El asbesto causa cáncer, pero ¿cómo llegó a estar debajo de un colegio en Colombia?
El asbesto, que Colombia utilizó para elementos de construcción por más de medio siglo, está ligado a la aparición de un particular cáncer en los pulmones, el mesotelioma. En Sibaté, un municipio al sur de Bogotá, donde hay un número excesivo de casos de esa enfermedad, investigadores se llevaron una sorpresa: descubrieron varios puntos en los que ese material está bajo el suelo. ¿Cómo llegó hasta ahí?
Sergio Silva Numa
Los primeros días de 2015, mi colega Angélica Cuevas escribió un artículo para este diario con un título provocador: “Me declaro víctima de Eternit”. En él contaba la historia de varios pacientes que, aparentemente, habían desarrollado cáncer tras convivir por décadas con esa compañía en su municipio, Sibaté. Aquellos casos sugerían que los productos de asbesto fabricados por la empresa eran los culpables de sus tumores. Julio Horacio Bravo, —recordaba, entonces, su hija— había muerto empezando el siglo por un mesotelioma. La misma suerte corrieron sus hermanos Jaime, en 2003, y William, una década más tarde. Los Bravo habían tenido la mala fortuna de crecer con unas 20 familias en un condominio construido al interior de la fábrica. (Vea en video: ¿Por qué aún hay asbesto en Sibaté?)
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Los primeros días de 2015, mi colega Angélica Cuevas escribió un artículo para este diario con un título provocador: “Me declaro víctima de Eternit”. En él contaba la historia de varios pacientes que, aparentemente, habían desarrollado cáncer tras convivir por décadas con esa compañía en su municipio, Sibaté. Aquellos casos sugerían que los productos de asbesto fabricados por la empresa eran los culpables de sus tumores. Julio Horacio Bravo, —recordaba, entonces, su hija— había muerto empezando el siglo por un mesotelioma. La misma suerte corrieron sus hermanos Jaime, en 2003, y William, una década más tarde. Los Bravo habían tenido la mala fortuna de crecer con unas 20 familias en un condominio construido al interior de la fábrica. (Vea en video: ¿Por qué aún hay asbesto en Sibaté?)
A diferencia de esa época, hoy nadie tiene dudas de la estrecha relación que hay entre el asbesto y el “mesotelioma pleural”, un cáncer en el tejido que envuelve los pulmones. “Los cánceres suelen ser provocados por varios factores; son multicausales. Pero el mesotelioma es muy particular: ya sabemos que lo produce un solo agente, el asbesto”, señala Gianna Henríquez, médica del Instituto Nacional de Cancerología (INC) y Coordinadora del Grupo de Políticas y Movilización Social. Quienes estudian ese cáncer lo suelen llamar una “enfermedad centinela”, es decir, es una contundente señal de alarma.
Pero si décadas de investigaciones condujeron a la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer a clasificar todas las formas de asbesto como carcinógenas y han llevado a más de sesenta países a prohibir su uso —incluido Colombia, desde el 2021—, aún hay muchas preguntas sin respuesta que están trasnochando a varios investigadores.
¿Dónde están los pacientes que todos estos años han estado expuestos a ese material? ¿En qué lugar se encuentran los cinco millones de hogares que tienen productos de asbesto-cemento que fabricó la industria desde la década de 1940?
Juan Pablo Ramos-Bonilla es uno los profesores a los que esas preguntas le quitan el sueño. PhD en Salud Pública de la Universidad de Johns Hopkins (EE. UU.) e investigador del Departamento de Ingeniería Civil y Ambiental de la Universidad de los Andes, lleva una década intentando resolver esos interrogantes.
En 2019, con un equipo en el que juntó a investigadores de la Fundación Santa Fe, la Universidad de los Andes, el Instituto Nacional de Salud de Italia, el Instituto Francés de Investigación para el Desarrollo y de las universidades italianas de Boloña, Turín y la Sapienza de Roma, encontró una de las respuestas más claras al estudiar el caso de Sibaté.
