Mujeres tumaqueñas apuestan por la paz y eliminar violencias de género con cacao
Más de 100 mujeres del Consejo Comunitario Bajo Mira y Frontera en Tumaco (Nariño) trabajan juntas con el cacao para generar otras fuentes de trabajo. Con sus esfuerzos, quieren que Tumaco sea visto más allá del conflicto armado.
Silvia Corredor Rodríguez
“El cacao es una siembra de vida para mí, es paz, amor, recuperación, juntanza, familia. No tengo cómo expresar todo lo que el cacao genera en nosotras como mujeres, madres, amigas, hermanas y abuelas”.
Estas fueron las palabras de María Eufemia Mina en entrevista con El Espectador durante su visita a Bogotá hace unas semanas. Con voz fuerte, mirada fija y un apretón de mano cariñoso, pero contundente, me saludó presentándose como cacaotera y partera del Consejo Comunitario Bajo Mira y Frontera, ubicado en Tumaco (Nariño). Junto a otras compañeras visitaban la capital por el lanzamiento del libro Behind Cacao, que recoge sus experiencias, recetas y cómo retomar este cultivo ancestral de la región que ha traído transformaciones a sus territorios.
“Nos emociona mucho tener este libro porque somos las protagonistas con el cacao y nos sentimos muy orgullosas del proceso, porque fuimos nosotras quienes lo construimos con el apoyo de la Fundación Ayuda en Acción”, señaló Lorcy Ceballos Mina, tumaqueña del Consejo Comunitario Bajo Mira y Frontera.
Este libro de 150 páginas se construyó en alianza con la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y un grupo de 100 mujeres que constituyen la Asociación de Mujeres Canasteando.
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Con crónicas, recetas y fotografías del proceso del cacao y los productos a la venta de las mujeres, esta obra forma parte de la primera fase del proyecto de fortalecimiento de la cadena de valor del cacao en Nariño, Cauca y Valle del Cauca con Ayuda en Acción, una fundación que lleva más de 15 años trabajando en Colombia por el desarrollo agrícola. En esos años, las mujeres de Canasteando pudieron consolidar una fábrica de transformación de cacao para no solo sacarlo en pepa, sino también convertirlo en bombones rellenos, chocolatinas y chocolate de mesa.
Según me contaron las mujeres tumaqueñas durante su visita, decidieron juntarse, buscar otro camino para conseguir recursos, retomando sus cultivos ancestrales y dejando de lado la coca, y apostar por la paz y su autonomía económica.
“Con el cacao crecimos y nos criamos y estamos recuperándolo porque lo perdimos cuando llegó la coca. La gente empezó a sembrar coca pensando que era lo mejor que se podía hacer, buscando facilidad para una buena economía, pero nos dimos cuenta de que no era por ahí”, señaló María Eufemia Mina.
El último informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC por sus siglas en inglés) sobre la presencia de cultivos de coca en Colombia expone que Tumaco tiene más de 20.000 hectáreas, ubicándolo en el segundo lugar luego de Tibú (Norte de Santander) con más de 22.000 hectáreas de coca.
Lea también: “Es la oportunidad para el desarrollo alternativo”: UNODC sobre monitoreo de coca
Durante estos cuatro años del proyecto, cerca de 250 familias recibieron capacitaciones en catación, siembra de plantas de cacao y transformación de los productos para alimentos. En entrevista con El Espectador, María Isabel Cerón, directora para Colombia de Ayuda en Acción, aseguró que se implementará próximamente una segunda fase del proyecto que irá por cuatro años más para potencializar la producción y crear acuerdos comerciales con grandes empresas de chocolate en el país.
“Para que estos procesos no se caigan, necesitan un acompañamiento de largo aliento. Entonces estamos acompañando a las organizaciones para que encuentren sus nichos de mercado a nivel regional, departamental, nacional e, incluso, internacional”, aseguró Cerón.
La directora para Colombia de Ayuda en Acción también le afirmó a esta redacción que se lograron tres acuerdos comerciales con Cacao Hunters, una transformadora y comercializadora de chocolate. Por temas de calidad, el precio de pago es más alto en comparación con el mercado habitual y se abren las puertas de comercializar con mercados especializados fuera del país.
