Cuando los mosquitos se convierten en una amenaza pública
En la costa del lago Victoria en Kenia, científicos y voluntarios luchan contra una amenaza que afecta a más personas que cualquier otra en la Tierra: el mosquito. Aunque se había logrado avances en la lucha contra los mosquitos que transmiten enfermedades como la malaria, en los últimos años, los avances se han estancado e incluso revertido. Los insecticidas se han vuelto menos eficaces, los mosquitos han desarrollado resistencia y el cambio climático ha expandido la presencia de mosquitos portadores de enfermedades en nuevas áreas.
Stephanie Nolen / The New York Times
BUSIA, Kenia — A lo largo de cientos de kilómetros de la costa del lago Victoria, en Kenia, un escuadrón de jóvenes científicos y un ejército de voluntarios libran una guerra sin cuartel contra una criatura que amenaza la salud de más personas que ninguna otra en la Tierra: el mosquito.
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BUSIA, Kenia — A lo largo de cientos de kilómetros de la costa del lago Victoria, en Kenia, un escuadrón de jóvenes científicos y un ejército de voluntarios libran una guerra sin cuartel contra una criatura que amenaza la salud de más personas que ninguna otra en la Tierra: el mosquito.
Prueban nuevos insecticidas e ingeniosas formas de administrarlos. Se asoman a las ventanas por la noche en busca de los mosquitos que acechan a las personas dormidas. Recogen sangre —de bebés, de conductores de mototaxis, de pastores de cabras y de sus cabras— para rastrear los parásitos que transmiten los mosquitos.
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Sin embargo, Eric Ochomo, el entomólogo que dirige este esfuerzo en primera línea de la salud pública mundial, se detuvo hace poco en la hierba pantanosa, con una computadora personal, y reconoció una sombría realidad: “Parece como si los mosquitos estuvieran ganando”.
Hace menos de una década, eran los humanos quienes parecían haber obtenido una clara ventaja en la lucha —de más de un siglo— contra el mosquito. Pero en los últimos años, ese progreso no solo se ha estancado, sino que ha dado marcha atrás.
Los insecticidas utilizados desde la década de 1970, para rociar las casas y los mosquiteros con el fin de proteger a los niños que duermen, se han vuelto mucho menos eficaces; los mosquitos han evolucionado para sobrevivir a ellos. Tras descender a un mínimo histórico en 2015, los casos de malaria y las muertes por esa enfermedad están aumentando.
El cambio climático ha llevado mosquitos portadores de virus que causan dengue y chikunguña, fiebres atroces y a veces mortales, a lugares donde nunca antes se habían encontrado. El dengue, antes una enfermedad tropical, se transmite ahora en Florida y Francia. El verano pasado se registraron en Estados Unidos los primeros casos de paludismo de transmisión local en veinte años, con nueve casos en Texas, Florida y Maryland.
“La situación se ha vuelto desafiante de nuevas maneras en lugares que históricamente han tenido estos mosquitos y también al mismo tiempo otros lugares van a enfrentarse a nuevas amenazas debido a factores climáticos y medioambientales”, comentó Ochomo.
Científicos de todo el mundo se afanan por encontrar nuevas soluciones, incluyendo las nuevas tecnologías que está probando Ochomo. Han desarrollado algunos enfoques prometedores, como una nueva generación de herramientas que modifican a los mosquitos biológica y genéticamente para bloquear la enfermedad.
No obstante, esos esfuerzos se han visto obstaculizados por el costo y los obstáculos normativos. El proceso para hacer llegar cualquiera de esas herramientas a los lugares donde los niños enferman con cada nueva estación de lluvias implica años de pruebas y revisiones normativas que son dolorosamente lentas y carecen de fondos suficientes.
“Es ridículo el tiempo que perdemos antes de poder actuar sobre el terreno y empezar a salvar vidas”, afirmó Bart Knols, biólogo neerlandés especializado en vectores que dirige proyectos de eliminación de enfermedades transmitidas por mosquitos en África, Asia y el Caribe.
