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Vivian Silver no solo creía en la paz, sino que dedicó su vida a ella. “Era una activista e hizo todo lo que estuvo a su alcance en el Parlamento y a través de varias organizaciones sociales para promover la paz y la asociación árabe-judía”, dicen sobre ella en Ajeec-Nisped, un centro que ayudó a fundar y que trabaja por la convivencia y la prosperidad de ambas poblaciones. Establecido en el año 2000, uno de sus énfasis está en la formación de jóvenes árabes para que puedan tomar las riendas de su propio futuro.
Después de la guerra de 2014 en Gaza, y de sus devastadores efectos, Vivian, nacida en Canadá hace 74 años y radicada en Israel desde la década de los sesenta, cofundó Mujeres que trabajan por la paz, el movimiento pacifista más grande de Israel en la actualidad, con alrededor de 50.000 integrantes que abogan por una salida negociada al conflicto. Entre otras cosas, también fue voluntaria de Road to Recovery, transportando a habitantes de Gaza con necesidades médicas. Le quedaba cerca, pues Vivian vivía en el sur de Israel, a pocos kilómetros de la frontera con el enclave.
El 7 de octubre fue víctima de Hamás. A raíz de sus comunicaciones y de que no hallaron ningún cuerpo en su casa, ubicada en el kibutz Beeri, sus familiares y amigos pensaron que ella se encontraba entre las 240 personas que los milicianos palestinos tomaron como rehenes ese sábado, y empezaron a exigir su liberación.
“¿Y ahora qué?”, fue la pregunta que a sus compañeras de causa se les cruzó por la cabeza en ese momento, en medio del horror y del dolor.
“Hamás es un grupo que está en contra de la paz y por eso buscaron atacar a la gente que estaba por la paz”, sostiene Manuela Rotstein, integrante de Mujeres que trabajan por la paz, argentina de nacimiento, esposa, madre y abuela, radicada en Israel desde los años ochenta.
“Hubo un nivel de violencia que no creía posible”, describe. Se refiere a las decapitaciones, violaciones sexuales y demás atrocidades cometidas por Hamás aquel día y de las que no fue consciente de inmediato. La mañana del 7 de octubre la sorprendió a bordo de un avión, que no pudo aterrizar en Tel Aviv; fue desviado a Chipre, en donde Manuela pasó la noche.
Sabía, por los antecedentes, que volvería a una “situación difícil” en el país, pero no imaginaba nada de lo que encontró.
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El domingo 8, cuando finalmente llegó a Israel, había retenes por doquier. Supo más sobre lo que había pasado cuando se comunicó con una prima, cuyo nieto, un militar que estaba en la frontera, “se salvó de milagro” en el ataque.
Sin embargo, Manuela no sabía nada de sus parientes que vivían en el kibutz Beeri (el mismo de Vivian), quienes finalmente se comunicaron el día 9; salieron desplazados, pero estaban vivos.
De su amiga Vivian Silver, dice: “Fue una persona que influyó mucho en mí. La admiré y siempre que la veía pensaba que estábamos haciendo lo correcto”.
Manuela habla en pasado porque los restos calcinados de Vivian fueron finalmente identificados a través de pruebas de ADN: se encontraba entre las casi 1.200 víctimas mortales de las masacres ocurridas hace cuatro meses.
“El 7 de octubre fue un momento dificilísimo para nosotras”, explica Rotstein. Las primeras semanas después de eso las describe como un “shock”. Aún hoy hay quienes dicen que “ellos abogaban por la paz, y miren lo que les pasó”, en referencia a los activistas que fueron acribillados.
No era muy claro lo que seguía, quizá todo había terminado. Algunas empezaron a hablar de dejar el movimiento. Pero hacia la tercera semana “reaccionaron”, en palabras de Manuela. “Desde ese momento entendí que la oposición a la guerra era más necesaria, porque la guerra crea a este tipo de gente (Hamás). Entendí cuánto más teníamos que trabajar para tratar de erradicar esta violencia de nuestra sociedad”.
Su principal motivación a partir de ese momento fueron los rehenes, exigir su liberación. Como muchas de las familias de los secuestrados, para quienes no hay un precio demasiado alto por sus vidas, creen que un acuerdo es necesario ya.
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Mujeres que trabajan por la paz ha llamado la atención particularmente por las mujeres secuestradas, quienes, según testimonios de personas liberadas durante la tregua de noviembre pasado, estarían siendo sometidas a constantes agresiones sexuales.
Nunca sabremos lo que Vivian habría hecho en esta situación, pero es posible inferirlo. “Siempre fue una mujer muy clara y estratégica, idealista, pero pragmática: hacer las concesiones necesarias para que tanto nosotros como los palestinos vivamos mejor”, afirma Manuela.
Vivian también era amiga de Kefaia Masarwy, nacida en Tayibe, una ciudad árabe en el centro de Israel, y radicada en Acre (norte) desde que se casó. Tuvo tres hijos, que hoy tienen 26, 24 y 23 años.
Como Manuela (que es judía), Kefaia (que es árabe) también es integrante de Mujeres que trabajan por la paz, pues la organización es no partidista, no jerárquica y acoge a mujeres religiosas, laicas, árabes, judías, drusas y beduinas, de todas partes del país.
La organización trabaja de base por la paz en la sociedad, pero para Kefaia fue mucho más personal que eso. Conoció a estas mujeres mientras vivía un infierno, pues fue víctima de violencia doméstica, por parte de su exmarido. “Salí a buscar la paz que no encontraba en casa”, y la encontró en Mujeres que trabajan por la paz. “Me abrazaron siendo una desconocida”, cuenta. La acogieron en 2016, hoy está a salvo y “todas saben quién es Kefaia”, dice mientras sonríe.
