“No concebimos trabajar por el desarrollo sin enfoque de género”: directora Fupad
Katie Taylor explica cómo la diversidad, incluyendo la de género, ayuda a desempeñar mejor la labor de la entidad, que cumple 60 años.
José David Escobar Franco
La Fundación Panamericana para el Desarrollo (FUPAD), afiliada a la OEA, lleva 60 años trabajando por el acceso a derechos en la región y apoyando iniciativas comunitarias de desarrollo sostenible en poblaciones vulnerables.
El 8 de marzo, Katie Taylor, directora ejecutiva de FUPAD, estuvo en Bogotá para celebrar conjuntamente el Día de la Mujer y el aniversario de la fundación. La razón es que la equidad de género y el desarrollo sostenible son, para la organización, una misma cosa y para su directora, una causa personal.
En entrevista con El Espectador, Taylor hace un balance del trabajo de la Fundación en Colombia y América Latina por la inclusión y sostenibilidad y explica cómo este trabajo tiene como prioridad el empoderamiento de las mujeres. La directora también cuenta cómo su contexto y el feminismo han influenciado su trabajo.
¿Cuál es el balance tras 60 años de trabajo en América Latina y particularmente en Colombia?
La FUPAD ha tenido fuerte presencia institucional en Colombia desde el año 2000. Hemos trabajado en los 32 departamentos del país, en más de 400 municipios. Nuestra labor es con las poblaciones más vulnerables y excluidas, y todo lo hacemos con enfoque de inclusión y sostenibilidad con todos los tipos de poblaciones: por ejemplo, étnicas y LGBTQ. Entre nuestras prioridades está el empoderamiento de las mujeres. Vinimos a Colombia para celebrar el Día Internacional de la Mujer. Somos una organización liderada por mujeres. Yo soy la directora ejecutiva, la doctora Elizabeth Fox es la directora de programas y Soraya Osorio es directora general de FUPAD en Colombia.
¿Qué objetivos de largo plazo tienen?
Nuestra visión es tener un hemisferio de oportunidades para todas las personas. Esto evidentemente es de muy largo plazo y venimos trabajando en ello hace 60 años. ¿Cómo trabajamos? Allí sí hay más acciones de corto plazo. Trabajamos a nivel del territorio, a nivel poblacional y a nivel necesidad local, conjuntamente con las poblaciones en los procesos. Evitamos la óptica asistencial, aunque sabemos que hay momentos de necesidad de ayuda humanitaria en los que también participamos. Me gusta el viejo dicho de “si le das a alguien un pez, le das de comer un día; si le enseñas a pescar, le das de comer para toda la vida”. Nosotros, además, enseñamos a “comerciar el pescado” en el plano digital.
¿Cómo cambian los programas de FUPAD al implementarlos cuando se abordan con enfoque de género?
El enfoque de género para nosotros está totalmente integrado en nuestro trabajo y no lo concebimos de otra manera. Tomemos, por ejemplo, el trabajo con poblaciones migrantes desplazadas, pues nosotros fuimos una de las primeras organizaciones en Colombia en trabajar con desplazados y en la migración venezolana somos una de las organizaciones que trabaja más a nivel hemisférico. Nuestro trabajo parte de una atención a necesidades básicas, pero con un enfoque de género. La migración no es un tema teórico, es un tema con cara humana y esa cara humana puede ser una madre con tres hijos, una mujer embarazada, una mujer lactante, un hombre, una anciana… entonces ese apoyo inmediato tiene que tomar en cuenta las necesidades específicas, incluyendo las necesidades de género. A mediano plazo se puede brindar apoyo psicosocial, pues un proceso migratorio puede ser traumático, o apoyos con los trámites de regularización. Esto les ayuda a ellos y a sus familias a acceder a algunos derechos básicos como salud y trabajo. En el largo plazo, esto lleva también al acceso a derechos y justicia, pues las poblaciones migrantes tienden a ser más vulnerables a violencia de género y trata de personas.
