Entre el miedo y la esperanza: migrar sin compañía en la infancia o adolescencia

Heidy Arévalo, gerente de Estrategia y Gestión del Conocimiento para la organización humanitaria World Vision Colombia, explica lo que han podido identificar en la atención que brindan a menores de edad que migran sin un adulto responsable o que se han separado de sus familias.

María Alejandra Medina
06 de septiembre de 2024 - 01:00 a. m.
Imagen de archivo de un grupo de migrantes venezolanos que camina por una carretera cercana a la frontera de Ecuador y Colombia.
Imagen de archivo de un grupo de migrantes venezolanos que camina por una carretera cercana a la frontera de Ecuador y Colombia.
Foto: EFE - Xavier Montalvo
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¿Qué se entiende por niñas y niños no acompañados?

Niñas y niños no acompañados son aquellas personas menores de 18 años que salen de su país de origen en compañía de otros jóvenes o que deciden salir solos y que no tienen nunca el acompañamiento de una persona adulta. Pueden ir solos o en grupo, pero siempre son menores de edad.

Las niñas y los niños separados, por otro lado, son todas estas personas menores de 18 años que salen con el cuidado de un adulto, que es un tercero como un vecino, un familiar, pero que no están con papá o mamá, no están con su núcleo familiar básico.

Entre las principales razones por las que migra la niñez separada está precisamente reencontrarse con su núcleo básico.

¿En qué partes del país han podido identificar este fenómeno?

Hicimos un estudio que hemos llamado “Sentires de la niñez no acompañada y separada durante su tránsito migratorio en ruta”. La identificación la hicimos en el páramo de Berlín, donde tenemos un centro de atención. Este centro no está orientado a atender a niñas y niños, porque eso es responsabilidad del Estado y quien hace la representación en estos casos es el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF); entonces ellos no pueden, sobre todo los que no están acompañados, estar en espacios no aptos o dispuestos para su atención. Sin embargo, hay casos de niñas y niños no acompañados que llegan porque no tienen nada más.

Cuando llegan al páramo, que es uno de los puntos más críticos en temas humanitarios, porque las condiciones climáticas son muy adversas, coordinamos con la autoridad competente. Y cuando es autorizado, hacemos la atención allí, como la hacemos para los adultos, disponiendo unas condiciones de protección específicas para ellas y ellos. Este es un punto pendular, un paso obligado para las personas migrantes que van de retorno a Venezuela o que van saliendo y haciendo tránsito hacia el interior del país.

Otra zona de mucha identificación de niñas y niños es Medellín, le sigue Bogotá y el siguiente punto es Nariño, por la frontera con Ecuador, porque es el paso hacia el sur de la región.

¿Desde cuándo se identificó este fenómeno?

Hemos empezado a hacer una identificación y un llamado desde hace tres años que empezamos a observar que las niñas y los niños estaban migrando solos o no acompañados, y eso nos llamó la atención. Los primeros casos eran niñas y niños en su mayoría que se perdían del grupo familiar durante el tránsito. Ayudábamos a al proceso de contacto para la reunificación. Pero como llevamos nueve años de esta situación, desde que se dio el primer cierre de frontera y empezó a anticiparse un poco lo que iba a ser esta crisis, lo que hemos notado es que las niñas y los niños no acompañados, o los que están con otros pares menores de edad, han aumentado en medio de esta situación.

Es el crecer en la dinámica migratoria, sobre todo una dinámica de pendularidad, que les genera a ellos ya la decisión propia de seguir el rumbo que hicieron en sus primeros años de vida. Y ahí está el mayor grupo de la población, de los que nosotros hemos atendido. Lo que hemos podido identificar es que el mayor grupo está entre los 14 y los 17 años de edad. Y son no acompañados, es decir, afirman haber tomado la decisión de salir y buscar sus propias condiciones de vida.

¿Cuáles son los principales riesgos a los que se enfrenta esta población cuando decide tomar por su cuenta la ruta migratoria?

Hay un altísimo riesgo de reclutamiento por parte de actores armados y grupos delictivos. Es el principal. El siguiente es el abuso sexual, que se denuncia menos, se ha normalizado más, porque ha sido parte de los mecanismos adversos de afrontamiento. Viajan en grupo y entre ellos consideran que es normal que uno de ellos, generalmente las niñas, intercambien “favores sexuales” a cambio de un aventón o de que les acorten el tránsito. Todas las situaciones asociadas a las violencias basadas en género, entre estas la explotación sexual, son de las más recurrentes que tienen que enfrentar.

También, las situaciones de violencia, sobre todo por ataques de hinchas o grupos aficionados a los equipos deportivos. Hay territorios, sobre todo cuando van a hacer el tránsito hacia el sur del país, cerca de Antioquia y el Valle, donde más ataques sufren por parte de los hinchas deportivos, que les quitan sus pertenencias, pero además los golpean... Se ha convertido en una práctica muy muy recurrente y poco denunciada oficialmente. Los caminantes que hacen su tránsito, que van en ruta, dicen que a lo que más miedo le tienen es a encontrarse con las barras bravas en el camino.

En cuanto a los riesgos que enfrentan, destacan no tener qué comer o qué beber y los cambios de clima sin estar preparados.

Ustedes pudieron también identificar las emociones o sentimientos que experimentan. ¿Cuáles son las más representativas?

