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Cerca del 70 % de los emprendimientos que surgen en Colombia fracasan antes de cumplir los cinco años de operaciones. Así lo ha dicho varias veces la Confederación Colombiana de Cámaras de Comercio (Confecámaras). Si bien el país se ha destacado por ser de emprendedores e incluso liderar la tasa de crecimiento de emprendimientos femeninos en América Latina en 2021, con el 30,2 %, según el Global Entrepreneurship Monitor (GEM), esto no es garantía de estabilidad económica para las mujeres que asumen este reto.
En un contexto en el que continúa la lucha contra los efectos negativos que dejó la pandemia de covid-19, como el aumento en la violencia basada en género, la sobrecarga del trabajo de cuidado no remunerado y el desempleo de las mujeres, emprender es una alternativa. La figura del emprendimiento por subsistencia o por necesidad, por donde pasan microempresas, ventas al detal y por catálogo, es una opción que encuentran las mujeres para obtener ingresos.
En 2020 Yian Nathalia Álvarez y su esposo trabajaban en servicios de atención al cliente en Cali; a raíz de la pandemia y el confinamiento, las empresas donde laboraban cerraron y su alternativa para sostener su hogar fue emprender con productos derivados de la caña y artesanías. Su experiencia creando la empresa GAD Quiwe es un ejemplo de emprendimiento por subsistencia.
Como Álvarez, muchas mujeres quedaron sin trabajo durante la pandemia, la tasa de desempleo llegó a ser del 18 % y aunque la reactivación económica ha contribuido a bajar la tasa al 13,3 % en septiembre de este año, todavía son más las mujeres que quieren emplearse, pero no encuentran dónde, frente al 8,8 % de los hombres.
La esperanza en la creación de empresas
Por un lado, las cifras de desempleo han cedido y, por otro lado, en el país se han creado más empresas. Según el Registro Único Empresarial y Social (RUES), entre enero y septiembre de este año se crearon 256.675 en Colombia, 2,3 % más que en el mismo período de 2021, aclaró Confecámaras.
En este punto se acentúa la participación de las mujeres en el sector empresarial, pues más del 90 % de los nuevos negocios corresponden a microempresas, de las cuales la mayoría son lideradas por mujeres y se encuentran asociadas a sectores de servicios sociales y personales; comercio, restaurantes y hoteles; servicios financieros e inmobiliarios. El agro y la construcción siguen siendo los de menor participación de mujeres.
Pero tener una microempresa no es sinónimo de autonomía económica para las colombianas, pues no están dadas las condiciones para que estos negocios crezcan o sean sostenibles en el tiempo. De acuerdo con Juan David Castaño, vicepresidente de fortalecimiento empresarial de la Cámara de Comercio de Bogotá, solo tres de cada diez emprendimientos sobreviven a los cinco años de labores en la capital; aunque hace la salvedad de que procesos de acompañamiento y asesoramiento pueden aumentar los casos de éxito a cinco de cada diez.
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Radicados en el municipio de Jamundí, Valle del Cauca, Álvarez y su esposo no encontraron rentable tener a GAD Quiwe como su única fuente de ingresos. Durante casi un año se vieron en la necesidad de buscar empleos para tener un soporte económico y, por otro lado, encontraron un apoyo en los miembros de su familia —que viven en el resguardo indígena Canoas, en Santander de Quilichao, a 45 minutos de Jamundí— para continuar con la producción de mieles y panelas derivadas de la caña, así como en la fabricación de velas artesanales con aceite de cocina y materiales reciclados.
“En los últimos gobiernos el emprendimiento se ha vuelto el camino de la informalidad. Ahora hay que pensar mucho más en trabajo decente, que no solo es el asalariado, y también en la economía social y solidaria. Allí, países como Argentina tienen un camino ya adelantado del que podemos aprender mucho”, explica Alejandra Trujillo Mesa, integrante de la Mesa Intersectorial de Economía del Cuidado y coordinadora de proyecto de Fescol.
Fue en esa economía solidaria mencionada por Trujillo donde Álvarez vio una oportunidad para no dejar su emprendimiento. Hace un poco más de seis meses renunció a su trabajo para asociarse con un trapiche familiar cerca del resguardo Canoas; una o dos veces por semana viaja a Santander de Quilichao para llevar los insumos que requieran y regresa a Jamundí con los productos listos para empacar y comercializar en el pueblo y en Cali.
Acciones necesarias para la participación de las emprendedoras
Cuanto más grande sea la empresa menor es la representación de las mujeres concluyen varios informes sobre el emprendimiento en Colombia. Se reduce el número de personas naturales a cargo de mujeres y también su participación en juntas directivas, en el caso de las personas jurídicas o sociedades.
