“Es independencia”: el reciclaje cambia la vida de mujeres víctimas del conflicto
Después de ser desplazadas y carecer de un sustento económico, un grupo de campesinas e indígenas estableció la Asociación Recicla Ricaurte por La Paz que actualmente procesa hasta ocho toneladas de residuos al mes y da empleo a 20 colombianas.
Tatiana Moreno Quintero
Dejaron sus hogares, se despidieron de sus conocidos y emprendieron una ruta hacia un territorio que las protegiera de la violencia del conflicto armado colombiano. Cinco mujeres de diversos lugares del país se encontraron en Ricaurte en el departamento de Nariño explorando nuevas posibilidades para reconstruir sus vidas y llevar sustento a sus casas.
Algunas de ellas se desplazaron acompañadas de sus parejas, mientras que otras migraron solas. Independientemente de su situación, todas buscaban empleo en lo que podían. Así fue como se conocieron, trabajando como asistentes de obra en la construcción de una placa huella.
Antes del periodo de violencia las campesinas, que en parte pertenecen a parcialidades indígenas —debido a que 80 % de la población de Ricaurte es perteneciente al Cabildo Mayor Awá según el estudio de factibilidad para el diseño de una pequeña central hidroeléctrica en el municipio de Ricaurte, Nariño —, se dedicaban a labores de rigor y fuerza en el campo.Trabajaban en la agricultura y sembraban diversos cultivos; algunas tenían oficios relacionados con la germinación, control de malezas y la resiembra de la caña de azúcar.
“Se acabó el empleo, el conflicto empeoró, extorsionaron a todo el mundo, los contratistas se fueron y se quedaron desempleadas. Muchos salieron amenazados hacia Pasto, yo también salí desplazada para allá por un atentado. Ellas empezaban a llamarnos a mí y a mi esposo: ‘Denos trabajo en algo, en lo que sea’, pero no había cómo”, relató Nohemí Cabrera, hoy representante legal de la Asociación Recicla Ricaurte por La Paz
Después de varios meses de haber dejado el municipio, Cabrera y su esposo decidieron regresar, pero llegaron sin empleo. Mientras tanto, las cinco mujeres continuaban en una constante búsqueda de fuente de ingresos. Fue en entonces cuando la pareja les propuso recolectar residuos sólidos e incursionar en el reciclaje, lo que dio inicio a la asociación de mujeres.
Para esta labor contaban con una volqueta donde transportaban los residuos, pero carecían de un lugar para almacenarlos. “Nosotras no teníamos idea de qué se trataba el reciclaje. Comenzamos a recoger todo lo que creíamos que se podía recuperar y lo dejábamos en unas marraneras abandonadas, pero antes tuvimos que limpiarlas para poder usarlas”, recordó Patricia Agreda, líder del grupo de trabajo de mujeres recicladoras.
La noticia comenzó a correr de boca en boca y lo que en un principio había sido un grupo de cinco mujeres al día siguiente se duplicó, ahora contaban con diez nuevas manos dispuestas a unirse a la iniciativa.
Asimismo, se constituyeron. Formaron una pequeña junta en la que se realizaron todos los trámites necesarios para que la asociación estuviera en regla con la documentación. Nohemí asumió el cargo de presidenta y el grupo se registró oficialmente ante la Cámara de Comercio.
En 2017, cuando iniciaron el proyecto, lograban recuperar, cada seis meses, hasta tres toneladas de residuos sólidos. Sin embargo, no contaban con la maquinaria necesaria para llevar a cabo la totalidad del proceso de reciclaje. No podían compactar los materiales, lo cual reduce su volumen y les da una forma cúbica, lo que limitó la operación.
La labor de asociaciones como esta es crucial para el país, especialmente en un contexto en el que el mal manejo de residuos es alarmante. De acuerdo con Greenpeace, Colombia genera al menos 25.000 toneladas diarias de residuos sólidos de los cuales apenas el 13 % se recicla. De este porcentaje, solo el 7 % es recuperado y comercializado por recicladores. Además, el consumo anual de plástico ha aumentado a 1.250.000 toneladas, de las cuales el 74 % acaba en vertederos de basura.
