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COVID-19: Lecciones de una pandemia persistente

Si bien la pandemia quedó atrás, las lecciones que dejó no deben ser olvidadas. La vigilancia epidemiológica, la investigación científica y la responsabilidad individual siguen siendo claves para enfrentar los desafíos de un virus que, aunque menos letal que antes, aún representa un riesgo para la salud global.

John M. González*
12 de abril de 2025 - 03:56 p. m.
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En noviembre de 2019, el mundo se alertó ante la aparición de un nuevo coronavirus, causante de una enfermedad respiratoria que se propagó rápidamente en China. Se cree que este virus tuvo un origen zoonótico, es decir, pasó de animales a humanos antes de adquirir la capacidad de transmitirse entre personas. En un principio, se esperaba que su control fuera rápido mediante medidas como cuarentenas y restricciones a la movilidad, siguiendo el precedente del SARS, el virus causante del Síndrome Respiratorio Agudo Severo. Este virus del SARS surgió por primera vez en noviembre de 2002 en una provincia del sur de China y, aunque su brote se propagó a varios países, fue contenido en 2003 gracias a estrictas medidas de aislamiento. A diferencia del ahora denominado SARS-CoV-1, el nuevo virus, SARS-CoV-2, demostró una mayor capacidad de transmisión en humanos, lo que complicó su contención. A inicios de 2020, la situación se agravó con brotes significativos en Irán e Italia, lo que llevó a prever una diseminación global inevitable. Finalmente, el 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente la pandemia de COVID-19.

Ante este panorama, los gobiernos implementaron diversas estrategias para mitigar la propagación del virus. Aunque algunas de estas medidas han sido cuestionadas con el paso del tiempo, en su momento fueron necesarias para intentar contener la crisis. Las estrategias se ajustaron conforme avanzaba la pandemia y aumentaba el conocimiento científico sobre el virus. En un primer momento, la respuesta a nivel poblacional incluyó el confinamiento y el distanciamiento social, mientras que, a nivel individual, se promovieron prácticas como el lavado frecuente de manos y el uso de mascarillas. Para evitar la propagación internacional, se cerraron fronteras y se restringieron los viajes. Sin embargo, el verdadero punto de inflexión llegó cuando se logró secuenciar el genoma del virus, permitiendo el desarrollo de pruebas diagnósticas que facilitaron la detección de casos y el rastreo de contactos. Los sistemas de salud se adaptaron con un aumento en la capacidad hospitalaria, la habilitación de hospitales temporales y la adquisición de más equipos médicos, como respiradores. Paralelamente, se realizaron estudios para evaluar posibles tratamientos, incluyendo el uso de suero hiperinmune, antivirales y otros medicamentos destinados a reducir la gravedad de la enfermedad. Finalmente, la vacunación masiva se convirtió en la principal estrategia para controlar la pandemia. Aunque las vacunas fueron implementadas con rapidez, su base científica provenía de décadas de investigación previa, lo que permitió su producción y distribución acelerada.

En su novela Día, el escritor estadounidense y ganador del premio Pulitzer, Michael Cunningham, retrata la vida de una familia en Nueva York a lo largo de varios años, explorando, entre otros temas, las repercusiones de la crisis sanitaria durante la pandemia de COVID-19. A través de una narrativa íntima, Cunningham expone las profundas implicaciones de la pandemia en la vida cotidiana, abordando aspectos como el aislamiento, la soledad y las dificultades familiares. A medida que avanza la historia, muestra cómo estas experiencias llevan a transformaciones personales motivadas por las complicaciones en la salud o pérdidas provocadas por la enfermedad. Aunque no es necesario leer una novela para recordar y revivir lo que experimentamos de manera tan personal durante la pandemia, esta nos permite reflexionar sobre ese período que, en ocasiones, preferimos olvidar o apartar para seguir adelante. Pero al hacerlo, también corremos el riesgo de dejar atrás no solo el dolor, sino las lecciones aprendidas. El problema se agrava con los negacionistas y movimientos antivacunas, quienes han llegado a cuestionar la existencia del virus y la enfermedad, como también la de atribuir miles de efectos adversos no relacionados con las vacunas o negar su eficacia.

El SARS-CoV-2 no desapareció con el fin de la emergencia sanitaria. Recientemente, ha comenzado a circular la variante LP.8.1, descendiente de KP.1, que a su vez proviene de JN.1.1, todas ellas derivadas de la última gran variante ómicron. Con cada nueva descendencia, la capacidad de replicación del virus disminuye, pero su habilidad para evadir el sistema inmune aumenta debido al número de mutaciones acumuladas en la proteína S o espícula, la misma que se usa como componente en la mayoría de las vacunas.

Aunque la COVID-19 llegó para quedarse, las nuevas variantes tienden a causar formas menos graves de la enfermedad en la mayoría de las personas. Esto se debe a la evolución del virus, la inmunidad acumulada en la población, por infección natural o vacunación, y las características propias de las variantes actuales. Pese a todo, la amenaza persiste y sigue causando hospitalizaciones y muertes, especialmente en personas vulnerables, como adultos mayores, personas con enfermedades crónicas o con deficiencias del sistema inmunológico. Por lo tanto, es fundamental no bajar la guardia. Si bien la pandemia quedó atrás, las lecciones que dejó no deben ser olvidadas. La vigilancia epidemiológica, la investigación científica y la responsabilidad individual siguen siendo claves para enfrentar los desafíos de un virus que, aunque menos letal que antes, aún representa un riesgo para la salud global. Del mismo modo, estos aprendizajes nos ayudarán a afrontar nuevas amenazas, como la influenza aviar.

Queda claro que la literatura, como la literatura científica, nos permite reflexionar sobre el impacto de la pandemia, sus consecuencias en la población y la importancia de la preparación ante futuras crisis sanitarias.

John M. González MD, PhD

Facultad de Medicina – Universidad de los Andes

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Por John M. González*

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Héctor Pinzón T(15733)12 de abril de 2025 - 05:43 p. m.
Gracias, Dr. González.
Héctor Pinzón T(15733)12 de abril de 2025 - 05:41 p. m.
Qué artículo tan bueno, bien escrito, reposado, explicativo. Ojalá los redactores del periódico lo tomen como referencia.
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