El síndrome del corazón “roto”: cómo las emociones pueden afectar la salud física
Aunque solemos entenderla y tratarla por separado, la salud mental está íntimamente ligada a la salud física. Las emociones como el estrés o el duelo pueden incluso llegar a causar problemas cardíacos.
Juan Diego Quiceno
Cada que se cumple un aniversario de la muerte de mi abuela (falleció hace 6 años), mi mamá repite una frase cuando le pregunto cómo está: “Me duele el corazón”. Lo dice sin dramatismo, sin llevarse la mano al pecho. Pero le creo. A mí también me dolió el corazón cuando la abuela murió, cuando discutí con mi mejor amigo y cuando la mujer que me gustaba me dijo que yo no le interesaba en lo absoluto. Nos duele el corazón después de una ruptura o de un duelo, de una pelea o de un sobresalto, y sentimos que nos duele incluso sabiendo que no se trata de un infarto o de una arritmia. ¿Nos estamos inventando ese dolor?
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Cada que se cumple un aniversario de la muerte de mi abuela (falleció hace 6 años), mi mamá repite una frase cuando le pregunto cómo está: “Me duele el corazón”. Lo dice sin dramatismo, sin llevarse la mano al pecho. Pero le creo. A mí también me dolió el corazón cuando la abuela murió, cuando discutí con mi mejor amigo y cuando la mujer que me gustaba me dijo que yo no le interesaba en lo absoluto. Nos duele el corazón después de una ruptura o de un duelo, de una pelea o de un sobresalto, y sentimos que nos duele incluso sabiendo que no se trata de un infarto o de una arritmia. ¿Nos estamos inventando ese dolor?
“Nuestro cuerpo funciona como una gran central de comunicaciones. Recibimos estímulos externos que llegan primero a nuestro cerebro, son decodificados y después generan una reacción”, dice Carlos Sánchez, cardiólogo en Compensar Salud. Esta conexión entre mente y corazón, agrega el médico, supera las lecturas poéticas y filosóficas. “Es un vínculo físico. El amor, como el desamor, la tristeza y los duelos, se pueden sentir en el corazón”. (Puede ver: OPS alerta de récord de dengue en América Latina)
Mi mamá, sin embargo, nunca ha ido al médico para tratar el síntoma de un duelo inacabado. Yo tampoco he pedido cita por alguna ruptura amorosa ni me han incapacitado porque haya sentido en una mañana que no tengo la más mínima voluntad de vivir. Duele, ¿pero no lo suficiente? “Estamos adecuados a reconocer el dolor físico si lo podemos asociar con una explicación orgánica, es decir, los seres humanos, en general, somos seres de significado: si tenemos una cortada en un dedo, podemos explicar y asociar a esa cortada un dolor. Pero, en cambio, somos menos conscientes de que también el dolor emocional tiene correlatos en el cuerpo”, dice Diana María Agudelo, psicóloga clínica y vicedecana de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes. Es algo así como una falta de conciencia.
La ira y el estrés puede aumentar la tensión muscular y ser el origen de ese intenso y molesto dolor de espalda que no lo deja descansar. La ansiedad puede provocar problemas digestivos, como estreñimiento o diarrea. La frustración puede incluso aumentar el riesgo de sufrir enfermedades cardíacas, y la tristeza y el duelo pueden afectar el sueño y el apetito. (Puede ver: Presentan proyecto alterno de reforma a la salud)
“Asociamos el dolor con una fractura, una contractura muscular, una cortada, o alguna de estas señales de daño en el tejido, en el músculo, que podemos ver y tocar. Nos cuesta más trabajo pensar que pueda estar relacionada con algo mental”, explica Agudelo. En un país en donde la depresión es la segunda causa de carga de enfermedad, según datos del Ministerio de Salud, y en donde hay más de 1.5 millones de personas diagnosticadas con algún problema de salud mental (y otro gran tanto, estiman los expertos, subdiagnosticadas), ese sufrimiento “mudo” del cuerpo puede ser un gran problema.
La salud es mental y es física
Le pregunto a la profesora Agudelo en qué momento separamos a la mente del cuerpo. En 1948 la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió la salud como “un estado de bienestar físico, social y mental”, y no solamente como la ausencia de afecciones o enfermedades. “La separación entre una y otras se da en la época contemporánea, a partir de la hiperespecialización de las profesiones, que ha dado lugar a que profesionales de la salud de distintas áreas se enfoquen muy puntualmente en un aspecto de la salud y lo consideren incluso en ausencia de la correlación con otros aspectos”, me responde ella.