La ruta del cacao de Canasteando
Esta organización de mujeres afrocolombianas nació como una juntanza entre vecinas que comenzaron cultivando cacao y procesándolo solo para el consumo de sus hogares. Su propuesta era novedosa en el territorio, pues le apostaban al cacao 100 % orgánico, sin azúcares añadidos, característica que no gustó al primer momento en el territorio.
Lorcy Ceballos Mina recordó que comenzaron a promocionar sus productos enseñándole a la gente la importancia de consumir el cacao así, a vivir una experiencia diferente con el sabor y, poco a poco, comenzaron a tener más acogida. Como todo inicio, no fue fácil y generó una serie de retos y esfuerzos, no solo físicos sino también económicos.
“Había días que no comíamos porque era descascarillado a mano. Empezamos con 10 kilos que sacamos nosotras mismas de nuestros bolsillos y comprábamos, y en la sede del Consejo Comunitario comenzaron a hacer nuestro proceso. Así fuimos subiendo de a 10, 20 y 30 kilos”, comentó Ceballos.
Con la llegada de maquinaria y capacitaciones, las mujeres de Canasteando se dieron cuenta de que su producto podía tener un valor agregado y mayores ganancias, pues, hasta entonces, gran parte de la producción se vendía por la frontera con Ecuador y pagada en dólares.
Además del chocolate de mesa tradicional, comenzaron a producir una versión con clavos y canela, chocolatinas y bombones rellenos con las frutas típicas de la región, como el ciruelo, el arazá, la guayaba, el naidí, que proviene de una palmera, y algunas plantas medicinales. Para María Eufemia Mina, es un sueño estar haciendo todo esto con el cacao y, en su caso, ser operaria de la planta en la transformación de bombones y chocolatinas. “Jamás pensamos que íbamos a tener estas capacidades de tener ahorita productos como estos”, enfatizó.
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El proyecto cacaotero de las mujeres de Canasteando no solo les ha dado vida porque las mantiene unidas y aprendiendo, sino también porque les ha permitido crear una red de apoyo para afrontar juntas las violencias basadas en género. Así como una taza de un buen chocolate puede sanar las penas, cultivar, hablar, llorar y escucharse también lo ha hecho.
Más que cacao: la lucha contra las violencias basadas en género
“No son solo los cambios a las fincas, sino también internamente a nosotras como mujeres”, señaló Lorcy Ceballos ante mi pregunta sobre cómo el proyecto del cacao ha traído transformaciones en sus vidas. Me contó que a lo largo de estos años también han recibido charlas sobre prevención de violencias y que en el día a día han podido aplicar esos conocimientos.
Un ejemplo de ello es que entre las integrantes de la asociación están construyendo una red de personas capacitadas que puedan contactar cuando una mujer sea violentada. Su mayor preocupación es que sigan pasando revictimizaciones o hechos de culpa o más violencia por si se acercan a alguna entidad o espacio donde el primer contacto sea con un hombre o una persona no capacitada.
Otra de las acciones que han tomado es crear un fondo (de las ganancias de la venta de cacao) para apoyar a las mujeres que necesiten salir de sus casas por violencia. “Entre nosotras nos apoyamos, nos escuchamos y lloramos. Siempre dijimos que el proyecto era para poder trabajar por nosotras, fortalecernos y que el dinero que ganemos sea para nosotras mismas”, agregó.
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Ceballos también comentó que la Asociación de Mujeres Canasteando impulsa la autonomía económica de sus integrantes, pues reconocen que al no tener ingresos se genera una dependencia con la pareja, y así es más difícil salir de una situación de violencia, pues “no hay con qué”. Me explicó que para las mujeres no es fácil que sus hijos pequeños les pidan comida o ropa y no tener con qué darles, o reaccionar de mala forma como consecuencia a la presión o discusiones con la pareja.
