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Las narrativas sobre drogas en Colombia y Latinoamérica están cargadas de estereotipos de género que afectan a las mujeres al criminalizarlas injustamente, exponerlas a más violencias e incluso invisibilizar su relación cultural con cultivos de hoja de coca, marihuana y amapola.
En los diferentes eslabones de la cadena -cultivo, transporte, consumo y tráfico- las mujeres han tenido roles como cultivadoras, jornaleras, raspachinas, productoras, finqueras, colaboradoras, cocineras, transportadoras, consumidoras de sustancias psicoactivas (SPA) y coordinadoras del mercado ilegal de drogas. En estos se enfrentan a múltiples violencias en razón del género y a la negación de derechos humanos fundamentales.
¿Qué factores complejizan la participación de las mujeres en las distintas etapas del mercado ilícito de las drogas? ¿Qué afectaciones diferenciadas afrontan? Estas y más preguntas las aborda la segunda entrega de “Desintoxicando narrativas”, un proyecto de Elementa DD. HH. que, con apoyo de la fundación FES Colombia, busca transformar las dinámicas comunicativas sobre la política de drogas en los medios de comunicación y espacios de debate público y político.
En el documento, de 86 páginas, esta organización de derechos humanos -que trabaja desde un enfoque sociojurídico y político para la construcción y fortalecimiento de los derechos humanos en Colombia y México- entregan una serie de herramientas para transformar las narrativas periodísticas y discursivas alrededor de las drogas. En esta ocasión, promoviendo el enfoque de género e invitando a que se comprendan los contextos de las mujeres cuando se narren temas relacionados con las sustancias psicoactivas.
“En estos años nos dimos cuenta de que hay muchas narrativas ligadas a las mujeres en el mundo de las drogas que son bastante estigmatizantes, machistas y misóginas. Desde las direcciones de Elementa (en Colombia y México) se vio la necesidad de buscar y brindar herramientas para que esto no siga sucediendo con los periodistas, principalmente, de América Latina”, afirmó Paula Hernández Vargas, coordinadora de esta segunda entrega del proyecto de Elementa DD. HH.
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En varios titulares de productos periodísticos, discursos políticos o conversaciones informales es muy recurrente escuchar expresiones como “se fue de mula”, son “correos humanos”, “son narcotraficantes por sembrar coca”, “la esposa del narco”, “madres adictas”, “cayó en las drogas”, entre otras. Este kit nos invita a transformar esas frases y hacer un uso adecuado del lenguaje en este tema, utilizando algunas como “transportadoras de sustancias psicoactivas”, “persona con consumo problemático” y “persona con dependencia a las drogas”.
Además, con un lente feminista y de género, el equipo de Elementa DD. HH. resaltó que es importante entender los factores que complican la participación de las mujeres en las distintas etapas del mercado ilícito de drogas, para no caer en una comunicación estereotípica, cero rigurosa y violenta.
Por ejemplo, el poder económico es uno de esos factores, pues muchas veces, las mujeres participan buscando un sustento económico propio y para sus familias. Esto también lleva a otro factor y es que, principalmente, se trata de mujeres que pertenecen a sectores marginados o desfavorecidos de la sociedad, lo que favorece su inmersión en este mercado.
Una de las claves principales que resalta el kit es utilizar la interseccionalidad como herramienta. ¿Por qué? Porque permite dar cuenta de las relaciones de poder, las diversas formas de desventaja o privilegio que pueda tener la persona protagonista de la historia y cómo la suma de estos elementos da un panorama más completo de la situación.
La guerra contra las drogas y la criminalización de las mujeres
Han pasado 54 años desde que el entonces presidente Richard Nixon declaró oficialmente la guerra contra las drogas en Estados Unidos y, poco después, se convirtió en una estrategia política global que muchos señalan de fallida. Acompañada de una serie de acciones legales, como convenios y declaraciones, se generó un ambiente de prohibicionismo, persecución, criminalización y estigmatización que se centró en las personas que consumen, portan, cultivan y transportan drogas.
Las mujeres forman parte del grupo población que ha sufrido los efectos de esta guerra y, según investigaciones del Consorcio Internacional sobre Políticas de Drogas (IDPC, por su sigla en inglés), la guerra contra las drogas es la razón principal por la cual las mujeres son encarceladas en América Latina. Desde la década de 2000 los países de la región han vivido un incremento de población femenina en prisión de un 56 % en 22 años.
En países como Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México, Paraguay, Perú y Venezuela las mujeres son encarceladas, principalmente, por delitos relacionados con las sustancias psicoactivas. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) documentó que en algunos países de la región, se presentó un aumento significativo de la población carcelaria en este milenio. Ellos son: El Salvador, con un aumento de hasta diez veces; Estados Unidos, con un aumento de ocho veces; Brasil, con seis veces; y Honduras y Guatemala, con un incremento de cinco.
Muchas veces esto se debe a las detenciones preventivas que pueden durar meses o años para comprobar la culpabilidad de las mujeres. Esta situación genera inseguridad jurídica para la implicada y afectaciones a sus familias, pues principalmente sucede con mujeres cabezas de hogar.
En su investigación para la construcción de esta segunda entrega de “Desintoxicando narrativas”, el equipo de Elementa DD. HH. identificó que a pesar de ser menos las mujeres reportadas como usuarias de sustancias psicoactivas, recaen sobre ellas estereotipos de género que profundizan las sanciones sociales y legales. Algunas de ellas son la pérdida de custodia de sus hijos o hijas, señalamiento, rechazo y violencia. Incluso, estas situaciones se incrementan cuando las mujeres consumidoras son parte de grupos como sobrevivientes de violencias, trabajadoras sexuales, personas privadas de la libertad o minorías étnicas.
