El hombre que defiende la revolución de la vejez

Alexandre Kalache es un experto a nivel mundial en materia de envejecimiento. Defiende los derechos de las personas mayores y define el envejecimiento como la revolución más importante de los últimos 100 años.

Juan Diego Quiceno
21 de septiembre de 2022 - 11:54 a. m.
Kalache nació en 1945, en Rio de Janeiro, y se doctoró en Salud Pública en Reino Unido. Foto Reinaldo Canato
Kalache nació en 1945, en Rio de Janeiro, y se doctoró en Salud Pública en Reino Unido. Foto Reinaldo Canato
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Alexandre Kalache tiene 77 años. Después de entrar a la sala y saludar al grupo de seis medios de comunicación de América Latina que lo esperan, entre ellos El Espectador, se declara un activista de la vejez.

“Soy una persona mayor y lo digo con orgullo. Antes de ser un experto, yo soy un activista del envejecimiento. Yo soy la muestra de la mayor revolución que ha vivido nuestra sociedad en 100 años: la revolución de la longevidad”. Eso, agrega inmediatamente, no ha sido un problema para él: “Soy un privilegiado. He podido envejecer con salud, con seguridad y con conocimiento. Sin eso, ustedes no estarían escuchándome. Pero esa no es la realidad de millones de personas mayores que viven en Latinoamérica”.

Ha dedicado su vida a trabajar por ellos. Kalache nació en 1945, en Rio de Janeiro, y se doctoró en Salud Pública en Reino Unido. Entre 1995 y 2009 dirigió el programa de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre Envejecimiento y Ciclo de Vida a nivel global y en 2007 puso en marcha, a través de ese organismo, la Red de Ciudades Amigables con las Personas Mayores, de la que hoy hacen parte 3.000 urbes.

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Desde el año 2012 Kalache es presidente del Centro Internacional de Longevidad (ILC Brasil) con sede en Río de Janeiro, y de la Alianza Global de Centros Internacionales de Longevidad, una entidad que se define como un “consorcio multinacional formado por organizaciones cuya misión es ayudar a las sociedades a abordar la longevidad y el envejecimiento de la población de manera positiva y productiva”.

Vive entre Reino Unido, país que lo ha acogido, y su natal Brasil, algo que lo ha ayudado a tener una perspectiva dual: la del país europeo que ya enfrenta los retos asociados al envejecimiento, y la del país sudamericano que se prepara, a veces, dice, más mal que bien, para esos retos.

¿De qué se trata la “revolución de la longevidad? ¿Por qué es una revolución envejecer?

Envejecer es la gran conquista social de los últimos 100 años. Yo me refiero a una revolución porque a lo largo de la civilización siempre estuvimos buscando la fuente de la eterna juventud. No es eterna, pero en el año 1900 la expectativa de vida más alta de todo el mundo era de Alemania, con 46 años, y hoy 43 países tienen expectativa de vida de más de 80 años. En 2000 ningún país, ni los más pobres, tenía una expectativa de vida tan baja como la más alta de Alemania en 1900. Y eso se logró en un siglo, que es nada. ¿Cómo no va a ser eso una gran revolución? Pero la gran conquista que fue envejecer en los últimos 100 años, es el gran desafío del siglo XXI.

Cada vez hay más adultos mayores, pero familias más pequeñas y menos cuidadores. ¿quién va a cuidar de las personas mayores?

Tenemos que fomentar y desarrollar una cultura de cuidado. El primer aspecto es el género. Porque nosotros, hombres, seguimos conjugando el verbo cuidar así: tú cuidas, ella cuida, ¿Y yo? Yo soy hombre. Los hombres quieren ser cuidados, pero no participar del cuidado.

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La pirámide está invertida: cada vez tenemos más personas mayores y la base de la pirámide se está estrechando: las tasas de fecundidad de todos nuestros países están disminuyendo rápidamente. Nos faltan personas más jóvenes y las familias no pueden abarcar las necesidades de cuidado. Y el cuidado en la familia, si existe, se remite a la mujer. Los países desarrollados pudieron, con recursos y a través de mucho tiempo, reemplazar los cuidados de la familia por cuidados del estado. Por ejemplo, en Francia fueron necesarios 145 años para doblar la proporción de personas mayores de 10% al 20%, entre 1850 a 1995, es decir siete generaciones. Brasil va a hacerlo entre 2011 y 2030.

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En 19 años vamos a experimentar un envejecimiento que en Francia se vivió en 145 años. Y esa es la situación de toda América Latina. Francia, que fue una gran potencia en el siglo 19 y 20, pudo desarrollar el estado de bienestar social. Nosotros no tenemos ese lujo, tenemos que adaptarnos a ese envejecimiento de una forma mucho más rápida, lo que tiene que pasar por la cuestión de género: los hombres también se tienen que ocupar de los hijos, los padres y los abuelos.

¿Cómo gestionar los impactos de la longevidad en la salud mental?

