Sofía Vela: una mujer que cambia la narrativa de la violencia sexual
La fundadora y directora de Las Guaguas, organización que tiene como objetivo atender y prevenir la violencia sexual, compartió su historia de supervivencia. Expuso las heridas psicológicas que deja la violencia sexual, la importancia de brindar apoyo a las víctimas y romper el silencio en torno a esta problemática.
Tatiana Moreno Quintero
“A nadie le gusta iniciar las conversaciones incómodas, pero es necesario”, afirmó Sofía Vela, abogada de la Universidad del Rosario, especialista en detección y prevención de violencias y fundadora y directora de la Fundación Las Guaguas, refiriéndose a la necesidad de cambio frente a los abusos y agresiones.
Vela fue víctima de violencia sexual desde los 9 años, lo que llevó a un silencio prolongado. Este silencio, combinado con la revictimización y el trauma marcó su vida en secreto hasta que, en 2020, un caso mediático de abuso sexual infantil la impulsó a fundar Las Guaguas, una organización que brinda apoyo psicológico a mujeres víctimas de violencia sexual.
Al romper el silencio, la abogada encontró sanación y una red de apoyo que le ha permitido transformar su dolor, al igual que a otras víctimas que ha acompañado. “Nada de esto nos tuvo que haber pasado, pero si ya pasó, está en nosotras el sanar”, afirmó. Por eso, cree que la justicia en los casos de violencia sexual no se limita a las instancias legales y los procesos de denuncia, sino que también reside en exteriorizar, contar la historia y apoyar a otros. Para la activista, ayudar y contar su testimonio es una forma de justicia también. Entrevista.
¿Cómo fue su caso de violencia?
Yo fui víctima de violencia sexual por parte de un tío político cuando tenía nueve años. No pasó mucho dentro de mi familia (papá y mamá). La verdad, me creyeron. Pero siento que por falta de herramientas, cabe resaltar que nadie tiene que saber cómo actuar frente a la violencia sexual porque cualquier reacción es normal ante lo anormal, no se supo muy bien qué hacer y no se habló del tema.
De alguna forma, mi papás pensaron que entre menos se hablara del tema, “de pronto a Sofía se le olvidaría, a lo mejor así no estaría tan presente en la vida de Sofía”, y hubo un silencio. Por parte de mi familia paterna, lastimosamente, no hubo apoyo, no me creyeron y mi tía hoy por hoy sigue casada con mi agresor.
Después vino un evento de violación a los 15 años y a los 18 me tuve que tirar de un taxi porque el conductor iba a abusar de mí. Han sido eventos que uno empieza a normalizar o a pensar que no tienen grandes impactos en la vida.
¿Qué es lo que la sociedad debe saber sobre la violencia sexual?
La violencia sexual va muchísimo más allá de la penetración carnal. Esa violencia, que se nos pinta a nosotras como violación, implica que tiene que haber fuerza, que ese acto debe ocurrir en un lugar oscuro, a las 3 de la mañana, porque la mujer estaba sola.
Esta claro que este tipo de escenarios ocurren. Sin embargo, el 90 % de los casos de violencia sexual ocurre con personas conocidas y el 80 % son familiares, porque son personas que tienen acceso a nosotras en un entorno que consideramos seguro: la casa, el colegio o la casa de un amigo.
Es importante traerlo acá porque, cuando entendemos que la violencia sexual va mucho más allá que la violación y que empieza con una mirada, con un comentario en la calle, con el acoso callejero (que muchas personas todavía siguen normalizando a través de un “piropo”), podemos comprender mejor la magnitud del problema. Y es que, no es un una ojeada o un piropo: es violencia sexual.
La violencia sexual es uno de los tipos más tristes y más fuertes, porque atraviesa el cuerpo y se queda ahí. Se siente todos los días. Por eso, es que cuando se entiende que la violencia sexual va muchísimo más allá de eso, se puede comprender que la recuperación no radica únicamente en mandar al agresor a la cárcel o en levantar la voz, tambièn se necesita un acompañamiento psicológico y una red de apoyo .
¿Cómo es el proceso para reconocerse como víctima?
Reconocerse como víctima es un proceso personal y complejo. Muchas personas se cuestionan si pueden llamarse “sobrevivientes” después de un proceso de sanación. Personalmente, me considero una víctima y no tengo problema con ese término. Sin embargo, recuerdo a una mujer que nos compartió a Las Guaguas una perspectiva diferente: “Soy víctima de violencia sexual porque una parte de mí murió ese día. No soy sobreviviente”.
