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En los últimos años, hemos vivido cambios sociales y culturales que han permitido que las percepciones que las poblaciones tienen sobre algunas sustancias psicoactivas cambien, permitiendo que se acepten los usos médicos, y en menor pero creciente medida, los usos no-médicos de algunas de ellas. Esta travesía empezó cuando cambió el sentido de la conversación acerca de los usos del cannabis: En Colombia ya se ha creado una industria regulada alrededor del uso médico y científico de esta sustancia, y su rápida aceptación contribuyó a la creación de un mercado paralelo no regulado donde se venden “goticas” para un gran número de dolencias – muchas de estas sin contar con la validación clínica pertinente. Mientras la conversación médica avanza, el país ya ha planteado en el plano político y social la necesidad de regular el cannabis para uso adulto. Un gran avance para la sociedad.
La siguiente categoría de sustancias psicotrópicas que están siendo objeto de una revitalización terapéutica, científica y cultural a nivel global son los psicodélicos.
Los psicodélicos, también conocidos como “alucinógenos”, son un conjunto de sustancias cuyo uso ocasiona cambios en las percepciones sensoriales, procesos de pensamiento, y que permiten que las personas experimenten sensaciones de tipo “espiritual” o místicas, y a tener una mayor conciencia de la información sensorial, pero perdiendo de cierta manera el control sobre las sensaciones y experiencias que se viven en ese momento. En este grupo de sustancias se incluyen sustancias químicas como el LSD (dietilamida de ácido lisérgico), la psilocibina, derivada del hongo Psilocybin cubensis; la mescalina, derivada de cactus como el peyote, el DMT (N,N- dimetiltriptamina), derivada de muchos tipos de plantas y que en Latinoamérica es consumido mediante la ayahuasca, y el 2-CB, una molécula sintética frecuentemente usada en el contexto recreativo.
El LSD en particular fue objeto de investigaciones clínicas preliminares durante los años 50s y 60s en Norteamérica, para el tratamiento de condiciones psiquiátricas como alcoholismo, dando unos resultados prometedores. A raíz de los cambios en políticas de drogas de los años 60 en los Estados Unidos, cuando se declaró al LSD como una droga experimental, se restringió la investigación con esta molécula, mientras crecía su uso popular como parte de la contracultura hippy prevalente en la época. Recientemente, sin embargo, una ola de resultados de investigación que sugieren que los psicodélicos tienen el potencial de tratar una gran gama de condiciones de salud mental donde han fallado a tratamientos con otros fármacos convencionales, llevando al fenómeno contemporáneo del “renacimiento de los psicodélicos”.
Estas moléculas psicodélicas clásicas (DMT, LSD, psilocibina, mescalina) actúan sobre el sistema de serotonina en el sistema nervioso central, cuyo papel es la regulación de las emociones, y en particular sobre un receptor de serotonina, el 5-HT2A, causando efectos alucinógenos, así como cambios en la percepción y una sensación de “disolución del ego” comúnmente descrita por las personas que han usado estas sustancias. También se piensa que estas moléculas atenúan la acción de una serie de conexiones cerebrales que constituyen la “red de modo predeterminado”, de la cual depende el sentido de identidad de un individuo, teniendo componente autorreferencial importante, que realiza funciones como la autorreflexión y la autocrítica, y cuya actividad aumentada está relacionada con enfermedades de salud mental como depresión, ansiedad y trastorno obsesivo compulsivo.
Dados estos descubrimientos neurobiológicos que están siendo validados mediante estudios clínicos robustos, en el ámbito científico se ha empezado a plantear a los psicodélicos como una “revolución” en psiquiatría, campo de la medicina que no ha tenido mayores avances en tratamientos desde la introducción de los antidepresivos hace varias décadas – y cuyos beneficios no son consistentes para todos los pacientes.
Este entusiasmo ha sido el escenario perfecto para que se aceleren los ejercicios académicos rigurosos y que se creen centros de investigación en universidades y hospitales prestigiosos alrededor del mundo como Johns Hopkins, Mt. Sinai School of Medicine, Yale, University of California San Francisco en Estados Unidos, University Health Network en Canadá, Imperial College en el Reino Unido, entre otros. Estos centros están llevando a cabo investigaciones para dilucidar precisamente los potenciales de la psicoterapia asistida por una variedad de sustancias psicodélicas, y otras no incluidas en esta categoría como el MDMA (conocido como “éxtasis”) en el tratamiento de diversas patologías como la depresión resistente a fármacos, trastornos de alimentación como la anorexia, dependencias a sustancias, ansiedad del final de la vida, y trastorno de estrés post-traumático. En este momento, hay 186 estudios clínicos activos registrados en la base de datos de estudios clínicos clinicaltrials.gov que se están desarrollando alrededor del mundo.
