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“¡No puedo continuar con estas obscenidades en frente de mí!”. Esas fueron las palabras que un conferencista de seguros dijo en medio de la exposición de la artista Karen Lamassonne, invitada a exponer en el Club de Ejecutivos de Cali en 1979. El motivo del grito: su obra “Baños”, pinturas que retratan actos simples, íntimos, donde se observan partes del cuerpo, piernas y brazos, con pedazos de sanitarios. A veces evocan lo sexual. La mayoría, a la imaginación. En ese momento de 1979, el conferencista logró su objetivo y la obra fue retirada, pero hoy, en 2023, es una de las que componen “Ruido/Noise” en el Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM) (Lea también: Mujeres e inflación: ¿aprendimos algo de la pandemia?).
La nueva exposición, que se inauguró el 28 de julio y estará disponible hasta el 3 de octubre, podría describirse como un recorrido por la historia de su vida: reúne por primera vez una selección de pinturas, dibujos, collages y videos. “Esta es la unión de lo que he hecho desde 1974. Para mí es muy valioso ver toda la obra junta y la representación de estos años”, cuenta Karen (No se pierda: “Las becas trans iniciarán este segundo semestre en Medellín”, director Sapiencia).
Hoy en día, Karen vive en Atlanta, Estados Unidos, y tiene un hijo. Su pelo está corto, diferente a como se ve en entrevistas que le hicieron amigos, como Sandro Romero, en el museo La Tertulia, de Cali, hace más de dos años. Tiene el semblante y la piel de quien ha recorrido muchos lugares. De hecho lo hizo, pues vivió en Estados Unidos, Colombia, Alemania, Italia y Francia. Hace parte, también, de la generación que vivió años excitantes, a veces endiosados por las generaciones que no los vivieron: los ochenta. Aunque nació en Estados Unidos durante 1954, sus influencias van desde el arte pop de los cincuenta, hasta los videos musicales de Mtv que se popularizaron a finales de los noventa y comienzos del 2000.
Al igual que muchos intelectuales colombianos, Karen hizo parte del Grupo de Cali, también llamado Caliwood, compuesto por varias personas como el director de cine Luis Ospina, el director de televisión y teatro Carlos Mayolo, y el escritor Andrés Caicedo. “Nos íbamos mucho de fiesta”, recuerda Karen entre risas. “Pero, en la misma medida en que rumbeábamos, también producíamos contenido. O eso sentí yo”.
Karen se nombra a sí misma como una mujer que desea, que tiene necesidades físicas, de fantasía, y su obra siempre ha retratado ese tipo de búsqueda. Pero su trabajo es generoso, pues, según ella, también les da espacio a las personas para que puedan desear. “Es como abrir una cajita que no es permitida, pero yo me permito abrirla para que tú puedas verla”, explica Karen. “En mi obra hay mujeres desnudas. El espectador puede sentir deseo o pensar que es el mío, y sí, es mi deseo, pero es mi decisión compartirlo”.
Aunque Ruido no está pensada de forma cronológica, su organización sí tiene cierta sugerencia. Por ejemplo, Ruido en sí mismo es una instalación que Karen concibió en los ochenta, mientras estaba en plena mudanza de Cali a Nueva York. Es una serie de acuarelas que son el inicio de la exposición que lleva el mismo nombre y ahora está en el Museo de Arte Moderno de Medellín.
En una de las obras de Ruido se encuentra un cuadro donde se observan las piernas de la que parece una mujer. Al cuerpo no se le ve el torso, las manos o la cabeza. Solo está acostado frente a una televisión, bajo una cobija amarilla, e incluso podría pensarse que no es ni siquiera una mujer. Es extremadamente atractivo, explícito, aunque su piel sea gris. Eso, según Karen, es a propósito: el que sus personajes no tengan rostro. “Las parejas pueden ser cualquier persona, para que los espectadores tal vez también se reconozcan en ellas”, explica.
Eso sucede, por ejemplo, en una de sus obras más icónicas, “Homenaje a Cali”, que en la exposición del MAMM se encuentra un poco más adentro, y en la que Karen retrata con destreza técnica algunas de las calles más reconocidas de la ciudad. La diferencia es que, en el mundo simbólico de la artista, esos pasajes son habitados por cuerpos de gigantes que tienen sexo a los que tampoco se les ve la cara, solo el acto que los sella entre sí, tal vez dando a entender que el deseo superó lo público y lo habita por completo. Tanto que parece que los puentes y caminos se quedan pequeños.