Vivimos una pandemia de la soledad. Hay mucha gente deprimida, la depresión es otra condena. Pero hay también dificultades como qué hacer con enfermedades como el alzhéimer. Como estamos envejeciendo muy rápido, el número de personas que tiene el riesgo de tener una demencia senil está aumentando y no tenemos cura. Si usted llega a los 85 años, tiene 45% de chance de tener alzhéimer. Y entonces, ¿qué hacer? En Brasil el 1% de personas mayores vive en residencias. En países más desarrollados, ese porcentaje pasa del 10%. Pero son de calidad. Hace poco en Sao Paulo una residencia de personas mayores clandestina sufrió un incendio y seis personas mayores fallecieron.

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Para muchas personas mayores, lo mejor que les puede suceder es terminar la vida con dignidad en una residencia. Pero tenemos el estigma y el pavor, porque hay una presión social y los amigos te van a decir: ´pero tu padre está en una residencia…´, cuando en realidad para muchos lo mejor es eso.

¿Cuáles son las claves de una política de envejecimiento que los países latinoamericanos deben tener presente?

Yo diría que los ejes que yo planteé mientras estaba como director en la OMS son todavía válidos. Son cuatro. El primero es la salud. Envejecer sin salud, tengas recursos o no, será difícil. Y eso depende de un esfuerzo individual, estilos de vida, hábitos, pero también de políticas adecuadas para que usted pueda tener una alimentación más saludable, que sea más accesible, barata y simple, que puedas salir de tu casa y hacer una caminata. Pero entonces tu vives en una favela, ¿cómo puedes caminar si no tienes seguridad o tienes una manzana llena de huecos? ¿Cómo caminar si hay una violencia de sexo, y si sales como mujer puedes sufrir todo tipo de asaltos? Todo esos son problemas de salud que tienen que ver no solo con tu comportamiento, sino con políticos públicas.

El segundo eje es fundamental: vivimos una revolución de la longevidad y en paralelo una revolución tecnológica. Necesitamos de políticas de aprendizaje a lo largo de la vida, desde los niños hasta los mayores, porque si tú eres un mecánico y tienes 43 años, pero no has aprendido electrónica, el conocimiento que tienes como mecánico ya no te sirve. Y si pierdes tu empleo a los 43 años yo te puedo garantizar que vas a sufrir de edadismo: te van a decir que ya eres muy viejo para trabajar. Las empresas y el Estado necesitan garantizar que las personas mayores sigan aprendiendo: la revolución tecnológica no da tiempo.

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El tercer eje, también fundamental, es la participación en la sociedad. Y eso implica derechos de participar en la vida política y social. Y el ultimo eje es la protección, la seguridad de que vas a envejecer, pero no serás abandonado por la sociedad.

Y hay una diferencia importante aquí. Hay dos conceptos que muchas veces se confunden, pero de los que es importante saber la diferencia. El primero es el concepto de independencia: yo puedo moverme solo o necesito de ayuda, estoy en una silla de ruedas y soy dependiente, pero no necesariamente he perdido mi autonomía. Porque yo puedo decirle a quien me está cuidando que quiero hacer compras, por ejemplo. Autonomía es seguir viviendo de acuerdo con tus aspiraciones y deseos. Lo ideal, claro, es envejecer con independencia y autonomía, pero jerárquicamente es más importante la autonomía.

Ha hablado sobre ciudades amigables con las personas mayores, ¿de qué se trata?

Tenemos a lo largo del siglo XXI dos fenómenos demográficos paralelos: envejecimiento y urbanización. Nuestro continente está ya bastante urbanizado, caóticamente urbanizado, pero lo está. Cada vez más personas van a envejecer en las ciudades. ¿Están preparadas? No. En 2007 lanzamos, con base en un estudio que hicimos en más de 30 de ciudades del mundo, ocho aspectos de la vida urbana que hacen toda la diferencia: acceso a servicios, calidad del espacio público, derecho a educación, a trabajo, ciudadanía...

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Todos son aspectos que son fundamentales para una población joven, pero que tú tienes que adaptar a una población que envejece y que redunda en facilidad para todos. Por ejemplo, el transporte. Si tú tienes un autobús que sea más fácil para que una persona mayor entre o salga, con seguridad será más fácil también para una mujer embarazada, o para un niño o una persona con discapacidad. Todos se benefician. En realidad, lo que queremos es una ciudad más accesible y amigable con todas las edades del ser humano.

¿Qué opina del concepto de antienvejecimiento y de la industria del rejuvenecimiento?

Solo hay una forma de anti envejecer: la muerte precoz. Yo no conozco otra. Hay una industria perversa, de lucro. Y desafortunadamente hay colegas, médicos, que viven de eso porque hay también un interés de las personas, sobre todo de las ricas, del sueño fútil de la juventud eterna. La gran mayoría de intervenciones antienvejecimiento son motivadas por lucro y por la charlatanería.

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