Entonces, el cardiólogo se concentra en el corazón; el neurólogo en el sistema nervioso y las enfermedades neurológicas; el dermatólogo en la piel, el cabello y las uñas, y el psiquiatra en los trastornos mentales y emocionales. (Puede ver: Colombia sueña con producir medicamentos, pero falta un largo camino)
Por supuesto, eso ha tenido grandes ventajas. José Bernstein, médico y docente del departamento de cirugía ortopédica de la Universidad de Pensilvania, señalaba en un artículo publicado en 2018 que indudablemente los cirujanos y médicos que se especializan en un órgano o en una afectación, se vuelven más eficientes, producen resultados superiores y posiblemente ayudan a ahondar en el conocimiento sobre esa parte del cuerpo (y también suelen ubicarse mejor en el mercado).
Pero Bernstein también reconocía algunas dificultades de esa hiperespecialización médica, de la que él mismo hacía parte. “Los especialistas, como todos nosotros, ven el mundo a través del prisma de la experiencia. Como tal, pueden fácilmente pasar por alto o descartar hallazgos importantes”, decía. Y ponía un ejemplo: imagine que le duele el dedo índice. Basándose en su experiencia, un neurocirujano podría pensar que se trata de un problema en la columna cervical (radiculopatía cervical). Pero un cirujano de la mano podría diagnosticar un problema en el nervio mediano. “Ambos estarían relativamente cegados a la posibilidad de que una anomalía metabólica, digamos, sea la verdadera causa”.
Es algo que Bernstein llamaba “sesgo de disponibilidad”: centrarse en las causas que son más comunes, según la experiencia propia, y pasar por alto otras posibilidades reales.
Incluso si los especialistas pudieran liberarse de sus limitaciones cognitivas, continuaba el ortopedista, los pacientes aún podrían sufrir mientras pasan de un experto a otro, buscando una explicación y solución a su dolencia. “Van al médico con temblores, cansancio crónico, dolores musculares y de articulaciones que nunca se van, problemas de asfixia, taquicardia e incluso palpitaciones. Cuando tienen suerte, les hacen exámenes de todas las especialidades y todo sale bien. Hasta que a alguien, por allá, en medio de la frustración del paciente, se le ocurre mencionar que quizá el problema no es solo físico”, explica Guillermo Mendoza Vélez, psiquiatra y director del centro Salud Mental y Emocional, en Bogotá.
“Es el cuerpo expresando, gritando, si se quiere, algún problema emocional a través del dolor físico, uno que a veces ni siquiera la misma persona ha hecho consciente y que los especialistas pueden pasar por alto en sus exámenes”, dice Vélez. Fragmentar la salud mental de la salud física haría imposible entender por qué, según la Organización Mundial de la Salud, las personas con depresión mayor o esquizofrenia tienen una probabilidad de muerte prematura un 40% a 60% mayor que la población general.
Dice la OMS que, además del suicidio, eso se debe a los problemas de salud física que a menudo no son atendidos en esta población. “Hay una idea infundada que tiende a menospreciar la calidad de los síntomas físicos cuando tienen algún correlato emocional. Es decir, cuando se puede pensar que un dolor o una molestia tienen un origen emocional, se tiende a pensar que es menos relevante, que es menos importante. Incluso, adquiere para mucha gente la idea de que es inventada o que no es real”, explica Agudelo.
Mientras eso ocurre en los consultorios médicos, la ciencia deja evidencia de todo lo contrario. El trastorno depresivo mayor, el trastorno de pánico y el trastorno de ansiedad generalizada están asociados con la diabetes; la ansiedad y la depresión con el asma, los trastornos del estado de ánimo con la artritis, la ansiedad fóbica con la cardiopatía, el desorden alimentario con la obesidad, y el trastorno bipolar y la esquizofrenia con el cáncer. (Puede ver: ¿Quiénes responden por la escasez de algunos medicamentos en Colombia?)
Hay decenas de estudios que así lo reiteran, pero uno de los más grandes y recientes se publicó en 2020 en JAMA. Allí los investigadores analizaron una población de 6.9 millones de personas con y sin trastornos mentales en Dinamarca, descubriendo que aquellos diagnosticados con cualquier trastorno mental tenían una esperanza de vida de entre 11,2 años y 7,9 años más corta en comparación con la población general.
No se trata, entonces, de algo que solo ocurra en la cabeza. O más bien, justamente porque ocurre en la cabeza y en la mente, ocurre en todo el cuerpo. Sentir estrés, por ejemplo, libera hormonas como el cortisol que aumentan el ritmo cardiaco, la presión arterial y la tensión muscular. En algunos casos, la situación que desencadena eso puede ser tan traumática que da lugar algo que se conoce como el estrés postraumático y que básicamente provocan que el cerebro comienza a funcionar de una manera errática.