Tras encuestar a los habitantes de cuatro barrios del municipio, al sur de Bogotá, y estudiar con mucho detalle las historias clínicas de 15 pacientes, llegaron a una conclusión reveladora: en Sibaté está el primer “clúster” de mesotelioma en Colombia, un término que pone con los pelos de punta a cualquier epidemiólogo. En palabras de Ramos-Bonilla, es un lugar donde se han identificado un número excesivo de casos de la enfermedad.
En cifras, eso quiere decir que la incidencia (corregida por edad) es de 3,1 casos en hombres por 100.000 personas por año. En mujeres, es de 1,6, un número solo comparable con el de Casale-Monferrato, en Italia, uno de los casos globales más dramáticos, en donde ha habido miles de víctimas del asbesto, anotó el grupo en su artículo, publicado en Environmental Research. Allí también había una planta de asbesto cemento. En el pueblo italiano, añade Ramos-Bonilla, hoy detectan, en promedio, un nuevo caso de mesotelioma cada semana.
Como Casale-Monferrato, Sibaté tiene unos 40 mil habitantes. Es frío. Tiene al sur el páramo de Sumapaz y al norte el embalse de El Muña. El profesor Ramos-Bonilla ya perdió la cuenta de las veces que lo ha visitado para conversar con sus habitantes y encontrar respuestas a sus preguntas. Cuenta que un día, mientras el grupo continuaba con la encuesta, se llevó una sorpresa nada agradable.
Con Benjamín Lysaniuk, PhD en Geografía Ambiental e investigador asociado Instituto de Investigación para el Desarrollo de Francia, tomaron varias muestras en unos puntos que habían seleccionado tras analizar imágenes satelitales, mapas históricos y la topografía de Sibaté. Luego de equiparse con trajes propios de una película de ciencia ficción, en 2017 cavaron hoyos en el estadio, en una escuela y al interior y el exterior de una cancha de fútbol. La mala noticia les llegó del Forensic Analytical Laboratories, en Hayward, California, (EE. UU.): las muestras que les enviaron tenían asbesto friable.
“Quiere decir que no está encapsulado, sino suelto. Eso representa un riesgo muy grande porque si usted interactúa con ese material, las fibras se dispersan fácilmente por el aire y las puede inhalar”, explica Ramos-Bonilla.
A los investigadores no les quedó más remedio que detener el muestreo y tapar los hoyos con unos bloques de cemento, para que a nadie se le ocurriera cavar en el mismo punto. Pero las sorpresas no pararían ahí. Al año siguiente, junto con María Fernanda Cely-García, PhD en Ingeniería e investigadora de la U. de los Andes, notaron que la Alcaldía de aquel entonces había perturbado la capa de asbesto que el grupo reportó, para cambiar una tubería. “No lo podíamos creer. Quedamos muy sorprendidos”, recuerda Lysaniuk.
Todos esos hallazgos los han llevado a formularse una de las grandes preguntas que están tratando de responder: ¿Cómo diablos llegó el asbesto a ese lugar? Las pistas parecen estar en la historia en la que se cruzan el pasado de Eternit (que ya no produce ningún material con asbesto) y del muy contaminado embalse de El Muña.
¿Quién puso ahí el asbesto?
Escribe Anthony Newman Taylor, profesor Emérito de Medicina Ocupacional y Ambiental del Imperial College London, que a principios del siglo XX el asbesto era considerado un mineral mágico. Aunque hay reportes de su uso desde el año 2500 AC, la revolución industrial lo popularizó.
La razón por la que lo emplearon en máquinas de vapor, barcos, plantas de energía y, posteriormente, en ropa, tubos, tejas, láminas y en los sistemas de frenos y embrague de los carros, es porque tiene unas características con las que soñaría cualquier químico: no es combustible, resiste al calor, a la putrefacción y a la corrosión y, además, tiene la capacidad de aislar y absorber. La palabra asbesto proviene del griego ἄσβεστος que significa “incombustible, inextinguible”.