Entonces llamarse víctima o sobreviviente es irrelevante cuando en realidad lo importante es crear espacios seguros donde todas las mujeres puedan hablar abiertamente sobre su experiencia y recibir el apoyo que necesitan.
¿Cómo se presenta la revictimización en estas situaciones?
Cuando hablamos de revictimización, que no solo viene de las instituciones o el Estado, sino que empieza desde el mismo momento en que decidimos hablar, se nos cuestiona desde el primer momento: si de verdad nos pasó, si estamos exagerando, si estábamos borrachas, qué hacíamos allí, cómo estábamos vestidas o si lo provocamos. Este cuestionamiento constante es revictimización, obligándonos a justificar nuestra propia experiencia y a dudar de nuestra propia voz. Para evitar esto, la sociedad debe entender que la culpa jamás va a ser de la víctima. Si alguien toma el valor para contar su historia lo mínimo que podemos hacer es decirle es: “Yo te creo y aquí estoy, cuentas conmigo”.
Por eso es fundamental tener un enfoque de género y estar informados sobre el tema. Datos tales como que una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia sexual nos permiten comprender la magnitud del problema y ser más empáticos con el dolor de las personas.
¿Cómo empezó su historia de transformación?
Tengo muy presente el momento en el que decidí hacer algo. Cuando pasó el caso de la violación de la niña indígena embera por integrantes del Ejército Nacional en 2020, que fue un antes y un después gigantesco en mi vida, porque yo no podía superar esto porque pensaba que la vida de esta niña había cambiado para siempre.
A raíz de eso, empecé a ver la línea de tiempo de todo lo que me había pasado, las consecuencias del silencio y los múltiples abusos. Y pensé que, como yo a los 30 años en ese momento, recordando todas las consecuencias del abuso sexual en mi vida, ¿cuántas mujeres no habían hablado?
El caso de la niña indígena embera fue mediático y, por ende, iba a tener apoyos psicológicos y ayuda. Pero me surgía la pregunta: ¿qué iba a pasar con otras mujeres?, ¿las que no tenían el apoyo de una red de amigas o de una familia?. Si yo ni siquiera les había contado a mis papás el episodio de la violación, ¿cómo iba a ser para ellas?.
Así que, después de este caso que me marcó profundamente, decidí el 21 de junio de 2020 empezar con mi fundación para lograr que las mujeres pudieran hablarlo y exteriorizarlo, pues creo que es el primer paso para sanar.
En su historia ¿por qué resulto importante romper el silencio?
Hablar significa cumplirme a mí misma, a esa niña que alguna vez no fue escuchada ni apoyada. Sin embargo, la reacción de las personas es un factor durísimo porque algunos no te creen y por eso la revictimización es terrible, lamentablemente y muy común.
Lo que viene después de hablar es mucho más difícil, ya que lo traes a un plano consciente y empiezan a aflorar las consecuencias del trauma: pesadillas, miedo, estrés postraumático, ansiedad y depresión, entre otras. No es fácil cuando la sociedad no está preparada. A pesar de eso, siento que al compartir mi historia como testimonio, estoy contribuyendo a algo más grande.
Odio la frase “todo pasa por algo”. Yo creo que nada de esto debió ocurrir. Pero si ya pasó, está en nosotras sanar. Por eso, he llegado a una conclusión sobre la justicia: es algo personal, subjetivo. Para mí, la justicia es ver cómo otras mujeres encuentran su voz y empiezan a sanar, sin esperar una resolución judicial. Al ver mi historia reflejada en ellas, siento que he encontrado mi propio camino hacia la sanación.
¿Qué labor realizan Las Guaguas?
En Las Guaguas nos enfocamos en los procesos internos y personales de las mujeres, brindando acompañamiento psicológico. Nuestra plataforma virtual nos permite llegar a un gran número de mujeres en todo el país, incluso a aquellas que aún no se sienten preparadas para identificarse como víctimas. Hay ciclos virtuales gratuitos que ofrecen un espacio seguro donde las mujeres pueden escucharse entre sí.
Ofrecemos un espacio anónimo para que las mujeres puedan exteriorizar la violencia sexual sin sentirse obligadas a revelar su identidad. A través de nuestro enlace de Instagram, pueden compartir sus experiencias y recibir orientación psicológica de nuestro equipo.
Nuestras psicólogas feministas y con enfoque de género ayudan a las mujeres a comprender las emociones y sensaciones asociadas a la violencia sexual, ya que esta se manifiesta tanto en la mente como en el cuerpo y se vive todos los días. Además ofrecemos talleres ycapacitaciones.