También trabajamos por las comunidades de acogida mediante el fortalecimiento de capacidades que permitan generar más empleos. Cuando creamos estas oportunidades pensamos, por ejemplo, que las mujeres trabajadoras puedan llevar a sus hijos al colegio. De esta manera todos ganan.
¿Para ustedes qué es lo prioritario: el empoderamiento económico o el acceso a derechos?
No es uno u otro: apostamos por ambas cosas. En cada proyecto estimamos necesidades específicas y en cada uno buscamos efectos positivos en términos de género. Para eso hemos estudiado mucho y estamos actualizados en conocimientos en la materia, pero para eso también escuchamos a las comunidades, para saber de su propia voz cuáles son sus necesidades. ¿En el caso de los migrantes, necesitan permiso de trabajo? ¿Acceso al agua? ¿Apoyo para proyectos productivos?
Usted pasó de trabajar en General Electric, sector privado, al sector público, con USAID. Ahora dirige la Fundación. ¿Cómo fue el paso del sector privado al trabajo social?
Tras 20 años de experiencia en el sector privado, aprendí mucho de administración, liderazgo y potencial de la empresa en apoyar temas sociales. En México y Brasil trabajé con la Fundación General Electric y ayudé a crear la organización de los empleados locales. Luego quise, en vez de pasar mis días dedicada a los logros de la empresa privada y mis noches en la parte más social, invertir ese balance y sumarme a USAID. Allí fue donde conocí a la doctora Elizabeth Fox. Después, cuando salí de USAID, la invité a sumarse a FUPAD.
¿Qué es lo que más la ha conmovido tras estos años de trabajo?
Me conmueven las experiencias positivas. Por ejemplo, hablar con familias que, gracias al trabajo de mis colegas, lograron exportar café al Reino Unido. Esto impactó la vida de la pareja productora, pero también la de sus hijos, que tuvieron acceso a educación. También el caso de las mujeres afrocolombianas en Tumaco, Nariño, a quienes apoyamos en empoderamiento, creación de empresa, capacidades y sobre todo acceso a la tecnología. Eso les ha facilitado el ingreso a cadenas de producción internacionales, lo cual es muy motivador.
¿Cuándo forjó su sensibilidad social?
Creo que proviene de mi fe, inculcada por mis padres. He profundizado mis creencias y el amor al prójimo a lo largo de mi vida profesional. Me considero creyente y feminista. Soy una gringa lusitana. Mi padre era protestante; mi mamá, católica. Él tuvo su trayectoria en un pueblito y logró crear una carrera profesional internacional. Mi mamá se quedó en casa para apoyarnos.
Tuve la bendición de tener ambos ejemplos en mi familia, ejemplos que he intentado expresar y rescatar sus valores. Mi padre me inculcó el trabajo duro y la productividad y mi mamá, la compasión humana. Este apego a la familia y la tradición lo he aplicado a las cosas buenas que trae el siglo XXI.
Informes como los de “No es hora de callar” han denunciado casos sistemáticos de violencia de género en poblaciones indígenas en Colombia. ¿Cómo es el trabajo de empoderamiento femenino con esas poblaciones?
Es muy importante aclarar que, aunque podemos hablar de poblaciones indígenas como un todo, son de una diversidad extraordinaria: desde poblaciones matriarcales a otras patriarcales. Por el ejemplo de una u otra etnia no podemos decir que son todas iguales. Trabajamos con necesidades particulares, pero también con valores universales como los derechos humanos, reflejados en la declaración o la Carta Interamericana y la promoción de la democracia y el Estado de derecho. Cuando llegamos a una comunidad en territorio traemos una óptica de género para ser inclusivos en las necesidades particulares, pero sabemos que nunca aceptaremos la continuidad de violencias de género ni contra la población LGBT.
Usted se enorgullece de que esta fundación la dirijan mujeres. ¿Cómo impacta esto el trabajo?