El panorama de esta industria muestra un considerable número de personas laborando en el reciclaje. Según datos publicados en febrero de este año por la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios en Colombia hay 68.100 recicladores y 1.063 organizaciones que se dedican a este oficio. De estas 768 están en proceso de formalización.
El caso de la Asociación Recicla Ricaurte por La Paz es notable, ya que está formada exclusivamente por mujeres. Según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 2023, las mujeres representan solo el 22,7 % de los trabajadores en este sector, lo que convierte a esta asociación nariñense en un ejemplo singular.
Del fuego, la reubicación, la estafa y el machismo salieron adelante
Con el sudor resbalando por sus frentes mientras recolectaban el material que dejaban en la vieja marranera, ubicada cerca de los trapiches, las mujeres llegaban a sus hogares 12 horas después de haber iniciado sus jornadas laborales. Estas consistían en dos días de trabajo a la semana, ya que eran las únicas fechas en las que las personas del municipio sacaban la basura, según lo recuerda Patricia Agreda.
Ocho días transcurrieron desde que empezaron a recolectar los residuos en las calles, a negocios, vecinos y otros lugares del municipio, para así poder llevar su primer cargamento a la capital del departamento de Nariño, pues se les había comunicado que en este municipio compraban los desechos.
“Pagamos un camión y nos fuimos a ofrecer los residuos en Pasto y esa vez nos robaron un porcentaje porque los materiales estaban mal clasificados; realmente pasó de todo”, aseveró la líder del grupo de trabajo de mujeres recicladoras.
No pasó más de un mes antes de que su esfuerzo y trabajo se echaran a perder. Algunos dueños de los trapiches vecinos, al ver la oportunidad. Tomaron los residuos que las mujeres habían recolectado y los quemaron, lo que deshizo en minutos lo que ellas habían logrado en días.
“Todo el esfuerzo que hacíamos llevando el material hasta allí y cuando volvíamos a la bodega, la encontrábamos vacía. Nos costó bastante trabajo”, aseguró Nohemí Cabrera.
Una de las mujeres del grupo propuso que construyeran su propia bodega. Para ello prestó un terreno que estaba a su nombre y era más cercano al casco urbano. Debido a que no contaban con los recursos suficientes para pagar un arriendo, la compañera decidió no cobrarles por el uso del área.
Con esta nueva oportunidad, el grupo habló con el alcalde del momento, Julián Martínez, quien les brindó apoyo económico para adquirir los implementos necesarios para construir la bodega.
Con sus propias manos levantaron un nuevo espacio de almacenamiento. Utilizaron nylon y guadua para armar una pequeña estructura donde pudieran dejar los residuos que recolectaban.
Las condiciones sanitarias experimentaron una notable mejora gracias al apoyo económico proporcionado por la Alcaldía. Ahora, al recolectar los desechos, contaban con guantes, overoles y otros implementos esenciales que les permitían trabajar de manera más segura y eficiente.
Pero más desafíos las esperaban. Algunos de los esposos comenzaron a mostrar su descontento con el trabajo de sus parejas como recicladoras en Ricaurte. “¿Para qué vas a estar allá perdiendo el tiempo?”, “Eso no sirve para nada”, “Dedícate mejor a tus hijos”, les decían.
Frente a esta presión, algunas mujeres optaron por dejar el proyecto, abandonando el grupo que luchaba por mantenerse firme en una labor que, según las protagonistas de esta historia, no era bien vista ni aceptada por muchas personas de la comunidad, incluyendo a sus propios familiares en varias ocasiones.
Según narró Patricia, “al principio se sentía la discriminación de la misma población. A la vista de muchas personas es una labor muy desagradable porque andamos recogiendo, buscando y siempre llegaban los comentarios como ‘pobrecitas’ o ‘¿qué dirá la gente?’, pero para nosotras es una forma de llegar a la independencia”.
“Al principio se sentía la discriminación de la misma población. A la vista de muchas personas es una labor muy desagradable (...), pero para nosotras es una forma de llegar a la independencia”.