El montaje que requirió de un largo viaje
Sus obras, al igual que Karen, han sido nómadas. Un grupo central de piezas viajó primero a Nueva York, luego a Berlín, y por último a Colombia. “Fue difícil reunirlas, además de costoso, pero en Colombia tenemos la ventaja de que otras de sus obras ya estaban en Bogotá. Al final lo logramos y el resultado es Ruido/Noise”, cuenta Emiliano Valdés, curador jefe del MAMM, quien, además, trabajó con la curadora Ana Ruiz para el montaje de la exposición, que contó con la colaboración del Swiss Institute de Nueva York y el KW Institute for Contemporary Art de Berlín.
Emiliano también explica que muchas obras de Karen estaban en posesión de varios de sus amigos, los que construyó a lo largo del tiempo en Colombia y otras partes del mundo. “Siempre fui una persona de comunidades, como también vengo de una familia influenciada por la cultura y las artes”, dice ella.
Es cierto. En una entrevista que le hizo el escritor y director de teatro Sandro Romero, en el Museo La Tertulia, de Cali, durante 2021, ella misma dice que su familia siempre trabajó con las manos. Su abuelo, por ejemplo, era orfebre, y su papá trabajaba en IBM, pero renunció a su empleo y se dedicó a estudiar arte durante las noches con ella. Él también se vio altamente influenciado por el arte pop, e incluso hacía obras inspiradas en ese movimiento. Por eso Karen y sus cinco hermanos solían llamarle a sus piezas “Pop’s art”, o “arte de papá” en español.
Karen vivió un largo tiempo en Bogotá. Allí, luego de alquilar una casa por la 66 (cerca de la cual actualmente tiene una galería llamada Lamassonne), comenzó a hacer un círculo cercano de amigos, y entre fiestas y reuniones, también surgieron las oportunidades de trabajo: le encontró pasión a la dirección de arte y al cine. “Eso es algo muy natural en Karen, tiene mucho sentido su interés por lo cinematográfico”, cuenta Emiliano. “Al fin y al cabo, sus obras pueden percibirse como encuadres de su vida”. Ella, por otro lado, dice que lo más interesante es lo que se queda por fuera, lo que no se ve.
“Había participado ya en varias exposiciones colectivas, en Bogotá y en Cali, donde Marlene Hoffman y con otros artistas en un Salón de Arte Joven en Cali. Conocí a Luis Ospina y a “Los Caleños” a través de mis amigos publicistas en Bogotá”, dijo Karen en otra entrevista a El Espectador publicada en 2019.
Su primera cámara la ganó luego de un trueque que hizo en 1977 en Alemania. A partir de eso, se interesó por la fotografía. Luego, cuando Luis Ospina comenzó a producir la película “Pura Sangre” en 1984, Karen hizo la dirección artística y el storyboard. “Buscamos las locaciones y ahí aprendí todo lo que requiere el hacer una película desde la preproducción, posproducción, edición y demás, como si yo hubiera estudiado en la escuela Luis Ospina. Fue aprender, entrar en el grupo de cine de Cali y hacer parte de una comunidad de artistas en la que crecimos juntos viviendo experiencias muy intensas en los 80″.
Pura Sangre a menudo es descrita como el modelo a seguir para encontrar un auténtico cine de terror colombiano. El espectador se sumerge en una historia cercana a los relatos de vampiros en la que una secta secuestra personas para robarles su sangre. El largometraje fue dedicado a la memoria del escritor Andrés Caicedo.
De hecho, pasados los años, Karen expuso algunos pedazos del storyboard de Pura Sangre, que son la parte final de su exposición actual en el MAMM. En esa última parte, donde las paredes están pintadas de negro, también se ven colgados en la pared algunos marcos que contienen pedazos de cartas: son las que Karen misma, y otros amigos, le escribieron a Luis Ospina a lo largo de su vida, y que ella intervino con forma de collage luego de su muerte en 2019. “Muchas personas me preguntaron por qué hice eso, exponer unas cartas con contenido tan íntimo, pero a mí me parece una manera maravillosa de hacer un homenaje, de hacer catarsis”, cuenta ella.
Allí también está la serie de dibujos de “24 Cuadros por Segundo”, una animación en homenaje a artistas colombianos. Y, al fondo, un sofá negro en una sala oscura donde se proyecta la película “en loop”, para que, quien quiera, se siente a verla. “Es un final bonito”, concluyen ella y Emiliano. “El recorrido de una vida materializado en una película llena de chistes internos, de los que a veces yo sola me río cuando la sala está en silencio”.