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Si hay una buena palabra para resumir el escenario actual de las vacunas para COVID-19, tal vez sería incertidumbre. Aún el mundo no tiene certeza de cuál será eficaz y segura. Tampoco se sabe mucho del precio que tendrán que pagar los países para adquirirla. Las semanas parecen transcurrir entre especulaciones y comunicados de compañías que se aventuran a ponerle fecha definitiva a su potencial vacuna. (Lea Vacuna para COVID-19, una promesa a medio camino)
La competencia está mediada por muchos ingredientes, como las precompras que han realizado países desarrollados o las negociaciones que han empezado los de menos ingresos. Colombia, se supo esta semana, ya se ha sentado a conversar con cinco compañías. Aún no hay un acuerdo, pero llegar a un pacto parece necesario para acceder a ese medicamento lo más rápido posible una vez esté listo.
En las últimas semanas, Michael Kremer, Nobel de Economía en 2019, ha tratado de explicar los desafíos y beneficios que implica este escenario de pocas certezas. Su experiencia en crear proyectos para facilitar el acceso a vacunas lo condujo a crear un grupo para analizar los caminos que permitan financiar estas medicinas. “Accelerating Health Technologies with Incentive Design”, lo llamó. En él hay varios académicos de diferentes universidades. También hay un colombiano: Juan Camilo Castillo.
Físico e ingeniero industrial de la U. de los Andes, Castillo acaba de terminar su doctorado en economía en la Universidad de Stanford (EE. UU.) y ahora es profesor de la Universidad de Pensilvania. Para él, entre lo puntos esenciales del debate sobre el acceso a una potencial vacuna, hay un mensaje que vale la pena resaltar: Colombia debe moverse con más agilidad y tratar de negociar en bloque junto con los países de América Latina.
“Parte de nuestro trabajo fue desarrollar un modelo de los beneficios de un portafolio de vacunas para un país. Lo que el modelo nos dice es que Colombia debería estar invirtiendo al menos $ 3 billones en total en unos 6 candidatos distintos. Eso traería beneficios esperados de alrededor de $15 billones”, señala. El Espectador conversó con él.
Hábleme del grupo con el que está trabajando. ¿Quiénes lo conforman y qué hace exactamente?
Es un grupo grande. Somos, más o menos, 10 investigadores. Está liderado por Michael Kremer, Nobel de Economía en 2019, que ya había trabajado en vacunas. Él desarrolló un sistema de incentivos para crear una vacuna para el neumococo, y las evaluaciones del impacto de ese programa dicen que salvó más de un millón de vidas. Cuando empezó la pandemia fue muy natural para él reunirse con el grupo que desarrolló los incentivos para el neumococo, llamar a gente nueva y empezar a pensar en qué hacer para acceder a una vacuna para el COVID-19. La razón por la cual estoy aquí es porque Susan Athey, una de mis asesoras del doctorado hace parte del grupo. Es profesora de la Universidad de Stanford. También hay varios profesores como Christopher Snyder, del Dartmouth College, o Alex Tabarrok, de George Mason University.
Estamos en un escenario muy particular. No hay vacuna aún, pero hay países que han hecho precompras y buscan ocupar los primeros puestos cuando estén listas las dosis. Además, estrategias de vacunación como GAVI suelen beneficiar a los países más pobres. Parece un panorama difícil para Colombia, ¿no cree?
Sí es un panorama difícil, pero quiero resaltar una cosa: no es completamente cierto que cuando un país firma un acuerdo simplemente está pagando por el derecho a ser el primero en la fila. También están motivando a estas empresas a construir fábricas para producir más vacunas. Por ejemplo, si EE. UU. crea un proyecto para producir 200 millones de vacunas al mes, con esa cantidad pueden vacunar a toda su población en mes y medio y, después de eso, esa capacidad queda disponible para el resto del mundo. Eso hace que el panorama no sea tan oscuro. Pero sí es cierto que los países de renta media como Colombia son los que están más atrasados. Deben empezar a negociar rápidamente con estas empresas para que aumenten su capacidad y parte de esa capacidad llegue a Colombia.
¿Qué hacer para no quedar de último en la cola?