Hay mucha evidencia en documentos académicos sobre la correlación entre tener mujeres en altos mandos o mujeres líderes en suficiente proporción con una mayor efectividad, inclusión y sostenibilidad en las empresas. Entonces diría que estamos mejor posicionados para enfrentar los retos complejos del siglo XXI. No solo por ser una organización liderada por mujeres, sino que está liderada por personas que reflejan todos los países donde estamos. Es decir, tenemos directivos colombianos en Colombia, mexicanos en México… etcétera.
De acuerdo con los informes del Grupo Interagencial sobre Flujos Migratorios Mixtos, la ayuda internacional para migrantes en América Latina está desfinanciada en un 90 %. ¿Cómo lo sortean?
No es un problema solo de América Latina. Sabemos que eso no va a satisfacer las necesidades de desarrollo y humanitarias que existen en el mundo. La cooperación internacional es muy importante, pero como jamás será suficiente, necesitamos incluir a todos los sectores: no es posible alcanzar un desarrollo sostenible sin incluir al sector público local y nacional, al sector privado desde la microempresa hasta la empresa nacional, y a la sociedad civil. En Colombia han sido novedosos en los esfuerzos de cooperación. Un pequeño ejemplo: evaluamos las necesidades y encontramos que una comunidad tiene un emprendimiento agrícola, pero por las lluvias no puede transportar la mercancía. ¿Cuál sería la solución? Una placa huella. Entonces nos articulamos así: el Gobierno está dispuesto a poner el terreno; el sector privado, el cemento, y la comunidad local puede trabajar el fin de semana. Allí la comunidad se da cuenta de que puede trabajar unida.
El informe de la CEPAL de 2021 afirmó que “la pandemia del covid-19 generó un retroceso de más de una década en los niveles de participación laboral de las mujeres en la región”. ¿Está de acuerdo?
Comparto el realismo, pero no el pesimismo. Es verdad que hay muchos problemas inmediatos. También aumentó la violencia de género en la pandemia y la violencia contra niños. Pero si vemos eso en el contexto de los últimos 60 años de progreso, no solo en género sino en salud y reducción de la pobreza, podemos estar optimistas. Ante este panorama, organizaciones como FUPAD nos sentimos llamadas a aumentar nuestros esfuerzos contra la violencia de género. Esos esfuerzos son continuos, integrales y con proyección a futuro.
La Fundación Panamericana para el Desarrollo (FUPAD), afiliada a la OEA, lleva 60 años trabajando por el acceso a derechos en la región y apoyando iniciativas comunitarias de desarrollo sostenible en poblaciones vulnerables.
El 8 de marzo, Katie Taylor, directora ejecutiva de FUPAD, estuvo en Bogotá para celebrar conjuntamente el Día de la Mujer y el aniversario de la fundación. La razón es que la equidad de género y el desarrollo sostenible son, para la organización, una misma cosa y para su directora, una causa personal.
En entrevista con El Espectador, Taylor hace un balance del trabajo de la Fundación en Colombia y América Latina por la inclusión y sostenibilidad y explica cómo este trabajo tiene como prioridad el empoderamiento de las mujeres. La directora también cuenta cómo su contexto y el feminismo han influenciado su trabajo.
¿Cuál es el balance tras 60 años de trabajo en América Latina y particularmente en Colombia?
La FUPAD ha tenido fuerte presencia institucional en Colombia desde el año 2000. Hemos trabajado en los 32 departamentos del país, en más de 400 municipios. Nuestra labor es con las poblaciones más vulnerables y excluidas, y todo lo hacemos con enfoque de inclusión y sostenibilidad con todos los tipos de poblaciones: por ejemplo, étnicas y LGBTQ. Entre nuestras prioridades está el empoderamiento de las mujeres. Vinimos a Colombia para celebrar el Día Internacional de la Mujer. Somos una organización liderada por mujeres. Yo soy la directora ejecutiva, la doctora Elizabeth Fox es la directora de programas y Soraya Osorio es directora general de FUPAD en Colombia.
¿Qué objetivos de largo plazo tienen?