María Eufemia Mina también es directora de la Asociación de Mujeres Parteras del Consejo Comunitario Bajo Mira y Frontera (integrada por 46 parteras del territorio), y desde este espacio ha encontrado la importancia de la escucha y el diálogo para poder soltar todas aquellas cosas que hieren y buscar ayuda. Ella enfatizó en que no solo pasa con las mujeres, sino también con los hombres, que desde ese ideal de “macho” y “que no llora ni expresa lo que siente” logran tramitar muchas de sus experiencias de dolor.
Desde Ayuda en Acción también las han apoyado con diplomados y procesos de formación en empoderamiento femenino, en donde han podido conversar colectivamente los impactos de esas violencias de género, cómo identificarlas y la importancia de prevenir estos comportamientos. Por esto, el trabajo con los jóvenes del Consejo Comunitario ha sido central, no solo en estos procesos de prevención de violencias basadas en género, sino también en la transmisión de conocimientos ancestrales.
En la asociación también tienen un equipo de jóvenes que se llama La Bodita, que alude a un nombre ancestral sobre la juntanza de varias personas para compartir, pescar, cocinar y “pasar el rato”. En este caso, también se suma la transmisión de conocimientos sobre la siembra y el cultivo de cacao y de otras prácticas ancestrales que, según cuentan, se han estado perdiendo entre las nuevas generaciones.
“Queremos dejarles un legado a los jóvenes para que ellos digan: ‘Las mayoras ya sembraron, nos toca a nosotros cosechar y volver a sembrar’. Eso queremos, que no se pierda, que la familia sea el pilar y que no vivan con inseguridad ni sintiéndose incapaces de sentir que se van a caer y nadie los sostendrá. Aquí, el que se cae con nosotros se levanta con nosotros”, comentó Mina.
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Por esa misma línea de colectividad y apoyo, en la Asociación también crearon un espacio seguro para los niños cuando sus madres van a trabajar a la fábrica transformadora del cacao, así ellos puedan tener un espacio seguro de diversión y aprendizaje. Por ejemplo, reciben refuerzos de tareas, pueden aprender a tocar instrumentos musicales y jugar con material didáctico que han conseguido en estos años.
Todos estos esfuerzos de las mujeres tumaqueñas tienen un motor y es la búsqueda de una vida tranquila, feliz y en paz. Que puedan disfrutar su territorio y dejarles a sus generaciones sus tradiciones y saberes para seguir transformando sus realidades.
“El cacao es una siembra de vida para mí, es paz, amor, recuperación, juntanza, familia. No tengo cómo expresar todo lo que el cacao genera en nosotras como mujeres, madres, amigas, hermanas y abuelas”.
Estas fueron las palabras de María Eufemia Mina en entrevista con El Espectador durante su visita a Bogotá hace unas semanas. Con voz fuerte, mirada fija y un apretón de mano cariñoso, pero contundente, me saludó presentándose como cacaotera y partera del Consejo Comunitario Bajo Mira y Frontera, ubicado en Tumaco (Nariño). Junto a otras compañeras visitaban la capital por el lanzamiento del libro Behind Cacao, que recoge sus experiencias, recetas y cómo retomar este cultivo ancestral de la región que ha traído transformaciones a sus territorios.
“Nos emociona mucho tener este libro porque somos las protagonistas con el cacao y nos sentimos muy orgullosas del proceso, porque fuimos nosotras quienes lo construimos con el apoyo de la Fundación Ayuda en Acción”, señaló Lorcy Ceballos Mina, tumaqueña del Consejo Comunitario Bajo Mira y Frontera.
Este libro de 150 páginas se construyó en alianza con la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y un grupo de 100 mujeres que constituyen la Asociación de Mujeres Canasteando.
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Con crónicas, recetas y fotografías del proceso del cacao y los productos a la venta de las mujeres, esta obra forma parte de la primera fase del proyecto de fortalecimiento de la cadena de valor del cacao en Nariño, Cauca y Valle del Cauca con Ayuda en Acción, una fundación que lleva más de 15 años trabajando en Colombia por el desarrollo agrícola. En esos años, las mujeres de Canasteando pudieron consolidar una fábrica de transformación de cacao para no solo sacarlo en pepa, sino también convertirlo en bombones rellenos, chocolatinas y chocolate de mesa.