Actualmente, vive solo con dos de sus hijos. También dirige un centro de justicia social de Merkazim lezedek Hevrati, una red de activistas comunitarios que promueven la democracia, la igualdad y la solidaridad. Centros como el que maneja trabajan, además, por la justicia y el cambio social por medio de la construcción de liderazgo.
Para ella, el 7 de octubre y lo que vino después ha sido muy doloroso. No solo perdió a seres queridos, como Vivian, sino que es testigo diario de la estigmatización contra los árabes por parte de algunos judíos en un contexto en el que inevitablemente todos tienen que coexistir. Si antes no le compraban a este o aquel por ser árabe (o por ser judío, porque también pasa al contrario), “ahora todos somos terroristas, todos trabajamos para Hamás”.
Aunque no conoce a nadie cercano en Gaza, cuenta que cayó en depresión al ver la respuesta de Israel en ese lugar. “No quería hablar con nadie, no quería comer”. Finalmente optó por sacar el televisor de la casa.
Dice que le preocupa el futuro, sobre todo si se mantiene el actual gobierno, cuyo desdén por la población árabe (el 20 % de la población de Israel) resalta.
“Después de más de 110 días vemos que el gobierno es un obstáculo para la paz en este momento”, apunta Manuela, por su parte.
La molestia no es distinta de la que sienten muchas familias de rehenes e incluso personas que fueron liberadas por Hamás, quienes no encuentran sentido en que Benjamin Netanyahu diga que hace todo lo posible por liberar a los secuestrados mientras arrecia la ofensiva. El viernes, por ejemplo, anunció que las operaciones militares se extenderán a Rafah, el último refugio medianamente seguro para la población de Gaza, en donde, según las autoridades sanitarias del enclave controlado por Hamás, casi 30.000 personas han sido asesinadas por los ataques israelíes. El propio Joe Biden, presidente de Estados Unidos, el principal aliado de Israel, ha calificado de “excesivo” lo que está sucediendo en la Franja.
“La guerra no está ayudando a la liberación de los secuestrados”, señala Manuela, quien además de Vivian, perdió a Orit, otra compañera del movimiento, aquel 7 de octubre. El hijo de Orit, Itay, fue tomado como rehén. En parte fue por él que las mujeres de la organización se volvieron a movilizar después del shock: “Todos los días llevábamos a la plaza la foto del hijo de Orit, porque sabíamos que Orit no podía estar, pero estábamos nosotras”.
Itay murió el mes pasado. “El ejército vino y le dijo a la hermana que se escucharon bombardeos cerca de donde él estaba y Hamás lo mató porque pensó que tal vez lo querían rescatar. Aparentemente tienen la orden de que, si hay sospecha de rescate, los maten para no darle ese éxito al ejército”, agrega Rotstein. La propia inteligencia de Israel calcula que, de los 132 secuestrados que quedan, más de una quinta parte ya ha fallecido.
Manuela está convencida de que los rehenes “solo van a volver si hay un acuerdo, si hay una negociación más abarcadora, como la que espera Estados Unidos, un acuerdo regional”. Cree que “el enemigo más grande de Hamás es un acuerdo político; lo vimos demostrado cuando asesinaron a pacifistas y activistas de la paz con Palestina”.
El ataque del 7 de octubre, según Rotstein, reafirmó la misión de Mujeres que trabajan por la paz, pero también le enseñó “que hay gente que nunca estará con nosotros. Hamás queda fuera de la discusión, pero eso no quiere decir que los palestinos, que también son víctimas de Hamás como lo estamos viendo hoy, estén fuera de la negociación. Todo lo contrario, tenemos que fortificar a los que sean débiles, que no han podido alzar sus voces para que puedan decir sí o no, abogar por sus derechos, a eso apuntamos”.
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La cuestión del Estado palestino
Para Manuela, el sionismo, palabra que hoy se usa hasta como insulto, “significa que el pueblo judío también tiene derecho a un Estado, como lo tienen todos los pueblos del mundo, como lo tiene el pueblo palestino”. Por esto, para ella, la solución definitiva y la derrota total de Hamás pasan inevitablemente por reconocer esto, no por la vía militar, como sostiene el gobierno israelí.
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La Unión Europea, por ejemplo, ha vuelto a poner la creación de un Estado palestino sobre la mesa, pero eso prácticamente no está ni en el vocabulario de Benjamin Netanyahu.
“La gente piensa que esto es como un partido de fútbol, que va por uno u otro, pero las cosas son mucho más complicadas que eso”, explica Manuela. “Todos nos vamos a quedar y tenemos que encontrar la manera de vivir juntos, respetar nuestras historias y deseos, escucharnos, y es lo que hacemos con las palestinas que tenemos como aliadas en la lucha”, afirma.
Mujeres que trabajan por la paz seguirá su labor por una resolución con perspectiva de género, convencidas de que, como decía la exdiplomática estadounidense Swanee Hunt, “las mujeres tienden a tener una visión más holística de la seguridad, que abarca no solo la soberanía política y la fuerza militar, sino también la seguridad económica, la educación y la seguridad personal”, citan en su sitio web.
En diciembre pasado, Mujeres que trabajan por la paz y la organización palestina hermana Mujeres del Sol fueron postuladas al Premio Nobel de Paz por la Universidad Libre de Ámsterdam.
Aunque el panorama no está despejado, Kefaia concluye: “Tengo que creer en la paz y la esperanza. La esperanza es la luz”.