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El asesino más grande
La malaria ha matado a más personas que ninguna otra enfermedad a lo largo de la historia de la humanidad. Hasta este siglo, la batalla contra el parásito era muy desigual. Después, entre 2000 y 2015, los casos de paludismo se redujeron en un tercio en todo el mundo y la mortalidad disminuyó casi a la mitad, debido al uso generalizado de insecticidas en el interior de los hogares, mosquiteros recubiertos de insecticida y mejores tratamientos. Los ensayos clínicos resultaron prometedores para las vacunas contra la malaria que podrían proteger a los niños que constituyen la mayor parte de las muertes por malaria.
Ese éxito atrajo nuevas inversiones y se habló de erradicar la enfermedad por completo.
Pero las muertes por malaria, que cayeron a un mínimo histórico de alrededor de 575.000 en 2019, aumentaron de manera significativa en los dos años siguientes y se situaron en 620.000 en 2021, el último año para el que hay datos globales.
En América Latina, hubo más casos de dengue en el primer semestre de este año —más de tres millones— que en todo 2022. Bangladés sufre el mayor brote de dengue de su historia, con 120.000 casos a finales de agosto. Los casos y muertes por chikunguña y otras infecciones transmitidas por mosquitos también han empezado a aumentar en muchas regiones del mundo.
Una de las principales razones es que los mosquitos son muy adaptables. A medida que más y más personas se protegen con mosquiteros o aerosoles en casa, los mosquitos han empezado a picar más al aire libre y de día, en lugar de en interiores y de noche, el patrón histórico de las especies vectoras de la malaria en África. Dado que la composición genética de los mosquitos evoluciona a gran velocidad en respuesta a las condiciones ambientales cambiantes, también han desarrollado resistencia a la clase de insecticidas de uso generalizado, mientras que el propio parásito de la malaria es cada vez más resistente a los fármacos que antes eran muy eficaces para tratarla.
Además, un nuevo mosquito que prospera en las zonas urbanas ha llegado de Asia a África, donde la propagación de la malaria siempre se había limitado en gran medida al campo. Este cambio ha hecho que más de cien millones de personas adicionales sean vulnerables a las infecciones transmitidas por mosquitos, según han calculado hace poco investigadores de la Universidad de Oxford.
Los expertos afirman que la multiplicación de los riesgos hace urgente la búsqueda de un método que proteja a las personas de todos los mosquitos, que ayude a defenderse de la malaria, pero también del dengue, la fiebre amarilla y cualquier otro patógeno que aceche a la vuelta de la esquina. (Solo los mosquitos hembra pican, pues necesitan la proteína de la sangre para producir huevos).
Pero se requiere una década o más en diseñar, desarrollar, probar y producir una nueva tecnología o intervención. Contrasta con las seis semanas de vida de los mosquitos, que evolucionan de manera constante para eludir las formas en que intentamos matarlos.
Hasta la fecha, la mayor parte del dinero destinado a esas iniciativas ha procedido de países de ingresos altos y de filántropos privados, pero los niveles de financiamiento se han estancado. Múltiples investigadores afirmaron que cada vez resultaba más difícil motivar el tipo de inversión que necesitan para realizar ensayos a gran escala de nuevos métodos.
“Tarde o temprano, los organismos de financiamiento van a desviar ese dinero a otras cosas”, señaló Knols. “Van a decir: ‘Lo destinamos a la agricultura o a la escolarización’”.
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Insecticidas que no funcionan
La mayoría de los insecticidas que se utilizan en la actualidad son piretroides, desarrollados en la década de 1970 y derivados de los compuestos químicos de un antiguo disuasivo de mosquitos elaborado al machacar flores de áster. Se han utilizado para todo, incluyendo las mosquiteros y las paredes.
Ahora que los mosquitos de todo el mundo son muy resistentes a ellos, urge buscar algo nuevo.
En 2005, la Fundación Bill y Melinda Gates invirtió 50 millones de dólares en un proyecto llamado Innovative Vector Control Consortium para buscar compuestos insecticidas eficaces. El consorcio pidió a grandes empresas agroquímicas que buscaran en sus bibliotecas químicas moléculas que pudieran afectar a los mosquitos de forma novedosa y ser suficientemente seguras y duraderas.
“Empezamos con 4,1 millones y medio de compuestos y nos hemos quedado con cuatro”, explicó Nick Hamon, que acaba de jubilarse como director general del consorcio.
