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                                                                                                                                Colombia fabricó y exportó vacunas. ¿Podrá volver a hacerlo?

                                                                                                                                Durante el siglo XX el país fabricó millones de dosis de vacunas contra la viruela, la rabia, la tuberculosis y el cólera. También las exportó a más de 20 países; pero su producción se estancó por falta de recursos y decisiones políticas que hoy muestran las consecuencias: la incapacidad para fabricar esos medicamentos en medio de una pandemia.

                                                                                                                                Sergio Silva Numa

                                                                                                                                Editor Salud - Medio Ambiente - Ciencia - Educación
                                                                                                                                Que Colombia pueda producir vacunas humanas para el COVID-19 parece un verdadero sueño muy difícil de cumplir.
                                                                                                                                Foto: REUTERS - ANDY CLARK
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Semanas atrás había conversado con Carlos, asesor de comunicaciones del Ministerio de Salud, para intentar resolver otra incertidumbre: la búsqueda y disponibilidad de una vacuna. En su libro Los vigilantes de la salud (2018), una conmemoración de los cien años del INS, había reconstruido la historia de cómo esas medicinas habían llegado por primera vez a Colombia en 1804 y cómo el país se había embarcado en una intensa producción durante el siglo XX. Muchos esfuerzos y afortunadas coincidencias le habían permitido exportar vacunas a cerca de veinte países para que les hicieran frente a la fiebre amarilla, la rabia, la tuberculosis o el cólera. La erradicación de la viruela, a finales de los años 70, había sido un éxito gracias a la fabricación nacional. Solo se utilizaron dosis “made in” Colombia.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Pero así como es imposible que un smartphone funcione con monedas, parece un verdadero sueño pensar que hoy el país puede fabricar una vacuna contra COVID-19.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                En su libro, Dáguer cuenta que a finales de la década del 70 el INS producía vacunas a un ritmo frenético. En 1979 fabricó 3,3 millones de dosis de antiamarílica, 2,5 millones de la que prevenía la tuberculosis, 841.800 de la antirrábica canina y más de 740.000 de la que protege contra la fiebre tifoidea. Eran años exitosos para una industria que empezaba a desarrollarse a gran velocidad, mientras que otros países apenas comenzaban a descubrir la ingeniería genética, que revolucionaría las décadas siguientes.

                                                                                                                                Cuando Jairo Oviedo llegó al INS, a finales del siglo XX, la planta aún estaba en marcha. Fue nombrado subgerente de producción de vacunas y —dice ahora, desde su casa, en Bogotá— junto con unas 85 personas hacían vacunas contra la fiebre amarilla, la tuberculosis, la difteria, el tétanos y la pertussis (tos ferina), además de sales de rehidratación oral y sueros hiperinmunes. De la última, recuerda, tres millones de dosis por año; de la primera, 1’600.000.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Imagen del proceso de producción de vacunas en la planta del INS.
                                                                                                                                Foto: Cortesía
                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Colombia adoptó ese manual en agosto de 1995. En pocas palabras, esa transformación buscaba estandarizar los procedimientos para hacer medicinas en todo el mundo. Las vacunas entraron en la lista de mayores exigencias. No era lo mismo tratar agentes biológicos que los ingredientes para hacer una aspirina.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Junto con Boshell y otros funcionarios, Oviedo le presentó al Gobierno de Andrés Pastrana una propuesta para evitar el fin de la planta. La modernización para poder cumplir con los requisitos de las “buenas prácticas de manufactura” variaba según los productos que quisieran fabricar. El presupuesto más alto era de US$13’631.634, que permitía producir vacunas contra fiebre amarilla y pentavalentes. Los otros escenarios oscilaban entre los US$3’875.801 y los US$10’282.789. Las cifras de ese estudio quedaron consignadas en diapositivas que nadie más volvió a revisar.

                                                                                                                                Imagen de la planta de INS cuando éste producía vacunas.
                                                                                                                                Foto: Cortesía
                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En la misma mesa Colombia tenía una propuesta que la OPS había hecho a los países latinoamericanos a la que era difícil negarse: había creado un fondo para comprar vacunas y jeringas para los Estados de esta parte del continente. El precio sería igual y la calidad estaría garantizada. Participar en ese proyecto, que ya tiene más de 35 años, permitiría, al menos en el caso de las principales vacunas, esquivar los variados precios del mercado. La única condición era aportar 4,25 % del valor neto de compra a un fondo común para suplir gastos administrativos. Colombia no lo dudó.