Puede ver: “Reprogramando” el cerebro de las víctimas con estrés postraumático
“Sabemos que las emociones no se generan, por ejemplo, en el corazón, pero hacen parte de todo el funcionamiento neurológico, por lo que impactan el corazón. Cuando hay una ruptura amorosa, por ejemplo, una situación de estrés o de profundo dolor emocional, se liberan hormonas como el cortisol, que tienen unos receptores dentro del corazón que podrían llegar a generar alteraciones en su función e incluso sensaciones de dolor”, dice Miguel Giraldo, cardiólogo del hospital San Vicente Fundación, en Medellín. Elevado por el arte y la cultura popular como el gran símbolo del amor y la pasión, el vínculo del corazón con las emociones va más mucho más allá de la mera inspiración poética.
El pulso del corazón
El corazón late alrededor de 100.000 veces al día, o 3.500 millones de veces a lo largo de una vida promedio. Bombea 5 litros de sangre por minuto, 2.000 galones por día, a una fuerza capaz de generar suficiente presión para disparar la sangre a una distancia de 10 metros. A lo largo de la vida, genera suficiente energía para mover un automóvil a una velocidad de 32 km/h. “El corazón es una pequeña e impresionante bomba eléctrica que permite la vida”, dice Giraldo. (Puede ver: La IA podría ayudar en la prevención del cáncer)
Los cirujanos no se atrevieron a operarlo hasta finales del siglo XIX y solo hasta 1948 comenzó el famoso e histórico Estudio del Corazón de Framingham, una investigación que ha sido clave para comprender los factores de riesgo cardiovascular, entre ellos, el colesterol elevado, la presión arterial alta o el tabaquismo.
“Pero fue un error dejar por fuera cosas como la disfunción emocional y la salud conyugal”, le decía a The New York Times Sandeep Jauhar, un cardiólogo que en 2018 escribió “Corazón: una historia”, un libro en donde recorre la historia de la medicina cardiovascular. Durante las últimas décadas ha sido cada vez más la evidencia que vincula el estrés, la ansiedad o la depresión, con mayor probabilidad de sufrir ataques cardíacos. (Puede ver: Supersalud investiga a tres gestores farmacéuticos por desabastecimiento)
En 1990, un grupo de médicos japoneses describió lo que se comenzó a conocer como el “síndrome de Takotsubo”, o simplemente, “síndrome del corazón roto”. Hikaru Sato y varios colegas más, informaron en un artículo publicado en la revista científica “Kokyu to Junkan” la situación de varias pacientes postmenopáusicas que experimentaron síntomas cardíacos similares a un ataque al corazón después de un evento estresante (en muchas de ellas fue la pérdida repentina de un ser querido), pero que no tenían obstrucciones significativas en las arterias coronarias, la causa más común de un infarto. Algo llamó entonces la atención de los médicos: la apariencia inusual del corazón en las imágenes de angiografía.
En ellas, la forma del ventrículo izquierdo (que es la cámara muscular más grande y poderosa del corazón y cuya principal función es bombear sangre oxigenada hacia el resto del cuerpo) se había hinchado, tomando una forma similar a una popular trampa para pulpos en Japón llamada Takotsubo. “Esto afecta la capacidad del corazón de bombear sangre, lo que desencadena la sensación de que estamos ante un infarto. Se trata de una condición poco frecuente y que suele ser temporal: es decir, después de un tiempo, el ventrículo vuelve a su tamaño original”, explica Giraldo. El problema, agrega, es que en América Latina y en Colombia, el síndrome de Takotsubo está subdiagnosticado.
La Organización Mundial de la Salud lo considera como una condición médica desde 2001, cuando se publicó una serie de 88 casos, mientras la Asociación Americana del Corazón lo catalogó en 2006 como un tipo de miocardiopatía adquirida. Después de más de tres décadas, sin embargo, el conocimiento del síndrome del corazón roto sigue siendo limitado.
Se sabe, como reseñaban Morales Hernández y sus colegas en un artículo científico publicado en 2016 en la revista del Colegio de Medicina Interna de México, que comúnmente afecta a mujeres posmenopáusicas y que se asocia con eventos anteriores, estresantes, emocionales o físicos. “Esta enfermedad —escribían — es un ejemplo clásico de un complejo circuito de retroalimentación entrelazado que abarca los estímulos psicológicos o físicos dentro del cerebro que posteriormente afectan el sistema cardiovascular”.
No es ni mágico ni, digamos, difícil de explicar: “No fragmentemos el cuerpo en pedazos. Yo creo —resume Agudelo—, que lo que tenemos que aprender en ese sentido es a atender las señales físicas que nuestro cuerpo sabiamente nos indica”.
Nota del editor 31/03/2024: se cometió una imprecisión al describir el ejemplo que usa el doctor Bernstein para explicar el sesgo de disponibilidad. En la primera versión del texto se decía erróneamente que el dedo índice queda en el pie, lo que hacía confuso entender el ejemplo. Se corrigió dando mayor claridad.