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El doctor José Ignacio Barraquer, el oftalmólogo que según sus biógrafos partió en dos la historia de la medicina en Colombia —y en el mundo—, no entendía por qué sus colegas se contentaban con formular gafas para la miopía y la hipermetropía, si era posible corregir ese defecto.
Fue él mismo quien inició ensayos para descifrar las alternativas que corrigieran la forma de la córnea, esa membrana que actúa como protectora del ojo y que permite enfocar las imágenes a partir de la refracción y transmisión de la luz. Como resultado, fue el pionero de la cirugía refractiva: en uno de sus estudios iniciales publicados y expuestos en congresos mundiales concluía que la entonces incipiente técnica permitía “prever que en un futuro próximo podrán corregirse los defectos de refracción miópicos con una aproximación muy aceptable y con un riesgo mínimo”. Era la década de los años sesenta del siglo pasado, y sonaba a ciencia ficción. Hoy en día es una técnica muy avanzada, utilizada en todo el mundo. El doctor Barraquer “era un verdadero profeta de la ciencia”, dijo su colega Zoilo Cuéllar en la presentación del libro escrito por el sociólogo Alberto Mayor Mora con motivo de los cien años de su nacimiento.
Creativo e innovador desde la cuna, hijo y nieto de oftalmólogos, Barraquer estaba destinado a ser científico. Y así sigue la historia con dos de sus hijos, los también oftalmólogos Francisco y Carmen, a cargo hoy de la famosa, famosísima mundialmente, Clínica Barraquer, en la calle 100 con 18, en Bogotá.
El oftalmólogo llega a Colombia
Este catalán que continuó la dinastía de su familia estudiando medicina con especialización en oftalmología fue por mucho tiempo la mano derecha de su padre, Ignacio, quien le transmitió todo su conocimiento y, según su hija Carmen, le enseñó a competir. Cuando el padre empezó a ser retado profesionalmente por el hijo, quien publicaba artículos científicos frecuentemente, innovaba en las cirugías como si estuviera jugando y siempre salía ganador, la relación se fue deteriorando. José Ignacio tomó la decisión de dejar Barcelona y liderar el legado de su familia en otras latitudes. “Chocaron”, explica su hija. “¡Era tan parecido a mi abuelo! Quería hacer su propia clínica, con sus propias ideas y su propia técnica”. Pero su abuelo era el rey. “Y mi papá también quería ser el rey”.
Luego de un recorrido por Latinoamérica, llegó a Bogotá en 1953 e inició su proceso de asentamiento a través de la consulta. Al principio no fue fácil. Como todo inmigrante, padeció las dificultades de hacerse a un nombre y una carrera que durante más de 15 años había sido superexitosa y reconocida en su España natal, en Europa e incluso en Norteamérica. En todos estos sitios tuvo que defender sus avances en el conocimiento y en las técnicas para corregir enfermedades y problemas del ojo. En Bogotá, a este reto se le sumaba adaptarse a una nueva vida, al principio sólo con su esposa Margarita Coll, y luego de tres años con sus cuatro hijos, que mientras tanto habían quedado al cuidado de los abuelos maternos.
Consulta e investigación, su cotidianidad
Experto en cataratas, retina y córnea, luego de la consulta volvía a su casa a investigar en un laboratorio en el que sus hijos actuaban como coinvestigadores de todos sus proyectos. En el jardín estaban sus cerdos y sus conejos que pocas flores dejaban a su paso. Después dejó de ser jardín para convertirse en el sitio donde residían los “pacientes” del doctor Barraquer.
“Toda la primera etapa de experimentación de la cirugía refractiva fue en casa”, recuerda su hija Carmen. “En esa habitación había laboratorio de fotografía, de patología, torno para hacer instrumentos, mesa de cirugía para conejos. Era fantástico entrar ahí porque descubría todo un mundo”.
Era el momento de compartir en familia. Todos aportaban de acuerdo con sus capacidades. Y allí, en ese taller, fue donde sus hijos heredaron una condición que venía de siglos atrás: la curiosidad. Otra de sus enseñanzas fue la pasión por la profesión, a la que dedicó toda su vida, no solamente innovando en técnicas médicas, sino inventando sus propios instrumentos quirúrgicos, como el tonómetro —que mide la presión intraocular—, el microqueratomo —útil para realizar diminutas incisiones en la córnea— y su modelo de microscopio quirúrgico. Así lo reseña Mayor en el libro: “Entre 1955 y 1956, José Ignacio hizo adaptaciones al microscopio quirúrgico Zeiss modelo estándar, mediante, primero, un pedal para ajustar los cambios de foco a voluntad del cirujano; segundo, una lámpara de hendidura sujetada al microscopio mediante un brazo especial para ajustes en cualquier posición, y tercero, unos lentes cóncavos para enfoques de 15 centímetros”.
Obras son amores
Cuando pensó en reproducir la Clínica Barraquer de su familia en Colombia, no dudó un momento en volver a Barcelona a mostrarle los planos del proyecto a su padre. Fue el puente que los unió de nuevo, dice Cuéllar, y el que hizo que don Ignacio le abriera su corazón a la admiración por todo lo que había conseguido su hijo lejos de su influencia.
El día de la inauguración de la Clínica Barraquer, casi el único edificio de la calle 100 en ese entonces, año 1968, lo acompañaron los presidentes Lleras Restrepo y Lleras Camargo, así como otras personalidades de la vida colombiana. José Ignacio ya se había ganado un gran reconocimiento en el país y en el mundo gracias a la confianza que tenía en sí mismo y a que estaba convencido de que sus ideas eran viables y de un gran aporte a la medicina y al ser humano.
Y la Escuela Barraquer, base de toda la filosofía de esta familia de oftalmólogos, “es un estilo de ejercer la profesión, de enfrentar la cirugía, es una forma de ver la vida. Es vida. Eso es lo que tratamos de transmitir a los alumnos”, dice Carmen, quien es hoy presidenta de la junta directiva de Oftalmos S.A., vicepresidenta del Instituto Barraquer de América y jefa de segmento anterior y cirugía refractiva de la Clínica Barraquer.
El valor del trabajo lo imprimió en cada una de sus obras, sin el apoyo de organización alguna. “Una sola vez trató de pedir un grant para continuar su investigación y no se lo dieron porque esa técnica no tenía futuro”, cuenta su hija Carmen. ¡Qué falta de visión!