                                                                                                                                Las vacunas que permiten que miles de niños no contraigan graves enfermedades en nuestro país aún son compradas a través de ese “Fondo Rotatorio”.

                                                                                                                                ¿Una oportunidad?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Quienes trabajan en el mundo de las vacunas suelen hablar de tres grandes generaciones para explicar los mecanismos de producción y acción de estas medicinas. En el primer grupo están viejas técnicas que permitieron la fabricación de medicinas contra el cólera o la fiebre amarilla. Las vacunas “tradicionales”, las llaman, como las de virus inactivados o atenuadas. Las de la segunda representaron una verdadera revolución. Entre ese grupo aparecieron, gracias a la ingeniería genética, las vacunas recombinantes. En el último grupo están las de ADN y ARN, muy promisorias contra enfermedades como el sida o el ébola, pero aún en proceso de investigación.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Zulma Suárez trata de explicar todos esos mecanismos con paciencia, imposibles de detallar en un par de párrafos. Es química farmacéutica y tiene un doctorado en Genética Molecular y Biotecnología del Centro Internacional de Ingeniería Genética y Biotecnología (ICGEB), en Italia. Hoy es la directora de investigación y desarrollo de una compañía muy popular entre quienes trabajan con asuntos pecuarios: Vecol. Con más de medio siglo de antigüedad, es una de las más grandes que hoy fabrica vacunas en Colombia. Aunque solo lo hacen para animales, también deben cumplir requisitos técnicos muy similares a los de las plantas que fabrican vacunas para humanos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por eso su nombre es uno de los que se menciona con frecuencia en las reuniones del Gobierno para enfrentar el COVID-19. Como dice Leonardo Arregocés, de la Dirección de Medicamentos del Ministerio de Salud, están evaluando sus capacidades para saber cómo podrían aprovecharlas ante el eventual desarrollo de una vacuna contra el coronavirus. Ninguna compañía farmacéutica nacional tiene hoy esa posibilidad, según confirma José Luis Méndez, presidente de Asinfar, asociación de los principales laboratorios colombianos.

                                                                                                                                La participación de Vecol, sin embargo, depende de muchos factores. Uno principal es el tipo de vacuna que se desarrolle. Otro es la parte del proceso en la que una compañía podría participar, según las negociaciones que se realicen con las multinacionales. Una posibilidad, explica Arregocés, es que el país participe en el “terminado” (el envasado, por ejemplo) de una vacuna, pero ese escenario aún es incierto y nadie se atreve a dar detalles. Ni él ni Juan Aurelio Moncada, presidente de Vecol.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El Minsalud, asegura Moncada, es el que hace las evaluaciones sobre la capacidad existente en el país. “Creo que todavía deben darse etapas evaluativas muy importantes de tipo gubernamental, administrativo, contractual, técnico, regulatorio y económico, antes de definir qué plantas podrían ser candidatas a producir o envasar una nueva vacuna para humanos en Colombia”.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Tanto para Sardi como para Méndez, en el fondo, esta dependencia revela un viejo problema de Colombia que aún sigue sin ser resuelto: tener una política industrial farmacéutica que evite la dependencia de un mercado extranjero que no suele ser nada benévolo con los precios ni la accesibilidad de los medicamentos. Ambos creen que una buena salida es encontrar alianzas público-privadas.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Martha Ospina, directora del INS, sabe que el asunto también tiene que ver con la necesidad de invertir en ciencia y tecnología, un hábito nada usual en los gobiernos colombianos. El principal interrogante lo resumió en la revista Colombia Médica: “En su momento [cuando Colombia dejó de producir vacunas humanas] no lo lamentamos. Las puertas estaban abiertas para traer productos de muy buena calidad. Y lo cierto es que aún tenemos coberturas de vacunación satisfactorias. ¿Pero tenemos la misma tranquilidad que antes?”.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                *Nota del autor. En el texto original escribimos que Colombia fabricó “dosis de antimalárica”, pero cometimos un error de transcripción. En el texto original dice claramente que fabricó “dosis de antiamarílica”.