En entrevista con Isabel Pereira, coordinadora de la línea de política de drogas de Dejusticia, contó las principales afectaciones que generan las narrativas estigmatizantes sobre las mujeres, a partir de una investigación que realizó con otros colegas, titulada “Mujeres, calle y prohibición: cuidado y violencia a los dos lados del Otún”.
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“Lo que vimos es que las mujeres que tenían hijos en espacios de consumo de drogas eran altamente castigadas socialmente, estigmatizadas, separadas de sus hijos, sin que mediara el hecho de que estar en un consumo podría ser una oportunidad para el Estado de brindar tratamiento. La respuesta ha sido: ‘Usted no es apta para tener hijos’”, resaltó.
La investigación de la coordinadora de la línea política de drogas de Dejusticia -que se convirtió en libro- también señala que la política de drogas y las experiencias femeninas con el uso de las drogas, considerada como transgresora, es recibida con actos de misoginia institucional. Esto conlleva que condiciones de salud y generales de la vida de las mujeres sean exacerbadas.
Afectaciones a las mujeres de grupos étnicos
“La estigmatización tanto a mujeres campesinas como indígenas que tienen una relación tradicional con la hoja de coca, particularmente, se basa en un desconocimiento y genera un primer impacto en derechos reconocidos por la Corte Constitucional. Por ejemplo, el relacionamiento tradicional que ha pasado de generación en generación con comunidades indígenas y hoja de coca”, afirmó Paula Aguirre Ospina, directora de la oficina en Colombia de Elementa DD. HH.
En diferentes partes de Colombia, pero también de países como Bolivia y Perú, existe un relacionamiento con estas economías por temas culturales, religiosos y hasta nutritivos, acciones que también son criminalizadas y perseguidas. Hay prácticas culturales que se basan en el uso de la hoja de coca y también en el procesamiento de la misma, por ejemplo, para producción de tés. Cuando se afectan los cultivos destinados para ello se genera una vulneración de derechos culturales y económicos, principalmente.
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“En muchos casos se persiguen los cultivos, se erradican de forma forzada y esto ha derivado en enfrentamientos con la Fuerza pública, pues las comunidades defienden sus cultivos que muchas veces son para su subsistencia económica. Esto afecta sus derechos económicos, vida digna y derechos básicos de alimentación, todo por desconocimiento e ignorancia”, resaltó Aguirre.
El equipo de investigación de Elementa DD. HH. señaló que a pesar de que no existe un registro claro sobre las mujeres involucradas en estas economías, en Colombia se estima que casi la mitad de las integrantes de las familias en zonas de cultivos de coca son mujeres. En muchos casos son mujeres que también participan en organizaciones comunitarias, lo que las lleva a tener una triple jornada: cultivadoras, cuidadoras y movilizadoras sociales.
¿Cómo desintoxicar las narrativas?
El kit de “Desintoxicando narrativas” hace una invitación, que a la vez es uno de los mayores retos, y es evitar la promoción de estereotipos de género o narrativas misóginas alrededor del tema. Para ello recomiendan usar comillas para palabras o frases que se utilizan en la cotidianidad y son referencias para la audiencia, pero, a su vez, añadir las palabras más asertivas.
Otra recomendación para evitar caer en narrativas que refuercen los estereotipos es “ponerse los lentes de género”. Esto debe ir acompañado, según el kit, con un enfoque interseccional y de derechos humanos que den cuenta de las estructuras de desigualdad y elementos contextuales de la mujer protagonista de la historia.
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“Muchas veces, por cultivar a las mujeres se las marca de ‘microtraficantes’, sin explicar que en muchos casos, como el colombiano, la hoja de coca termina siendo más rentable que otro tipo de cultivos y es la única opción para algunas de ellas”, resaltó Paula Hernández Vargas.
Introducir nuevas narrativas, más pedagógicas, informativas, responsables y éticas, son centrales para la transformación de “percepciones tóxicas y punitivas arraigadas en la sociedad”, como se resalta en el kit. Para ello, Isabel Pereira también señala la importancia de narrar historias no desde el drama, sino desde la normalidad y la cotidianidad, desde las trayectorias de vida sin caer en mentiras ni cargas desproporcionadas hacia las mujeres.
Todo este proceso de transformación de narrativas debe ir acompañado de un proceso de formación y balance de fuentes, según señala Hernández, pues muchas veces el desconocimiento es la raíz principal de la estigmatización hacia las mujeres en estos temas. ¿Cómo estamos narrando sucesos sobre mujeres y drogas? ¿Cuáles son nuestros comentarios alrededor del tema? ¿Estamos dispuestos a desprendernos de nuestros prejuicios? La invitación está abierta y la tarea es de todos los días.
¿Qué tan tóxicas son sus narrativas?
A través de un test de 10 preguntas, Elementa DD. HH. realiza un ejercicio interactivo para reflexionar sobre las narrativas que se tienen sobre mujeres y drogas, y qué acciones se pueden tomar para transformarlas.
En las próximas semanas la difusión de su kit de “Desintoxicando narrativas” espera llegar a instituciones del Gobierno como el Ministerio de Justicia, Ministerio de Salud, el Congreso y a medios de comunicación en Colombia y México mediante capacitaciones.
Además, esperan poder llevar estas reflexiones a mujeres privadas de la libertad que usan sustancias psicoactivas y a quienes trabajan con ellas, al igual que a la academia, para seguir dando la discusión sobre el cambio de estas narrativas.
Para descargar y acceder al kit, haga clic aquí.