Patricia Agreda, líder del grupo de trabajo de mujeres recicladoras
El fuego nuevamente consumió todo lo que habían construido y lo que estaba siendo su medio de vida. Los vecinos que habitaban cerca de la nueva bodega empezaron a quejarse, argumentando que el lugar atraería plagas como ratas. En un acto de rechazo, incendiaron el cillero, lo que las obligó a reubicarse una vez más. “Nos quedamos sin nada”, comentó Nohemí.
Para 2019, la recolección aumentó a seis toneladas cada dos meses, ya que comenzaron a recoger todo el material reciclado en las calles del casco urbano. Este ritmo lo mantuvieron hasta el año 2022.
Un reconocimiento que blindó su trabajo
Comenzaron a hacerse un nombre en la comunidad. Los dueños de negocios ahora las llamaban para recolectar el material. Aunque las ganancias no eran elevadas —según cuenta Patricia, oscilaban entre 100.000 y 200.000 pesos después de recoger y llevar los residuos a Pasto— continuaban con su labor.
A medida que la comunidad las reconoció, el estigma disminuyó, la violencia por prejuicio se redujo y otros actores se interesaron en la asociación. “Nos contactaron para realizar una limpieza de la vía de Ricaurte, sabiendo que estábamos recolectando material, por ese trabajo nos pagaron dos millones de pesos”, relató Nohemí.
El grupo se acercó al alcalde para presentar una propuesta que buscaba financiamiento para crecer. La administración aceptó y les ofreció un lote, que hoy en día es su lugar de acopio. “Era un terreno feo, sinceramente, era horroroso, pero con el esfuerzo de todas lo transformamos. Ahora nos dicen que le dimos vida porque era una ladera olvidada,” comentó Agreda.
Para acondicionar el terreno y reducir costos, organizaron mingas. Todas las mujeres se encontraban trabajando codo a codo, mezclaban el cemento y colaboraban en la edificación de la bodega.
Al llegar al terreno incluso carecían de un baño y debían contenerse hasta llegar a casa para satisfacer sus necesidades. Así que, junto al cillero, decidieron construir un sanitario y una oficina siguiendo las indicaciones de un maestro de obra.
De igual manera, en 2023 se les dotó de un motocarro y adquirieron un montacargas, además de implementar un programa de sensibilización ambiental que se extendió durante todo el año, hasta agosto de 2024.
Gracias a estos avances, la recuperación de residuos alcanzó un promedio de ocho toneladas mensuales, las cuales se entregan a la empresa de aseo de Pasto.
Esta mejora también se atribuye a un cambio en su método de trabajo. Según expresan las integrantes de la asociación su labor se basa en la rutina; si un día no salen a recolectar pierden la oportunidad de recoger material y también de mantener la presencia que han cultivado en la comunidad. Además, manifiestan que la gente podría dejar de contactarlas en el futuro si no están visibles.
Este grupo de mujeres también es consciente de la importancia de capacitarse, aprender sobre su materia de trabajo y aprender nuevas e innovadoras formas de incursionar en el reciclaje. Por eso, decidieron formarse en el SENA para aprender a manejar el montacargas y mejorar su gestión de residuos sólidos.
Actualmente, este proyecto cuenta con la participación de 20 mujeres y continúa en crecimiento. Muchas de ellas víctimas del conflicto y madres cabeza de familia, ahora se sienten valiosas, pues han descubierto su propio valor a través del trabajo, conforme lo expresó Patricia.
Este proyecto, que hace especial hincapié en la mitigación de la contaminación por el amor de este grupo al medioambiente, no discrimina, pues mujeres de diversos contextos y edades también tienen la posibilidad de laborar en este oficio. Cómo prueba de esto, sus edades oscilan entre los 35 y los 55 años.
“Como mujeres nos merecemos todo y hay que hacerlo bien”.
Nohemí Cabrera, representante legal de la Asociación Recicla Ricaurte por La Paz
El proyecto ha transformado sus vidas. Según la líder del grupo de trabajadoras, “con o sin dinero, estamos pendientes de que el proceso no se caiga”. Su objetivo es ofrecer un refugio que les permita a las mujeres avanzar y de la misma forma convertirse en generadoras de empleo: no solo vender los residuos, sino también procesarlos desde una directriz clara que bien explica la presidenta de la asociación: “Como mujeres nos merecemos todo y hay que hacerlo bien”.
