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Una revelación en la sala de partos transformó al jefe de una aldea en un inesperado activista contra las pruebas prenatales de sexo, que a menudo conducían al aborto de fetos femeninos.
Cuando la enfermera salió de la sala de partos, su rostro se volvió sombrío al acercarse con una bebé en brazos envuelta en una manta. El volumen de su voz cayó hasta ser un susurro, casi como si estuviera avergonzada, cuando anunció a la familia: “Es una hija”.
Nada sobre el comportamiento negativo de la enfermera sorprendió a Sunil Jaglan, el padre de la recién nacida. Al crecer en el estado de Haryana, en el norte de India, estaba acostumbrado a la fuerte preferencia de los padres por tener hijos varones en lugar de hijas.
Pero algo dentro de él se quebró, dijo, cuando le ofreció dinero a la enfermera como gesto de agradecimiento, y ella se negó porque no le había entregado un niño.
“¿También te avergüenzas de ti misma?”, Jaglan recordó haberle preguntado a la enfermera cuando nació su hija, hace 11 años.
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Ese episodio, que recordó recientemente, lo transformó en un inesperado defensor de los derechos de la mujer en una sociedad profundamente patriarcal. Transformó las tres palabras de la enfermera, pronunciadas casi como una maldición —“es una hija”— en un eslogan para una campaña que, según los funcionarios de salud, es responsable de salvar la vida de cientos de niñas en Haryana.
Históricamente, Haryana tenía una de las proporciones sexuales más desequilibradas del país. En 2012, el estado tenía 832 mujeres por cada 1000 hombres. Y Bibipur, la aldea de Jaglan, con alrededor de 1000 hogares, tenía una de las proporciones sexuales más sesgadas a favor de los hombres en todo el estado.
“Nadie quería niñas”, dijo Jaglan, de 41 años. “Pero todos querían que una mujer hiciera todo en sus hogares, desde trabajar en las granjas hasta las tareas de la casa”.
En India, la nación más poblada del mundo y que ha experimentado un tremendo progreso económico, la desigualdad de género sigue profundamente arraigada. En muchos hogares, especialmente en áreas rurales, las niñas son consideradas una carga social y económica. Sus padres aún pagan miles de dólares en dotes a la familia del esposo tras concertar un matrimonio.
A pesar de la prohibición oficial de las pruebas prenatales de sexo, se pegaban anuncios del servicio en las paredes de los mercados y en las carreteras de Haryana, y era común abortar fetos porque eran mujeres. Aunque existen algunas restricciones, el aborto legal está ampliamente disponible en India durante las primeras 20 semanas de embarazo.
Poco antes del nacimiento de su propia hija, Jaglan había ganado unas elecciones como jefe de la aldea y ahora estaba decidido a utilizar su nuevo cargo para comenzar una controvertida campaña contra las pruebas prenatales de sexo que, estaba seguro, eran responsables de la alarmante brecha de género en su aldea, su estado y muchos lugares de India.
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Aunque no estaba facultado para ello —y algunos lo consideraron una invasión atroz de la privacidad—, Jaglan hizo obligatorio que las familias de la aldea informaran sobre un embarazo en el hogar dentro de las cuatro semanas, una decisión que enfureció a muchos en Bibipur y más allá.
A través de una red de mujeres informantes, él y su equipo de voluntarias seguían a las mujeres embarazadas como detectives cuando se sospechaba que estaban siendo llevadas a pruebas sexuales prenatales. Si ese fuera realmente el caso, trabajarían para arrestar al esposo de la mujer o a sus suegros, con la policía operando bajo el supuesto de que la mujer embarazada tenía poco o nada que decir en la decisión.
El miedo a la cárcel funcionó.
En cuatro años, la proporción sexual en la aldea mejoró de 37 niñas/63 niños por cada 100 recién nacidos a 51 niñas/49 niños, según los registros de salud del gobierno.
Este modelo de notificación de embarazos pronto se copió en otras partes de Haryana, aunque sin el polémico requisito obligatorio de Jaglan.
Los últimos resultados de la encuesta nacional de salud de India muestran que el estado ha mejorado el equilibrio de la proporción sexual de 876 mujeres por cada 1000 hombres en 2015-16 a 926 mujeres en 2020-21.
“Ha sido extremadamente eficaz en la transmisión del mensaje”, dijo Pratibha Chawla, profesora de la Universidad de Delhi, que se especializa en estudios de género y ha realizado investigaciones en Haryana. “La gente lo escucha porque es uno de los suyos; sabe cómo conectarse con ellos porque entiende cómo funciona una sociedad profundamente patriarcal”.
Alentado por este éxito, Jaglan se ha convertido en un activista con la misión de cambiar las actitudes arraigadas sobre las mujeres en las zonas rurales, y su creciente prominencia nacional se deriva en parte de su capacidad para generar frases llamativas en el idioma hindi que luego difunde en las redes sociales.