Nuestra visión es tener un hemisferio de oportunidades para todas las personas. Esto evidentemente es de muy largo plazo y venimos trabajando en ello hace 60 años. ¿Cómo trabajamos? Allí sí hay más acciones de corto plazo. Trabajamos a nivel del territorio, a nivel poblacional y a nivel necesidad local, conjuntamente con las poblaciones en los procesos. Evitamos la óptica asistencial, aunque sabemos que hay momentos de necesidad de ayuda humanitaria en los que también participamos. Me gusta el viejo dicho de “si le das a alguien un pez, le das de comer un día; si le enseñas a pescar, le das de comer para toda la vida”. Nosotros, además, enseñamos a “comerciar el pescado” en el plano digital.
¿Cómo cambian los programas de FUPAD al implementarlos cuando se abordan con enfoque de género?
El enfoque de género para nosotros está totalmente integrado en nuestro trabajo y no lo concebimos de otra manera. Tomemos, por ejemplo, el trabajo con poblaciones migrantes desplazadas, pues nosotros fuimos una de las primeras organizaciones en Colombia en trabajar con desplazados y en la migración venezolana somos una de las organizaciones que trabaja más a nivel hemisférico. Nuestro trabajo parte de una atención a necesidades básicas, pero con un enfoque de género. La migración no es un tema teórico, es un tema con cara humana y esa cara humana puede ser una madre con tres hijos, una mujer embarazada, una mujer lactante, un hombre, una anciana… entonces ese apoyo inmediato tiene que tomar en cuenta las necesidades específicas, incluyendo las necesidades de género. A mediano plazo se puede brindar apoyo psicosocial, pues un proceso migratorio puede ser traumático, o apoyos con los trámites de regularización. Esto les ayuda a ellos y a sus familias a acceder a algunos derechos básicos como salud y trabajo. En el largo plazo, esto lleva también al acceso a derechos y justicia, pues las poblaciones migrantes tienden a ser más vulnerables a violencia de género y trata de personas.
También trabajamos por las comunidades de acogida mediante el fortalecimiento de capacidades que permitan generar más empleos. Cuando creamos estas oportunidades pensamos, por ejemplo, que las mujeres trabajadoras puedan llevar a sus hijos al colegio. De esta manera todos ganan.
¿Para ustedes qué es lo prioritario: el empoderamiento económico o el acceso a derechos?
No es uno u otro: apostamos por ambas cosas. En cada proyecto estimamos necesidades específicas y en cada uno buscamos efectos positivos en términos de género. Para eso hemos estudiado mucho y estamos actualizados en conocimientos en la materia, pero para eso también escuchamos a las comunidades, para saber de su propia voz cuáles son sus necesidades. ¿En el caso de los migrantes, necesitan permiso de trabajo? ¿Acceso al agua? ¿Apoyo para proyectos productivos?
Usted pasó de trabajar en General Electric, sector privado, al sector público, con USAID. Ahora dirige la Fundación. ¿Cómo fue el paso del sector privado al trabajo social?
Tras 20 años de experiencia en el sector privado, aprendí mucho de administración, liderazgo y potencial de la empresa en apoyar temas sociales. En México y Brasil trabajé con la Fundación General Electric y ayudé a crear la organización de los empleados locales. Luego quise, en vez de pasar mis días dedicada a los logros de la empresa privada y mis noches en la parte más social, invertir ese balance y sumarme a USAID. Allí fue donde conocí a la doctora Elizabeth Fox. Después, cuando salí de USAID, la invité a sumarse a FUPAD.
¿Qué es lo que más la ha conmovido tras estos años de trabajo?
Me conmueven las experiencias positivas. Por ejemplo, hablar con familias que, gracias al trabajo de mis colegas, lograron exportar café al Reino Unido. Esto impactó la vida de la pareja productora, pero también la de sus hijos, que tuvieron acceso a educación. También el caso de las mujeres afrocolombianas en Tumaco, Nariño, a quienes apoyamos en empoderamiento, creación de empresa, capacidades y sobre todo acceso a la tecnología. Eso les ha facilitado el ingreso a cadenas de producción internacionales, lo cual es muy motivador.
¿Cuándo forjó su sensibilidad social?