No atendemos casos de niñas particularmente, sino de mujeres mayores de 18 años. Lo paradójico es que casi todas las que han llegado a Las Guaguas sufrieron violencia sexual cuando estaban en la infancia. Esto refleja la falta de oportunidades y recursos para las víctimas, reforzando los estereotipos de género que nos enseñan a callar y aguantar.
Muchas de ellas sufrieron abuso sexual en la infancia y ahora desean darle voz a esa niña interior que no recibió el apoyo necesario. De ahí surge el nombre Las Guaguas, que en quechua, lengua del Nariño, significa niña pequeña.
Después de los episodios de violencia y el trabajo de sanación y activismo, ¿quién es Sofía hoy en día?
Creo firmemente que no hay una versión más auténtica y genuina de Sofía que la que soy hoy, porque el hablar y reconocerme como víctima fue lo más grande para mí. Me siento absolutamente orgullosa de haberlo dicho, y eso me fortalece todos los días. Me permite entender lo que pasó, además de empezar a reconocer otros tipos de violencia más camuflados y normalizados por la sociedad.
Siento en el corazón que el día que pude hablar y contar mi historia, sin minimizar el dolor que conlleva, fue un gran paso. Es un proceso absolutamente difícil y, a veces, solitario, pero es lo que te da fuerza para decir: necesitamos un cambio.
En un país donde los reportes de violencia contra la mujer aumentan de forma alarmante, registrando un aumento del 41,9 % en los feminicidios en comparación con el año anterior ¿Qué acciones cree que son necesarias para mitigar y erradicar esta violencia?
No creo que haya más casos de violencia ahora; esta siempre ha existido. Sin embargo, las mujeres están empezando a entender que estas situaciones son abusos y están hablando más al respecto.
La sociedad también parece más dispuesta a escucharlas. Me alarman las cifras, pero ¿en qué momento pasan a ser solo números? El año pasado eran 525 casos y hoy son 745. ¿Hasta qué número tenemos que llegar para que la gente reaccione?. Desde el primer feminicidio debimos decir: “Basta, hay que cambiar las estructuras”, porque la violencia es un problema estructural.
Considero que la cultura de la violación, esa normalización que disculpa al agresor, es parte del problema. No podemos esperar que el Estado o las instituciones cambien todo de la noche a la mañana, aunque sí deben tener un enfoque de género. Por eso creo que lo que se necesita es empezar de forma individual a cambiar para que la sociedad modifique su forma de pensar y empiece a ser más consciente de lo que lastima, afecta y mata a las mujeres.
“A nadie le gusta iniciar las conversaciones incómodas, pero es necesario”, afirmó Sofía Vela, abogada de la Universidad del Rosario, especialista en detección y prevención de violencias y fundadora y directora de la Fundación Las Guaguas, refiriéndose a la necesidad de cambio frente a los abusos y agresiones.
Vela fue víctima de violencia sexual desde los 9 años, lo que llevó a un silencio prolongado. Este silencio, combinado con la revictimización y el trauma marcó su vida en secreto hasta que, en 2020, un caso mediático de abuso sexual infantil la impulsó a fundar Las Guaguas, una organización que brinda apoyo psicológico a mujeres víctimas de violencia sexual.
Al romper el silencio, la abogada encontró sanación y una red de apoyo que le ha permitido transformar su dolor, al igual que a otras víctimas que ha acompañado. “Nada de esto nos tuvo que haber pasado, pero si ya pasó, está en nosotras el sanar”, afirmó. Por eso, cree que la justicia en los casos de violencia sexual no se limita a las instancias legales y los procesos de denuncia, sino que también reside en exteriorizar, contar la historia y apoyar a otros. Para la activista, ayudar y contar su testimonio es una forma de justicia también. Entrevista.
¿Cómo fue su caso de violencia?
Yo fui víctima de violencia sexual por parte de un tío político cuando tenía nueve años. No pasó mucho dentro de mi familia (papá y mamá). La verdad, me creyeron. Pero siento que por falta de herramientas, cabe resaltar que nadie tiene que saber cómo actuar frente a la violencia sexual porque cualquier reacción es normal ante lo anormal, no se supo muy bien qué hacer y no se habló del tema.
De alguna forma, mi papás pensaron que entre menos se hablara del tema, “de pronto a Sofía se le olvidaría, a lo mejor así no estaría tan presente en la vida de Sofía”, y hubo un silencio. Por parte de mi familia paterna, lastimosamente, no hubo apoyo, no me creyeron y mi tía hoy por hoy sigue casada con mi agresor.