En 2015, lanzó #SelfieWithDaughter instando a las personas a tomar fotografías con sus hijas y compartirlas en las redes sociales. Su esfuerzo recibió un gran impulso después de que los jugadores de críquet y las estrellas de cine de India comenzaron a participar.
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En una campaña, animó a los hombres a hacer una promesa de no decir insultos sexistas en casa, y en otra, convenció a los aldeanos para que instalaran placas con los nombres de sus hijas en sus casas, una tradición que antes estaba reservada para los niños.
Y al igual que con su primer esfuerzo, no ha rehuido iniciativas controvertidas, como una que pide a las niñas y mujeres que mantengan registros menstruales, visibles para todos en el hogar, para que los hombres sepan cuándo ellas deben evitar el trabajo duro en el campo. Si bien algunos han recibido esta iniciativa con aprobación, a otros les preocupa que viole la privacidad y refuerce los estereotipos sobre lo que las mujeres que menstrúan pueden o no pueden hacer.
Los gráficos también son un intento de desestigmatizar la menstruación, dijo Jaglan, para que los hombres de una casa “se sientan cómodos con la idea de que los períodos son una rutina normal para las mujeres”.
El gobierno de Haryana ha adoptado como política más de una decena de sus cerca de 100 campañas en las redes sociales, incluida que el izado de banderas en todas las aldeas en dos de las festividades más importantes de India —el Día de la República y el Día de la Independencia— sea un honor reservado para las niñas que han obtenido las mejores calificaciones en los exámenes escolares.
Nacido y criado en Bibipur, Jaglan, quien admitió que cuando era más joven era “demasiado patriarcal” en sus propias actitudes, obtuvo un título universitario en computación y luego enseñó matemáticas, antes de renunciar en 2012 para asesorar a instituciones educativas que buscan subsidios. Su mandato como jefe de aldea terminó en 2015.
En una tarde reciente, Jaglan caminaba por las calles de Bibipur cuando varias mujeres lo reconocieron. Una por una, levantaron sus manos y las colocaron sobre su cabeza en señal de bendición.
“Nos hizo darnos cuenta de lo que una mujer es capaz de hacer”, dijo Shanti Jagda, de 62 años, sobre Jaglan. “Y lo que es más importante, nos enseñó a decir que no”.
En 2012, organizó un Khap Panchayat en Bibipur. Como un poderoso cuerpo de ancianos, el Khap a menudo se considera contrario a las mujeres en su enfoque para resolver disputas matrimoniales y familiares. Cuando invitó a una mujer a hablar en el escenario, provocó la furia del público.
Esa oradora, Santosh Devi, habló sobre el infanticidio femenino y las muertes por dote (cuando una mujer es asesinada o se suicida por una disputa sobre la dote) y dijo que quería que las mujeres se unieran al proceso de toma de decisiones en el desarrollo del pueblo.
“Después de dar a luz a seis hijos, él me dio la valentía para levantarme y hablar frente a 4000 personas sobre mis derechos”, dijo Devi, quien ahora tiene 90 años.
La dedicación de Jaglan por promover los derechos de las mujeres comenzó a llamar la atención nacional después de esto. El primer ministro Narendra Modi lo mencionó cuatro veces distintas en sus discursos de radio mensuales que a veces usa para hablar sobre las personas comunes que dan forma a la sociedad india.
Pero Jaglan dice que aún queda mucho por hacer, y señaló una encuesta informal que ha estado realizando durante los últimos tres años: pregunta a indios destacados (ejecutivos de negocios, funcionarios gubernamentales, profesores y policías) sobre la composición de sus familias.
De alrededor de 200 personas, mencionó que el 95 por ciento le dijo que tenían una “familia perfecta”: un niño y una niña.
“¿Cómo es posible eso?”, preguntó Jaglan. Dijo que la respuesta tal vez radica en que los más educados y ricos sepan cómo eludir las leyes indias, o puedan permitirse viajar al extranjero, para continuar empleando la determinación prenatal del sexo.
Jaglan dijo que son sus propias dos hijas, Nandini, de 11 años, y Yachika, de 9, quienes lo motivan a hacer todo lo posible para erradicar el feticidio femenino.
“No descansaré hasta que el último culpable rinda cuentas”, dijo. “Todos los días, mis dos hijas me inspiran a seguir luchando”.
Y escucha a su alrededor un sonido relacionado con su primera campaña exitosa: en su aldea y en muchas otras en Haryana, el nacimiento de las niñas ahora se celebra con el golpeteo de ollas y sartenes por parte de los miembros de la familia, un ritual que antes se reservaba para el nacimiento de un niño.