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Hace un poco más de año y medio, cuando comenzó la pandemia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) hacía un llamado común a la solidaridad. Solo siendo solidarios, advertía, se podría hacer frente al nuevo coronavirus. Durante los primeros meses muchos esfuerzos de ciencia colaborativa y datos abiertos mantuvieron la ilusión de que era posible. Sin embargo, tras más de 200 millones de contagios y cuatro millones de fallecidos a agosto de 2021, la respuesta de los países no ha sido la esperada, y la cooperación y la solidaridad global parecen haberse quedado solo en los discursos, sobre todo cuando hablamos de la distribución de las vacunas.
Desde antes de que se aprobaran, los países más ricos ya habían acaparado gran parte de ellas, comprando anticipadamente, incluso, muchas más de las que necesitaban. Canadá, por ejemplo, cuenta ahora con más de 11 dosis por persona, Estados Unidos con 5,5 dosis per cápita y la Unión Europea con casi siete. Como resultado, mientras a finales de agosto alrededor del 60 % de las personas en países de ingresos altos habían recibido al menos una dosis contra el COVID-19, en los países de bajos ingresos la cifra alcanzaba tan solo el 1 %, según la plataforma Our World in Data. El director general de la OMS también lo anunciaba hace unas semanas en una rueda de prensa: de los casi 4.800 millones de vacunas distribuidas alrededor del mundo hasta finales de agosto, cerca del 75 % había ido solo a 10 países. Como lo muestra la gráfica al final de este artículo, muchas naciones, principalmente africanas, no superan el 0,05 % de su población vacunada. En América Latina y el Caribe, por no ir muy lejos, Haití recibió su primer lote de vacunas hasta el pasado 15 de julio. Eran 500.000 para una población de más de 11 millones de personas.
Ahora, ante las inquietudes sobre el surgimiento de nuevas variantes, como la delta, varios de los países más ricos buscan disponer de otros cientos de millones de dosis. Pese a que aún no hay pruebas sólidas de que la inmunidad deba completarse con un refuerzo y, en cambio, sí hay estudios que sugieren que las vacunas generan una buena respuesta inmune y protegen ante esa variante; países como Estados Unidos, Israel, Alemania, Francia, entre otros, ya han anunciado que administrarán un tercer pinchazo a ciertas poblaciones.
Colombia también ha vivido en las últimas semanas los estragos de la escasez de vacunas en el mundo. De las 10 millones de dosis compradas por el país a Moderna, solo ha recibido 150.000, es decir el 1,5 % (pues gran parte de la producción la tienen Estados Unidos y Europa). Por eso, ha tenido que recurrir a ampliar el espacio entre la primera y segunda dosis de este biológico de 28 días a 84 días, y a pedir prestadas vacunas de Sinovac a los privados también por falta de segundas dosis. Sin embargo, a finales del mes pasado decidió entrar al debate de la dosis de refuerzo: el ministerio de Salud aprobó una tercera dosis de vacunación contra el COVID-19 para las personas inmunosuprimidas. (Le recomendamos: El debate detrás de la tercera dosis al que ahora también se suma Colombia)
Ante los anuncios de los diferentes países, la OMS insistió en una moratoria, al menos hasta finales de septiembre, para que las vacunas pudieran ir a las poblaciones más vulnerables de los países más pobres. Pero el pronunciamiento pareció no tener impacto. “Entiendo la preocupación de todos los gobiernos por proteger a su gente de la variante delta. Pero no podemos, ni debemos, aceptar que los países que ya han utilizado la mayor parte del suministro mundial de vacunas utilicen aún más, mientras que las personas más vulnerables del mundo siguen sin protección”, declaró el director de la entidad, Tedros Adhanom Ghebreyesus. (Puede leer: La OMS pide una moratoria de la tercera dosis de la vacuna)
Lo más preocupante es que, ahora, muchas de las vacunas acaparadas por los países más ricos se están venciendo sin ser utilizadas. Como lo muestra el gráfico, 10 países, entre esos Estados Unidos, Reino Unido, Japón y Alemania, tendrían a finales de 2022 miles de millones de dosis excedentes con un gran riesgo de desperdicio potencial.
Desperdicio de vacunas
Un artículo publicado la semana pasada en el British Medical Journal muestra cómo los países más ricos han asegurado cientos de millones de vacunas que ya no necesitan o no pueden usar.
Estados Unidos e Israel, por ejemplo, que fueron de los primeros en iniciar la vacunación contra el COVID-19, y también compraron más de las dosis que necesitaban, han visto en los últimos meses que su ritmo de vacunación ha perdido fuerza. Según los datos de las agencias de salud y los Gobiernos, EE. UU. cuenta con el 51 % de la población completamente inmunizada, e Israel con el 55 %, mientras que otros países en Europa, que arrancaron después la vacunación, ya superan el 70 % (ver gráfica). Con la aplicación de los biológicos estancada, muchas de las dosis están siendo desperdiciadas.
¿El motivo? Las vacunas de Pfizer, Moderna, AstraZeneca y Janssen se empezaron a comercializar gracias a la autorización de uso de emergencia, en la que se establecía que su vida útil era de hasta seis meses (pues era el tiempo de estudio con el que se contaba hasta ese momento). Así, las dosis que fueron fabricadas a principios de este año, ya están llegando a su fecha de caducidad. El problema es que aún no se han presentado datos suficientes para saber si las vacunas siguen siendo efectivas al superar los seis meses de fabricación. Aunque la OMS ha pedido a los países que mantengan las dosis caducadas mientras los fabricantes estudian y monitorean la viabilidad de la extensión de su vida útil, su propuesta, una vez más, ha sido ignorada.
Para finales de julio de 2021, Estados Unidos tenía cerca de 26 millones de dosis sin utilizar, suficientes para proteger a cerca de 13,1 millones de personas. Una parte importante de esas vacunas vencía en agosto, y ante la baja demanda, tuvieron que ser desechadas por varios estados. No es el único caso: Canadá, Alemania, Israel, Lituania, Polonia y Rumania descartaron también millones de vacunas a las que se les había pasado su fecha de caducidad.
Incluso está pasando en los países con las tasas de vacunación más bajas del mundo. Las vacunas donadas a varias naciones de África, como Malawi y la República Democrática del Congo, por solo nombrar dos ejemplos, están llegando a muy pocos días de su fecha de vencimiento, sin el tiempo suficiente para lograr su distribución, por lo que han tenido que desecharlas. En marzo de este año Malawi incineró públicamente 20.000 dosis de AstraZeneca por este motivo.
Actualmente varias de las farmacéuticas trabajan para proporcionar todos los datos necesarios con el fin de que la OMS estudie y dé el visto bueno para alargar las fechas de caducidad. De hecho, ya hay países como Canadá que han aprobado extensiones cortas, basados en “nuevos datos de estabilidad”. Pese a esto, ya son millones de dosis las que no pudieron salvarse.
El problema es que, por el acaparamiento de vacunas, hay una mala cobertura en vacunación. Y, según ha anunciado la Organización Mundial de la Salud y sus expertos en diferentes intervenciones, una mala cobertura en la vacunación permite que el virus prospere e infecte a muchas más personas. Eso, en pocas palabras, le da más oportunidades de mutar, lo que podría llevar a la aparición de nuevas variantes de preocupación, como la delta, retrasando aún más los esfuerzos de ponerle fin a la pandemia. Una muestra de que, como ha reiterado en varias ocasiones el director de la organización, con esta pandemia “nadie estará a salvo hasta que todo el mundo esté a salvo”.