El despertar literario que Hugo Chávez frenó y la migración revivió
La política y la economía siempre han limitado el despertar literario de Venezuela. Pero ahora, gracias a la migración, el país se abre al mundo a través de pequeños refugios para las letras.
Camilo Gómez Forero
Cuando Patricia Heredis y Leo Maita empezaron a estudiar letras en Venezuela, el país ya iba entrando en un proceso de cierre político. Un cierre que pronto fue capturando todas las áreas de la vida, como la lectura. Era imposible no notar este cambio. Especialmente para ellos, que respiraban por la literatura y esperaban algún día vivir de ella. Las librerías, que no eran otra cosa que su verdadero hogar, fueron entrando en un otoño que se ha hecho eterno. Las hojas no han parado de caer desde entonces.
“La cantidad de libros que llegaban al país y las condiciones en las que llegaban era diferente. Para nosotros, que en ese momento justo estábamos como en un despertar literario, fue muy evidente que había una diferencia entre lo que veíamos en las librerías antes y lo que se empezó a ver en esos años. Venezuela se fue convirtiendo en una isla en muchos sentidos Y en el sentido del libro no fue diferente”, dice Patricia.
Cuando empezó el gobierno de Hugo Chávez, cuentan estos literatos, el exmandatario se esforzó en un inicio en aprovechar la bonanza petrolera para ofrecer un importante avance social y cultural, que repercutió también de alguna forma culturalmente. Se lanzaron concursos para conocer nuevos autores, por ejemplo.
“Fue una época en la que se publicó muchísimo”, cuenta Leo.
Pero luego vino el cambio que les tocó sufrir. Las editoriales públicas, como Monte Ávila Editores o Biblioteca Ayacuch, fueron poco a poco siendo secuestradas por el proyecto político de Chávez hasta un punto en el que se convirtieron esas editoriales “en panfletos políticos”, rompiendo con la trascendencia literaria importantísima que podían tener no solamente en Venezuela, sino en toda Latinoamérica.
Chávez empezó a recortar los fondos para Monte Ávila, por ejemplo, que tuvo que eliminar los costos de traducción de inmediato hasta que cayó en la suspensión total de la distribución internacional. Así fueron llegando menos libros al país.
Para los estudiantes de literatura ha sido difícil ese “despertar literario” desde entonces. “Creo que el noventa % de nuestra carrera la hicimos con fotocopias”, cuenta Leo. No se trata solo de que no hay dinero para comprar los libros —y que priman otros gastos básicos como la comida y la vivienda antes—, sino que los libros eran más escasos.
Esto, por supuesto, como todas las cosas que pasan en la vida, tiene sus lados buenos y sus lados malos. El lado malo es muy amplio. “Se queda aislado el país prácticamente”, lamenta Patricia. Pero, por otra parte, floreció una nueva industria editorial independiente que trabajaba con muchas dificultades, con unas tiradas muy pequeñas, pero fue muy interesante porque empezaron a surgir muchas cosas que no estaban antes en el país.
“La importación de libros empezó a hacer cada vez más difícil y como respuesta, pues ante la necesidad de la gente a la que le interesaban los libros, pues empezó a intentar producir desde adentro”, señala Leo.
“Algunos de esos proyectos que se abrieron son la editorial Lugar común, en la que trabajé después, que luego, lamentablemente, se disolvió y se convirtió en el equipo de otra editorial llamada Madera fina”, relata Heredis.
Estas librerías independientes empezaron a ofrecer un modelo de librería diferente que se fue extendiendo no solo en el centro, sino también en las provincias, y que creaba no solo un negocio de libros, sino un espacio diferente, que no le pertenecía al Estado, y que les fue despojado a las editoriales, a los libreros y a los lectores. Y cuando todo empezaba a pintar bien llegó otra crisis: la del papel y la migración.
Las dificultades de Venezuela para importar papel llevaron al ocaso de muchas editoriales. Y, en paralelo, la crisis económica llevó a la migración de cientos de libreros. No hay cifras claras respecto a la caída de las librerías en Venezuela. Algunos reportes de prensa dicen que para 1998 había 1.000 librerías, unas 300 en Caracas; hoy solo quedarían 200 en provincia y unas 60 en la capital. También dicen que solo el 40 % de estas son enfocadas solo en los libros, y que el resto funcionan como papelerías también. Otros reportes son todavía más pesimistas, y dicen que solo quedan 40 librerías funcionando.
Ante este oscuro panorama, salido de las peores pesadillas de una historia de Ray Bradbury, hay una ventana de esperanza para la literatura venezolana. Se trata de las librerías que migrantes como Patricia y Leo están abriendo por el mundo para llevar un pedacito de la literatura nacional al exterior. Esta pareja fundó “Los pequeños seres”, un refugio literario que hoy destaca en el barrio El Rastro de Madrid, España.