Lo más importante es moverse rápido. Cuando se firman estos acuerdos Colombia no compra una vacuna. Lo que negocia es el acceso temprano a una vacuna. Si le digo a una casa farmacéutica que me entregue cierta cantidad, esa empresa debe conseguir esa capacidad. Pero eso no lo pueden hacer de la noche a la mañana. Ellos deben pensar en cómo montar la línea de producción. Si Colombia espera el momento en el que la vacuna esté disponible, no habrá nada que hacer: la farmacéutica se demorará otros meses para entregarlas. Es muy importante que empiecen a pensar en qué acuerdos quieren firmar con las farmacéuticas. Algo que va a ser muy útil es negociar en conjunto con otros países de América Latina, para que todos puedan conseguir precios asequibles.
¿Cómo lidiar con un escenario de riesgo en el que no sabemos si esa negociación se está haciendo con una empresa cuya vacuna vaya a ser eficaz?
La forma de evitar ese problema es armar un portafolio diversificado. Uno no puede poner todos los huevitos en la misma canasta y comprar una sola vacuna. Lo que se debe hacer es negociar con varias firmas distintas con diferentes tecnologías. Si uno pacta con cinco farmacéuticas que tengan una vacuna muy similar, probablemente si una falla, las otras cuatro también. Si negocia con una que esté produciendo una vacuna de vector viral y con otra de ARN, maximiza la posibilidad de que alguna sirva. Esto no evita el riesgo al 100%, pues existe la posibilidad de que ninguna sea eficaz. Pero hay que pensar en que lo que estamos haciendo es planear una estrategia para asegurarse en el peor de los escenarios.
Esto también implica un gran reto financiero para los gobiernos que, además, están en aprietos económicos. ¿Hasta qué punto deberían asumir esos riesgos?
Son costos muy grandes, pero los beneficios son absolutamente enormes. Le doy números simples: el Banco Mundial piensa que el impacto económico del coronavirus en Colombia es de $8,4 billones mensuales. Eso es alrededor del 8 % del PIB. Pero haciendo cuentas rápidas y cálculos conservadores, si uno lograra comprar la vacuna a AstraZeneca para dársela a la población vulnerable colombiana, es decir, a los mayores de edad y al personal de salud, eso costaría $100 mil millones, pero los beneficios que eso traería serían de $3,8 billones. Es decir, el beneficio es 38 veces el costo. Entonces, es cierto que el Gobierno deberá moverse para conseguir esos recursos pero es una inversión tan rentable que vale completamente la pena. Sabemos que los organismos multilaterales, en particular el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), son conscientes de que esta inversión vale la pena y están dispuestos a hacerle préstamos a estos países. Esto no es una inversión que se recupere en 30 años. Se puede recuperar en uno o dos.
Usted decía que el mejor camino que puede tomar Colombia es aliarse con otros países de la región. ¿Esas alianzas se están gestando?
Hemos tratado de sugerir que los países hagan eso, pero la verdad no tenemos claro qué ha pasado por parte de los gobiernos. Sí hemos hablado con el BID y sabemos que está en ese proceso de ayudar a coordinar a los países.
Es muy difícil hablar de precios en medio de tanta incertidumbre. Apenas hay unas pocas vacunas en fase 3, que es un paso esencial, y aún así ya han empezado a verse algunos comportamientos en el mercado farmacéutico. ¿Cómo ser un buen jugador en medio de tanta especulación?
Hay dos cosas que pueden ayudar a que los precios sean más bajos. La primera es moverse rápido. Las farmacéuticas, a medida que van adquiriendo contratos, tendrán que esforzarse más para aumentar la capacidad de producción y, a medida que eso pase, subirán los precios. Por esa razón, si uno es el primero que se mueve y logra negociar estos acuerdos es más probable que consiga un precio favorable. Lo segundo es que es mejor negociar como un grupo grande. Por ejemplo, si EE. UU. le dice a una farmacéutica que tiene cierta cantidad de dinero para la vacuna, la farmacéutica seguramente aceptará las condiciones porque Estados Unidos es un país muy grande. Pero con Colombia es probable que no se sienta obligada a aceptar un precio. Pero si la propuesta viene de toda Latinoamérica en conjunto, para la farmacéutica será mucho más difícil decir que no.
¿Qué país o región está jugando bien sus cartas?
Estados Unidos y la Unión Europea, que ya han hecho acuerdos con farmacéuticas. Hay muchos otros países que están en negociaciones, pero estos dos tienen los procesos más avanzados
Una estrategia fundamental para acceder a las vacunas es COVAX, que busca lograr una distribución equitativa. ¿Qué opina de ese mecanismo?