Dejaron sus hogares, se despidieron de sus conocidos y emprendieron una ruta hacia un territorio que las protegiera de la violencia del conflicto armado colombiano. Cinco mujeres de diversos lugares del país se encontraron en Ricaurte en el departamento de Nariño explorando nuevas posibilidades para reconstruir sus vidas y llevar sustento a sus casas.
Algunas de ellas se desplazaron acompañadas de sus parejas, mientras que otras migraron solas. Independientemente de su situación, todas buscaban empleo en lo que podían. Así fue como se conocieron, trabajando como asistentes de obra en la construcción de una placa huella.
Antes del periodo de violencia las campesinas, que en parte pertenecen a parcialidades indígenas —debido a que 80 % de la población de Ricaurte es perteneciente al Cabildo Mayor Awá según el estudio de factibilidad para el diseño de una pequeña central hidroeléctrica en el municipio de Ricaurte, Nariño —, se dedicaban a labores de rigor y fuerza en el campo.Trabajaban en la agricultura y sembraban diversos cultivos; algunas tenían oficios relacionados con la germinación, control de malezas y la resiembra de la caña de azúcar.
“Se acabó el empleo, el conflicto empeoró, extorsionaron a todo el mundo, los contratistas se fueron y se quedaron desempleadas. Muchos salieron amenazados hacia Pasto, yo también salí desplazada para allá por un atentado. Ellas empezaban a llamarnos a mí y a mi esposo: ‘Denos trabajo en algo, en lo que sea’, pero no había cómo”, relató Nohemí Cabrera, hoy representante legal de la Asociación Recicla Ricaurte por La Paz
Después de varios meses de haber dejado el municipio, Cabrera y su esposo decidieron regresar, pero llegaron sin empleo. Mientras tanto, las cinco mujeres continuaban en una constante búsqueda de fuente de ingresos. Fue en entonces cuando la pareja les propuso recolectar residuos sólidos e incursionar en el reciclaje, lo que dio inicio a la asociación de mujeres.
Para esta labor contaban con una volqueta donde transportaban los residuos, pero carecían de un lugar para almacenarlos. “Nosotras no teníamos idea de qué se trataba el reciclaje. Comenzamos a recoger todo lo que creíamos que se podía recuperar y lo dejábamos en unas marraneras abandonadas, pero antes tuvimos que limpiarlas para poder usarlas”, recordó Patricia Agreda, líder del grupo de trabajo de mujeres recicladoras.
La noticia comenzó a correr de boca en boca y lo que en un principio había sido un grupo de cinco mujeres al día siguiente se duplicó, ahora contaban con diez nuevas manos dispuestas a unirse a la iniciativa.
Asimismo, se constituyeron. Formaron una pequeña junta en la que se realizaron todos los trámites necesarios para que la asociación estuviera en regla con la documentación. Nohemí asumió el cargo de presidenta y el grupo se registró oficialmente ante la Cámara de Comercio.
En 2017, cuando iniciaron el proyecto, lograban recuperar, cada seis meses, hasta tres toneladas de residuos sólidos. Sin embargo, no contaban con la maquinaria necesaria para llevar a cabo la totalidad del proceso de reciclaje. No podían compactar los materiales, lo cual reduce su volumen y les da una forma cúbica, lo que limitó la operación.
La labor de asociaciones como esta es crucial para el país, especialmente en un contexto en el que el mal manejo de residuos es alarmante. De acuerdo con Greenpeace, Colombia genera al menos 25.000 toneladas diarias de residuos sólidos de los cuales apenas el 13 % se recicla. De este porcentaje, solo el 7 % es recuperado y comercializado por recicladores. Además, el consumo anual de plástico ha aumentado a 1.250.000 toneladas, de las cuales el 74 % acaba en vertederos de basura.
El panorama de esta industria muestra un considerable número de personas laborando en el reciclaje. Según datos publicados en febrero de este año por la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios en Colombia hay 68.100 recicladores y 1.063 organizaciones que se dedican a este oficio. De estas 768 están en proceso de formalización.