En los últimos años, la FDA de los Estados Unidos ha otorgado a dos psicodélicos, psilocibina y MDMA, designaciones de “avance”, lo que les permite ser investigados clínicamente después de mostrar un potencial prometedor en el tratamiento de pacientes con afecciones de salud mental.
Con este empuje a la investigación clínica, también ha llegado una gran inversión de capital para la creación de corporaciones que actualmente dicen apoyar algunos aspectos de interés clínico mediante investigaciones. De esta forma pretenden obtener registros para la comercialización siguiendo la ruta establecida para los medicamentos por la FDA y otros entes regulatorios. Para seguir este conducto, algunas compañías que se enfocan en psilocibina están persiguiendo patentes, aduciendo que proteger sus invenciones y creaciones es necesario para poder financiar los costos elevados de someter una molécula a estudios clínicos, haciendo tan amplias las patentes como sean posibles al punto de incluir elementos ya conocidos mediante investigaciones anteriores. La cantidad de solicitudes de derechos de propiedad intelectual, y el amplio alcance de privilegios contenidos en algunos de ellos, han suscitado mucha preocupación en el campo. Existen controversias sobre la “patentabilidad” de compuestos naturales utilizados por comunidades indígenas por siglos, y si un modelo exclusivo de propiedad por parte de entes privados puede resultar en barreras en el acceso a estos tratamientos para personas que podrían beneficiarse de ellos, como personas con traumas y trastornos mentales severos, que tienden a pertenecer a comunidades vulnerables, bajos estratos socio-económicos o grupos minoritarios.
A medida que la sociedad reconoce que nuestras necesidades de salud mental son cada vez mas urgentes, en particular después de la pandemia por Covid-19, el apetito por servicios privados de psicodélicos está aumentando. En Norteamérica, el uso terapéutico de los “hongos mágicos” en psicoterapia solo es legal en el estado de Oregón; sin embargo, el uso de la psilocibina para ser empleada en el contexto de psicoterapia es cada vez mayor en toda Norteamérica. En estos escenarios terapéuticos donde no existen estándares profesionales, guías de manejo, donde no hay criterios clínicos específicos sobre cuáles pacientes serían candidatos a una terapia asistida por una alucinógeno, los pacientes se exponen a una gran variabilidad de servicios, y a escenarios donde se pueden vulnerar su integridad como ha sucedido en casos de pacientes que han sido víctimas de abuso sexual por parte de sus terapeutas mientras estaban bajo los efectos de los psicodélicos.
Para evitar trabajar con sustancias ilegales como la psilocibina y el LSD, médicos y psicoterapeutas en Canadá, Estados Unidos y Europa hacen uso “off-label” del anestésico ketamina, en un marco de psicoterapia asistida por esta sustancia, y que generalmente se ofrece mediante “clínicas de ketamina”. Este anestésico disociativo y derivado de un alucinógeno, mejor conocido popularmente como “Special K”, ha demostrado aliviar los síntomas de depresión en cuestión de horas, contrastando con el tiempo de acción requerido de los antidepresivos– generalmente de semanas. Sin embargo, la existencia de estas clínicas especializadas privadas es también controversial: el ímpetus comercial detrás de su implementación, los altos costos relacionados con esta terapia, la falta de estándares para de regulación y de supervisión por entes sanitarios, los conflictos de interés inherentes en un modelo privado al que pacientes pueden acudir sin remisión de un psiquiatra, y preocupaciones de seguridad y eficacia a largo plazo son asuntos que ocupan las discusiones desde el punto de vista regulatorio, clínico y ético.