Según me contaron las mujeres tumaqueñas durante su visita, decidieron juntarse, buscar otro camino para conseguir recursos, retomando sus cultivos ancestrales y dejando de lado la coca, y apostar por la paz y su autonomía económica.
“Con el cacao crecimos y nos criamos y estamos recuperándolo porque lo perdimos cuando llegó la coca. La gente empezó a sembrar coca pensando que era lo mejor que se podía hacer, buscando facilidad para una buena economía, pero nos dimos cuenta de que no era por ahí”, señaló María Eufemia Mina.
El último informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC por sus siglas en inglés) sobre la presencia de cultivos de coca en Colombia expone que Tumaco tiene más de 20.000 hectáreas, ubicándolo en el segundo lugar luego de Tibú (Norte de Santander) con más de 22.000 hectáreas de coca.
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Durante estos cuatro años del proyecto, cerca de 250 familias recibieron capacitaciones en catación, siembra de plantas de cacao y transformación de los productos para alimentos. En entrevista con El Espectador, María Isabel Cerón, directora para Colombia de Ayuda en Acción, aseguró que se implementará próximamente una segunda fase del proyecto que irá por cuatro años más para potencializar la producción y crear acuerdos comerciales con grandes empresas de chocolate en el país.
“Para que estos procesos no se caigan, necesitan un acompañamiento de largo aliento. Entonces estamos acompañando a las organizaciones para que encuentren sus nichos de mercado a nivel regional, departamental, nacional e, incluso, internacional”, aseguró Cerón.
La directora para Colombia de Ayuda en Acción también le afirmó a esta redacción que se lograron tres acuerdos comerciales con Cacao Hunters, una transformadora y comercializadora de chocolate. Por temas de calidad, el precio de pago es más alto en comparación con el mercado habitual y se abren las puertas de comercializar con mercados especializados fuera del país.
La ruta del cacao de Canasteando
Esta organización de mujeres afrocolombianas nació como una juntanza entre vecinas que comenzaron cultivando cacao y procesándolo solo para el consumo de sus hogares. Su propuesta era novedosa en el territorio, pues le apostaban al cacao 100 % orgánico, sin azúcares añadidos, característica que no gustó al primer momento en el territorio.
Lorcy Ceballos Mina recordó que comenzaron a promocionar sus productos enseñándole a la gente la importancia de consumir el cacao así, a vivir una experiencia diferente con el sabor y, poco a poco, comenzaron a tener más acogida. Como todo inicio, no fue fácil y generó una serie de retos y esfuerzos, no solo físicos sino también económicos.
“Había días que no comíamos porque era descascarillado a mano. Empezamos con 10 kilos que sacamos nosotras mismas de nuestros bolsillos y comprábamos, y en la sede del Consejo Comunitario comenzaron a hacer nuestro proceso. Así fuimos subiendo de a 10, 20 y 30 kilos”, comentó Ceballos.
Con la llegada de maquinaria y capacitaciones, las mujeres de Canasteando se dieron cuenta de que su producto podía tener un valor agregado y mayores ganancias, pues, hasta entonces, gran parte de la producción se vendía por la frontera con Ecuador y pagada en dólares.
Además del chocolate de mesa tradicional, comenzaron a producir una versión con clavos y canela, chocolatinas y bombones rellenos con las frutas típicas de la región, como el ciruelo, el arazá, la guayaba, el naidí, que proviene de una palmera, y algunas plantas medicinales. Para María Eufemia Mina, es un sueño estar haciendo todo esto con el cacao y, en su caso, ser operaria de la planta en la transformación de bombones y chocolatinas. “Jamás pensamos que íbamos a tener estas capacidades de tener ahorita productos como estos”, enfatizó.
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El proyecto cacaotero de las mujeres de Canasteando no solo les ha dado vida porque las mantiene unidas y aprendiendo, sino también porque les ha permitido crear una red de apoyo para afrontar juntas las violencias basadas en género. Así como una taza de un buen chocolate puede sanar las penas, cultivar, hablar, llorar y escucharse también lo ha hecho.