La esperanza es la emoción que más se registró y eso está asociado a los motivos de viaje. Cuando les preguntamos por qué migraron, ellos mencionan en primer lugar la búsqueda de oportunidades laborales y económicas; en segundo lugar, está encontrarse con sus familias y lo tercero es la búsqueda de una vida mejor. Sin embargo, la esperanza empieza a tener un declive rápido en jóvenes que llevan más de dos años haciendo el tránsito, porque finalmente no encuentran nada de lo que estaban pensando que iban a encontrar.

La alegría está asociada al hecho de mantenerse en grupo y de encontrar más amigos en la ruta, porque muchos salen de su país solos completamente, y es en la ruta que van construyendo los grupos con los que llegan a ciertos territorios. También sienten miedo. Como generalmente hicieron este tránsito con sus familias y se volvió parte de su cotidianidad, pierden la percepción sobre los riesgos y emociones negativas, como si no se las permitieran, como si para ellos fuera un anclaje el mantenerse siempre asociados a emociones positivas, como la esperanza, la alegría y la tranquilidad.

Sin embargo, cuando se empieza a profundizar en este instrumento y a mirar otros factores, la vergüenza, por ejemplo, es una emoción que ellos asocian a la manera como ellos se ven y son percibidos, porque no pueden asearse, por no poder bañarse; tener que usar chanclas para ellos es un asunto muy incómodo, pero es lo único que encuentran.

La ira y el miedo están asociados a todo lo que tienen que enfrentar durante el tránsito, y allí encontramos que han desarrollado prácticas de cuidado como parte de su sobrevivencia, por ejemplo, viajar únicamente de día y justamente asociado a los ataques por parte de las barras bravas, porque ya tienen identificados los puntos y los horarios en que son atacados, entonces han decidido viajar únicamente de día.

Otra de las prácticas de autocuidado que nos llamaron mucho la atención tiene que ver con que ellos establecen unos “libretos” que van a contar siempre en las instituciones para mantenerse unidos, entonces ellos se inventan que son familia, aun cuando entre ellos no lo sean, pero es la manera de que, si se identifica a una niña o un niño de 13 años sobre quien el defensor de familia tiene que tomar una decisión, pues ellos dicen que es el hermano, el hijo, etc., y mantienen esa coherencia discursiva para que no sean separados y lo asumen como prácticas del cuidado de sí mismos.

Y llevar elementos de defensa: tijeras, cuchillos, navajas, porque sienten que la única manera de poder defenderse en caso de que sean atacados.

¿Cómo son los encuentros con estos menores de edad y cuáles son los protocolos para su atención?

Lo que nosotros hemos hecho teniendo los puntos estratégicos durante la ruta es que, cuando se les identifica, se les presta toda la información, pero hay instituciones que están orientadas específicamente a la atención de niñas y niños. Nosotros hacemos toda la verificación, confirmar si tienen un familiar de contacto e inmediatamente establecer el diálogo con la autoridad, que puede ser el defensor o un comisario de familia dependiendo de dónde se haga la identificación, y se remite para que esa niña o ese niño reciba la atención.

Lo que hemos identificado y lo que se está volviendo un cuello de botella es que las niñas y los niños no quieren ser parte de los procesos de protección como están establecidos, es decir, el proceso administrativo que se abre para la restitución de derechos de las niñas y los niños. Una vez abierto ese proceso de verificación, las niñas y los niños pasan a una medida de protección provisional mientras se establece qué es lo más conveniente para ellas y ellos. Una opción que tenemos en el Estado colombiano es la reunificación familiar, pero nos hemos dado cuenta de que no es la más conveniente para todos los casos porque ya hubo una descomposición familiar en el país de origen, ya no hay a dónde retornar a las niñas y los niños, entonces se busca la reunificación siempre y cuando vaya en línea con el principio del interés superior de las niñas y los niños. Eso no lo hacemos nosotros, lo tienen que hacer las organizaciones que están autorizadas para eso.

Nosotros identificamos en lugares como el páramo de Berlín. Ellos vienen de temperaturas muy altas, entonces las niñas y los niños deciden parar y pedir ayuda, y cuando piden la ayuda inmediatamente brindamos la primera atención humanitaria, que es dar comida caliente, generar las condiciones de sobrevivencia e informar inmediatamente a la autoridad competente, y la autoridad competente asume el caso. Hasta ahí llegamos nosotros, pero una de las cosas por las cuales estamos levantando bandera y buscando unirnos es que las niñas y los niños no se quieren acoger a las medidas de protección. Hemos tenido diálogos con el ICBF y hay una preocupación en la que el ICBF ha estado muy presente buscando las alternativas sobre qué hacer con esos adolescentes que ya crecieron, que consideran que son adultos, así se perciben, porque toda su infancia fue en tránsito. Entonces este es su modelo de vida. Entonces: cómo hacemos para que en medio de esto ayudemos a los jóvenes a encauzar sus proyectos de vida y a generar una oferta institucional que vaya en vía de esos intereses, que no necesariamente va a ser la institucionalización.

Seguramente toda la institucionalidad, las organizaciones humanitarias, el ICBF, la institucionalidad pública y los diferentes sectores, tenemos que poner en conversación esta situación, porque no es suficiente con decir que las niñas y los niños no se quieren acoger, mientras sigue el tránsito y sigue pasando lo que está pasando hasta ahora: situaciones de violencia basadas en género, el consumo temprano de sustancias psicoactivas, uniones maritales tempranas, que muchas de ellas también son por causa de explotación sexual... Esto va a devenir en un fenómeno social muy complejo si no actuamos de forma articulada para buscar opciones que reconozcan las necesidades de ellas y ellos y a las que no estamos respondiendo.

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