Otro modelo para la administración de psicodélicos, que no busca una experiencia alucinogénica intensa, si no “aumentar la productividad” y “mejorar el bienestar” de las personas en el que operan es el de la “micro dosificación”, bajo la idea de que pequeñas dosis de estas sustancias podrían contribuir al “bienestar” de quienes las usan. Esta manera de dosificación de los psicodélicos, en particular de la psilocibina, está ganando popularidad en grupos de jóvenes d el sector de tecnología de los Estados Unidos, y se esta convirtiendo en una “moda de bienestar” en otros círculos donde se aprecian las respuestas “naturales” a estreses diarios. No obstante, no existe ninguna evidencia científica hasta el momento de que la “micro dosificación” de sustancias psicodélicas tenga los efectos deseados, y existen interrogantes sobre lo que constituye una “micro dosis” que sea lo suficientemente baja para no ocasionar efectos psicoactivos indeseados, sobre todo cuando la persona lo usa en su día a día.
A raíz del creciente interés en los usos ceremoniales de los psicodélicos, también se ha popularizado los retiros que incorporan estas sustancias. Desde California, pasando por Costa Rica, Brasil, y hasta África, se han generado espacios para que personas con el poder adquisitivo suficiente viajen a estas regiones del mundo a tener estos “viajes” psicodélicos con psilocibina, ayahuasca e iboga; en ocasiones, estos son dirigidos por chamanes de culturas indígenas que han trabajado con estas sustancias desde siglos atrás, y en otras con elementos mas occidentales, llevados a cabo en centros que combinan no solo espiritualidad si no recreación, y tomando prestadas prácticas de los grupos indígenas que han utilizado estas sustancias con fines ceremoniales. La popularidad de estos retiros entre los habitantes del mundo occidental contribuye a la mercantilización de estas culturas con la intención de apropiarse de sus prácticas, mientras buscan beneficiarse de rituales que no entienden plenamente, exponiéndose a riesgos físicos y de salud mental – la ayahuasca puede desencadenar psicosis o interactuar con medicamentos psiquiátricos generando importantes efectos adversos.
Mientras la popularidad del uso de estos rituales ancestrales aumenta en occidente, la demanda por las materias primas que estos utilizan también. Existen reportes donde los chamanes en el Perú cada vez mas tienen que obtener las plantas usadas para preparar el brebaje del Yahé de fuentes mas remotas en la selva, usar plantas mas jóvenes o empezar a obtener la materia prima de plantaciones comerciales dada la sobreexplotación y disminución de suministro de los ingredientes. La ibogaína, otra sustancia psicodélica proveniente de la corteza de la raíz de Tabernanthe iboga, y es originaria de África central occidental, Camerún y Congo, y que ha sido usada por los pueblos punu y mitsogo de Gabón por siglos, es otra planta sagrada que ha sufrido sobre-explotación. La sostenibilidad de las plantas el problema más preocupante en el mercado no regulado tanto para la iboga como para la ibogaína, debido a la recolección inadecuada y la caza furtiva. También existe gran preocupación entre las comunidades indígenas de México que usan el peyote, pues los cantidad de cactus de donde se extrae han disminuido dramáticamente en los últimos años.
Este es un breve recuento de los múltiples asuntos que confluyen en la discusión sobre la normalización de los psicodélicos. Y como todo lo relacionado con las sustancias psicoactivas, el panorama para estas sustancias es tan prometedor como es complejo. El perfil de riesgo/beneficio de las medicinas psicodélicas las hacen atractivas para su utilización clínica en el tratamiento de condiciones de salud mental que no han respondido a tratamientos tradicionales, pero esto debe ocurrir en el contexto de un sistema científico riguroso y donde exista la supervisión competente que garantice el uso seguro de estas esperanzadoras terapias. Los desafíos para los profesionales del área de la salud mental son grandes, dados los retos científicos, éticos, comerciales, de sostenibilidad y sociales inherentes a la entrada de sustancias anteriormente ilegales en la caja de herramientas terapéuticas.
La sociedad debe entender los alcances y limitaciones de los usos de estas sustancias, y los impactos de la comercialización y la apropiación de las prácticas de las comunidades indígenas que ancestralmente han utilizado estas sustancias. Debemos considerar que cualquier desarrollo occidental que se esté planteando debe respetar a las comunidades indígenas y tener claro que se debe retribuir adecuadamente a las comunidades que son fuentes de este conocimiento ancestral.
Empezamos abriéndole el camino a los usos médicos del cannabis, pero por múltiples razones, el entusiasmo ha sobrepasado la velocidad de la generación de conocimiento científico para llenar las grandes brechas existentes. No se puede repetir la misma historia con las sustancias psicodélicas que tienen el gran potencial de revolucionar la psiquiatría como la conocemos.