Más que cacao: la lucha contra las violencias basadas en género
“No son solo los cambios a las fincas, sino también internamente a nosotras como mujeres”, señaló Lorcy Ceballos ante mi pregunta sobre cómo el proyecto del cacao ha traído transformaciones en sus vidas. Me contó que a lo largo de estos años también han recibido charlas sobre prevención de violencias y que en el día a día han podido aplicar esos conocimientos.
Un ejemplo de ello es que entre las integrantes de la asociación están construyendo una red de personas capacitadas que puedan contactar cuando una mujer sea violentada. Su mayor preocupación es que sigan pasando revictimizaciones o hechos de culpa o más violencia por si se acercan a alguna entidad o espacio donde el primer contacto sea con un hombre o una persona no capacitada.
Otra de las acciones que han tomado es crear un fondo (de las ganancias de la venta de cacao) para apoyar a las mujeres que necesiten salir de sus casas por violencia. “Entre nosotras nos apoyamos, nos escuchamos y lloramos. Siempre dijimos que el proyecto era para poder trabajar por nosotras, fortalecernos y que el dinero que ganemos sea para nosotras mismas”, agregó.
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Ceballos también comentó que la Asociación de Mujeres Canasteando impulsa la autonomía económica de sus integrantes, pues reconocen que al no tener ingresos se genera una dependencia con la pareja, y así es más difícil salir de una situación de violencia, pues “no hay con qué”. Me explicó que para las mujeres no es fácil que sus hijos pequeños les pidan comida o ropa y no tener con qué darles, o reaccionar de mala forma como consecuencia a la presión o discusiones con la pareja.
María Eufemia Mina también es directora de la Asociación de Mujeres Parteras del Consejo Comunitario Bajo Mira y Frontera (integrada por 46 parteras del territorio), y desde este espacio ha encontrado la importancia de la escucha y el diálogo para poder soltar todas aquellas cosas que hieren y buscar ayuda. Ella enfatizó en que no solo pasa con las mujeres, sino también con los hombres, que desde ese ideal de “macho” y “que no llora ni expresa lo que siente” logran tramitar muchas de sus experiencias de dolor.
Desde Ayuda en Acción también las han apoyado con diplomados y procesos de formación en empoderamiento femenino, en donde han podido conversar colectivamente los impactos de esas violencias de género, cómo identificarlas y la importancia de prevenir estos comportamientos. Por esto, el trabajo con los jóvenes del Consejo Comunitario ha sido central, no solo en estos procesos de prevención de violencias basadas en género, sino también en la transmisión de conocimientos ancestrales.
En la asociación también tienen un equipo de jóvenes que se llama La Bodita, que alude a un nombre ancestral sobre la juntanza de varias personas para compartir, pescar, cocinar y “pasar el rato”. En este caso, también se suma la transmisión de conocimientos sobre la siembra y el cultivo de cacao y de otras prácticas ancestrales que, según cuentan, se han estado perdiendo entre las nuevas generaciones.
“Queremos dejarles un legado a los jóvenes para que ellos digan: ‘Las mayoras ya sembraron, nos toca a nosotros cosechar y volver a sembrar’. Eso queremos, que no se pierda, que la familia sea el pilar y que no vivan con inseguridad ni sintiéndose incapaces de sentir que se van a caer y nadie los sostendrá. Aquí, el que se cae con nosotros se levanta con nosotros”, comentó Mina.
Le puede interesar: Prevenir las violencias contra mujeres y niñas es un asunto colectivo: ONU Mujeres
Por esa misma línea de colectividad y apoyo, en la Asociación también crearon un espacio seguro para los niños cuando sus madres van a trabajar a la fábrica transformadora del cacao, así ellos puedan tener un espacio seguro de diversión y aprendizaje. Por ejemplo, reciben refuerzos de tareas, pueden aprender a tocar instrumentos musicales y jugar con material didáctico que han conseguido en estos años.
Todos estos esfuerzos de las mujeres tumaqueñas tienen un motor y es la búsqueda de una vida tranquila, feliz y en paz. Que puedan disfrutar su territorio y dejarles a sus generaciones sus tradiciones y saberes para seguir transformando sus realidades.