Ahora hay una gran variedad de materiales para reemplazarlo, pero hace cien años motivó el desarrollo de una prometedora industria en Colombia. Llegó primero a Sibaté, en 1942, y luego se expandió con plantas en Barranquilla, Valle del Cauca, Bogotá y Manizales. En los años 80, empezó a explotarse en Antioquia, en la mina Las Brisas, que extrajo unas 5.000 toneladas por año, hasta que la empresa Johns Manville Corporation la abandonó en 1998. Se cerró más de una década después. Hoy, dice la Agencia Nacional Minera, no existe en el país ningún contrato de concesión para explotar asbesto.
En uno de los últimos trabajos, Benjamin Lysaniuk quiso entender cuántas personas habitaban alrededor de las plantas. Para hacerlo, cruzó bases de datos demográficas del DANE, junto con un equipo en el que estaba Cely-García y Margarita Giraldo, de la U. de los Andes; Joan Larrahondo y Laura Serrano, de la U. Javeriana; y Juan Carlos Guerrero, Esteban Cruz y Leonardo Briceño, de la U. del Rosario.
Sin ahondar en el método, estimaron que en 2005 vivieron unas 10.400 personas en un radio de 500 metros alrededor de las seis plantas procesadoras de asbesto y la mina de Antioquia. Si el radio se extendía a 10 kilómetros, el número de habitantes crecía a 5,9 millones. Las cifras son mayores al tomar como referencia el censo del 2018. La siguiente imagen ayuda a entenderlo mejor:
¿Quiere decir esto que esta cantidad de personas estuvieron expuestas a asbesto y pueden desarrollar cáncer? De ninguna manera, apuntan los autores. Ese ejercicio, publicado en el International Journal of EnviromentalResearch and Public Health, es solo una estimación que muestra un desafío pendiente en Colombia: montar programas de vigilancia para identificar quiénes se están enfermando a causa del asbesto y hacerles seguimiento. Además del mesotelioma pleural, este material puede causar cáncer de pulmón, laringe y ovario. También otras enfermedades no cancerígenas como la asbestosis.
Esa fue una de las tareas que le dejó al Gobierno la ley (1968 de 2019) que prohibió el asbesto en Colombia a partir 2021, además de crear una política de sustitución del asbesto instalado y adelantar un plan para quienes trabajan con ese grupo de minerales fibrosos. Otra misión para los ministerios de Ambiente y de Salud era impulsar campañas de promoción y divulgación y trazar una ruta para atender a los pacientes expuestos.
La ruta, contesta el Minsalud, ya fue construida con ayuda de la U. Nacional, y la política pública hoy está en revisión, “luego de un trabajo interinstitucional” en el que ha habido varios encuentros. Al cierre de esta edición, continuábamos esperando las respuestas del Minambiente.
Pero, como anotaban Lysaniuk y Cely-García, tener una ley no resuelve los problemas que ha causado el asbesto. Hay un camino lleno de desafíos. El mejor caso para entenderlos es dar una mirada a lo que sucede en Sibaté. Mientras en Casale-Monferrato, en Italia, se puso en marcha toda una maquinaria estatal al poco tiempo de que descubrieron el “clúster” de mesotelioma para entender qué sucedía y cómo se podía solucionar, “aquí no hemos visto ningún esfuerzo de los gobiernos nacionales por comprender lo que pasa”, dice Ramos-Bonilla. Una de las principales incógnitas tiene que ver con dónde está el asbesto friable, además de la escuela y el interior y exterior la cancha de fútbol.
Para llenar ese vacío, el equipo liderado por Lysaniuk, se puso en la tarea de revisar imágenes aéreas y satelitales y a cruzar esa información con los relatos que hicieron los habitantes de Sibaté en una serie de talleres. Con esos elementos en la mano, comprendieron que esa historia no se podía desligar de la del embalse de El Muña.