Después vino un evento de violación a los 15 años y a los 18 me tuve que tirar de un taxi porque el conductor iba a abusar de mí. Han sido eventos que uno empieza a normalizar o a pensar que no tienen grandes impactos en la vida.
¿Qué es lo que la sociedad debe saber sobre la violencia sexual?
La violencia sexual va muchísimo más allá de la penetración carnal. Esa violencia, que se nos pinta a nosotras como violación, implica que tiene que haber fuerza, que ese acto debe ocurrir en un lugar oscuro, a las 3 de la mañana, porque la mujer estaba sola.
Esta claro que este tipo de escenarios ocurren. Sin embargo, el 90 % de los casos de violencia sexual ocurre con personas conocidas y el 80 % son familiares, porque son personas que tienen acceso a nosotras en un entorno que consideramos seguro: la casa, el colegio o la casa de un amigo.
Es importante traerlo acá porque, cuando entendemos que la violencia sexual va mucho más allá que la violación y que empieza con una mirada, con un comentario en la calle, con el acoso callejero (que muchas personas todavía siguen normalizando a través de un “piropo”), podemos comprender mejor la magnitud del problema. Y es que, no es un una ojeada o un piropo: es violencia sexual.
La violencia sexual es uno de los tipos más tristes y más fuertes, porque atraviesa el cuerpo y se queda ahí. Se siente todos los días. Por eso, es que cuando se entiende que la violencia sexual va muchísimo más allá de eso, se puede comprender que la recuperación no radica únicamente en mandar al agresor a la cárcel o en levantar la voz, tambièn se necesita un acompañamiento psicológico y una red de apoyo .
¿Cómo es el proceso para reconocerse como víctima?
Reconocerse como víctima es un proceso personal y complejo. Muchas personas se cuestionan si pueden llamarse “sobrevivientes” después de un proceso de sanación. Personalmente, me considero una víctima y no tengo problema con ese término. Sin embargo, recuerdo a una mujer que nos compartió a Las Guaguas una perspectiva diferente: “Soy víctima de violencia sexual porque una parte de mí murió ese día. No soy sobreviviente”.
Entonces llamarse víctima o sobreviviente es irrelevante cuando en realidad lo importante es crear espacios seguros donde todas las mujeres puedan hablar abiertamente sobre su experiencia y recibir el apoyo que necesitan.
¿Cómo se presenta la revictimización en estas situaciones?
Cuando hablamos de revictimización, que no solo viene de las instituciones o el Estado, sino que empieza desde el mismo momento en que decidimos hablar, se nos cuestiona desde el primer momento: si de verdad nos pasó, si estamos exagerando, si estábamos borrachas, qué hacíamos allí, cómo estábamos vestidas o si lo provocamos. Este cuestionamiento constante es revictimización, obligándonos a justificar nuestra propia experiencia y a dudar de nuestra propia voz. Para evitar esto, la sociedad debe entender que la culpa jamás va a ser de la víctima. Si alguien toma el valor para contar su historia lo mínimo que podemos hacer es decirle es: “Yo te creo y aquí estoy, cuentas conmigo”.
Por eso es fundamental tener un enfoque de género y estar informados sobre el tema. Datos tales como que una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia sexual nos permiten comprender la magnitud del problema y ser más empáticos con el dolor de las personas.
¿Cómo empezó su historia de transformación?
Tengo muy presente el momento en el que decidí hacer algo. Cuando pasó el caso de la violación de la niña indígena embera por integrantes del Ejército Nacional en 2020, que fue un antes y un después gigantesco en mi vida, porque yo no podía superar esto porque pensaba que la vida de esta niña había cambiado para siempre.
A raíz de eso, empecé a ver la línea de tiempo de todo lo que me había pasado, las consecuencias del silencio y los múltiples abusos. Y pensé que, como yo a los 30 años en ese momento, recordando todas las consecuencias del abuso sexual en mi vida, ¿cuántas mujeres no habían hablado?
El caso de la niña indígena embera fue mediático y, por ende, iba a tener apoyos psicológicos y ayuda. Pero me surgía la pregunta: ¿qué iba a pasar con otras mujeres?, ¿las que no tenían el apoyo de una red de amigas o de una familia?. Si yo ni siquiera les había contado a mis papás el episodio de la violación, ¿cómo iba a ser para ellas?.
Así que, después de este caso que me marcó profundamente, decidí el 21 de junio de 2020 empezar con mi fundación para lograr que las mujeres pudieran hablarlo y exteriorizarlo, pues creo que es el primer paso para sanar.
En su historia ¿por qué resulto importante romper el silencio?
