A ponernos al día sobre los dilemas éticos en la era de la ingeniería genética
Fragmento de “Contra la perfección. La ética en la era de la ingeniería genética”, libro de uno de los filósofos más reconocidos de la Universidad de Harvard y que publicó en Colombia el sello editorial Debate.
Michael J. Sandel * / Especial para El Espectador
Los avances en el campo de la genética suponen al mismo tiempo una promesa y un problema. La promesa consiste en que tal vez seamos capaces de tratar y prevenir un gran número de enfermedades. El problema es que nuestro nuevo conocimiento genético también podría permitirnos manipular nuestra propia naturaleza: mejorar nuestros músculos, nuestra memoria y nuestro humor; escoger el sexo, la altura y otros rasgos genéticos de nuestros hijos; optimizar nuestras capacidades físicas y cognitivas; lograr que estemos «mejor que bien».[6] La mayoría de las personas encuentran inquietantes al menos algunas formas de ingeniería genética. Pero no resulta fácil articular el motivo de nuestra inquietud. Los términos usuales del discurso moral y político no son de mucha ayuda para formular qué tiene de malo el intento de rediseñar nuestra propia naturaleza.
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Los avances en el campo de la genética suponen al mismo tiempo una promesa y un problema. La promesa consiste en que tal vez seamos capaces de tratar y prevenir un gran número de enfermedades. El problema es que nuestro nuevo conocimiento genético también podría permitirnos manipular nuestra propia naturaleza: mejorar nuestros músculos, nuestra memoria y nuestro humor; escoger el sexo, la altura y otros rasgos genéticos de nuestros hijos; optimizar nuestras capacidades físicas y cognitivas; lograr que estemos «mejor que bien».[6] La mayoría de las personas encuentran inquietantes al menos algunas formas de ingeniería genética. Pero no resulta fácil articular el motivo de nuestra inquietud. Los términos usuales del discurso moral y político no son de mucha ayuda para formular qué tiene de malo el intento de rediseñar nuestra propia naturaleza.
Consideremos otra vez la cuestión de la clonación. El nacimiento de Dolly, la oveja clónica, despertó en 1997 una gran preocupación ante la perspectiva de la clonación de seres humanos. Existen buenas razones médicas para preocuparse. La mayoría de los científicos están de acuerdo en que la clonación es insegura y propensa a producir descendencia con graves anormalidades y defectos de nacimiento (Dolly tuvo una muerte prematura). Pero supongamos que la tecnología de la clonación mejorara hasta el punto de que los riesgos no fueran superiores a los de un embarazo natural. ¿Seguiría siendo rechazable entonces la clonación humana? ¿Qué hay de malo exactamente en crear a un ser humano que sea un gemelo genético de su padre o de su madre, o de un hermano mayor que murió trágicamente, o —por qué no— de un científico admirado, de una estrella del deporte o de una celebridad?
Algunos argumentan que la clonación es rechazable porque viola el derecho del hijo a la autonomía. Al escoger por adelantado la configuración genética del hijo, los padres lo obligan a vivir a la sombra de alguien que vivió antes que él, lo que supone privarle de su derecho a un futuro abierto. La objeción de la autonomía puede plantearse no solo contra la clonación, sino también contra toda forma de ingeniería genética que permita a los padres escoger las características genéticas de sus hijos. De acuerdo con esta objeción, el problema con la ingeniería genética es que los «hijos de diseño» no son plenamente libres; incluso las mejoras genéticas (en beneficio del talento musical, por ejemplo, o de la excelencia atlética) orientarían a los hijos hacia determinadas opciones vitales, lo que supondría una limitación de su autonomía y una violación de su derecho a escoger por sí mismos su plan de vida.