“Mientras que las mayores generadoras de empleo para mujeres son las grandes empresas, las microempresas son las mayores generadoras de oportunidades en cuanto a cargos directivos femeninos se refiere”, explica la Cámara de Comercio de Medellín, según la cual, en Antioquia, el 99,4 % de las empresas lideradas por mujeres son microempresas.
Lograr mantener un emprendimiento en el tiempo debe cumplir con tareas mínimas, como garantizar un mínimo de ventas de los productos o servicios, conseguir el capital financiero a través de sus clientes, de créditos e inversiones y lograr el punto de equilibrio, cuando la empresa tiene utilidades. Sin embargo, esta ruta es más complicada de transitar para las emprendedoras.
De acuerdo con Johanna Urrutia, directora de programas de la Fundación WWB Colombia, “para lograr la estrategia comercial se requiere fortalecer capacidades técnicas en negociación, un campo que en términos históricos ha sido monopolizado por los hombres; para acceder a algún tipo de crédito requieren garantías, soportes de ingresos y tener una vida financiera activa, algo que no es tan frecuente para las mujeres, pues cuanto más vulnerable sea su condición económica menos inclusión financiera encontramos”.
Un punto en el que coinciden Castaño y Urrutia es en la necesidad de hacer una gestión empresarial adecuada, llevar una trazabilidad de las cuentas y hacer un análisis del paso a paso económico de la empresa para poder acceder a servicios financieros. En el caso de muchas emprendedoras, todo este proceso se complica por el rol de cuidado, en el que asumen una mayor carga. “Llevar las cuentas, desarrollar estrategias de negocio, diseñar o producir los productos y adicionalmente encargarse de labores de cuidado es muy complejo”, puntualiza Urrutia.
Ocuparse del cuidado de adultos mayores o niños y del trabajo del hogar, en general, es una de las razones por las que algunas mujeres deciden crear microempresas, para tener la posibilidad de cumplir con dos trabajos: el remunerado y el no remunerado, explica Carlos Rojas Arenas, presidente ejecutivo de la Cámara de Comercio de Casanare, donde impulsan la participación de más mujeres en emprendimientos culturales y de sectores con baja representación, como ganadería sostenible y el sector tecnológico.
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Cabe resaltar que el tiempo invertido por las mujeres en este trabajo no es solo mayor que el de los hombres, sino que equivale a casi una jornada de trabajo. Según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT) del DANE, en el período 2020-2021, las mujeres ocuparon 7:46 horas cada día en actividades de trabajo no remunerado, mientras que los hombres gastaron apenas 3:06 horas diarias en la misma tarea.
Acceder a sistemas de cuidado eficientes que les permitan disminuir su carga de trabajo no remunerado, programas de educación financiera y emprendimiento e inclusión financiera con enfoque de género son algunas de las herramientas que pueden darles las garantías necesarias a los emprendimientos liderados por mujeres y evitar que, como dice Trujillo, se conviertan en trabajo informal y sin oportunidades de autonomía económica.
“Hacen falta políticas con enfoque de género, que se ponga en marcha el Sistema Nacional de Cuidado porque, de lo contrario, las barreras para generar ingresos propios se mantienen. Se deben tener en cuenta las experiencias de asociatividad ya desarrolladas por mujeres, en territorios, en zonas rurales, ofrecer formación de acuerdo con la vocación productiva de los territorios y, sobre todo, garantizar que el apoyo no sea solo entregar un capital semilla sino garantizar sostenibilidad y cumplimiento de todos los derechos”, puntualiza Trujillo.
En cuanto al acceso a programas de educación financiera y emprendimiento, a los cuales se puede acceder a través de organizaciones sin ánimo de lucro, gobiernos locales y fundaciones de entidades financieras, los expertos dicen que deben contar con un enfoque de género que les brinde opciones a las emprendedoras de participar en sectores como la tecnología y la construcción, además de proporcionar herramientas para que las mujeres puedan identificar oportunidades de independencia económica.
“Llevaba tiempo buscando cómo digitalizar nuestro emprendimiento, pero entre los viajes a Santander de Quilichao, el trabajo, la elaboración de las velas y el empaque de los demás productos no me daba la vida”, recuerda Yian Álvarez, quien ahora cursa un taller en marketing digital ofertado por el SENA para, entre otras herramientas, aprender a sacarles provecho a las redes sociales en favor de su negocio.
Urrutia explica que tener en cuenta los tiempos, el contexto y los múltiples roles que cumplen las mujeres es indispensable para que los programas ofertados tengan éxito y logren permear las necesidades de las emprendedoras. Desde su experiencia, “un curso de más de cinco horas a la semana resulta en la deserción de un número considerable de participantes, por la carga de los demás roles que asumen en sus hogares y comunidades”.