                                                                                                                                Que Colombia pueda producir vacunas humanas para el COVID-19 parece un verdadero sueño muy difícil de cumplir.
                                                                                                                                Foto: REUTERS - ANDY CLARK
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Semanas atrás había conversado con Carlos, asesor de comunicaciones del Ministerio de Salud, para intentar resolver otra incertidumbre: la búsqueda y disponibilidad de una vacuna. En su libro Los vigilantes de la salud (2018), una conmemoración de los cien años del INS, había reconstruido la historia de cómo esas medicinas habían llegado por primera vez a Colombia en 1804 y cómo el país se había embarcado en una intensa producción durante el siglo XX. Muchos esfuerzos y afortunadas coincidencias le habían permitido exportar vacunas a cerca de veinte países para que les hicieran frente a la fiebre amarilla, la rabia, la tuberculosis o el cólera. La erradicación de la viruela, a finales de los años 70, había sido un éxito gracias a la fabricación nacional. Solo se utilizaron dosis “made in” Colombia.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Pero así como es imposible que un smartphone funcione con monedas, parece un verdadero sueño pensar que hoy el país puede fabricar una vacuna contra COVID-19.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                En su libro, Dáguer cuenta que a finales de la década del 70 el INS producía vacunas a un ritmo frenético. En 1979 fabricó 3,3 millones de dosis de antiamarílica, 2,5 millones de la que prevenía la tuberculosis, 841.800 de la antirrábica canina y más de 740.000 de la que protege contra la fiebre tifoidea. Eran años exitosos para una industria que empezaba a desarrollarse a gran velocidad, mientras que otros países apenas comenzaban a descubrir la ingeniería genética, que revolucionaría las décadas siguientes.

                                                                                                                                Cuando Jairo Oviedo llegó al INS, a finales del siglo XX, la planta aún estaba en marcha. Fue nombrado subgerente de producción de vacunas y —dice ahora, desde su casa, en Bogotá— junto con unas 85 personas hacían vacunas contra la fiebre amarilla, la tuberculosis, la difteria, el tétanos y la pertussis (tos ferina), además de sales de rehidratación oral y sueros hiperinmunes. De la última, recuerda, tres millones de dosis por año; de la primera, 1’600.000.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Imagen del proceso de producción de vacunas en la planta del INS.
                                                                                                                                Foto: Cortesía
                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Colombia adoptó ese manual en agosto de 1995. En pocas palabras, esa transformación buscaba estandarizar los procedimientos para hacer medicinas en todo el mundo. Las vacunas entraron en la lista de mayores exigencias. No era lo mismo tratar agentes biológicos que los ingredientes para hacer una aspirina.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Junto con Boshell y otros funcionarios, Oviedo le presentó al Gobierno de Andrés Pastrana una propuesta para evitar el fin de la planta. La modernización para poder cumplir con los requisitos de las “buenas prácticas de manufactura” variaba según los productos que quisieran fabricar. El presupuesto más alto era de US$13’631.634, que permitía producir vacunas contra fiebre amarilla y pentavalentes. Los otros escenarios oscilaban entre los US$3’875.801 y los US$10’282.789. Las cifras de ese estudio quedaron consignadas en diapositivas que nadie más volvió a revisar.

                                                                                                                                Imagen de la planta de INS cuando éste producía vacunas.
                                                                                                                                Foto: Cortesía
                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En la misma mesa Colombia tenía una propuesta que la OPS había hecho a los países latinoamericanos a la que era difícil negarse: había creado un fondo para comprar vacunas y jeringas para los Estados de esta parte del continente. El precio sería igual y la calidad estaría garantizada. Participar en ese proyecto, que ya tiene más de 35 años, permitiría, al menos en el caso de las principales vacunas, esquivar los variados precios del mercado. La única condición era aportar 4,25 % del valor neto de compra a un fondo común para suplir gastos administrativos. Colombia no lo dudó.

                                                                                                                                Las vacunas que permiten que miles de niños no contraigan graves enfermedades en nuestro país aún son compradas a través de ese “Fondo Rotatorio”.

                                                                                                                                ¿Una oportunidad?

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Zulma Suárez trata de explicar todos esos mecanismos con paciencia, imposibles de detallar en un par de párrafos. Es química farmacéutica y tiene un doctorado en Genética Molecular y Biotecnología del Centro Internacional de Ingeniería Genética y Biotecnología (ICGEB), en Italia. Hoy es la directora de investigación y desarrollo de una compañía muy popular entre quienes trabajan con asuntos pecuarios: Vecol. Con más de medio siglo de antigüedad, es una de las más grandes que hoy fabrica vacunas en Colombia. Aunque solo lo hacen para animales, también deben cumplir requisitos técnicos muy similares a los de las plantas que fabrican vacunas para humanos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por eso su nombre es uno de los que se menciona con frecuencia en las reuniones del Gobierno para enfrentar el COVID-19. Como dice Leonardo Arregocés, de la Dirección de Medicamentos del Ministerio de Salud, están evaluando sus capacidades para saber cómo podrían aprovecharlas ante el eventual desarrollo de una vacuna contra el coronavirus. Ninguna compañía farmacéutica nacional tiene hoy esa posibilidad, según confirma José Luis Méndez, presidente de Asinfar, asociación de los principales laboratorios colombianos.

