprendimiento campesino, pues explica que una de las problemáticas de la vereda es que, al no poder comercializar la materia prima, la fresa en este caso, los campesinos no tienen recursos para mantener su hogar y optan por vender el terrero. Además, con lo recaudado con la venta de las mermeladas de fresa paga sus estudios como trabajadora social y destina un porcentaje para contribuir en la construcción de la biblioteca.
“Buscamos generar sinergias y conectar a la comunidad con aportantes que impulsen proyectos sostenibles y de impacto, que verdaderamente cierren brechas”, explica Triana, pues el emprendimiento de Vega surgió en los espacios de la biblioteca como una alternativa para contribuir a su independencia económica y también para evitar la tendencia al asistencialismo en la comunidad.
Después de su experiencia como participante, ahora, a sus 18 años, Vega es parte de la biblioteca no solo como emprendedora, sino también como profesora. “Me gustó la forma de enseñar de mis profesores y desde ahí también fue cambiando mi visión de vida, aprendí cómo ser una líder, cómo emprender, cómo estimular mi creatividad. Todo el conocimiento que obtuve ahora lo puedo compartir. Eso ha sido algo muy bonito para mí y ahora estoy empezando a hacer lo que los profes hacen y eso me apasiona mucho”, cuenta Andrea Vega.
Y aunque el enfoque de género, explica Triana, no ha sido un pilar por mencionar, sí lo han trabajado. Vega recuerda cómo lo vivió y ahora quiere que sea una prioridad en su gestión con los niños y niñas de menor edad en el grupo. “Nunca sentí que nos diferenciaban. Nos enseñaron que todos estamos en la capacidad de aprender de todo y colaborar por igual. Al principio, cuando terminábamos las reuniones, los niños se iban a jugar primero, pero los profesores cambiaron eso rápido para que entendiéramos que todos podíamos organizar el salón y salir al tiempo”.
Por eso, con las actividades que realiza con los niños y niñas, donde dibujan y hacen manualidades, no solo incentiva su concentración y el trabajo en equipo: “Los talleres que hago quiero enfocarlos también hacia la equidad de género, porque es lo que aprendí aquí. Con los pequeños trabajamos en validar las capacidades de hombres y mujeres, borrar sesgos en cuanto a los trabajos y las tareas del hogar, que son cosas que pueden hacer todos”.
Por su parte, la directora Andrea Barón, que también es profesora en la biblioteca, es la encargada de hacer y mantener el contacto con la comunidad y las familias de los sesenta niños que asisten a la biblioteca y, al igual que Vega, ha desarrollado en sus charlas con las familias la posibilidad de que el impacto de los talleres trascienda el aula. “La idea es cambiar el chip, entender que todos hacemos parte de la formación de los niños. Así empezamos a identificar cuáles son sus habilidades, sus talentos, sus oportunidades de mejora, tanto en los chicos como en sus familias, para que la dinámica no se vea reflejada solamente en la biblioteca sino a nivel familiar”.
Barón explica que en primera instancia el trabajo con las familias consiste en mantener una comunicación constante, para poder contarles a los padres y hermanos qué están haciendo los niños y los beneficios de estar en estos espacios.
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“Desde la educación queremos generar unas competencias en niños y niñas, una reflexión sobre quién es y qué quiere para su proyecto de vida. Es formación desde el ser, porque cuando desde la niñez nos damos cuenta de lo que somos y lo que queremos logramos que estas personas en proceso de construir su identidad ya sepan cuando están siendo vulnerados o están ejerciendo algún poder sobre ellas y sepan aprender a poner límites para protegerse y para priorizar su vida, su identidad y su independencia”, concluye Triana.