A primera vista, el argumento de la autonomía recoge adecuadamente lo que hay de problemático en la clonación humana y en las demás formas de ingeniería genética. Pero no resulta convincente, por dos razones. En primer lugar, supone erróneamente que, en ausencia de un padre o una madre que influya en el diseño genético, los hijos son libres de escoger por sí mismos sus características físicas. Pero nadie escoge su propia herencia genética. La alternativa a un hijo clonado o genéticamente perfeccionado no es un hijo cuyo futuro no se ve influido y limitado por unos talentos particulares, sino un hijo a merced de la lotería genética. En segundo lugar, aun cuando la autonomía pueda explicar en parte nuestra preocupación por los hijos a la carta, no puede explicar nuestras reservas morales ante personas que persiguen mejoras genéticas para sí mismos. No todas las intervenciones genéticas pasan de generación a generación. La terapia génica sobre las células no reproductivas (somáticas), como por ejemplo las células musculares o cerebrales, funciona a base de reemplazar o reparar los genes defectuosos. El problema moral surge cuando las personas usan esta terapia no para curar una enfermedad, sino para ir más allá de la salud y mejorar sus capacidades físicas o cognitivas, para elevarse por encima de la media.
Este problema moral no tiene nada que ver con una limitación de la autonomía. Solo las intervenciones genéticas en la línea germinal, aplicadas sobre óvulos, esperma o embriones, afectan a las generaciones subsiguientes. Un atleta que optimiza genéticamente sus músculos no transmite a su progenie esta velocidad y fuerza aumentadas; no se le puede acusar de imponer talentos a sus hijos que puedan empujarlos hacia una carrera atlética. Y sin embargo, sigue habiendo algo inquietante en la perspectiva de unos atletas genéticamente alterados.
Al igual que la cirugía estética, la optimización genética emplea medios médicos para fines no médicos, es decir, fines no relacionados con la cura o la prevención de enfermedades, la recuperación de lesiones o la restauración de la salud. Pero a diferencia de la cirugía estética, la optimización genética no es meramente estética. Va más allá de la piel. Incluso las mejoras somáticas, que no se transmitirán a nuestros hijos y nietos, plantean difíciles cuestiones morales. Para aquellos que mantienen una actitud ambivalente hacia la cirugía plástica y las inyecciones de bótox para las barbillas caídas o las frentes arrugadas, resulta aún más inquietante la idea de una ingeniería genética que permita cuerpos más fuertes, memorias más precisas, inteligencias más agudas y temperamentos más alegres. La cuestión es si tenemos motivos para estar inquietos, y en tal caso cuál sería su fundamento.
Cuando la ciencia se mueve más rápido que las ideas morales, como sucede hoy, los hombres y las mujeres encuentran problemas para articular los motivos de su inquietud. En las sociedades liberales, recurren primero al lenguaje de la autonomía, la equidad y los derechos individuales. Pero esta parte de nuestro vocabulario moral no nos equipa de forma adecuada para responder a las cuestiones más difíciles que plantean la clonación, los hijos de diseño y la ingeniería genética. Ello explica el vértigo moral que ha provocado la revolución genómica. Para abordar la ética del perfeccionamiento, necesitamos afrontar cuestiones que el mundo moderno ha perdido de vista en gran medida: cuestiones relativas al estatus moral de la naturaleza y a la actitud que deberían adoptar los seres humanos hacia el mundo que les ha sido dado. En la medida en que estas cuestiones bordean la teología, los filósofos y los teóricos políticos modernos tienden a evitarlas. Pero los nuevos poderes que la biotecnología pone a nuestro alcance las convierten en inevitables.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Michael J. Sandel (Minneapolis, 1953) ocupa la cátedra Anne t. y Robert M. Bass de Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard y es uno de los autores de referencia en el ámbito de la filosofía pública. Premio Princesa de Asturias en Ciencias Sociales 2018, es autor de numerosas obras. En Debate ha publicado Justicia. ¿Hacemos lo que debemos? (2011), Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del mercado (2012), Filosofía pública. Ensayos sobre moral en política (2020), La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común? (2020), Contra la perfección. La ética en la era de la ingeniería genética (2022) y El descontento democrático (2023).