Creo que proviene de mi fe, inculcada por mis padres. He profundizado mis creencias y el amor al prójimo a lo largo de mi vida profesional. Me considero creyente y feminista. Soy una gringa lusitana. Mi padre era protestante; mi mamá, católica. Él tuvo su trayectoria en un pueblito y logró crear una carrera profesional internacional. Mi mamá se quedó en casa para apoyarnos.
Tuve la bendición de tener ambos ejemplos en mi familia, ejemplos que he intentado expresar y rescatar sus valores. Mi padre me inculcó el trabajo duro y la productividad y mi mamá, la compasión humana. Este apego a la familia y la tradición lo he aplicado a las cosas buenas que trae el siglo XXI.
Informes como los de “No es hora de callar” han denunciado casos sistemáticos de violencia de género en poblaciones indígenas en Colombia. ¿Cómo es el trabajo de empoderamiento femenino con esas poblaciones?
Es muy importante aclarar que, aunque podemos hablar de poblaciones indígenas como un todo, son de una diversidad extraordinaria: desde poblaciones matriarcales a otras patriarcales. Por el ejemplo de una u otra etnia no podemos decir que son todas iguales. Trabajamos con necesidades particulares, pero también con valores universales como los derechos humanos, reflejados en la declaración o la Carta Interamericana y la promoción de la democracia y el Estado de derecho. Cuando llegamos a una comunidad en territorio traemos una óptica de género para ser inclusivos en las necesidades particulares, pero sabemos que nunca aceptaremos la continuidad de violencias de género ni contra la población LGBT.
Usted se enorgullece de que esta fundación la dirijan mujeres. ¿Cómo impacta esto el trabajo?
Hay mucha evidencia en documentos académicos sobre la correlación entre tener mujeres en altos mandos o mujeres líderes en suficiente proporción con una mayor efectividad, inclusión y sostenibilidad en las empresas. Entonces diría que estamos mejor posicionados para enfrentar los retos complejos del siglo XXI. No solo por ser una organización liderada por mujeres, sino que está liderada por personas que reflejan todos los países donde estamos. Es decir, tenemos directivos colombianos en Colombia, mexicanos en México… etcétera.
De acuerdo con los informes del Grupo Interagencial sobre Flujos Migratorios Mixtos, la ayuda internacional para migrantes en América Latina está desfinanciada en un 90 %. ¿Cómo lo sortean?
No es un problema solo de América Latina. Sabemos que eso no va a satisfacer las necesidades de desarrollo y humanitarias que existen en el mundo. La cooperación internacional es muy importante, pero como jamás será suficiente, necesitamos incluir a todos los sectores: no es posible alcanzar un desarrollo sostenible sin incluir al sector público local y nacional, al sector privado desde la microempresa hasta la empresa nacional, y a la sociedad civil. En Colombia han sido novedosos en los esfuerzos de cooperación. Un pequeño ejemplo: evaluamos las necesidades y encontramos que una comunidad tiene un emprendimiento agrícola, pero por las lluvias no puede transportar la mercancía. ¿Cuál sería la solución? Una placa huella. Entonces nos articulamos así: el Gobierno está dispuesto a poner el terreno; el sector privado, el cemento, y la comunidad local puede trabajar el fin de semana. Allí la comunidad se da cuenta de que puede trabajar unida.
El informe de la CEPAL de 2021 afirmó que “la pandemia del covid-19 generó un retroceso de más de una década en los niveles de participación laboral de las mujeres en la región”. ¿Está de acuerdo?
Comparto el realismo, pero no el pesimismo. Es verdad que hay muchos problemas inmediatos. También aumentó la violencia de género en la pandemia y la violencia contra niños. Pero si vemos eso en el contexto de los últimos 60 años de progreso, no solo en género sino en salud y reducción de la pobreza, podemos estar optimistas. Ante este panorama, organizaciones como FUPAD nos sentimos llamadas a aumentar nuestros esfuerzos contra la violencia de género. Esos esfuerzos son continuos, integrales y con proyección a futuro.