Para funcionar como nuevo insecticida, los compuestos tienen que ser seguros para el ser humano, presentarse en forma sólida y no ser solubles en agua. Y tienen que matar a los mosquitos de una forma sustancialmente distinta a como lo hacen los piretroides, porque los mosquitos desarrollan resistencia no solo a un producto químico individual, sino a la forma en que el producto químico los mata.
Las empresas deben completar ahora el proceso de seguridad y ensayo de los cuatro únicos compuestos que cumplen todos estos requisitos. Es muy costoso y lento, aseguró Susanne Stutz, química jefa de la empresa química alemana BASF.
“Siempre es una carrera contra el mosquito, a ver quién es más rápido: normalmente, el mosquito gana porque desarrolla la resistencia mucho más rápido de lo que salen los nuevos productos”, explicó.
La Organización Mundial de la Salud exige dos grandes ensayos clínicos aleatorizados, realizados en dos entornos geográficos y epidemiológicos diferentes, que demuestren un impacto positivo significativo en la salud pública en ambos, antes de recomendar el uso de una nueva intervención contra los mosquitos. La organización afirma que la política está diseñada para garantizar que los países con medios limitados tomen las mejores decisiones sobre dónde gastar su dinero y para garantizar que los productos estén respaldados por pruebas rigurosas. Sin embargo, la multiplicación de los problemas de los mosquitos en el mundo exige cada vez más soluciones adaptadas a situaciones específicas: lo que funciona para proteger a los niños en el Sahel africano no será lo que funcione para proteger a los leñadores en los bosques de Camboya.
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Ochomo es el investigador principal de dos grandes ensayos clínicos aleatorizados de intervenciones contra los mosquitos. En un proyecto de 33 millones de dólares, los investigadores están probando la eficacia de los repelentes espaciales —cuadrados de película de plástico que pueden colgarse en las paredes del interior de las casas y que dispensan dosis bajas de una sustancia química que confunde a los mosquitos e impide que piquen— tanto en zonas de riesgo de dengue como de paludismo.
S. C. Johnson & Son Inc, la empresa de Wisconsin que desarrolló el repelente espacial que se está probando en Kenia, ha donado millones de dólares en productos para las pruebas. Según John Grieco, profesor de Ciencias Biológicas de la Universidad de Notre Dame que coordina el ensayo multinacional del repelente espacial, que también se está llevando a cabo en países como Malí y Sri Lanka.
Los escépticos del mundo de la entomología observan la carrera por nuevos productos y sugieren que ignora una lección de la historia: dicen que solo las mismas estrategias que las naciones de altos ingresos utilizaron hace más de un siglo volverán a dar a los humanos la ventaja sobre los mosquitos. En Europa y Estados Unidos a principios del siglo XX y en Brasil en la década de 1930, lo que marcó la diferencia fue la gestión medioambiental a gran escala y los cambios en las viviendas, declaró Silas Majambere, ecologista de vectores burundés que ha trabajado en toda África, Europa y Asia.
Eso significa drenar los criaderos, rociar larvicidas (que son toxinas biológicas y no causan resistencia) en el agua que no se puede drenar y trasladar las viviendas fuera de las zonas pantanosas. Para protegerse de los mosquitos urbanos, la gente necesita ventanas con mosquiteros, paredes sólidas y tejados con aleros cerrados: casas mejores.
“Si hubiéramos pasado los últimos 40 años tomando esas medidas, con el mismo presupuesto, ¿dónde estaríamos hoy?”, preguntó Majambere.
Esperanza y desafíos
Ochomo y su equipo han recibido recientemente los datos de la mitad del ensayo clínico de los repelentes espaciales. Los casos de paludismo fueron significativamente menores en las familias que los tenían en comparación con las que tenían dispositivos que utilizaban repelentes placebo. Si esa tendencia se mantiene, el próximo reto será convencer a la OMS de que avale el uso de repelentes espaciales y, luego, al gobierno keniano de que los compre.
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Sin embargo, no será difícil convencer a los habitantes de Busia de que los utilicen.
“La gente ya sabe que los mosquiteros no bastan, que necesitan algo más y se alegran de vernos”, afirmó. “Dicen: ‘Por fin alguien viene a tratar de ayudar con esto’”.
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