Es muy importante, porque espera garantizar el acceso a las vacunas a los países más pobres del mundo. Sin esta estrategia estos países no tendrían otra forma de conseguirlas. La segunda cosa positiva es que para un país como Estados Unidos es bastante fácil hacer acuerdos bilaterales mientras que para los países de renta media como Colombia es más complicado. Lograr hacerlos a través de Covax facilita las cosas porque lo que ofrecen es un portafolio diversificado de vacunas y los países deciden si invertir o no. Ahora, lo que pasa es que la estrategia Covax también es incierta. Todavía no es seguro que se vayan a conseguir los recursos que esperan y aún no es tan claro su funcionamiento.
El Gobierno colombiano está negociando con cinco compañías que buscan desarrollar una vacuna. También está involucrado en la estrategia Covax. ¿Usted cree que Colombia va por buen camino?
El mejor camino para Colombia es invertir en Covax y empezar negociaciones con las farmacéuticas que tienen las vacunas más adelantadas. También creo que es importante que desde ya piensen de dónde van a salir los recursos para estas vacunas. Pero, definitivamente, no puede confiar en Covax como su única opción.
Ha habido controversia por los acuerdos de confidencialidad en estas negociaciones. ¿Cómo evitar que se genere desconfianza en estos procesos?
Es difícil encontrar una solución. Supongamos que el Gobierno decide hacer un negocio con una farmacéutica bajo unos términos de un contrato de confidencialidad y en el futuro resulta que la farmacéutica no obtiene una vacuna exitosa. Eso podría hacer que los organismos de control lo vean como un acto de corrupción y es un riesgo en esos acuerdos. Hay que exigir transparencia en la medida de lo posible, pero debemos entender que esta inversión es absolutamente necesaria para salir de esta crisis. Lo que menos queremos es que los organismos de control no sean flexibles y eviten hacer estas inversiones, y por culpa de ello la vacuna se demore seis meses más en llegar a Colombia. Hay otro punto muy importante relacionado con eso. En los anuncios sobre los acuerdos poco dicen sobre el tiempo en el que esa farmacéutica prometió entregarle la vacuna a un país. Una farmacéutica va querer instalar una fábrica pequeña y entregar las vacunas de aquí a cinco años, pero lo que los gobiernos necesitan es que las compañías instalan una fábrica grande y las entreguen rápido. Entonces lo que el Gobierno debería estar pensando es no solamente en cuántas vacunas comprar, sino qué tan rápido se las van a entregar. Eso es fundamental porque es lo que determina qué tan rápido se van a acabar los efectos económicos, sociales y salud de la pandemia.
Antes de hacer esta entrevista usted me había dicho que no le parecía muy útil hacer comparaciones sobre los posibles gastos en los que podría incurrir un país con la vacuna con las sumas que suelen gastarse en otros medicamentos ¿Por qué?
Porque eso es como comparar lo que Colombia ha gastado este año en respiradores con lo que gastó el año anterior. Obviamente el presupuesto ahora es mucho mayor. En momentos de crisis el presupuesto tiene que aumentar radicalmente. Cuando uno mira cuánto van a costar las vacunas y cuánto está gastando Colombia en este momento, no se puede comparar con un año normal en el que sólo debe vacunarse un pequeño porcentaje de la población. En este momento estamos hablando de una enfermedad nueva; ningún colombiano tenía inmunidad en enero. Adicionalmente, esta no sólo es una crisis de salud, es también una crisis económica y social. Entonces los costos son muchísimo más grandes que los de otras enfermedades. Eso justifica gastos muchísimo más altos. Este es un momento en el que el gobierno entero debe estar pensando cuánto de los recursos de emergencia destinados para esta crisis debe ir a las vacunas.
Colombia no tiene una industria farmacéutica capaz de producir vacunas. De hecho en América Latina, sólo Argentina y Brasil tienen capacidad. ¿Ese factor también puede jugar un rol esencial en el momento de acceder a una potencial vacuna?
Claramente es mucho más fácil para los países que tienen capacidad de producción. Uno de los acuerdos que estaba buscando Brasil, por ejemplo, consistía en utilizar sus propias fábricas para producir la vacuna de AstraZeneca. Eso facilita mucho la negociación. Claro que estamos en una situación complicada pero si Colombia quisiera crear una capacidad de producción tardaría varios años. En ese caso, tal vez lo mejor es pensar a largo plazo porque sí es algo que vale mucho la pena si hay una futura pandemia o si el coronavirus se convierte en una enfermedad endémica.