“El nombre es un homenaje a la novela de Salvador Garmendia —originario de Barquisimeto, Venezuela—. Surgió después de que Patricia y yo veníamos de haber hecho varias suplencias en librerías aquí en Madrid, y apareció una oportunidad muy, muy difícil de tomar. Cuando la tomamos, empezamos con unos libros prestados prácticamente y fuimos abriéndonos camino y dándole más forma a esto que ahora es una librería muy, muy particular, que combina libros nuevos y libros de segunda mano”, dice Leo.
“No tenemos una sección especial para autores de Venezuela, porque queremos que la literatura venezolana esté perfectamente integrada con el resto de la literatura universal, que creemos que es el lugar que le corresponde. Lo que sí hacemos es que tenemos en nuestro sistema de gestión, eso sí, una etiqueta en particular de Venezuela, sobre todo por una cuestión práctica. Nos visitan muchos venezolanos que están buscando libros de venezolanos, y pues es una manera como de decirles lo que tengo es esto”, explica Patricia.
El proyecto va marchando. En las próximas semanas, de hecho, participarán de la Feria del Libro de Madrid, sobre la que tienen grandes expectativas. Pero Patricia también recuerda que hay más proyectos como el de ella y Leo. La editorial Letra muerta, que sigue funcionando en Venezuela, tiene una sede en Nueva York, Estados Unidos. Ifigenia es otro caso, un café literario que abrió en Buenos Aires, Argentina. Para no ir muy lejos, está la editorial Libros del Fuego en Colombia, fundada en 2013 que expandió sus operaciones al país. Estos tres casos, a cargo de venezolanos, también recuerdan la relevancia de una buena librería y un librero.
“Al final es un lugar (la librería) que es importantísimo para los lectores desde muchos puntos de vista, y tal vez la compra no es lo más importante que puede ofrecer la librería. Esto se verifica cada vez más. Cada vez necesitas menos la librería para comprar un libro, pero necesitas cada vez más la librería para muchas cosas, como tener un librero o ver cosas que no te imaginabas que existían”, señala Patricia.
No es la primera vez que la literatura enfrentaba un cierre en Venezuela. En los años 70 y 80, cuenta Leo, había gente muy talentosa en el país. Pero cuando ocurrió todo el “boom” de la literatura latinoamericana, Venezuela se quedó ensimismada, encerrada. La bonanza petrolera de entonces condujo a la población a una comodidad general que hizo que no entrara en el ámbito regional.
“Venezuela no sonó en el ‘boom’, porque nosotros en Venezuela estábamos tranquilos con un vaso de whisky en la mano y no nos estábamos preocupando por hacernos notar fuera. En cambio, personajes como García Márquez, personajes como Cortazar, bueno, un montón de gente, sí se preocupó por salir de su zona de confort y se hizo notar en el universo hispanohablante total”, relata Leo.
Es, por supuesto, un cierre con marcadas diferencias al cierre político actual, pero también habla de la necesidad, de una vez por todas, de una apertura de la literatura venezolana. Como buenos libreros, Patricia y Leo hicieron su trabajo y compilaron una breve lista de recomendados para acercarnos a la literatura venezolana. Estas son sus ofertas:
Eduardo Sánchez Rules tiene una novela que se llama “El síndrome de Lisboa”, que es muy interesante, porque es una especie novela postapocalíptica. Ocurre un desastre en el planeta y la historia que vemos es realmente la historia de Caracas, como en una realidad en la que acaba de ocurrir con la pandemia. La historia que vemos en la historia de Venezuela, de un mundo que ya se había acabado hace algunos años.
Enrique Bernardo Núñez, que vale muchísimo la pena leer hoy y siempre, tiene una novela que se llama Cubagua en la que planteaba una especie de loop en el tiempo en el que las cosas se repetían una y otra vez. Su rol como historiador es crucial, pues ha visto cómo los ciclos que se repetían en la historia de nuestro país con, bueno, esta obsesión extractivista que tenemos a veces en algunos países subdesarrollados. Y como eso nos obligaba a repetir una y otra vez los mismos errores.
Ednodio José Quintero, sobre todo sus cuentos, que muestran su interés por Japón. Su universo está muy contaminado por la cultura japonesa, pero hay un sustrato ahí que permite ver la zona muy rural de Venezuela y es muy interesante esa mezcla entre el aspecto andino y el aspecto japonés.