                                                                                                                                La participación de Vecol, sin embargo, depende de muchos factores. Uno principal es el tipo de vacuna que se desarrolle. Otro es la parte del proceso en la que una compañía podría participar, según las negociaciones que se realicen con las multinacionales. Una posibilidad, explica Arregocés, es que el país participe en el “terminado” (el envasado, por ejemplo) de una vacuna, pero ese escenario aún es incierto y nadie se atreve a dar detalles. Ni él ni Juan Aurelio Moncada, presidente de Vecol.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El Minsalud, asegura Moncada, es el que hace las evaluaciones sobre la capacidad existente en el país. “Creo que todavía deben darse etapas evaluativas muy importantes de tipo gubernamental, administrativo, contractual, técnico, regulatorio y económico, antes de definir qué plantas podrían ser candidatas a producir o envasar una nueva vacuna para humanos en Colombia”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El otro escenario a casi nadie se le pasa por la cabeza en este momento: construir una planta para empezar de cero. “Solo el diseño podría tardar unos seis meses y construirla, tal vez, entre tres y cinco años”, asegura Arregocés. Prefiere no arriesgarse a dar un monto preciso de lo que valdría esa construcción, pero sabe que es un terreno de varios millones de dólares. Quizá más de veinte sin contar lo que valdría mantener en el tiempo una capacidad de producción. “De lo que sí estoy seguro es de que esto puede representar una gran oportunidad para que se genere un ambiente que permita que existan esas capacidades”, dice.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Pero para asumir ese riesgo cree que se deben resolver muchas preguntas: ¿qué vacunas queremos producir? ¿Cómo se puede sostener? ¿Qué buscamos al tener una planta? Son interrogantes que también se han hecho los empresarios de las farmacéuticas nacionales. Su poco interés en producir vacunas, dice Emilio Sardi, vicepresidente ejecutivo de Tecnoquímicas, obedece a que nunca han recibido una señal clara para participar en ese mercado. “Si no podemos competir, no lo hacemos. Construir una planta implicaría que el Gobierno se comprometa a comprar las vacunas en Colombia y no en el extranjero. Pero es claro que participar en esta pandemia ya es imposible”, responde.

                                                                                                                                Tanto para Sardi como para Méndez, en el fondo, esta dependencia revela un viejo problema de Colombia que aún sigue sin ser resuelto: tener una política industrial farmacéutica que evite la dependencia de un mercado extranjero que no suele ser nada benévolo con los precios ni la accesibilidad de los medicamentos. Ambos creen que una buena salida es encontrar alianzas público-privadas.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Martha Ospina, directora del INS, sabe que el asunto también tiene que ver con la necesidad de invertir en ciencia y tecnología, un hábito nada usual en los gobiernos colombianos. El principal interrogante lo resumió en la revista Colombia Médica: “En su momento [cuando Colombia dejó de producir vacunas humanas] no lo lamentamos. Las puertas estaban abiertas para traer productos de muy buena calidad. Y lo cierto es que aún tenemos coberturas de vacunación satisfactorias. ¿Pero tenemos la misma tranquilidad que antes?”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En otro apartado resumía el dilema: “Si nuestras políticas hubieran continuado estimulando la investigación y la manufactura de productos farmacéuticos, hoy tendríamos capacidad —o no estaríamos tan lejos de tenerla— para producir localmente los reactivos que hoy tanto escasean en el mercado internacional y tanto necesitamos para el diagnóstico del COVID-19. No estaríamos preguntándonos qué lugar en la fila vamos a tener para recibir la vacuna ni el tratamiento que finalmente nos saque de esta crisis”.

                                                                                                                                *Nota del autor. En el texto original escribimos que Colombia fabricó “dosis de antimalárica”, pero cometimos un error de transcripción. En el texto original dice claramente que fabricó “dosis de antiamarílica”.

                                                                                                                                Por Sergio Silva Numa

                                                                                                                                Editor de las secciones de ciencia, salud y ambiente de El Espectador. Hizo una maestría en Estudios Latinoamericanos. También tiene una maestría en Salud Pública de la Universidad de los Andes. Fue ganador del Premio de periodismo Simón Bolívar.@SergioSilva03ssilva@elespectador.com
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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