Hablar significa cumplirme a mí misma, a esa niña que alguna vez no fue escuchada ni apoyada. Sin embargo, la reacción de las personas es un factor durísimo porque algunos no te creen y por eso la revictimización es terrible, lamentablemente y muy común.
Lo que viene después de hablar es mucho más difícil, ya que lo traes a un plano consciente y empiezan a aflorar las consecuencias del trauma: pesadillas, miedo, estrés postraumático, ansiedad y depresión, entre otras. No es fácil cuando la sociedad no está preparada. A pesar de eso, siento que al compartir mi historia como testimonio, estoy contribuyendo a algo más grande.
Odio la frase “todo pasa por algo”. Yo creo que nada de esto debió ocurrir. Pero si ya pasó, está en nosotras sanar. Por eso, he llegado a una conclusión sobre la justicia: es algo personal, subjetivo. Para mí, la justicia es ver cómo otras mujeres encuentran su voz y empiezan a sanar, sin esperar una resolución judicial. Al ver mi historia reflejada en ellas, siento que he encontrado mi propio camino hacia la sanación.
¿Qué labor realizan Las Guaguas?
En Las Guaguas nos enfocamos en los procesos internos y personales de las mujeres, brindando acompañamiento psicológico. Nuestra plataforma virtual nos permite llegar a un gran número de mujeres en todo el país, incluso a aquellas que aún no se sienten preparadas para identificarse como víctimas. Hay ciclos virtuales gratuitos que ofrecen un espacio seguro donde las mujeres pueden escucharse entre sí.
Ofrecemos un espacio anónimo para que las mujeres puedan exteriorizar la violencia sexual sin sentirse obligadas a revelar su identidad. A través de nuestro enlace de Instagram, pueden compartir sus experiencias y recibir orientación psicológica de nuestro equipo.
Nuestras psicólogas feministas y con enfoque de género ayudan a las mujeres a comprender las emociones y sensaciones asociadas a la violencia sexual, ya que esta se manifiesta tanto en la mente como en el cuerpo y se vive todos los días. Además ofrecemos talleres ycapacitaciones.
No atendemos casos de niñas particularmente, sino de mujeres mayores de 18 años. Lo paradójico es que casi todas las que han llegado a Las Guaguas sufrieron violencia sexual cuando estaban en la infancia. Esto refleja la falta de oportunidades y recursos para las víctimas, reforzando los estereotipos de género que nos enseñan a callar y aguantar.
Muchas de ellas sufrieron abuso sexual en la infancia y ahora desean darle voz a esa niña interior que no recibió el apoyo necesario. De ahí surge el nombre Las Guaguas, que en quechua, lengua del Nariño, significa niña pequeña.
Después de los episodios de violencia y el trabajo de sanación y activismo, ¿quién es Sofía hoy en día?
Creo firmemente que no hay una versión más auténtica y genuina de Sofía que la que soy hoy, porque el hablar y reconocerme como víctima fue lo más grande para mí. Me siento absolutamente orgullosa de haberlo dicho, y eso me fortalece todos los días. Me permite entender lo que pasó, además de empezar a reconocer otros tipos de violencia más camuflados y normalizados por la sociedad.
Siento en el corazón que el día que pude hablar y contar mi historia, sin minimizar el dolor que conlleva, fue un gran paso. Es un proceso absolutamente difícil y, a veces, solitario, pero es lo que te da fuerza para decir: necesitamos un cambio.
En un país donde los reportes de violencia contra la mujer aumentan de forma alarmante, registrando un aumento del 41,9 % en los feminicidios en comparación con el año anterior ¿Qué acciones cree que son necesarias para mitigar y erradicar esta violencia?
No creo que haya más casos de violencia ahora; esta siempre ha existido. Sin embargo, las mujeres están empezando a entender que estas situaciones son abusos y están hablando más al respecto.
La sociedad también parece más dispuesta a escucharlas. Me alarman las cifras, pero ¿en qué momento pasan a ser solo números? El año pasado eran 525 casos y hoy son 745. ¿Hasta qué número tenemos que llegar para que la gente reaccione?. Desde el primer feminicidio debimos decir: “Basta, hay que cambiar las estructuras”, porque la violencia es un problema estructural.
Considero que la cultura de la violación, esa normalización que disculpa al agresor, es parte del problema. No podemos esperar que el Estado o las instituciones cambien todo de la noche a la mañana, aunque sí deben tener un enfoque de género. Por eso creo que lo que se necesita es empezar de forma individual a cambiar para que la sociedad modifique su forma de pensar y empiece a ser más consciente de lo que lastima, afecta y mata a las mujeres.