Con estas recomendaciones, se nos ocurrió crear una biblioteca de esas letras que migran. ¿Qué autores o autoras de Venezuela conoce y quiere recomendar? También queremos saber qué libros le han permitido conocer otro país. Envíenos sus comentarios a cgomez@elespectador.com
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Cuando Patricia Heredis y Leo Maita empezaron a estudiar letras en Venezuela, el país ya iba entrando en un proceso de cierre político. Un cierre que pronto fue capturando todas las áreas de la vida, como la lectura. Era imposible no notar este cambio. Especialmente para ellos, que respiraban por la literatura y esperaban algún día vivir de ella. Las librerías, que no eran otra cosa que su verdadero hogar, fueron entrando en un otoño que se ha hecho eterno. Las hojas no han parado de caer desde entonces.
“La cantidad de libros que llegaban al país y las condiciones en las que llegaban era diferente. Para nosotros, que en ese momento justo estábamos como en un despertar literario, fue muy evidente que había una diferencia entre lo que veíamos en las librerías antes y lo que se empezó a ver en esos años. Venezuela se fue convirtiendo en una isla en muchos sentidos Y en el sentido del libro no fue diferente”, dice Patricia.
Cuando empezó el gobierno de Hugo Chávez, cuentan estos literatos, el exmandatario se esforzó en un inicio en aprovechar la bonanza petrolera para ofrecer un importante avance social y cultural, que repercutió también de alguna forma culturalmente. Se lanzaron concursos para conocer nuevos autores, por ejemplo.
“Fue una época en la que se publicó muchísimo”, cuenta Leo.
Pero luego vino el cambio que les tocó sufrir. Las editoriales públicas, como Monte Ávila Editores o Biblioteca Ayacuch, fueron poco a poco siendo secuestradas por el proyecto político de Chávez hasta un punto en el que se convirtieron esas editoriales “en panfletos políticos”, rompiendo con la trascendencia literaria importantísima que podían tener no solamente en Venezuela, sino en toda Latinoamérica.
Chávez empezó a recortar los fondos para Monte Ávila, por ejemplo, que tuvo que eliminar los costos de traducción de inmediato hasta que cayó en la suspensión total de la distribución internacional. Así fueron llegando menos libros al país.
Para los estudiantes de literatura ha sido difícil ese “despertar literario” desde entonces. “Creo que el noventa % de nuestra carrera la hicimos con fotocopias”, cuenta Leo. No se trata solo de que no hay dinero para comprar los libros —y que priman otros gastos básicos como la comida y la vivienda antes—, sino que los libros eran más escasos.
Esto, por supuesto, como todas las cosas que pasan en la vida, tiene sus lados buenos y sus lados malos. El lado malo es muy amplio. “Se queda aislado el país prácticamente”, lamenta Patricia. Pero, por otra parte, floreció una nueva industria editorial independiente que trabajaba con muchas dificultades, con unas tiradas muy pequeñas, pero fue muy interesante porque empezaron a surgir muchas cosas que no estaban antes en el país.
“La importación de libros empezó a hacer cada vez más difícil y como respuesta, pues ante la necesidad de la gente a la que le interesaban los libros, pues empezó a intentar producir desde adentro”, señala Leo.
“Algunos de esos proyectos que se abrieron son la editorial Lugar común, en la que trabajé después, que luego, lamentablemente, se disolvió y se convirtió en el equipo de otra editorial llamada Madera fina”, relata Heredis.
Estas librerías independientes empezaron a ofrecer un modelo de librería diferente que se fue extendiendo no solo en el centro, sino también en las provincias, y que creaba no solo un negocio de libros, sino un espacio diferente, que no le pertenecía al Estado, y que les fue despojado a las editoriales, a los libreros y a los lectores. Y cuando todo empezaba a pintar bien llegó otra crisis: la del papel y la migración.
Las dificultades de Venezuela para importar papel llevaron al ocaso de muchas editoriales. Y, en paralelo, la crisis económica llevó a la migración de cientos de libreros. No hay cifras claras respecto a la caída de las librerías en Venezuela. Algunos reportes de prensa dicen que para 1998 había 1.000 librerías, unas 300 en Caracas; hoy solo quedarían 200 en provincia y unas 60 en la capital. También dicen que solo el 40 % de estas son enfocadas solo en los libros, y que el resto funcionan como papelerías también. Otros reportes son todavía más pesimistas, y dicen que solo quedan 40 librerías funcionando.
Ante este oscuro panorama, salido de las peores pesadillas de una historia de Ray Bradbury, hay una ventana de esperanza para la literatura venezolana. Se trata de las librerías que migrantes como Patricia y Leo están abriendo por el mundo para llevar un pedacito de la literatura nacional al exterior. Esta pareja fundó “Los pequeños seres”, un refugio literario que hoy destaca en el barrio El Rastro de Madrid, España.