El caso de la Asociación Recicla Ricaurte por La Paz es notable, ya que está formada exclusivamente por mujeres. Según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 2023, las mujeres representan solo el 22,7 % de los trabajadores en este sector, lo que convierte a esta asociación nariñense en un ejemplo singular.
Del fuego, la reubicación, la estafa y el machismo salieron adelante
Con el sudor resbalando por sus frentes mientras recolectaban el material que dejaban en la vieja marranera, ubicada cerca de los trapiches, las mujeres llegaban a sus hogares 12 horas después de haber iniciado sus jornadas laborales. Estas consistían en dos días de trabajo a la semana, ya que eran las únicas fechas en las que las personas del municipio sacaban la basura, según lo recuerda Patricia Agreda.
Ocho días transcurrieron desde que empezaron a recolectar los residuos en las calles, a negocios, vecinos y otros lugares del municipio, para así poder llevar su primer cargamento a la capital del departamento de Nariño, pues se les había comunicado que en este municipio compraban los desechos.
“Pagamos un camión y nos fuimos a ofrecer los residuos en Pasto y esa vez nos robaron un porcentaje porque los materiales estaban mal clasificados; realmente pasó de todo”, aseveró la líder del grupo de trabajo de mujeres recicladoras.
No pasó más de un mes antes de que su esfuerzo y trabajo se echaran a perder. Algunos dueños de los trapiches vecinos, al ver la oportunidad. Tomaron los residuos que las mujeres habían recolectado y los quemaron, lo que deshizo en minutos lo que ellas habían logrado en días.
“Todo el esfuerzo que hacíamos llevando el material hasta allí y cuando volvíamos a la bodega, la encontrábamos vacía. Nos costó bastante trabajo”, aseguró Nohemí Cabrera.
Una de las mujeres del grupo propuso que construyeran su propia bodega. Para ello prestó un terreno que estaba a su nombre y era más cercano al casco urbano. Debido a que no contaban con los recursos suficientes para pagar un arriendo, la compañera decidió no cobrarles por el uso del área.
Con esta nueva oportunidad, el grupo habló con el alcalde del momento, Julián Martínez, quien les brindó apoyo económico para adquirir los implementos necesarios para construir la bodega.
Con sus propias manos levantaron un nuevo espacio de almacenamiento. Utilizaron nylon y guadua para armar una pequeña estructura donde pudieran dejar los residuos que recolectaban.
Las condiciones sanitarias experimentaron una notable mejora gracias al apoyo económico proporcionado por la Alcaldía. Ahora, al recolectar los desechos, contaban con guantes, overoles y otros implementos esenciales que les permitían trabajar de manera más segura y eficiente.
Pero más desafíos las esperaban. Algunos de los esposos comenzaron a mostrar su descontento con el trabajo de sus parejas como recicladoras en Ricaurte. “¿Para qué vas a estar allá perdiendo el tiempo?”, “Eso no sirve para nada”, “Dedícate mejor a tus hijos”, les decían.
Frente a esta presión, algunas mujeres optaron por dejar el proyecto, abandonando el grupo que luchaba por mantenerse firme en una labor que, según las protagonistas de esta historia, no era bien vista ni aceptada por muchas personas de la comunidad, incluyendo a sus propios familiares en varias ocasiones.
Según narró Patricia, “al principio se sentía la discriminación de la misma población. A la vista de muchas personas es una labor muy desagradable porque andamos recogiendo, buscando y siempre llegaban los comentarios como ‘pobrecitas’ o ‘¿qué dirá la gente?’, pero para nosotras es una forma de llegar a la independencia”.
“Al principio se sentía la discriminación de la misma población. A la vista de muchas personas es una labor muy desagradable (...), pero para nosotras es una forma de llegar a la independencia”.
Patricia Agreda, líder del grupo de trabajo de mujeres recicladoras
El fuego nuevamente consumió todo lo que habían construido y lo que estaba siendo su medio de vida. Los vecinos que habitaban cerca de la nueva bodega empezaron a quejarse, argumentando que el lugar atraería plagas como ratas. En un acto de rechazo, incendiaron el cillero, lo que las obligó a reubicarse una vez más. “Nos quedamos sin nada”, comentó Nohemí.