En su construcción, presentada en otro artículo en Environmental Research, notaron que El Muña había sufrido varias transformaciones en el siglo XX. Luego de que el embalse quedara listo en los años 40 y se convirtiera en un lugar de recreo para los capitalinos, la Empresa de Energía de Bogotá tomó en 1967 una decisión que cambió para siempre el rumbo del municipio: para generar energía, optó por bombear agua del río Bogotá al embalse.
No hace falta ser experto en ríos para intuir el futuro que le esperaba a El Muña. El Club Náutico que habían creado se acabó con la llegada de aguas contaminadas y nunca más volvieron a realizarse torneos de regatas como las que hubo en el Campeonato Nacional de 1957. Tampoco volvieron a verse muchos turistas y los periódicos, en cambio, registraron mortandad de peces, como la que hubo el 10 de abril de 1984.
Para contrarrestar los malos olores, introdujeron el “buchón” (“Eichhornia crassipes”), una planta invasora, usada, en teoría, para retener los metales pesados del agua. Pero con el buchón llegaron los mosquitos y quienes vivían en Sibaté prefirieron alejarse del agua. Al embalse era mejor desecarlo por partes.
Según el análisis de los investigadores, todo parece indicar que entre el material que se empleó para lograr ese cometido estaba el asbesto. La tarea empezó en algún momento entre 1974 y 1986 y, poco a poco, se rellenó la parte sur del embalse. En 2005 ya se había completado. Los siguientes mapas permiten ver con más claridad qué fue lo que sucedió. Basta con observar la parte sur que fue, justamente, donde los profesores tomaron las muestras:
Ese relleno no fue el único motivo por el que el asbesto pudo terminar bajo el suelo de una cancha de fútbol o de un colegio. Algunos habitantes usaron, al parecer, el material que desechaba Eternit para nivelar pisos o para utilizarlo en los cimientos de sus viviendas. Amelia Segura, por ejemplo, recuerda cómo su esposo, Edgar Sosa, trabajó para la Alcaldía en 1986 manejando una retroexcavadora. Parte de su tarea era remover los residuos de la empresa para llevarlos a varios puntos del municipio. Murió hace once años diagnosticado de mesotelioma.
“Era algo habitual. Muchas familias construían sus casas con el material que tiraban las volquetas”, recuerda otro poblador que prefiere no mencionar su nombre. “Además, muchos trabajadores llegaban a sus casas y ahí sacudían sus uniformes y delantales frente a sus hijos”.
Fueron años en los que la mayoría de la población de Sibaté era joven. En 1986, los niños menores de 10 años representaban el 24,04%. Otro 56,4% estaba conformado por quienes tenían menos de 25 años. En 1995, esas cifras eran similares: 24,65% y 51,2%.
De hecho, una de las sorpresas que se llevó Ramos-Bonilla cuando diagnosticaron los casos de mesotelioma era la edad de los pacientes: ninguno era mayor de 59 años, una rareza si se tiene en cuenta que entre la exposición al asbesto y el diagnóstico de mesotelioma transcurren varias décadas.
Tanto Ramos-Bonilla como Lysaniuk coinciden en que su trabajo debería servir para que el Gobierno y la Gobernación —con la cual nos comunicamos, pero no nos contestó— tomen cartas en el asunto y ayuden a dimensionar su magnitud, algo que, dicen, no han visto en todos estos años. Concuerdan en que el problema sobrepasa a capacidad de Sibaté, que, aseguran, se resuelve con la solidaridad del país y evitando cualquier tipo de estigmatización.
Por lo pronto, están tratando de cumplir otro objetivo: creando una metodología que les permita saber dónde están las tejas que vendió Eternit (que contactamos hace un mes, pero nunca resolvió nuestras preguntas) y que muchas familias aún usan como techo de sus hogares. En Colombia se instalaron 300 millones de metros cuadrados de láminas onduladas de asbesto-cemento, una cantidad suficiente para “cubrir” una ciudad como Medellín.
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