“El nombre es un homenaje a la novela de Salvador Garmendia —originario de Barquisimeto, Venezuela—. Surgió después de que Patricia y yo veníamos de haber hecho varias suplencias en librerías aquí en Madrid, y apareció una oportunidad muy, muy difícil de tomar. Cuando la tomamos, empezamos con unos libros prestados prácticamente y fuimos abriéndonos camino y dándole más forma a esto que ahora es una librería muy, muy particular, que combina libros nuevos y libros de segunda mano”, dice Leo.
“No tenemos una sección especial para autores de Venezuela, porque queremos que la literatura venezolana esté perfectamente integrada con el resto de la literatura universal, que creemos que es el lugar que le corresponde. Lo que sí hacemos es que tenemos en nuestro sistema de gestión, eso sí, una etiqueta en particular de Venezuela, sobre todo por una cuestión práctica. Nos visitan muchos venezolanos que están buscando libros de venezolanos, y pues es una manera como de decirles lo que tengo es esto”, explica Patricia.
El proyecto va marchando. En las próximas semanas, de hecho, participarán de la Feria del Libro de Madrid, sobre la que tienen grandes expectativas. Pero Patricia también recuerda que hay más proyectos como el de ella y Leo. La editorial Letra muerta, que sigue funcionando en Venezuela, tiene una sede en Nueva York, Estados Unidos. Ifigenia es otro caso, un café literario que abrió en Buenos Aires, Argentina. Para no ir muy lejos, está la editorial Libros del Fuego en Colombia, fundada en 2013 que expandió sus operaciones al país. Estos tres casos, a cargo de venezolanos, también recuerdan la relevancia de una buena librería y un librero.
“Al final es un lugar (la librería) que es importantísimo para los lectores desde muchos puntos de vista, y tal vez la compra no es lo más importante que puede ofrecer la librería. Esto se verifica cada vez más. Cada vez necesitas menos la librería para comprar un libro, pero necesitas cada vez más la librería para muchas cosas, como tener un librero o ver cosas que no te imaginabas que existían”, señala Patricia.
No es la primera vez que la literatura enfrentaba un cierre en Venezuela. En los años 70 y 80, cuenta Leo, había gente muy talentosa en el país. Pero cuando ocurrió todo el “boom” de la literatura latinoamericana, Venezuela se quedó ensimismada, encerrada. La bonanza petrolera de entonces condujo a la población a una comodidad general que hizo que no entrara en el ámbito regional.
“Venezuela no sonó en el ‘boom’, porque nosotros en Venezuela estábamos tranquilos con un vaso de whisky en la mano y no nos estábamos preocupando por hacernos notar fuera. En cambio, personajes como García Márquez, personajes como Cortazar, bueno, un montón de gente, sí se preocupó por salir de su zona de confort y se hizo notar en el universo hispanohablante total”, relata Leo.
Es, por supuesto, un cierre con marcadas diferencias al cierre político actual, pero también habla de la necesidad, de una vez por todas, de una apertura de la literatura venezolana. Como buenos libreros, Patricia y Leo hicieron su trabajo y compilaron una breve lista de recomendados para acercarnos a la literatura venezolana. Estas son sus ofertas:
Eduardo Sánchez Rules tiene una novela que se llama “El síndrome de Lisboa”, que es muy interesante, porque es una especie novela postapocalíptica. Ocurre un desastre en el planeta y la historia que vemos es realmente la historia de Caracas, como en una realidad en la que acaba de ocurrir con la pandemia. La historia que vemos en la historia de Venezuela, de un mundo que ya se había acabado hace algunos años.
Enrique Bernardo Núñez, que vale muchísimo la pena leer hoy y siempre, tiene una novela que se llama Cubagua en la que planteaba una especie de loop en el tiempo en el que las cosas se repetían una y otra vez. Su rol como historiador es crucial, pues ha visto cómo los ciclos que se repetían en la historia de nuestro país con, bueno, esta obsesión extractivista que tenemos a veces en algunos países subdesarrollados. Y como eso nos obligaba a repetir una y otra vez los mismos errores.
Ednodio José Quintero, sobre todo sus cuentos, que muestran su interés por Japón. Su universo está muy contaminado por la cultura japonesa, pero hay un sustrato ahí que permite ver la zona muy rural de Venezuela y es muy interesante esa mezcla entre el aspecto andino y el aspecto japonés.
Con estas recomendaciones, se nos ocurrió crear una biblioteca de esas letras que migran. ¿Qué autores o autoras de Venezuela conoce y quiere recomendar? También queremos saber qué libros le han permitido conocer otro país. Envíenos sus comentarios a cgomez@elespectador.com
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