Para 2019, la recolección aumentó a seis toneladas cada dos meses, ya que comenzaron a recoger todo el material reciclado en las calles del casco urbano. Este ritmo lo mantuvieron hasta el año 2022.
Un reconocimiento que blindó su trabajo
Comenzaron a hacerse un nombre en la comunidad. Los dueños de negocios ahora las llamaban para recolectar el material. Aunque las ganancias no eran elevadas —según cuenta Patricia, oscilaban entre 100.000 y 200.000 pesos después de recoger y llevar los residuos a Pasto— continuaban con su labor.
A medida que la comunidad las reconoció, el estigma disminuyó, la violencia por prejuicio se redujo y otros actores se interesaron en la asociación. “Nos contactaron para realizar una limpieza de la vía de Ricaurte, sabiendo que estábamos recolectando material, por ese trabajo nos pagaron dos millones de pesos”, relató Nohemí.
El grupo se acercó al alcalde para presentar una propuesta que buscaba financiamiento para crecer. La administración aceptó y les ofreció un lote, que hoy en día es su lugar de acopio. “Era un terreno feo, sinceramente, era horroroso, pero con el esfuerzo de todas lo transformamos. Ahora nos dicen que le dimos vida porque era una ladera olvidada,” comentó Agreda.
Para acondicionar el terreno y reducir costos, organizaron mingas. Todas las mujeres se encontraban trabajando codo a codo, mezclaban el cemento y colaboraban en la edificación de la bodega.
Al llegar al terreno incluso carecían de un baño y debían contenerse hasta llegar a casa para satisfacer sus necesidades. Así que, junto al cillero, decidieron construir un sanitario y una oficina siguiendo las indicaciones de un maestro de obra.
De igual manera, en 2023 se les dotó de un motocarro y adquirieron un montacargas, además de implementar un programa de sensibilización ambiental que se extendió durante todo el año, hasta agosto de 2024.
Gracias a estos avances, la recuperación de residuos alcanzó un promedio de ocho toneladas mensuales, las cuales se entregan a la empresa de aseo de Pasto.
Esta mejora también se atribuye a un cambio en su método de trabajo. Según expresan las integrantes de la asociación su labor se basa en la rutina; si un día no salen a recolectar pierden la oportunidad de recoger material y también de mantener la presencia que han cultivado en la comunidad. Además, manifiestan que la gente podría dejar de contactarlas en el futuro si no están visibles.
Este grupo de mujeres también es consciente de la importancia de capacitarse, aprender sobre su materia de trabajo y aprender nuevas e innovadoras formas de incursionar en el reciclaje. Por eso, decidieron formarse en el SENA para aprender a manejar el montacargas y mejorar su gestión de residuos sólidos.
Actualmente, este proyecto cuenta con la participación de 20 mujeres y continúa en crecimiento. Muchas de ellas víctimas del conflicto y madres cabeza de familia, ahora se sienten valiosas, pues han descubierto su propio valor a través del trabajo, conforme lo expresó Patricia.
Este proyecto, que hace especial hincapié en la mitigación de la contaminación por el amor de este grupo al medioambiente, no discrimina, pues mujeres de diversos contextos y edades también tienen la posibilidad de laborar en este oficio. Cómo prueba de esto, sus edades oscilan entre los 35 y los 55 años.
“Como mujeres nos merecemos todo y hay que hacerlo bien”.
Nohemí Cabrera, representante legal de la Asociación Recicla Ricaurte por La Paz
El proyecto ha transformado sus vidas. Según la líder del grupo de trabajadoras, “con o sin dinero, estamos pendientes de que el proceso no se caiga”. Su objetivo es ofrecer un refugio que les permita a las mujeres avanzar y de la misma forma convertirse en generadoras de empleo: no solo vender los residuos, sino también procesarlos desde una directriz clara que bien explica la presidenta de la asociación: “Como mujeres nos merecemos todo y hay que hacerlo bien”.